Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Libros

cubierta del libro

José Ignacio Gracia Noriega

El viaje del Norte

Prólogo del Marqués de Tamarón

Epílogo de Hugh Thomas

Hidroeléctrica del Cantábrico, La Morgal 1999, 242 páginas

El libro comienza con los siguientes Agradecimientos:

«Quiero expresar mi agradecimiento a los siguientes señores por la parte que tuvieron en la elaboración y edición de este libro:
Al Marqués de Tamarón, que escribió el prólogo, aún cuando la llegada del manuscrito de esta obra coincidió con su nombramiento como embajador de España en Londres.
A Lord Hugh Thomas, ilustre hispanista e historiador británico, por haber escrito el epílogo de este libro de viajes, género del que tan deudores somos de los ingleses.
A Don Eduardo García de Enterría, que me autorizó amablemente a la publicación de algunas páginas de su libro De montañas y hombres, y al tiempo me puso sobre la pista de algunos raros viajeros por la cornisa cantábrica en el siglo pasado.
A Doña Lola Fernández Lucio, Don Juan Benito Argüelles y el Doctor Manuel de la Sierra, que leyeron el manuscrito y colaboraron en la corrección del texto.
A Don Manuel Álvarez-Valdés, que igualmente leyó el manuscrito y sugirió algunos retoques.
A Don Nicanor Fernández, que en todo momento me ofreció su amplia y efusiva colaboración.»

A continuación figura una Presentación a cargo de Martín González del Valle y Herrero:

«Es ya agradable costumbre saludar todos los años, en estas fechas de inequívoco sabor navideño, el nacimiento de un libro auspiciado por la Fundación Hidroeléctrica del Cantábrico.
Y es también práctica acuñada que la temática del mismo se nutra en alguna fuente del Principado de Asturias, quien además de estar en nuestro origen, ha acompañado, y acompaña, el desarrollo del Grupo Cantábrico en su búsqueda de nuevas actividades y ampliación del ámbito geográfico de las mismas.
En esta ocasión el libro es una mirada sobre esta tierra, que tiene en la universalidad de sus gentes una de sus señas de identidad más acusadas, junto a una hospitalidad explícita de la que son testigos y propagandistas quienes han tenido la oportunidad de disfrutar de la misma, incluso en circunstancias y tiempos más difíciles, como ponen de manifiesto las páginas que siguen a continuación.
Y es que lejos de ser una mirada introspectiva, la pluma de Ignacio Gracia Noriega nos lleva, por medio de ilustres viajeros de siglos pasados, a un recorrido por la Asturias de la que somos deudores, a través de los ojos de tres ingleses, un flamenco y nuestro ilustrado D. Gaspar Melchor de Jovellanos.
Se da además la feliz circunstancia de que el primero de los capítulos, que aborda el recorrido del entonces jovencísimo Carlos I por el oriente de la región, coincide con la celebración del V centenario de su nacimiento.
Trata, pues este libro de cómo nos vieron personas provistas las unas del distanciamiento aconsejable para asegurar una razonable objetividad, y otra, Jovellanos, cuya pasión por su tierra en modo alguno supuso obstáculo para discernir las causas y posibles soluciones de los múltiples problemas que aquejaban a la Asturias de la época.
Todo ello lo recrea Gracia Noriega con una prosa espléndida, fruto no solo de sus más que probadas cualidades literarias, sino también de su calidad de viajero no al uso, sino de aquellos que, como los que aparecen recogidos en este libro, son capaces de acercarse a la realidad con ojos nuevos, ofreciéndonos así una panorámica distinta de aquello que creíamos, hasta entonces, sobradamente conocer.
Por último, señalar la satisfacción de haber podido contar con prólogo del Marqués de Tamarón, actual embajador de España en la corte de San Jaime, quien buen conocedor del género del libro de viajes nos regala unas preciosas páginas que tienen su contrapunto en el epílogo del muy ilustre historiador e hispanista Hugh Thomas. A ambos nuestra mayor gratitud y reconocimiento.»

