José Ignacio Gracia Noriega
Nacidos fuera de Asturias
El asturiano nacido fuera de Asturias más conocido es Leopoldo Alas «Clarín», a quien, como es sabido, «nacieron en Zamora»; sin embargo, nadie duda a la hora de calificarle como asturiano, y aún más, como ovetense. Pero en otros casos sucede al contrario. Observa José María Martínez Cachero en la nota preliminar al tomo V de «Escritores y artistas asturianos», de Constantino Suárez, que otros en iguales circunstancias están ausentes de esa obra monumental, y cita, a este propósito, a Gumersindo Laverde, nacido en el lugar santanderino de La Estrada, pero cuya condición asturiana es indudable y ha sido reivindicada con datos numerosos por don Fernando Carrera, aunque el propio Suárez se justifica en el prólogo al tomo I escribiendo que «son muchos los intelectuales que, sin haber alcanzado la plena consideración de asturianos, tienen en su haber relevantes méritos de asturianía y merecen por ello recuerdo cariñoso. En la imposibilidad de llevar sus nombres al cuerpo de esta obra con sus respectivos estudios, quiero sentir la complacencia de recordar aquí a algunos de los más ilustres, como el erudito montañés don Gumersindo Laverde Ruiz». ¿Por qué califica Constantino Suárez de «montañés» a Laverde? ¿Por haber nacido en la localidad santanderina de La Estrada? Pero si nació en La Estrada (topónimo que se da también en Asturias, en los concejos de Onís y Salas) obedece a que su padre era administrador del conde de la Vega del Sella, el cual tenía posesiones en el concejo de Val de San Vicente, y en otras zonas de la montaña, y, a los pocos días de su nacimiento, «tan pronto como doña Asunción Ruiz (su madre) pudo ponerse en camino, no muy cómodo en aquella época, regresaron a su pueblo, Nueva, con el nuevo infante», según escribe Carrera, quien añade, «en este pueblo asturiano discurrieron su infancia y juventud, hasta los 12 años en que se trasladó a Oviedo, para estudiar en su instituto primero y después en la Universidad». Posteriormente, Laverde fue profesor en el Instituto de Lugo, en el que consiguió, por oposición, la cátedra de Retórica y Poética, y catedrático de las Universidades de Valladolid y Santiago de Compostela, razón por la que, ni por su infancia, ni por sus estudios, ni por su dedicación profesional, estuvo vinculado a Santander y su provincia, aunque sí lo estuvo a un santanderino ilustre, a Marcelino Menéndez Pelayo, de quien, en más de un aspecto, puede considerársele como maestro. Siendo, pues, Menéndez Pelayo santanderino aunque de raíces asturianas por ascendencia paterna, y habiendo nacido Laverde, por accidente, en la provincia de Santander, se considera a los dos como montañeses: a Laverde por influencia o contagio de don Marcelino, seguramente. Otro de los mentores de Menéndez Pelayo fue don José Ramón de Luanco, pero habiendo nacido en Castropol, nadie ha tenido la idea de considerarle también santanderino, aunque quién sabe si no le reclamarán como galaico las reforzadas ínfulas separatistas de nuestros vecinos por el ocaso.
Ser asturiano o no ser asturiano, como ser de Cáceres o de Sevilla, es algo muy relativo. Pesa el nacimiento, evidentemente, pero, a fin de cuentas, nacer aquí o allí, en Burgos o en Mérida, tiene mucho de accidental. Y también se puede escoger el ser de una tierra determinada. Alguien que no lo haga de mala fe, ¿puede dudar del profundo asturianismo del castellano Emilio Alarcos o del riojano Gustavo Bueno? En cambio, a otros, nacidos en Asturias, se le nota poco que lo son.
