Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, De Transición y copas

Ignacio Gracia Noriega

Un partido efímero

El PPRA, que aspiraba a una Asturias «libre, democrática y progresista», duró seis meses, pero tuvo estatutos, organigrama, dos sedes y una escisión

El PPRA (Partido Progresista y Regionalista Asturiano), de vida más corta que su rótulo y que sólo apareció una vez en las primeras páginas de los periódicos regionales, tuvo, sin embargo, estatutos, constitución ante notario, organigrama, dos sedes por falta de una (el domicilio de Ramón Cavanilles en la calle Cimadevilla y el consultorio del pediatra Atanasio Corte Zapico), media docena de militantes, la tendencia progresista (que era, según se mire, la más conservadora) y la regionalista, un senador y hasta una escisión. ¿Hay quién de más en el período de tiempo comprendido entre julio y diciembre de 1978?

El 7 de julio yo había comido con Agustín Tomé, factótum del PSOE, en el Niza, y hablamos del derribo del palacete de Concha Heres. En este asunto, el PSOE procuró inhibirse, y en una reunión celebrada en los locales de ANA después del derribo, Pedro de Silva realizó su primer trabajo por cuenta del socialismo obrero, dándole la puntilla a la Plataforma para la Defensa del Patrimonio Cultural y Artístico de Asturias, que había reunido a todas las fuerzas políticas asturianas, desde la Falange a la LCR. Su objetivo era evitar el expolio y destrucción del pasado arquitectónico asturiano. UCD y PSOE se mostraron reticentes a la Plataforma. UCD procuró ignorarla y el PSOE bombardearla. Convertido en solar el lugar donde había estado durante casi un siglo una de las más brillantes obras del arquitecto La Guardia, la Plataforma dejaba de tener razón de ser.

Durante la comida, Tomé me intentó explicar que si al capital se le quita la plusvalía de golpe se puede producir una involución. «Imagínate -me dijo- que Masaveu se va a cenar con el coronel del Milán. ¿Qué pasa entonces?». Por aquel tiempo, el PSOE utilizaba a los militares como la niñeras al coco: si alguien ponía en duda la línea moderada del partido, se le amenazaba con un golpe de Estado. Se escuchaba ruido de sables por todas partes, o se invocaba aquel ruido «inexistente» para apaciguar los ánimos.

Aquel mismo día, Amelia Valcárcel y Bernaldo de Quirós me habló de un partido político que se estaba gestionando, no a partir de la Plataforma, pero sí aprovechando sus ruinas, y cuya comisión gestora estaba compuesta por Atanasio Corte Zapico, Ramón Cavanilles, el catedrático Álvaro Galmés o el pintor Jaime Herrero. Corte Zapico ofrecía su condición de senador para representar al partido debidamente en Madrid. Todavía no contaba con estatutos, pero ya disponía de un senador, y con el propósito de concurrir a las elecciones municipales con Higinio Rodríguez, un concejal del Ayuntamiento como cabeza de lista.

El día 14 de julio hubo una concentración en la Herradura en defensa del patrimonio artístico. Yo hice la presentación y hablaron Cavanilles, Amelia y Ramón Rañada. Mediado el acto se presentaron los de la ORT con un vasco que venía a informar sobre los sucesos del día anterior en Rentería, donde una manifestación había sido disuelta por la Policía Armada. Cavanilles protestó, porque aquello no tenía que ver con el acto, y el PC, que había aportado la megafonía, la desconectó. Fue el último acto público de la Plataforma.

Al día siguiente, nos reunimos a comer en La Armonía, Amelia Valcárcel y su marido, conocido esteta local; Corte Zapico, Ramón Cavanilles y un abogado de La Felguera llamado Antuña, que, según parece, tenía una gran vocación política, pero no acababa de encontrar «su espacio». Cavanilles, Valcárcel y el esteta llegaron juntos. Juan Luis Vigil llamaba a Cavanilles el «Lord Protector» y a Amelia la «Princesa de Asturias». El esteta era pequeño, de cara de luna y los cabellos disparados hacia todas partes, como si hubiera visto al lobo. Usaba zapatos con alzas, corbata de lazo y una gran cartera, en la que podía meterse si llegaba la Policía, y siempre andaba muy pulcro. Santiago Melón se maravillaba: «Pero, ¿os fijáis lo limpio que trae Amelia a Luis Javier?». Amelia vestía como la dama de las camelias, con puntillas, y Cavanilles como un hidalgo rural inglés. Durante esta comida se estableció la ideología básica del partido: republicano, progresista y regionalista, con un arco que abarcaría desde la socialdemocracia moderada hasta la democracia cristiana progresista. Naturalmente, se buscaba la clientela en la burguesía ilustrada, antes de convertirlo en un partido de masas.

Aunque el PPRA tuviera cierto aire de astracanada, no hay que olvidar que en aquellos días estaban sucediendo cosas muy graves. El 21 de julio fueron asesinados en Madrid el general Sánchez Ramos y el teniente coronel Pérez Rodríguez. Pero cuando menos, los diputados tuvieron el valor suficiente para aprobar el proyecto constitucional, con 258 votos a favor (UCD, PSOE y los catalanes), 14 abstenciones (AP) , y dos votos en contra, los del separatista Letamendia y el del ex ministro Silva Muñoz. El PNV se ausentó de la votación. Aquella noche encontré a Agustín Tomé, que me aseguró que le había llamado Gómez Llorente para ponerle en guardia, porque se estaba preparando un atentado de mayores proporciones. Nos parecía que matar a un general era lo máximo a lo que podían llegar los terroristas.

