Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Ignacio Gracia Noriega, Doce asturianos


José Ignacio Gracia Noriega

El conde de Campomanes,
un reformista de amplio aliento

Campomanes fue uno de los individuos más influyentes de su época, y uno de los asturianos que ocupó los cargos más elevados del gobierno: entre ellos el de gobernador del Consejo de Castilla, que corresponde, sobre poco más o menos, al de presidente del Consejo de Ministros en la actualidad. De él afirmó Jovellanos que «más que un hijo, fue un padre para Asturias». Según Manuel Jesús González, quien le califica de «trabajador ciclópeo», era hombre de variadas actividades y, como ilustrado, «siempre compaginó su carrera de hombre de Estado con el estudio y la investigación, llegando a ser un destacado erudito, dirigió la Academia de la Historia durante treinta años. Contribuyó decisivamente a la modernización del reino introduciendo o impulsando numerosos cambios, como la mejora de las infraestructuras, el comercio con las Indias...». También puso en marcha las Sociedades Económicas de Amigos del País, entre otras, la de Asturias. Manuel Jesús González entiende que las reformas de amplio aliento de Campomanes hubieran alcanzado para España un régimen de libertades tempranamente y sin mayores problemas, pero esta posibilidad se desvaneció con la Revolución Francesa primero, y con la invasión napoleónica más tarde. Al predominar los planteamientos revolucionarios sobre los reformistas, resulta lógico que los reaccionarios endurecieran sus posiciones y lo que hubiera podido ser un siglo vivido de otro modo, el XIX, fue un siglo anárquico, de intentonas revolucionarias, respuestas retrógradas y guerras civiles; y nada digamos de los primeros años del siglo XX, el más atroz de cuantos conoció la humanidad. De manera especial se preocupó por la educación de sus compatriotas. Trabajaba en «la sala de máquinas», como dice González, y todos los asuntos importantes que se planteaban en el reino pasaban por sus manos.

Su nombre civil era Pedro Rodríguez Campomanes, y nació en la aldea de Santa Eulalia de Sorribas, en tierras de Tineo, el 1 de julio de 1723, en el seno de una familia hidalga, de campesinos acomodados. Desde sus primeros años debió mostrarse como inteligente y avisado, lo que justifica que sus padres hayan hecho lo que estuvo en sus manos para sacarle de la rutina de la labranza. A esto contribuyó que su tío materno Pedro Pérez fuera canónigo de la colegiata de Santillana del Mar: a su lado, el pequeño Pedro, que había perdido a su padre cuando contaba 7 años de edad, se inició en los estudios del latín y de las humanidades, que sin el latín son imposibles; llegó a traducir a Justiniano y a Ovidio con tan sólo 15 años, por estas fechas dominaba la complicada terminología y la exacta mecánica de la filosofía escolástica. Regresa a Asturias para continuar sus estudios en el monasterio de Corias, mas por poco tiempo: como tantos otros asturianos ilustres, abandona su tierra natural apenas en la adolescencia para ya no regresar, al menos de manera definitiva. Y marcha a la ciudad de Sevilla, como hicieron numerosos asturianos, sobre todo de aquella época, aunque, en su caso, su estancia en la ciudad andaluza se explica porque un hermano suyo residía en ella. En Sevilla sigue los estudios de Derecho y tuvo como profesor al abogado Juan José Ortiz, el cual tenía un bufete en Madrid y en 1742 le lleva como pasante a la capital. Otro abogado, Miguel Cirel, patrocina sus primeros pasos en el ejercicio de la abogacía. A los 23 años es abogado de los Reales Consejos, mas no por ello deja de estudiar, principalmente lenguas: además del latín llegó a dominar la francesa y la italiana, y se había iniciado en el conocimiento de la arábiga con el orientalista Miguel Casiri y de de la griega con José Carbonel. En el año 1747 publica una notable obra histórica que aún leen en la actualidad los aficionados a la historia con cierta mezcla de esoterismo: «Disertaciones históricas del orden y caballería de los Templarios». Naturalmente, Campomanes no coquetea con el esoterismo y con la historia fantástica en esta obra rigurosa, mas en nuestro tiempo se asocia a los templarios con cuestiones novelescas y misteriosas. Por el mérito de esta obra, Campomanes ingresa en la Academia de la Historia al año siguiente, y queda vinculado a la institución por el resto de su vida. Uno de sus primeros trabajos como académico consistió en cotejar antiguos códices de la biblioteca de El Escorial. Refiriéndose a esta época de su vida, escribe Santos Coronas en el prólogo a sus «Escritos regalistas»: «Por estos años centrales del siglo, Campomanes es ya un abogado de singular crédito que lleva los asuntos de algunas principales casas nobiliarias, así como de importantes instituciones eclesiásticas civiles. Siguiendo los pasos de sus maestros, José Ortiz de Amaya, erudito conocedor del derecho patrio cuyas enseñanzas, como catedrático de Prima de Leyes que fuera de la Universidad de Sevilla, deseaba ver incorporadas a la Facultad con cátedras independientes de las civiles y romanas, y de Miguel Cirel, abogado aragonés con el que acabó por completar su formación en los derechos nacionales, dio a la imprenta diversas alegaciones en puntos canónicos, competencias, pleitos de mayorazgos y aniversarios, fideicomisos de la Corona de Aragón, materias de regalías y diezmos secularizados que acabaron por abrirle las puertas de las grandes casas y dignidades: abogado de cámara de los condes de Benavente y Miranda; de los de la dignidad arzobispal de Toledo... Son años de intensa actividad en los que, al estilo de los humanistas, cuyo método alaba, combina la jurisprudencia con la erudición histórica». No descuida la puesta al día en otros ámbitos intelectuales, ni las relaciones con personas cultivadas, asistiendo de manera asidua a la tertulia que, a modo de «academia libre», tenía lugar en la celda del benedictino P. Sarmiento.

