Ignacio Gracia Noriega
El cronista Gonzalo Solís de Merás
«No participé en la matanza, pero se pasó a cuchillo a 130 hugonotes»
El tinetense realizó la principal contribución asturiana a la historia de las Indias con los relatos sobre las hazañas de su cuñado Pedro Menéndez de Avilés en Florida.
Las «Memorias de todas las jornadas y sucesos del adelantado Pedro Menéndez de Avilés y de la conquista de La Florida y justicia que hizo con Pedro Ribao y otros franceses», escritas por el cuñado del conquistador, Gonzalo Solís de Merás, es la más importante contribución asturiana a la historia de Indias; y como historiador de Indias podemos considerar, por tanto, al tinetense que la escribió. Otro tinetense ilustre, Jesús Evaristo Casariego, dice poco de él en sus «Transmigraciones asturianas», donde hace nómina de los asturianos que participaron en el descubrimiento y la conquista de las Américas. El «Memorial» de Solís de Merás fue incluido parcialmente en el «Ensayo cronológico para la historia de La Florida», de Gabriel de Cárdenas y Cano, en 1722, y más tarde en «La Florida», de Eugenio Ruidíaz y Caravia, Madrid, 1893. En 1990 fue publicado con el título de «Pedro Menéndez de Avilés y la conquista de La Florida», en Grupo Editorial Asturiano, meritoria aventura editorial, pese a que su editor nunca consiguió reprimirse de la manía de añadir a los textos, en forma de anotaciones, prólogos y epílogos, algunas botaratadas de su propio magín. El texto procede de un manuscrito de 1565. Constantino Suárez cita como obra inédita de Solís de Merás la titulada «Historia de la conquista de La Florida», aunque anotando, prudentemente, que es obra atribuida y que puede tratarse del propio «Memorial». Sobre Solís de Merás se sabe poco: no es hombre aficionado a darse publicidad y sabe, por otra parte, que la gran figura del adelantado Pedro Menéndez de Avilés le da sombra. También es consciente de que ser cuñado es ocupar un lugar secundario en la estructura familiar, y de que el biógrafo está subordinado al biografiado, como el soldado lo está a su superior jerárquico. Y Solís de Merás sirvió como capitán en la conquista de La Florida, a las órdenes de su cuñado. De su actividad como historiador, más importante que la de conquistador, escribe Carlos González de Posada (citado por Españolito): «Yo hallo a Solís de Merás el carácter de historiador; su estilo, lenguaje y compostura están manifestando su sinceridad y talento, y se pueden producir para pruebas de la hermosura que tenía en aquel tiempo la lengua castellana, en que siempre fueron aventajados los asturianos, como se conoce en el marqués de Santa Cruz de Marcenado, en don Valentín Morán, obispo de Canarias, y en el señor conde de Campomanes». Y Constantino Suárez añade, refiriéndose al «Memorial» : «Es un documento de admirable valor histórico y no mal escrito». En efecto, la prosa de aquellos conquistadores, de aquellos clérigos que pasaron a las Indias con el propósito de conquistarlas, unos con la espada, otros con la cruz, es con frecuencia una prosa excelente, empezando por la de Hernán Cortés, que fue el más importante de los conquistadores. Podrá objetarse que, al lado de Cortés, Pizarro sólo sabía dibujar malamente su nombre. Pero en las grandes empresas hay de todo, y sobre lo que no cabe discusión es que la conquista de la Nueva España fue efectuada por gente más ilustrada y menos violenta que la del Perú.
Gonzalo Solís de Merás en la actualidad es canónigo de la catedral de Oviedo, con la dignidad de arcediano de Benavente, en el obispado de Oviedo, y vive libre de sobresaltos y cuidados, tras haber dejado en reposo, hace ya muchos años, tanto la espada como la pluma.
—¿También la pluma?
—Sí, señor. Además, ¿de qué voy a escribir? Ya escribí sobre las tierras y la conquista de La Florida, y sobre mi cuñado don Pedro Menéndez de Avilés, que fueron las cosas, hechos y persona más grandes que me fue dado contemplar. Por más que miro alrededor, no encuentro asunto que merezca mojar la pluma en el tintero y ponerse a llenar pliegos sobre él.
—Después de haber sido conquistador y memorialista, ¿no es un poco raro que se haya hecho clérigo? ¿Es un caso de vocación tardía?
—Es un caso de haberme quedado viudo y solo. Decidí ordenarme sacerdote porque a la muerte de mi esposa hallé consuelo en la religión. Y como tenía letras y experiencia, no tardé en ser canónigo, y, finalmente, el obispo de Oviedo me confió el arcedianato de Benavente, perteneciente a su obispado y que abarca un extenso territorio.
—Que le reportará pingües rentas...
—No es mala canonjía, no lo niego.
—¿Qué parentesco tenía usted con don Pedro Menéndez de Avilés?
—Lo tenía por partida doble. Don Pedro estaba casado con mi hermana, María de Solís. Yo, a mi vez, contraje matrimonio con una sobrina de don Pedro, Francisca de Quirós.
—¿Y este parentesco fue lo que le impulsó a viajar a las Indias?
—Sí, naturalmente. Porque yo, en principio, tenía el proyecto de dedicarme a la jurisprudencia, habiendo cursado para ello los estudios pertinentes en las universidades de Salamanca y Alcalá de Henares, en la que obtuve el grado de doctor.
—¿Gracias a esa experiencia universitaria escribe usted con desenvoltura?
