Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Ignacio Gracia Noriega, Doce asturianos


José Ignacio Gracia Noriega

Ramón Pérez de Ayala,
proyecto de cosmopolita
y novelista de Oviedo

Si Clarín es el «provinciano universal», Ramón Pérez de Ayala reúne en su persona y actitudes, con bastante eficacia, esos dos rasgos distintivos del asturiano de ley, el provincianismo (y en su caso, más exactamente, el localismo) aunado con el universalismo, que es de estirpe superior al cosmopolitismo, que se queda en un universalismo que no va más allá de la agencia de viajes y de los hoteles internacionales. Pérez de Ayala, en sus novelas, no va más allá de Pilares, de Canciella y del valle de Congosto, capital Reicastro, y de Madrid, que es la meta de todo provinciano, como la de un argentino es París, en «Troteras y danzaderas». Entendiendo bien este rasgo, el gran crítico alemán Ernest Robert Curtius escribe, en sus «Ensayos críticos acerca de la literatura europea», que «al lector superficial las novelas de Pérez de Ayala pueden parecerle productos de un regionalismo literario; pero, en realidad, Pilares no es más que la localización casual de su existencia, desde la cual abarca con clara mirada el conjunto de la naturaleza y de la vida. Esta patria asturiana del escritor, con sus cumbres rocosas y verdes valles, con sus antiguas y adormecidas ciudades, linda, sin embargo, con el mar del mundo, y su rugido es perceptible en sus páginas como la voz de una fuerza elemental. Pilares o Congosto son algo más que unas ciudades provincianas pintorescas o arcaicas, son también algo más que «el ombligo del mundo», que es como las conciben los políticos de campanario y los intelectuales de café que en ellas residen: son símbolos universales de la vida del hombre en la tierra, esta vida que puede convertir en infierno o en paraíso tanto los escenarios franconianos de Jean-Paul como los asturianos de Pérez de Ayala». En esta fusión de localismo y universalismo, Curtius señala que «la imaginaria Pilares, una ciudad de provincia del norte de España, en la obra total de Pérez de Ayala posee la misma significación central que Dublín en la obra de Joyce».

Entre Ramón Pérez de Ayala y James Joyce, aunque sean de grado muy distintos sus respectivas categorías y significaciones literarias, existen coincidencias evidentes: ambos pertenecían a familias burguesas, ambos estudiaron con los jesuitas, de los que recibieron una buena preparación clásica; ambos abandonaron sus ciudades de nacimiento muy pronto, para no regresar a ellas, aunque, en el aspecto literario, Dublín jamás abandonó a Joyce, como Oviedo no abandonó a Pérez de Ayala, de quien fue una constante referencia y un vivo recuerdo. Cuando, durante su exilio en Argentina, le encargan escribir un prólogo a tres novelas cortas de Clarín, Pérez de Ayala evoca con nostalgia su etapa de estudiante en la Universidad de Oviedo, en la que se produjo un hecho revolucionario trascendental: los catedráticos dejaron de usar almadreñas para calzar chanclos Boston. Ayala, alejado de Asturias físicamente, siempre estuvo ligado a ella sentimental e intelectualmente, y en «lugar asturiano» reúne páginas muy hermosas, que patentizan un asturianismo de excelente ley.

Pérez de Ayala es un escritor extraño, ya que cierra su obra narrativa (por la que en su tiempo era más conocido) demasiado pronto. Publica sus novelas entre 1907 («Tinieblas en las cumbres») y 1929 («La revolución sentimental»), retirándose con esta narración del género narrativo. Tampoco vuelve a mirar hacia la Academia de la Lengua, de la que era miembro. A partir de entonces se dedica a asuntos públicos, a la política y a la diplomacia, y escribe preferentemente ensayos: género que se adecuaba mejor a su estilo pulido, artificioso, irónico, arcaizante, levemente humorístico, que se burla de sí mismo, que el género narrativo, muchas veces interrumpido por largos excursos o digresiones, a modo de expresiones ensayísticas intercaladas, que unas veces dispersan y otras detienen la acción. Como ensayista, Pérez de Ayala se manifiesta como uno de los escritores españoles más cultos de su tiempo.