Por aquel tiempo, las celdas benedictinas eran focos de cultura; recordemos la de Feijoo en Oviedo.

Inevitablemente, este abogado de éxito con profundos intereses intelectuales les había de derivar sin tardar mucho hacia la dedicación política. Sus «Reflexiones sobre la jurisprudencia en España y ensayo para reformar sus abusos» y el «Bosquejo de política económica española delineado sobre el estado presente de sus intereses» llaman la atención del ministro Wall, el plagiario de la obra de Campillo, que le ofrece el cargo de asesor general de la Renta de Correos y Postas del reino. Poco más tarde es nombrado asesor de la Real Casa de Hospicios y censor público de libros. Y como «trabajador ciclópeo» que era, no descuida la ocupación de historiador, publicando «Antigüedad marítima de la República de Cartago», o el planteamiento de cuestiones fiscales en «Memorial del Principado de Asturias».

En tanto, su carrera se acelera con la subida al trono de Carlos III: en 1760 es nombrado ministro togado del Ministerio de Hacienda, y en 1762, fiscal de lo civil del Consejo Real y Supremo de Castilla. Desde este alto cargo, emprende sus reformas, siendo el autor del «Tratado de la regalía en España». «Obra de alto vuelo doctrinal», según Coronas, plantea, a propósito de las regalías, los derechos de la Corona frente a Roma. A raíz de la «Alegación» redactada en 1767, se sigue la expulsión de los jesuitas, por la que Voltaire hizo los grandes elogios de Aranda; pero, a la caída de Aranda, Campomanes refuerza su posición con la subida de Floridablanca. Presidente de la Academia de la Historia, que, según Joseph Townsend, había convertido en su segundo hogar, en 1780 Carlos III le concede el título de conde de Campomanes, y el 31 de octubre de 1783 le nombra gobernador del Consejo de Castilla: la máxima autoridad del Estado, que desempeña hasta 1791. A Townsend, que le trató en esta época de máximo poder, le causó, al principio, mala impresión, aunque en seguida rectifica, para dejar sobre él una opinión excelente. Con Carlos IV, Campomanes no conserva el poder, aunque sí el prestigio y los privilegios. Murió en Madrid, el 3 de febrero de 1802.

La Nueva España · 19 de agosto de 2005