Seguidamente aparece una Introducción a cargo del autor del libro:

«Diversos son los caminos de Asturias, y no siempre van acompañados de buena fama. Son ásperos, difíciles, recorren un país quebrado, donde las nevadas del invierno cierran los puertos altos durante buena parte del año. Casi ocho o nueve meses al año podían quedar aislados el abad y los canónigos del monasterio de Arbas, según Jovellanos. Y Townsend, cuando notó el otoño, se apresuró a regresar a la meseta, por no quedar aislado en el Principado. Asturias era, y tal vez lo siga siendo, que los adelantos no remedian sino en parte la geografía. Lugar apartado, oscuro, encajonado entre montañas y un mar gris y tormentoso: los "montes firmísimos" de que hablaba el obispo Pelayo, y el Cantábrico, que es en ocasiones mar poco complaciente. Pocos viajeros se acercaron por aquí, debido a las dificultades que presentaba el territorio: malos caminos, malas posadas, inclemencias meteorológicas, aprovisionamientos de deficientes. Nada más entrar en Asturias, Townsend descubre que no es fácil encontrar pan, vino o carne. En cambio, al venir de Galicia, Borrow respira aliviado, porque los asturianos no son ladrones, ni corre quien viaja por aquellos malos caminos peligro de ser maltratado. Si la fama de sus caminos y posadas es mala, la de las gentes que habitan esta tierra sirve de contrapeso. Sobre todo, se pondera la honradez de los asturianos. Algunas costumbres de estas gentes le recordaban a Townsend las de la antigua Inglaterra, lo que, viniendo de un sensato clérigo inglés, no es poco elogio. Y Borrow repite lo dicho por el posadero de Muros: el asturiano es buena compañía para un rey, y a menudo de mejor sangre.
No fueron muchos los viajeros que decidieron a recorrer Asturias hasta época relativamente reciente. Algunos vinieron aquí impulsados por la galerna, como Laurent Vital; otros, a vender biblias; otros, en fin, por curiosidad, como Townsend. Estos son, seguramente, los viajeros más importantes: Vital, que recorrió el oriente de la región, desde Villaviciosa al límite con la Montaña santanderina; Townsend, que anduvo la Asturias central, hasta la costa y vuelta; Borrow, que la recorrió de occidente a oriente, por la costa; Starkie, que reconstruyó el camino de los viejos peregrinos más devotos: quién va a Santiago y no al Salvador... Y, en fin, Jovellanos, viajero en su tierra, fervoroso asturiano, que fue quien más recorrió el Principado, y quien mejor lo hizo.»

Continúa un Prólogo de El Marqués de Tamarón:

«Todo viaje nos saca de nuestras casillas. El viajero, cualquier viajero, tiene que empezar por ahí: ha de salir de su casa para entrar en la ajena. Esa acción radical -tan radical que exige un desarraigo, por corto que sea- es el único rasgo común que tienen todos los viajes. Tanto quien se desplaza por gusto como quien lo hace por necesidades del oficio, el curioso como el guerrero, el conquistador, el misionero o el más modesto viajante de comercio, comienza por desplazarse, es decir por abandonar su plaza y salir de su casa o casilla, con intención de volver a ellas o incluso sin tal propósito. Aun el nómada más absoluto, alguien que jamás durmiese dos noches seguidas en el mismo lugar, tendría cada mañana que abandonar un vivaque que previamente había hecho suyo, dejar unos ruidos y formas y olores un poco familiares para echar a andar en busca de lo nuevo.
Esa es, pues, la esencia del viaje, la búsqueda de lo nuevo o al menos lo inhabitual. Esto último se aplica incluso al retorno a las propias fuentes: si se vuelve a ellas es porque antes se había uno alejado y había roto el hábito previo. No eran chicas las sorpresas que esperaban a Ulises en Ítaca y él debía de barruntarlo.
Tan sólo desde hace unos decenios, con la invención de ciertas formas del turismo moderno, puede pensarse que la esencia del viaje no sea ya siempre la misma que hace mil años. El turista de hoy no busca lo nuevo por conveniencia o por placer sino evitar lo nuevo o reducirlo al mínimo. Quiere comer lo mismo y hablar igual que en su barrio. El londinense que va a Benidorm lo único que quiere es que allí llueva menos y el vino sea más barato que en Londres. Al tener ambas cosas garantizadas, concentra su preocupación en que todo lo demás sea igual. Los transportes rápidos, el aire acondicionado y el basic English que se habla en los hoteles y tiendas ayudan a conseguirlo. Hace ya casi veinte años tuve que dar una conferencia a un grupo de jóvenes canadienses que se disponían a viajar a España, y al final les propuse que me hiciesen preguntas. La única fue para averiguar si en Madrid se encontraba Seven up. Les dije que sí y sus ojos claros, serenos, se iluminaron con el alivio de saber que no se verían obligados a un dé'paysement excesivo. Este tipo de viajero adocenado tan sólo busca exotismo precisamente allí donde es imposible encontrarlo, en el sórdido turismo sexual, como si en esas lides se hubiese inventado algo nuevo desde Calígula.
Todavía, sin embargo, muchos viajeros buscan lo nuevo, lo diferente en un mundo donde a las puertas del aeropuerto o del hotel empiezan más diferencias variopintas de lo que a veces creemos. Ocurre, además, que los buenos libros de viajes suelen estar escritos por gente con ojos que saben mirar, oídos que saben escuchar y pies que saben apartarse del camino más concurrido. Por tomar dos ejemplos egregios y recientes, ¿qué interés tendría un Viaje a la Alcarria si Cela la hubiese sobrevolado durante media hora en helicóptero en vez de pateársela? Y si Patrick Leigh Fermor hubiera volado en tres horas de Londres a Estambul en vez de recorrer el camino a pie durante tres años, huésped de pastores y barones en majadas y castillos, ¿quién leería ahora su relato? Los respectivos libros de estos dos soberbios estilistas literarios serían tan anémicos y aburridos como los de Azorín.
Los buenos libros de viaje no son más -y nada menos- que la narración del encuentro entre un viajero con curiosidad y una tierra con garra. Y los buenos estudios de la literatura de viajes requieren un estudioso con personalidad y a ser posible con manías, de lo contrario el libro resultante es una antología sosa y descafeinada. El viaje del Norte reúne las tres condiciones que lo hacen un libro ameno y memorable: los viajeros reseñados son todos curiosos (en el doble sentido de esta equívoca palabra), Asturias es una tierra con un perfil tan recio como sus peñascos y el autor de este estudio, mi viejo amigo José Ignacio Gracia Noriega, a quien Dios guarde muchos años, es un enciclopedista a la antigua usanza, o sea un hombre al que todo aquello donde posa sus ojos le produce simpatía o antipatía, nunca indiferencia, un sabio tierno e iracundo. Este libro no podía ser sino sugerente.
