Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Las elecciones generales de 1977

Los primeros comicios desde 1936 transcurrieron de manera civilizada, pese a rumores como el asesinato de Tierno Galván. Entrega nº LIV

Las primeras elecciones generales desde febrero de 1936 se celebraron el día 15 de junio de 1977, miércoles. No digo todas, pero algunas personas de mi generación, las que no habíamos sido colaboracionistas con el franquismo en ninguna ocasión ni en ningún caso, votábamos por primera vez, aunque se nos habían ofrecido oportunidades de hacerlo en los diversos referéndums (los acreditados «siferéndums» del régimen anterior), y en anodinas elecciones municipales, con candidatos únicos o casi, pero rehusamos. Por cierto, a tales caricaturas de elecciones municipales había presentado su candidatura un joven erudito en ciernes, que tardó en reconvertirse a la «progresía», pero que ha llegado a ser un «progre» con todas las de la ley: un señor -como le califica un colega-, que suele comportarse como persona más o menos normal hasta que pisa la Universidad, que se vuelve rojísimo. Pero dejémonos de evoluciones prodigiosas y regresemos al pasado.

Los últimos días de la campaña fueron frenéticos y ásperos. El 12 de junio Felipe González dio un mitin en El Molinón, que estaba lleno, y en el que intervinieron como teloneros Carlos Zapico, en nombre de las Juventudes Socialistas; un empleado de banca muy triste, descolorido y gris, llamado Palacios, que se daba por seguro que saldría diputado, y Gómez Llorente, mecánicamente brillante, desplazado del lugar de honor por la luminaria de Felipe González, que se encontraba en el palco en carne mortal, aunque se había rumoreado que no intervendría porque su avión no podría aterrizar en Ranón a causa de la lluvia que caía sin cesar desde el día anterior. Para evitar ese imponderable había dormido en Gijón. Marcelo García hacía la presentación de los oradores y cuando terminaban de hablar procuraba resumir a su manera lo que habían dicho: hasta que González tomó la palabra, naturalmente.

El Sporting acababa de ascender a Primera División y González empezó su discurso diciendo: «¡Ya estamos en Primera División!». Se refería, claro es, al PSOE, pero también le aplaudieron a rabiar los sportinguistas. Las gentes de izquierda eran más bien indiferentes en materia futbolera, cuando no decididamente contrarios a lo que los comunistas denominaban el «opio para el pueblo» del franquismo, sin sospechar que una vez consolidada la democracia les habían de dar muchísimo más fútbol que el que jamás les dio el franquismo.

González se mostró displicente y altanero, dos actitudes señoritiles que le gustan mucho al «pueblo soberano». Dijo que para qué hablar de Alianza Popular y de su gente: no merecía la pena. Tampoco del Centro de Suárez porque, añadió, los socialistas ganaremos las elecciones, sea cual fuere el resultado, ya que somos la primera fuerza política del país. Así de rápida iba la Historia aquellos días. El año anterior éramos cuatro gatos mal contados y ahora galleando.

En medio del mitin alguien le pidió que le cediera el micrófono para comunicar que se había perdido una niña. A lo que González dijo, con gracejo andaluz: «Esa niña no se ha perdido, porque está entre socialistas». Ingeniosidad que fue premiada con ovación más atronadora que cuando despreció a la derecha y al centro, que para él eran lo mismo. Alguien aseguró que la niña era hija de Vigil y que la pérdida había sido preparada previamente, pero es evidente que la respuesta del líder hizo efecto.

El diario «El País» había publicado aquella mañana los resultados de una encuesta nacional que distribuía los diputados del siguiente modo: UCD, 141 diputados; PSOE, 121; PCE, 28; AP, 25; PSP-FPS, 4; FDC, 3, y residuos varios hasta completar el número de 350, padres de la patria.

Aquella tarde supimos que los guerrilleros de Cristo Rey que habían agredido la víspera a personas del PSOE y de UCD (lo que era el colmo) fueron detenidos, incautándoseles diverso material ofensivo, botes de humo, cadenas y una pistola. Sin duda a causa de la agresión a los militantes de UCD, la Policía fue obligada a actuar con celeridad y eficacia. También corrió el bulo a la salida del mitin sobre que el comisario Ramos estaba detenido en Madrid. Claudio Tejedor Ramos fue jefe de la Policía político-social de Asturias y había llegado a ser jefe de personal de la Dirección General de Seguridad. Era un hombre de pequeña estatura, rostro afilado, pelo blanco y mirada fría como el hielo y penetrante como una espada. Se trataba de un bulo, fruto del deseo antes que de la realidad. Se contaba que en cierta ocasión le preguntó a un minero al que acababa de interrogar: «Si llegan los tuyos y tuvieras oportunidad de matarme, ¿qué harías?». A lo que el minero contestó: «Nada, porque no tendría la suerte de llegar el primero». Naturalmente, nadie conoció a tal minero, y Ramos continuó su carrera policial en Madrid hasta que fue destituido porque algún familiar suyo insultó al general Gutiérrez Mellado.

Al espíritu triunfalista de González y al optimismo generalizado le echó un jarro de agua fría una llamada telefónica recibida sobre las doce de la noche desde Vitoria, donde acababan de volar un puente. Para colmo, al día siguiente no se pudo confirmar la detención de Ramos, lo que a muchos produjo auténtica desilusión.