Y hay otros casos de asturianos que nacieron fuera de Asturias y de asturianos nacidos en Asturias, pero que vivieron poco tiempo en su tierra natal. Podemos tomar como ejemplos nuestros novelistas más representativos y conocidos, a Leopoldo Alas «Clarín» y a Ramón Pérez de Ayala. A «Clarín», le «nacieron» en Zamora (ya se dijo, y, además lo dice todo el mundo) en 1852, pero debido al cargo de gobernador civil que ocupaba su padre, la familia no regresa a Asturias hasta 1859. A los veinte años se traslada a Madrid para hacer los estudios de doctorado, y, al tiempo, iniciarse en el periodismo: por cierto, el seudónimo de «Clarín» lo emplea por primera vez para firmar sus colaboraciones en el periódico madrileño «El Solfeo». Doctor en Derecho y catedrático de la Universidad de Zaragoza, pronto obtiene el traslado a la Universidad de Oviedo, como catedrático de Derecho Romano. Mas hasta entonces, forzoso es reconocer que sus primeros años tuvieron poco de asturianos.
En cambio, Ramón Pérez de Ayala nació en Oviedo, en la muy ovetense calle Magdalena y sus novelas («Tigre Juan», «El curandero de su honra», «Belarmino y Apolonio», «La pata de la raposa») están impregnadas de espíritu ovetense por los cuatro costados. Sin embargo, Pérez de Ayala marchó a Madrid muy pronto y no volvió a vivir en Oviedo. Ni siquiera al regreso del exilio se acercó a la ciudad natal sino que estableció su residencia en Madrid, aunque sin olvidar ni renunciar a su condición asturiana, como escribe en la «Epístola a sus paisanos», leída en 1927, en el curso de un acto en su homenaje celebrado en la Universidad de Oviedo, durante una de sus cada vez más espaciadas escapadas a Asturias:
¿No llevo, pues, Asturias conmigo
hasta la cápsula y la médula
de mis huesos: montaña, valle, costa,
de Pajares al mar, de Castropol a Unquera?
El asturiano de fuera de Asturias más importante sin duda ha sido fray Benito Jerónimo Feijoo, que nació en Casdemiro, en la provincia de Orense, el año 1676, pero que llegó a Oviedo en 1709 como maestro de estudiantes en el Colegio de Teología del monasterio de San Vicente de Oviedo. Desde entonces hasta su muerte, ocurrida el 26 de septiembre de 1764, a los ochenta y siete años de edad, vivió en Oviedo, y su celda en el monasterio de San Vicente fue lugar de reunión y de inquietud intelectual, convirtiendo a Oviedo de ese modo, y por sus obras, como escribe Gregorio Marañón, en «no digamos las Atenas de España, pero sí uno de los islotes que emergen del mar de la ignorancia nacional». Gracias a Feijoo, el nombre de Oviedo se extiende hasta más allá de las fronteras españolas. Los viajeros ingleses Joseph Townsend, a finales del siglo XVIII, y George Borrow, en la primera mitad del siglo XIX, al visitar y recorrer la capital del Principado, se interesan por conocer las huellas de la estancia de Feijoo.
Un caso singular es el de José del Campillo y Cosío, ministro universal de Felipe V y, cronológicamente, uno de los primeros ilustrados asturianos, nacido en Alles, la capital de la Peñamellera Alta, en 1693. En la actualidad Alles pertenece al Principado de Asturias, pero de acuerdo con el Catastro de Ensenada, de mediados del siglo XVIII, por aquellas fechas y anteriores era un lugar de realengo del Valle del Cueto de Arriba, del Partido de Laredo, provincia de Burgos, en el reino de Castilla la Vieja. Por tanto, Campillo, que en el momento de su nacimiento no era asturiano, lo es ahora de pleno derecho.
Otro caso es el de algunos de los primeros reyes de Asturias. ¿De dónde era don Pelayo? Si no está del todo claro que haya sido godo, menos se sabe dónde pudo tener lugar su nacimiento, aunque se excluye que fuera de raigambre astur. Godo, y de buena familia, descendiente de Recaredo, lo era Alfonso I, hijo de Pedro, Duque de Cantabria, que se incorpora al naciente reino asturiano después de la victoria de Covadonga. De manera que, con la excepción de Favila, de los tres primeros reyes uno era godo y el otro cántabro; pero reyes de Asturias, al fin y al cabo.
La Nueva España · 29 de agosto de 2005