Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

El tiro a Delestal

En julio de 1976 la Policía disparó a un militante de UGT que hacía pintadas de madrugada en Avilés

A lo largo del mes de julio de 1976 se sucedían los atentados y las manifestaciones. El día 19 estalló una bomba en la Casa Sindical de Vigo ocasionando cinco heridos y la víspera habían colocado varias bombas en Madrid y en otras ciudades. Se conoce que a causa de tantas explosiones la Guardia Civil estaba nerviosa, porque en Madrid mataron a un hombre a tiros, al que la prensa calificó como delincuente habitual. Fue lo de siempre: la Guardia Civil dio el alto, el individuo echó a correr, los agentes dispararon al aire y como el individuo volaba más que corría fue abatido. Las cosas iban mal para peor y Martín Villa, el ministro de la Gobernación (siempre sudoroso y de aspecto sombrío, con las gafas deslizándose constantemente por su nariz grasienta, pero sin haberse apeado del automóvil oficial desde que fue jefe nacional del SEU, el sindicato único universitario falangista, cuando tenía 18 años y en coche oficial sigue todavía, aunque por cuenta de la «democracia fetén»), llevaba camino de mejorar la marca de Fraga Iribarne al frente de ese Ministerio, pues éste era el segundo muerto por apresuramientos de las fuerzas del orden en una semana. En aquellos momentos de tensión, los que escapaban tenían alas y las puertas se abrían a balazos. Fuera un delincuente común o no, el hombre muerto en Madrid había sido víctima de un «accidente político», como algún periódico tuvo a bien calificarlo. De haberse dado otras circunstancias más apacibles la Guardia Civil no hubiera disparado, aunque nunca se sabe.

La escalada de atentados tenía por objeto celebrar el 18 de julio, día festivo durante el franquismo en conmemoración del levantamiento del Ejército de África contra el Gobierno de la República en el año 1936. En total se pusieron dieciocho bombas en distintos puntos de España. La madrugada del 20 de julio estalló una bomba delante de la Embajada de Bélgica. Los partidos de la oposición publicaron notas en los periódicos -PSOE y UGT concretamente en «La Voz de Asturias»- condenando el terrorismo enérgicamente y denunciando con toda claridad y con todas sus letras que en aquellas circunstancias políticas el terrorismo tan sólo podía beneficiar a la extrema derecha y a los nostálgicos del franquismo. En consecuencia, se exigía un inmediato esclarecimiento de los autores y motivos de aquellos atentados. Por primera vez se señalaba en la prensa de manera inequívoca a quienes podían estar detrás de la escalada terrorista que azotaba a España.

En Asturias, en lugar de atentados había manifestaciones. El 21, miércoles, hubo una manifestación en Mieres que, según quienes asistieron a ella, fue más numerosa que la celebrada unos días antes en Gijón. Pero las cosas en Oviedo estaban tranquilas o, cuando menos, no había actividad. El 19 cené con Álvaro Cuesta en el Niza, pues el futuro gran político se marchaba al día siguiente de vacaciones a Navia, con lo que era yo el único miembro del Comité Local que permanecía en Oviedo. Se estaba preparando una «semana socialista», pero por fortuna Oviedo pintaba poco en las decisiones y organizaciones de carácter regional. De todos modos, al día siguiente subí al Pito, en San Esteban de las Cruces, para ver al veterano socialista Emilio Llaneza. Mientras le esperaba, estaba leyendo en una mesa y había colocado sobre ella una brújula de bolsillo. Una niña se acercó, se interesó por la brújula y me la cambió por dos palillos. No diré que salió ganando, porque los palillos, sin duda, tenían valor para ella.

Durante la madrugada del 21 al 22, la Policía disparó contra un militante de UGT que hacía pintadas en Avilés. Se repetía la historia de siempre: la Policía dio el alto, el militante echó a correr y le abatieron a tiros. La noticia causó gran conmoción en las organizaciones socialistas. El militante, llamado Delestal, había sido herido por la espalda y la bala le atravesó un pulmón. Una vez más se volvió a hablar, y esta vez porque nos afectaba, de «terrorismo de Estado». Significativamente aquella misma noche apareció una pintada en la calle Gil de Jaz con la leyenda «Cristo Rey es la Ley». Los que la hicieron no corrieron el peligro de ser tiroteados por la espalda, aunque de haberlo querido les hubieran podido disparar desde las ventanas de la Comisaría. No cabía duda de que existía un buen entendimiento entre algunos elementos de la Policía y las bandas de extremistas de derecha violentos. Sobre este punto no se ha profundizado lo suficiente, y tanto los unos como los otros lo han disimulado en la medida de lo posible. Sin poner en duda la profesionalidad de la Policía, lo cierto es que en 1976 los más de sus miembros todavía consideraban que la legalidad franquista era la única vigente y que las bandas de la extrema derecha no actuaban al margen de la ley, sino por patriotismo y amor al orden.

Con motivo del tiro a Delestal las organizaciones socialistas asturianas actuaron con rapidez y eficacia. No perdieron el tiempo, sino enviaron un informe sobre el caso a las filiales europeas de la UGT y se pusieron en contacto con la Embajada de la República Federal Alemana, cuyo embajador se interesó personalmente por el asunto llamando a la Comisaría de Avilés. La primera versión de la Policía fue que Delestal había sido herido en un enfrentamiento, mas tal versión enseguida se demostró que era insostenible.

