José Ignacio Gracia Noriega
Leopoldo Alas,
la novela y la crítica
A mediados de los años sesenta del pasado siglo, siendo yo directivo del Ateneo ovetense, se hicieron gestiones para que viniera a dar una conferencia a Oviedo José Donoso, novelista chileno de aquella muy conocido y hoy bastante olvidado. La celebridad literaria me contestó con una carta que todavía conservo, llena de exabruptos contra la literatura española en general y la novela decimonónica en particular, pero por la que, de paso, aceptaba encantando la invitación de venir a Oviedo, por ser el escenario de «La Regenta», la única novela española digna de ser considerada como tal. Por aquellos años, «Clarín» no gozaba de tanto prestigio como ahora, pero tampoco se puede decir que fuera un clandestino, como se ha pretendido. Se habían publicado ya las ediciones (de lujo) de Martínez Cachero y de Juan Antonio Cabezas de «La Regenta», y, comenzaba a tener un asombroso éxito su edición barata en Alianza Editorial. Pero que un chileno cosmopolita (a la par, tanto más o menos como un argentino) destacara «La Regenta» de tal modo (con evidente desprecio de Pérez Galdós y Valera, mucho más novelistas que «Clarín», y mejores prosistas, sobre todo Valera), era señal de que algo muy favorable a esta novela estaba sucediendo.
A «Clarín», en los años cincuenta y sesenta, se le consideraba un perseguido por la censura franquista, la saña clerical y el resentimiento de la «levítica ciudad». Nada de ello es exacto: que fuera «mal visto» por algunos retrógrados que ni siquiera se habían tomado la molestia de hojear (y ojear) la novela, no significa que fuera un perseguido político. Pero se intentaba presentar a «Clarín» como un adalid del izquierdismo, del krausismo, del republicanismo y del anticlericalismo, más «progre», que un «progre» de carné. Tampoco es exacto. No se quería entonces admitir que las posiciones radicales (siempre dentro de un orden) del novelista fueron evolucionando hacia otras más moderadas, e incluso reaccionarias, si se tiene en cuenta el parecer de hoy en día, dadas su suspicacia hacia la democracia («La democracia niveladora, aspirando al monótono imperio de las medianías iguales, la democracia mal entendida...», escribe en su artículo sobre José Enrique Rodó), su espiritualismo final y su patriotismo español de todo momento. De manera que si «Clarín» estuvo arrinconado durante muchos años y al cabo olvidado, no obedeció enteramente a motivos políticos y sociales o a la venganza de los curas. Yo creo que «Clarín» hubiera podido decir, como Stendhal, que sería apreciado como escritor al cabo de setenta u ochenta años, aunque «Clarín» no sea Stendhal, ni mucho menos, lamentablemente (para «Clarín»); como así sucedió. Como le sucedió a tantos otros escritores, fue relegado a comienzos del siglo XX. Por aquella época triunfaba Armando Palacio Valdés como novelista, y es preciso reconocer que el público sin complicaciones de don Armando, tan luminoso y fácil, seguramente se sentiría desalentado ante un novelón tan espeso como «La Regenta». Ni siquiera durante una etapa tan «progresista» como la de la segunda república se hizo ningún intento por rescatar esa novela. Su crítica literaria, por otra parte, es efímera, ya que fueron efímeros la mayoría de los autores de que se ocupaba. Y el volumen de «La Regenta» y su general aceptación reciente evita que otras novelas cortas, acaso de mayor mérito, como «Doña Berta», o «Superchería» que hubiera podido ser un relato a la manera de Henry James de no ser por cierta zafiedad narrativa clariniana, sean estimadas en lo que valen. Por caso sorprendente en la historia literaria (otro caso es el de «Moby Dick», de Herman Melville), en medio siglo, «La Regenta» pasa de ser una novela menospreciada a ser considerada como la mejor novela española después de «El Quijote». Ni lo uno, ni lo otro. Como dicen en México: «Ni tanto que queme el santo, ni tanto que no lo alumbre».
