Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Ignacio Gracia Noriega, Doce asturianos


José Ignacio Gracia Noriega

Alfonso II el Casto,
Oviedo como Toledo

El Reino asturiano, en sus orígenes, fue un reino nómada, establecido primero en Cangas de Onís, a la sombra tutelar de Covadonga y que se desplazó, conforme las necesidades políticas y militares lo exigían, hacia la parte central de Asturias, hacia el río Nalón. Es, pues, una monarquía que se desarrolla entre las montañas y el río más característicos de la región, entre los Picos de Europa y el Nalón. Los primeros reyes de Cangas de Onís (Pelayo, Favila) mantienen una política defensiva, aislados entre las montañas; con Alfonso I de la actitud defensiva se pasa a la ofensiva, llevando la guerra a los musulmanes más allá de las montañas, consolidándose de este modo el Reino de Asturias, y bajo el reinado de Fruela, «de ásperas costumbres», según la «Crónica Albeldense», Máximo y sus gentes, a quienes luego se suma su tío, el abad Fromistano, se establecen en el gran valle central de Asturias, donde fundan Oviedo. Después del asesinato de Fruela, sus sucesores se alejan de Cangas de Onís, como si la sangre del rey pesara sobre la primera sede. Aurelio se asoma al curso medio del río Nalón (su nombre permanece apellidando al concejo de San Martín, lo que no deja de ser una supervivencia curiosa, ya que las crónicas apenas se ocupan de él) y su sucesor, Silo, «estableció el trono de su reino en Pravia», en los valles bajos del río. Después de los reinados poco destacados del usurpador Mauregato y de Bermudo I, ciñe al fin la corona Alfonso II, quien traslada la Corte a Oviedo. En Oviedo puede decirse que el Reino de Asturias, hasta entonces errático y balbuceante, alcanza la mayoría de edad. «El reino cristiano comienza teniendo su sede en Oviedo, ciudad engrandecida por Alfonso II, por Ramiro I y por Alfonso III, con basílicas, palacios, baños, triclinios y pretorios "como no había iguales en toda España", según frase del mismo Alfonso III –escribe Ramón Menéndez Pidal–. Estos reyes querían que Oviedo emulase con la perdida Toledo, y Alfonso II copió en la capital asturiana toda la organización visigoda, tal como había existido en la ciudad del Tajo. Pero no era la antigua corte visigoda el único foco de influencias; Alfonso II se dejó atraer mucho por el brillo de la corte de Carlomagno y aun parece que estuvo casado con una princesa franca; en la corte ovetense aparece el "comes palatii", cargo de abolengo ultrapirenaico y, por otra parte, el español Teodulfo, obispo de Orleans, contribuía poderosamente al renacimiento carolingio».

Aparte de que el matrimonio de Alfonso II con una hermana de Carlomagno es pura leyenda (ya que él era casto), las relaciones con el reino de los francos fueron corrientes y efectivas, y después de la toma de Lisboa a los árabes, Alfonso envía el invierno de 798 dos embajadores, Basiliscus y Fruela, a Aquisgrán, portando ricos trofeos de guerra. Anteriormente, durante el reinado de Silo, Beato de Liébana, había hecho causa común con Carlomagno en el desenmascaramiento de la herejía adopcionista, no sólo reprobable por herejía, sino por ser conciliadora con el Islam, y mantuvo correspondencia con Alcuino, el monje inglés que arbitraba en materia cultural en la corte franca.