Aquella misma noche (se contaba al día siguiente, aunque no puedo garantizar su veracidad) dos socialistas distinguidos, Juan Luis Vigil y don Agustín Tomé, se disfrazaron uno de médico y el otro de enfermero y entraron en el Hospital de Avilés donde estaba internado Delestal. Supongo que don Agustín sería el médico y Vigil el practicante, ya que en el despacho laboralista de la calle General Elorza don Agustín decía que él era el abogado y Vigil el procurador. Y a Vigil, lo de la medicina le iba mucho. Ya en el colegio nos decía que su aspiración en la vida era casarse con una mujer rica para poder costearse a un médico vestido de verde siempre a su lado. En ese sentido, era un auténtico adelantado, pues de aquella los médicos llevaban bata blanca. Yo dudo de que los cargos políticos se distribuyan entre las personas adecuadas, pero cuando menos él fue un consejero de Sanidad con verdadero interés por los asuntos médicos y sanitarios. No me explico cómo este hombre se hizo abogado en vez de médico.

El jueves 22 la prensa destacaba la noticia de la herida de Delestal. Tan sólo «Región» señalaba que había sido herido en un enfrentamiento con la Policía. En cuanto a la personalidad del herido, las noticias eran confusas. En «La Voz de Asturias» se decía que era estudiante pero se terminaba indicando que trabajaba en Ensidesa. Su nombre era Agustín Delestal, de 20 años, y había recibido el tiro por la espalda. Intervenido quirúrgicamente, hubieron de extraerle 700 centímetros cúbicos de sangre de la pleura.

La ejecutiva nacional de UGT hizo público un comunicado a través del diario «El País» en el que afirmaba que «lo sucedido demuestra que el Gobierno trata de confundir a la opinión pública o no controla las fuerzas de orden público».

En respuesta, la Policía político-social de Avilés llamó por teléfono a Marcelo García para preguntarle si UGT controlaba a sus militantes, porque algunos pertenecían a ETA. Una de las versiones de la Policía, después de resultar inaceptable la del enfrentamiento, afirmaba que el militante herido estaba haciendo pintadas a favor de los terroristas vascos.

En la agrupación de Oviedo se hizo una colecta para enviarle flores. Marcelo nos contó que un social de Avilés, un tal Castro (el mismo que le obligó a tragar los pasquines que llevaba encima la noche que murió Franco), le había dicho que «pelillos a la mar», y que todo había pasado, pero que UGT debía controlar mejor a sus afiliados, por su vinculación con ETA. A lo que parece, en la zona donde fue herido Delestal había algunas pintadas de ETA anteriores y se hicieron otras la noche del disparo, atribuidas a la propia Policía. Las ropas que vestía Delestal fueron destruidas. Pero se supo que le tiraron de cerca, porque la camisa estaba chamuscada.

El día 24 se convocó una manifestación en Avilés. Yo estuve en ella con Leonardo Velasco y Marcelo García. De las Cuencas, sólo acudieron del Nalón. Los de CC OO hicieron acto de presencia momentos antes del comienzo y luego se marcharon. La Policía Armada patrullaba con aspecto amenazador al mando de un teniente gordo. Con tan poca gente y tan poco entusiasmo, la manifestación se desinfló enseguida. Vimos un «salto» en Llano Ponte, que resultó muy pobre. No había gente, tampoco había ganas. Así que tomamos unos vinos y regresamos a Oviedo.

Al día siguiente, domingo 25, en la primera convocatoria socialista del puerto de Tarna en situación de «permisividad», Emilio Barbón, sentado en una silla de tijeras, se refirió a Delestal asegurando que no se podía hacer mucho mientras Girón y Blas Piñar continuaran mandando en la Policía y añadió que si UGT no había incluido en su programa la disolución de las fuerzas represivas ya era hora de que lo hiciera. Luego tomó el micrófono Antonio García Duarte, de la ejecutiva de UGT, diciendo con cierta emoción que era la primera vez que hablaba en España desde el exilio y la primera que lo hacía en Asturias, y acto seguido hizo homenaje a los históricos José Barreiro y José Mata, y el resto de su intervención fue contra CC OO: «Si ellos levantan los dedos corazón e índice en forma de "V" como signo de victoria, nosotros tendríamos que levantar las dos manos y quedaríamos cortos». Manuel Simón, un gran tipo, secretario de las relaciones internacionales de UGT, insistió en que había que perderle el miedo a CC OO; Ludi García Arias expuso con mucho entusiasmo dos o tres tópicos feministas, y al secretario de las JJ SS, Miguel Ángel Pino, nadie le prestó atención. También hacía su presentación en la sociedad socialista asturiana el futuro candidato Luis Gómez Llorente, que explicó de manera profesoral la línea del partido, disimulando cuanto pudo la inevitable derivación socialdemócrata. Paulino, el zapatero de Barredos, presentó a un metalúrgico jovial que había actuado como enlace con Asturias durante la clandestinidad y a quien se conocía con el nombre de Rafa. «Bueno, lo de Rafa era cosa de antes, pero yo me llamo Félix Mestre». Se solidarizó con Delestal y se permitió una chuscada, muy celebrada por la concurrencia, al referirse a Adolfo «Hitler» Suárez. Había unas seiscientas personas. Comimos sobre la hierba y después entró una niebla densa, de montaña. Los del servicio de orden recogieron las sobras de la comida y las colillas y las quemaron.

La Nueva España · 1 marzo 2010