Lo esencial, Asturias, es un ingrediente inmejorable para un empeño de esta clase. Ahí tengo que discrepar de José Ignacio Gracia Noriega, que cree a veces que el Principado resulta país menos exótico a ojos de forastero que otras tierras de España. Para mí al menos no es así, como no lo era para mi bisabuelo Walter J. Buck, que aparece citado en este libro como coautor con Abel Chapman de España agreste y España inexplorada. La tradición oral que yo recibí de mi familia inglesa veía en Asturias la quintaesencia de lo romántico: aquellos riscos remotos poblados de osos, lobos y rebecos eran para ellos -sólidos burgueses con una gran pasión, la caza- algo tan exótico como el Coto Doñana, con sus linces, camellos asilvestrados y espejismos, en la otra punta de la península Ibérica. En Inglaterra no hay montañas dignas de ese nombre, por lo que las montañas ajenas, empezando por las Highlands escocesas y terminando con las cumbres del Himalaya, siempre han ejercido una poderosa fascinación romántica sobre los ingleses. Luego yo fui completando mi paisaje asturiano, al hilo de mis lecturas juveniles y mucho antes de visitar el Principado, poblándolo de iglesias románicas, dieciochescos hidalgos ilustrados, anarquistas aficionados al cartucho de dinamita, balleneros intrépidos y otras criaturas fabulosas. Lo más notable es que cuando empecé a conocer a asturianos de carne y hueso no me sentí defraudado por la realidad. La ironía asturiana era distinta de la ironía andaluza, más inescrutable o soñadora aquélla que ésta, como corresponde a un paisaje brumoso, pero el caso es que me atraía. Y luego, por fin, conocí de primera mano aquellas tierras tan exóticas y a la vez tan europeas que son las únicas que han dado lugar a un topónimo adjetivado con el nombre de nuestro continente: los Picos de Europa. Todo ello me cautivó y me sigue cautivando.
Así es que también comprendo a los viajeros comentados en este libro, hombres que se aventuraron por malos caminos y pobres posadas con los ojos bien abiertos y la pluma dispuesta a contar lo que veían. Algunos pasaron por allí por motivos prácticos de peso, como el primero tratado en estas páginas, aquel joven príncipe borgoñón que desembarcó en Villaviciosa -que no en Tazones, ojo a la polémica- allá por 1517 y que luego fue el hombre más poderoso de su tiempo, Carlos V. O como otro viajero importante por los caminos de este libro, George Borrow, que vino a España en el siglo XIX para sacar a nuestros mayores de las tinieblas del papismo vendiéndoles biblias. En Oviedo le gastaron un par de bromas, como en Sevilla dicen que le dijo un gitano aquello de: "Pero Don Jorgito, si yo no creo ni en la Religión Católica, que es la única verdadera, ¿cómo voy a creer en la de usted?". Gracia Noriega argumenta que Don Jorgito el de las biblias no era tan tonto como se ha dicho, y lo argumenta bien, pero de sus retratos se desprende que era más listo Townsend, otro inglés este del siglo , que paseó por Asturias su mirada curiosa y más tolerante de lo que algunos esperarían en un clérigo protestante. Claro que, como apunta José Ignacio Gracia, las cosas fueron a peor entre el siglo XVIII y el XIX.
Otros viajeros aquí reseñados, en fin, recorrieron Asturias por motivos coincidentes pero de diversa índole, cual es el caso del español más interesante de su época, Jovellanos, en quien es imposible separar la curiosidad teórica o gratuita de la curiosidad práctica o actuante. Bien mirado, tal vez sea esa la actitud más sana para el observador y para el país observado; ojalá en Asturias y en España hubiese habido más gente como Jovellanos, o las hubiese ahora.
A la postre, tanto en los libros de viajes como en los libros sobre libros de viajes, cual es éste, el elemento del paisaje que más destaca es el propio autor, lo quiera él o no. José Ignacio Gracia Noriega, como buen ilustrado asturiano, tiene gustos eclécticos que se transparentan en este Viaje del Norte. No hay más que ver cómo trata el Camino de Santiago, con su ramal a Oviedo pues "Quien va a Santiago / y no a San Salvador, / sirve al criado / y deja al Señor". El autor nunca cae en lo que C. S. Lewis llamaba el esnobismo cronológico, es decir el desprecio de lo viejo por el hecho de ser viejo. Sabe que los caminos que llevaban a Santiago de Compostela eran arterias que conformaban un organismo de gran vitalidad espiritual, cultural y económica. Sin ese trasiego por el Norte, siglo tras siglo, toda España sería hoy más ruin y más burda. El buen viajero, el que viaja sin imponer sus gustos, pero deja como regalo un poco de su alma, a cambio de lo mucho que la enriquece con lo que ve, es siempre un ilustrado a su manera.»