El PPRA continuaba su curso, con reuniones para discutir el color de la bandera. Antuña propuso que fuera verde, pero Amelia dijo que verde era la bandera del moro. La de Asturias tenía que ser azul. Alguien objetó que podía confundirse con la del Real Oviedo, a lo que Amelia contestó que si ella moría en defensa de la causa asturianista, exigía que la enterraran envuelta en esa bandera. Sólo le faltó mostrar un pecho para parecerse a la Liberté guiando a la muchedumbre.

Aquellas reuniones tenían lugar en casa de Cavanilles o en el consultorio de Corte. Todos preferíamos la casa de Cavanilles, donde, como decía Rañada, la madera era madera y el whisky de Malta. Corte no ofrecía ni agua. En una de las reuniones se distribuyeron cargos: los más representativos fueron Cavanilles como presidente y Corte como secretario general. Como éramos pocos, todos salimos con cargo. Para celebrarlo, fuimos a cenar y después a Biba, una sala de fiestas en la parte antigua, donde actuaba un mago, el cual, paseando entre el público, sacó el sujetador a una señora sentada en una mesa, aparentemente sin tocarla. Corte nos advirtió: «Aunque está bien hecho, eso tiene truco».

Corte era la figura indispensable. Tenía asiento en el Senado como independiente, pues perteneciendo al partido democristiano Izquierda Democrática había sido miembro de la candidatura Por un Senado Democrático en compañía del socialista Rafael Fernández y el comunista Wenceslao Roces y ganado el acta con los votos de sus compañeros. Pero a Ruiz Jiménez, hombre piadoso a fin de cuentas, no le pareció que figurara en una candidatura con comunistas (con socialistas, pase; pero con «rojos»: ¡hasta ahí se podía llegar!), por lo que se había distanciado de sus correligionarios, los cuales, por lo demás, habían hecho pleno en las elecciones: ni don Joaquín obtuvo acta por Madrid, y, en consecuencia, necesitaba un partido.

Amelia Valcárcel y Ramón Cavanilles, por su parte, consideraban que aquella era una oportunidad de oro para que un partido surgido prácticamente de la nada tuviera representación en el Senado. Y así creyendo unos que se aprovechaban de Corte, y Corte aprovechándose de todos, nos reunimos el 4 de agosto ante notario Corte Zapico, Ramón Cavanilles, Amelia Valcárcel, Manuel Antuña, Rafael Fernández (un empleado de banca, no se debe confundir con el político socialista) y yo para legalizar el PPRA. Después nos fuimos a comer, pagando a escote, excepto Amelia, a quien invitábamos entre todos, y a su marido, el cual, si bien no pertenecía al partido, se apuntaba a todas las comidas y cenas. Siempre pulcro y con la cartera.

El 24 de octubre, en casa de Cavanilles, Amelia leyó la declaración de principios del PPRA, que aspiraba a una Asturias «libre, democrática y socialista». Lo de «socialista» fue la madre del cordero. Corte objetó que se podían sentir ofendidos los del PSOE por usar la palabra «socialista» y también porque el posible electorado de un partido como aquel desconfiaba del socialismo. Antuña fue mas enérgico. Proclamó que creía en el sufragio universal y en la declaración de los Derechos Humanos y que el PSOE no había admitido el sufragio universal hasta hacía dos años. Nos dejó a todos un tanto desconcertados. Para evitar una escisión fue aprobado sustituir «socialista» por «progresista». Se volvieron a discutir los colores de la bandera. Corte propuso añadir el color morado, como declaración de la reacia convicción republicana.

A la sombra de Corte crecía la figura de un tal Chimeno, que siempre iba a las reuniones con un libro de Vicens Vives. Amelia y Cavanilles desconfiaban de él, mientras Antuña soñaba con ser pronto diputado. En la reunión del 16 de noviembre se fijaron las cuotas en 1.000 pesetas, pero si se pagaba de golpe un año de militancia se podía ir pensando en alquilar un local. Amelia, alegando que no llevaba suelto, fue la única que se ahorró esa cantidad.

El nuevo partido estaba compuesto por gentes del PSP y comunistas independientes, lo que Ramón Rañada llamaba un «partido de desguaces». Las primeras discrepancias se producen porque Corte y Chimeno habían firmado el Pacto para la Democracia «sin consultar a las bases». Cavanilles abandona el PPRA porque no está de acuerdo con el escrito que Corte iba a leer en el mitin conjunto de partidos políticos del 3 de diciembre en El Molinón, ni con el artículo 151 de la Constitución. Para participar en el mitin había que hacer la parte que nos correspondía en la propaganda del acto; contribuimos a los gastos con las doce mil pesetas de las cuotas de cada uno, y Chimeno y Rafa Fernández hicieron «militancia de base», anunciando el mitin desde un coche con megafonía.

Una escisión protagonizada por Cavanilles y Amelia Valcárcel. Fue el principio del fin. Después del mitin de El Molinón, Corte se fue a comer con el senador Rafael Fernández para ultimar los detalles de su paso al PSOE. El 20 de diciembre el Ministerio del Interior comunica que había archivado los estatutos del PPRA debido a la doble militancia de Corte Zapico y a que Antuña no se había dado de baja en la Federación Socialdemócrata. Corte Zapico era un fenómeno: mientras promovía el PPRA, seguía siendo del partido democristiano de don Joaquín Ruiz Jiménez, figuraba como senador independiente y, ocultamente, ya pertenecía al PSOE. Ni Talleyrand. Claro que el ex obispo de Autun era más sutil.

La Nueva España · 31 enero 2011