El lunes día 13 hubo un mitin de cierre de campaña de la Coalición Por un Senado Democrático en el Palacio de los Deportes, con asistencia de unas mil personas: nada, si las comparamos con el lleno de El Molinón del día anterior. Habló en primer lugar el médico Atanasio Corte Zapico, de la Democracia Cristiana, que procuró manifestarse más de izquierda que nadie: ya contaré en un artículo próximo cosas de este pájaro de cuenta. De momento, aseguró la colaboración de la Democracia Cristiana con la izquierda: lo que era demasiado asegurar, porque le habían echado de la DC. En aquel momento sólo podía aportar «siete votos democristianos» a los partidos obreros, pero intentó venderlos como si aquellos votos fueran decisivos y él estuviera poniendo una pica en Flandes. Su intervención fue la más dramática, porque su situación política era dramática.

De los otros dos candidatos, Rafael Fernández no dijo nada nuevo y Wenceslao Roces leyó, como de costumbre, un folio que llevaba en un bolsillo de la chaqueta. Menos mal que terminaba la campaña, porque aquel papel podía deshacerse de tanto usarlo.

A las doce de la noche se cerró la campaña electoral. Y después de la jornada de reflexión del día 14, el día 15 el pueblo, que estaba a un paso de ser soberano, acudió civilizada y disciplinadamente a las urnas.

Yo actué como interventor por el PSOE en el colegio de la Escuela de Comercio, Distrito 11, sección 6, que tenía un censo muy pequeño: 268 electores de la plaza de la Gesta, calle Calvo Sotelo, etcétera, por lo que se preveía un voto de tendencia centrista. Componíamos la mesa el presidente, dos adjuntos (una señora y un señor mayor), y como interventores, uno del PSP a quien no conocía, y Joaquín, el hermano de Manolo Mieres, por Unidad Regionalista.

Las urnas se abrieron a las nueve, como estaba prescrito, y a las tres de la tarde ya se habían emitido 170 votos. Las primeras en votar fueron tres señoras de edad, con aspecto de venir de misa. Alguien planteó si podría votar una evidente paralítica cerebral y también si llamarle la atención a un conocido candidato de UCD, que se presentó de visita de inspección con una ostentosa pegatina de su partido en la solapa, pero los componentes de la mesa eran personas civilizadas y permitieron a la jovencita disminuida que se diera el gusto de votar y en cuanto al candidato, como era un auténtico demócrata (y excelente persona, uno de mis mejores amigos actuales) se quitó la pegatina y pidió disculpas.

Como no había mucho agobio en el colegio, bajé a mi diaria tertulia en Lito, donde estaban Santiago Melón y Cueto el abogado, quien después de haber pasado la campaña despotricando contra Fraga, al fin confesó que había votado por AP. «Eso se llama "voto ideológico" y lo demás son cuentos», decía, riéndose, el profesor Melón. Comí en Marchica y al subir de vuelta al colegio entré en Galerías Preciados, donde tenían las obras de Joseph Conrad de rebaja, en la edición de Montaner y Simón, traducidas por Ricardo Baena. Compré «Victoria», y al verme entrar con ella en la mano, Joaquín me preguntó: «¿No será una indirecta?».

La tarde, con la mayoría de los votos emitidos, fue aburrida, por lo que aproveché para leer unas páginas de «Victoria», que no tratan precisamente de victorias como las que esperaban los candidatos en pugna. Al cerrarse el colegio se recogieron 230 votos, de los que fueron válidos 226, y 228 para el Senado, con el resultado que sigue: UCD, 89 votos; AP, 46; PSP, 31; PSOE, 26; PC, 19; Regionalistas, 5; DC, 5; PSOE (Histórico), 3; 18 de Julio, 2, y con un voto, Falange Auténtica, FUT y AETA. Para el Senado, Alonso Vega obtuvo 95 votos; Barthe Aza, 89; Agustín Antuña, 82; Rafael Fernández, 55; Wenceslao Roces, 51 y Corte Zapico, 50. Fuimos el primer colegio de Oviedo en hacer recuento porque no hubo problemas de ningún tipo, y después de firmar las actas nos despedimos cada uno por su lado.

Yo fui al Colegio de Sindicatos, donde todavía estaban haciendo el recuento. Teodoro López-Cuesta, que vive enfrente, estaba preocupado por lo que pudiera pasar con el PSOE, pero conforme avanzaba el recuento fue tranquilizándose y poniéndose contento. Antonio Masip estaba abatido por el resultado de Unidad Regionalista y quería impugnar una de las mesas, para lo que pedía la ayuda de la representante del PSOE, explicándole que tampoco los socialistas sacarían muchos votos en aquel colegio. Y Corte Zapico, a la espera de acontecimientos previsibles, no cabía en sí de gozo y de nervios. Cuando le dije que era senador, se le puso una sonrisa de oreja a oreja que le duró media hora mientras decía bajando modestamente la vista: «Habrá que ver, habrá que ver».

Luego visité los colegios de la Argañosa y la Gesta, en los que se perfilaba la victoria del PSOE, y se decía que en una mesa de Pumarín los socialistas habían sacado más votos que los demás partidos juntos. En Ciudad Naranco, el PSOE estuvo muy por encima de UCD. Conforme nos alejábamos del centro de la ciudad disminuía el número de votos del PSP hasta hacerse insignificante, pese a que por la mañana corrió el bulo de que había sido asesinado Tierno Galván, lo que pudo inclinar hacia ellos cierto tipo de voto sentimental y necrológico. También se dijo que el secuestrado Ibarra había aparecido asesinado.

En las cuencas mineras, las derrotas de UCD y AP eran manifiestas. El PSOE ganaba también en Las Caldas y Trubia. A medianoche se daban por seguros cuatro diputados y los tres senadores de Por Un Senado Democrático. Y en Madrid se contaba con once diputados.

Y luego, nada o todo. En el bar La Madreña se organizó una juerga fenomenal para celebrar la victoria, que duró hasta el amanecer.

La Nueva España · 27 octubre 2009