Alfonso II, hijo de Fruela, fue un personaje por muchos motivos excepcional. Aunque algunos insinúan que pudo haber nacido en Oviedo, lo normal es que lo haya hecho en Cangas de Onís, donde estaba establecida la Corte. Un rey no lleva a su reina embarazada a dar a luz a un lugar donde apenas habría nada y que todavía estaban desbrozando unos animosos colonos. Fruela es asesinado por una conspiración de nobles («fue muerto por los suyos», según la versión Rotense) el año 768. Imaginemos que hubiera podido reinar en minoría de edad: habría sido el rey de más largo reinado de la historia, de 768 a 842. Pero los nobles que asesinaron a su padre hicieron cuanto estuvo en sus manos para alejarle del trono, temiendo su venganza. Al fin, su tía Adosinda, una de las mujeres de la monarquía asturiana con verdadera personalidad, al quedar viuda de Silo, determinó que le sucediera Alfonso, el legítimo heredero; pero los nobles se revolvieron y, «por una acto de tiranía», el usurpador Mauregato, el rey pintado con tintas más sombrías por las crónicas, ocupó el trono, por lo que Alfonso hubo de huir a tierra de vascones, entre los que tenía parentela, por la parte de su madre, la reina Munia. A la muerte de Mauregato sin hijos fue necesario ir a buscar al clérigo Bermudo, sobrino de Alfonso I y hermano de Aurelio para que reinara, y al cabo de tres años renunció a la corona en beneficio de Alfonso, el año 791, para regresar él a ocupaciones más pacíficas y sosegadas. Pero aún de este modo, los nobles no dejaron de conspirar contra Alfonso, derrocándole, por otro «acto de tiranía», el décimoprimer año de su reinado y confinándole en el monasterio de Abelania, de donde fue rescatado por Teuda y otros fieles partidarios que le restituyeron al trono de Oviedo.

En la persona de Alfonso II se aprecian diferentes aspectos: fue rey guerrero, rey político, rey diplomático (que prestó atención a lo que pudiéramos llamar las «relaciones internacionales») y rey constructor: «En Oviedo edificó admirablemente con piedra y cal el templo del Salvador con altares a los doce apóstoles. Construyó un templo a Santa María con tres altares. Levantó una basílica de admirable fábrica a San Tirso, cimentada sobre muchas piedras angulares. Todas estas casas, con columnas y arcos, las ornamentó diligentemente con oro y plata. Igualmente decoró el palacio real con diversas pinturas. E instituyó en Oviedo, en todo, tanto en la Iglesia como en el palacio, el orden que los godos habían tenido en Toledo», enumera la «Crónica Albeldense». La frase «Onmenque gotorum ordinem sicuti Toletu fuerat, tam in ecclesia quam palatio in Oveto cuncta statuit», expresa todo un programa. Según escribe José Antonio Maravall: «Es al llegar el reinado de Alfonso II cuando nuestra "Crónica" anuncia plenamente ese programa de goticismo que va a sobrevivir durante toda nuestra Edad Media y a orientar positivamente su acción secular. Alfonso II venció a los sarracenos, sojuzgó a los tiranos, edificó templos, restauró el culto, dejó obras de arte admirables que aplicó no sólo a los templos, sino a su propio palacio real. El hecho de que se hable de un palacio real nos dice, más que ninguna otra cosa, la decisiva restauración política que se llevó a cabo». De manera que Alfonso II, mirando hacia el pasado, hacia Toledo, hacia el desvanecido reino de los godos, dio un paso hacia adelante formidable y gigantesco.

Alfonso II era muy niño a la muerte de su padre. Según una leyenda, pasó el resto de su infancia recluido en el monasterio de Samos, en Galicia, pero, protegido por su tía Adosinda, desempeñó el gobierno del palacio durante el reinado de Silo: en consecuencia, había adquirido amplia y excelente experiencia de gobierno antes de reinar. Al comienzo de su reinado, un ejército cordobés destruyó Oviedo el año 794; pero Alfonso derrota a los caldeos en la batalla de Lutos, y al año siguiente, aunque con apuros, consigue que se retiren por el puerto de La Mesa. A partir de entonces, los moros sólo volverán a Asturias para vender alfombras. En una de sus campañas reconquistadoras llegó hasta Lisboa, que saqueó, y posteriormente derrotó a un renegado forajido llamado Mahomad, que se había hecho fuerte en Galicia, y le dio muerte. Y al cabo de 51 años de reinado, «sin esposa, tras castísima vida, transitó el reino de la tierra al reino del cielo con toda paz y en paz».

No fue Alfonso II el único rey de Asturias que muere sin hijos: tampoco los tuvieron Aurelio, Silo y Mauregato. En esto, la monarquía asturiana recuerda un poco a la genealogía de Jesús, que en muchas ocasiones está a punto de interrumpirse por falta de descendencia.

La Nueva España · 16 de agosto de 2005