Y finaliza el libro con un Epílogo de Hugh Thomas:

«Debemos agradecer a José Ignacio Gracia Noriega el habernos proporcionado las memorias, y estudios de varios viajeros que han pasado por Asturias. En estas páginas de su nuevo libro encontramos a dos viejos amigos, tan distintos entre sí, como el joven emperador Carlos V (antes de que fuese Emperador, y quizá antes de que se convirtiera realmente en Carlos I) y George Borrow, Jovellanos y el reverendo Joseph Townsend y no digamos nada de Richard Ford y Walter Starkie, cabalgando todos a través de lugares conocidos por nosotros en el Principado de Asturias.
Algunos de los personajes (dramatis personae) de José Ignacio viajan desde Ribadeo hasta Luarca y Muros, paran en Oviedo y luego siguen viajando hasta Villaviciosa y Llanes: lo que es la experiencia asturiana total. En Oviedo, otros giran hacia el sur y emprenden viaje hacia León a través del puerto de Pajares, dejando las tierras románticas al oeste en el oriente los picos de Europa, e incluso Covadonga en la imaginación.
Se alojan en casas y buenas posadas, como aquella donde estuvo Jovellanos en Mieres, o en lugares descritos por curiosos compañeros de viaje, como el Mesón donde estuvo Borrow en Muros de Nalón. Hay algunas quejas. Borrow se enfadó cuando no pudo encontrar avellanas en Villaviciosa, cuando en su época era un pueblo conocido por sus exportaciones de aquél producto, sobre todo a Inglaterra. Vital, el cronista del viaje singular de Carlos V, considera a ese pueblo bastante deprimente, aunque le gustó Ribadesella.
Hay que señalar que todos estos viajes corresponden a una época clásica, anterior a la revolución industrial. No hay ningún rastro en estos capítulos (referidos a los siglos XVIII y XIX, y a antes -Carlos V que es el único viajero del siglo XVI con minuciosos datos históricos-) de nuestros propios días o, para ser preciso, del tiempo de nuestros padres.
No podemos, por tanto, imaginar de qué modo los personajes presentados aquí por José Ignacio, hubieran reaccionado ante los acontecimientos de los años treinta, a la revolución de 1934, su represión, la Guerra Civil y el largo periodo de paz que siguió bajo el mando del general Franco. ¿Algún guerrillero de los años cuarenta hizo constar o anotó su viaje desde una base secreta en Francia hasta las misteriosas montañas cerca de Mieres? ¿o lo hizo algún miembro de la Guardia Civil, quizá para satisfacer la sofisticada mirada de aquél curioso jefe de policía, Claudio Ramos, de quien he sabido a través del libro Clandestinos de Don José Ramón Gómez Fouz (al que le escribió el prólogo José Ignacio)?
Y pienso que algún día debo escribir los recuerdos de mis viajes por Asturias. Seguramente incluiré, como lo hicieron Starkie y Borrow, una visita a Muros de Nalón, pero, aunque, por supuesto, resaltaré la hospitalidad que recibí allí, también recordaré que en el año 1934 La Turquesa descargó su mercancía letal en un lugar cercano. Sin duda mencionaré una visita a Villaviciosa, pero no sólo tendré en la memoria al Emperador, sino también a la agradable estatua de la chica sonriente con un cesto de manzanas que está delante del encantador teatro. Probablemente iré a Grado, pero nunca me olvidaré del asombroso discurso que allí pronunció, en el balcón del ayuntamiento, Manuel Grossi, un líder del POUM en el que pronosticaba -no, mejor aún, prometía, también en 1934- la creación de un mundo totalmente nuevo. Un mundo comunista perfecto.
Viajaré a lugares remotos en las montañas y comeré el delicioso queso de los Oscos, y visitaré Tineo en día de mercado, lugares que los viajeros que circulan por este libro nunca conocieron. Finalmente, seré feliz en Llanes, a donde espero volver a contemplar las sirenas sobre la ventana de una casa antigua, de camino al mejor bar taurino.
Y si me critican por ser un romántico que tarda cinco días en hacer un viaje que se puede recorrer en uno solo, sabré que en compensación habré estado en la excelente compañía de los amigos del autor de este libro.»

 

Índice

Agradecimientos, 6
Presentación, 11
Introducción, 13
Prólogo, 15

El viaje del futuro rey, 21
El último viaje del Emperador, 21
Preparativos del viaje, 25
Advertencia, 27
El viaje, 35
Los bufones, 41
Última etapa en Asturias, 47
Toros y vino, 51
Los asturianos, 55
Bibliografía sobre Laurent Vita, 61

El clérigo observador, 63
Viajeros ingleses por Asturias, 63
El viajero, 71
El viaje por Asturias, 77
Clima, 92
La sidra y las avellanas, 95
Asturias e Inglaterra, 100
Algunas posiciones sobre economía, 103
Bibliografía sobre Joseph Townsend, 105

El vendedor de biblias, 107
Resumen del viaje asturiano de Borrow, 107
La Biblia de Borrow, 117
Críticas, mistificaciones y tomaduras de pelo, 119
El carácter asturiano, 121
La guerra carlista, 125
La expedición de Gómez, 128
Recapitulación: Townsend y Borrow, 134
Consideración de George Borrow como escritor, 140
Bibliografía sobre George Borrow, 145

Al norte de la vía láctea, 147
Hacia Santiago de Compostela, 147
El apóstol Santiago, 151
El "Codex Calistinus", 156
Quien va a Santiago, 162
Walter Starkie,170
La visita del Señor, 173
Excurso gastronómico, 192
Bibliografía sobre el Camino de Santiago, 197

El viajero en su tierra, 199
Jovellanos o el viajero, 199
Actualidad de Jovellanos, 204
La delincuencia, 208
Vida y obra de D. Antonio Ponz, 210
Las Cartas de Viaje, 215
De León a Oviedo, 217
Los últimos viajes, 226
La literatura de Jovellanos, 231
Bibliografía sobre Jovellanos, 236

Epílogo, por Hugh Thomas, 237
Notas, 240