Ramón Pérez de Ayala nació en Oviedo el 9 de agosto de 1880. Su padre era comerciante y banquero, y su quiebra, más adelante, constituyó una tragedia literal para la familia. Curiosamente, sus estudios secundarios se realizan fuera de Oviedo y siempre con jesuitas: primero en Carrión de los Condes y más tarde en Gijón. Julio Cejador, por entonces jesuita, le recuerda como «un artista y un extraordinario ingenio desde chiquitín». No obstante, Ayala no debió sentirse a gusto con los secuaces de San Ignacio, a quienes dedica una novela bastante adversa, «A. M. D. G.», del mismo modo que James Joyce arregla cuentas con la misma orden o, como ellos prefieren decir, compañía, en «El artista adolescente». Sin embargo, muchos años después, reivindica a los jesuitas expulsados por Carlos III, en un célebre ensayo incluido en «Nuestro Séneca».

Los estudios universitarios, de Derecho, los realiza en Oviedo. Aquellos años que le correspondieron permanecer en ella fueron los mejores de la Universidad de Oviedo, los de Clarín, Aramburu, Álvarez Buylla, Altamira, Canella... Sin embargo, Pérez de Ayala, como era habitual entre los señoritos españoles hasta época reciente (¡es prodigiosa la cantidad de veces que aparece la palabra «señorito» en sus primeras obras!), nunca abrigó el proyecto de ejercer como abogado. Como tanteo, publica su primer artículo, de crítica literaria, en el diario ovetense «El Progreso de Asturias», y funda en Oviedo con otros dos estudiantes, Benito Álvarez Buylla y Román Álvarez, el periódico satírico «Leño», que no tardó en prohibir el gobernador civil. Por aquel entonces empezaban a manifestarse el localista y el cosmopolita: salía de Oviedo lo mismo para ir a Noreña que para ir a Londres.

En Londres recibe la fatal noticia de la quiebra y suicidio de su padre. Regresa de allá luciendo chalecos de fantasía, abrigos de lord y sombreros fastuosos, pero Juan Ramón Jiménez, que las veía (y los veía) venir, le describe con un horrible traje de carbonero asturiano. En 1904 estrena en el teatro Campoamor de Oviedo una adaptación de «La intrusa», de Maurice Maeterlinck (obra que inspiraría, según parece, «La dama del alba», de Casona) y en 1904, su primer libro, un volumen de poesías, «La paz del sendero», en el que aplica procedimientos modernistas para la evocación de la tierra asturiana. En 1907 aparece su primera novela, «Tinieblas en las cumbres», para la que emplea el seudónimo de Plotino Cuevas.

Poco a poco Pérez de Ayala va abriéndose paso como escritor en Madrid, aunque reconoce que sus novelas le producen muy poca ganancia, circunstancia habitual que le obliga a colaborar de modo asiduo en la prensa diaria, gracias a lo cual puede vivir pasablemente y hasta comprarle algún juguete a su hijo. Hombre de ideas liberales, toma partido por los aliados durante la Gran Guerra, lo que es motivo para que sea invitado, junto a otros intelectuales españoles igualmente favorables (Ramón del Valle Inclán, Azorín, Manuel Azaña, etcétera), a visitar los frentes de guerra: de su estancia en los de Italia surge el libro «Hermann Encadenado». A esta época se remonta su amistad con Clemenceau, a quien inició en las delicias de la degustación del queso de Cabrales, reconociendo el «Tigre» que se trataba de un queso digno de figurar al lado de los grandes quesos azules y franceses.

Poco a poco va acercándose a la política, militando en el Partido Reformista de su paisano Melquíades Álvarez, y después de ser vicepresidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1930 (por aquellos días, se conspiraba en todas partes), constituye con José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón la asociación «Al servicio de la República» (una República, obviamente, moderada). Esta república (que muy pronto dejó de ser moderada) le nombra director del Museo del Prado, y poco después embajador en Londres, sin que renunciara a la dirección del museo. Hábil navegante en el oscuro mar de la política republicana, consiguió mantenerse en la Embajada de Londres hasta el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936. Al comienzo de la guerra civil se exilia a París: era natural que un liberal como él no aprobara la política y los desmanes de la conjunción de socialistas y separatistas. Juzgando Ayala sensatamente que Europa era plaza poco segura, con los soviéticos en Rusia acechando tanto como los nacionalsocialistas en Alemania, se exilia a Lima primero y a Argentina después, regresando a Madrid en 1954. En Madrid muere en 1962. Durante este tiempo fue un republicano que colaboró en la tercera de «ABC».

La Nueva España · 25 de agosto de 2005