De los personajes incluidos en esta serie, «Clarín» es el único que no ha nacido en Asturias; pero no por ello deja de ser asturiano. Ya hemos hecho notar, anteriormente, que el nacimiento es un accidente. Benito Pérez Galdós observa en su prólogo a «La Regenta», de 1901, que existe una íntima conexión entre el autor y la ciudad donde desarrolla su novela: conexión que no ha sido discutida por nadie, entre la legión de críticos que escribieron sobre ella. Vetusta es el gran personaje de «La Regenta», más personaje incluso que don Fermín de Pas: «Desarróllase la acción de "La Regenta" en la ciudad que bien podríamos llamar patria de su autor, aunque no nació en ella, pues en Vetusta tiene "Clarín" sus raíces atávicas y en Vetusta moran todos sus afectos, así los que están sepultados como los que risueños y alegres viven, brindando esperanzas –escribe Pérez Galdós–, en Vetusta ha transcurrido la mayor parte de su existencia; allí se inició su vocación literaria; en aquella soledad melancólica y apacible aprendió lo mucho que sabe en cosas literarias y filosóficas; allí estuvieron sus maestros; allí están sus discípulos».
Leopoldo Alas nació el 25 de abril de 1852 en Zamora, donde su padre era gobernador civil, y hasta el verano de 1859 no regresan los padres a Oviedo, la ciudad a la que el nombre del futuro autor quedará vinculada para siempre; mas esta primera estancia es por poco tiempo. «Sólo unos quince días permanece en Oviedo la familia de "Clarín" –escribe Juan Antonio Cabezas–. Don Jenaro (su padre), cansado de esa farsa que es siempre la política, ansiaba un poco de verdad y de libertad, puras y sin retóricas. Por eso volvía a pasar el verano a la querencia de sus valles marineros, de sus prados de Guimarán. A fines de julio está la familia instalada en la casa solariega de Carreño. Estos primeros días de estancia en la tierra de sus antepasados son de una grata y profunda emoción para el niño Leopoldo, que va a cumplir nueve años. Además, logra uno de sus grandes anhelos de adolescente soñador: ver el mar. Su padre lo acompañará un día hasta Candás, para que pueda contemplarlo a su gusto».
Cursó el bachillerato en Oviedo, y al tiempo que estudia obteniendo buenas notas, empieza a escribir (y a ver publicados) versos y epigramas. Concluye la carrera de Derecho en dos años, graduándose en 1871, y seguidamente marcha a Madrid para seguir los estudios de doctorado. Y se abre otro período mesetario para Alas, que entra en contacto con aquella gran pesadez y gran camelo denominados krausismo en las cátedras de Salmerón y Camus, a la que se acercó, según confesión propia, «como un creyente a la Meca». Por fortuna para él, no tardará en desarrollar sentido crítico, no sólo para vapulear a poetastros de tres al cuarto, sino hacia el krausismo. En Madrid colabora en «El Solfeo», en cuyas páginas empieza a aparecer el pseudónimo de «Clarín». De manera que si a Leopoldo Alas le nacieron en Zamora, «Clarín» nació en Madrid. En 1878 se doctora con una tesis sobre «El Derecho y la moralidad», que es, al tiempo, su primer libro publicado. En 1881 oposita a la cátedra de Economía en la Universidad de Salamanca, pero aunque obtiene el primer lugar de la terna, la cátedra se le adjudica al número dos. Al año siguiente es nombrado catedrático de Economía en la Universidad de Zaragoza, pero pronto consigue el traslado a la de Oviedo, para explicar Derecho Romano. A partir de entonces, «Clarín» y Oviedo serán inseparables (salvo ocasionales escapadas a Madrid), y entre la cátedra, los artículos, el casino y el billar, van transcurriendo los días y los años; incluso interviene en política, siendo jefe del partido de Castelar en Asturias y concejal del Ayuntamiento de Oviedo en 1887. Cada día va haciéndose más provinciano y, por tanto, más universal. «sus temas eran el amor platónico, lo que pudo ser y no fue, lo que se marchita y decolora, una voz ronca...», señala Fernando Vela. Murió en la recién estrenada casita de la Fuente del Prado, el 13 de junio de 1901. Su vida casi no da para biografía, por lo que, como escribió Cabezas, «la única auténtica biografía de "Clarín" sería una autobiografía».
La Nueva España · 24 de agosto de 2005