—Lo de escribir con desenvoltura universitaria y hacerlo bien es un don. En las aulas se aprende la gramática, pero no a escribir. A veces, cuanto más sabio es quien escribe, más farragoso resulta.
—¿Usted nació en Avilés, como tantos compañeros de don Pedro?
—No, soy de Tineo. Soy sobrino del célebre García de la Plaza de Tineo, famoso por haber dado muerte al pirata Aruch Barbarroja, en el tiempo de las cerezas, primavera de 1518. Barbarroja hacía irrespirable el Mediterráneo con sus piraterías, pero cuando tramó una alianza contra los cristianos con el rey de Fez, el gobernador de Orán, marqués de Comares, salió contra él con un gran ejército en el que figuraba mi tío García de Tineo, a las órdenes del capitán Diego de Andrade. Derrotado el pirata, y sin esperanzas después de la toma de Tremecén, buscó la salvación en la huida hacia las montañas, y para detener a los españoles que le perseguían, entre los que iba mi tío en primer lugar, dejaba caer tras sí monedas de oro y plata y objetos labrados valiosísimos; mas los españoles se las ingeniaron para recoger el botín y continuar la persecución, hasta conseguir que Barbarroja, agotado y sediento, se refugiara en un corral de cabras rodeado de una flaca pared de piedra seca; allí mi tío se enfrentó a él cuerpo a cuerpo, hasta herirlo con la pica; entonces lo derribó al suelo y le cortó la cabeza. Mi tío quedo herido en un dedo de la mano derecha, y le gustaba enseñar la uña hundida, como comprobación de su hazaña. Tal hazaña figura en nuestro escudo de armas.
—Sobrino de García de la Plaza y cuñado de Pedro Menéndez de Avilés... Era evidente que usted estaba llamado por el destino para ser hombre de acción y de aventura.
—Y, sin embargo, ya le digo que cursé los estudios en las universidades de Salamanca y de Alcalá, y que tengo el grado de doctor. No he de ocultarle, de todos modos, que fue debido a mis estudios por lo que Pedro Menéndez de Avilés me pidió que le acompañara a la conquista de La Florida.
—¿Para qué?
—Para que fuera su cronista, ¿para qué iba a ser?
—¿Se limitó a anotar las hazañas de su cuñado y de los demás conquistadores o también intervino en acciones de guerra?
—También intervine en bastantes acciones de guerra, con el grado de capitán. Y no sólo eso; porque aprendí a navegar, cosa que no se enseña en Salamanca, y llegué a pilotar naves en aquellas aguas difíciles, sobre las que no había cartas de navegación y apenas había noticias.
—¿No hizo su pariente Pedro Menéndez Marqués de Avilés, el sobrino de don Pedro, las primeras cartas de navegación con aguas?
—Sí, estudió las corrientes marinas entre Cuba y La Florida, en compañía de Pardo Osorio, cuando estuvo encargado del Gobierno de Cuba. Era un buen personaje mal afortunado, porque los leguleyos de la Casa de Contratación se ensañaron con él a la muerte de su tío, y finalmente murió en un encuentro con indios todavía insumisos en La Florida, en 1592. Y también don Pedro tenía cartas de marear en las costas de Indias, de su propiedad.
—¿Cómo fue su participación en la conquista de La Florida?
—Pues verá. Salimos de Cádiz en los primeros días de julio de 1565. La escuadra se detuvo en San Juan de Puerto Rico para su avituallamiento, anclando ante las costas de La Florida el 28 de agosto, frente a un cabo que llamamos Cañaveral. Como ese día 28 de agosto coincidía con la celebración de San Agustín en Avilés, don Pedro determinó que se llamara San Agustín una amplia ensenada, lo mismo que una aldea de los indios a la que ellos llamaban Seloy, y que fue la primera población española en ese territorio. Luego, la escuadra siguió hacia el Norte, entrando en la ría de los Delfines y en la bahía de los Mosquitos, sin encontrar rastro de hugonotes.
—Pero terminaron encontrándolos, ¿no es cierto?
—Sí, gracias a las indicaciones de un desertor francés, pudimos llegar hasta un fortín francés, situado a las orillas del río Mayo.
—¿Y qué ocurrió?
—Que lo tomamos sin pérdidas.
—Sin pérdidas para ustedes, porque tengo entendido que don Pedro no dejó a un solo hugonote vivo.
—Eso es falso, porque les perdonó la vida a las mujeres y a los niños, y a una orquestina.
—¿Pero a cuántos franceses pasaron a cuchillo?
—A ciento treinta. Fue por orden directa de don Pedro. Pero yo no participé en la matanza. A ese lugar llamado La Carolina le cambiamos el nombre por el de San Mateo.
—Con los hombres del francés Ribault y con el propio Ribault no se mostró más piadoso.
—Después de la toma de La Carolina, don Pedro encontró a doscientos franceses, náufragos de tres embarcaciones. Pero antes de degollarlos, les dio oportunidad de adjurar de la hugonotería, perdonando a los que se reconocieran católicos y a todos los carpinteros y calafates. Un mes más tarde tuvo oportunidad de capturar al propio Juan Ribeo en persona. No le libró del degüello ni la promesa de rescate, pero una vez más perdonó a los músicos.
—¿Era don Pedro aficionado a la música?
—¡Claro!
—Ya apartado de la vida aventurera, ¿continúa vinculado a don Pedro?
—Sí, aun después de muerto. Don Pedro murió en Santander el 17 de septiembre de 1574, a consecuencia de un tabardillo maligno. Acababa de posesionarse del mando de una escuadra de 300 velas que había de zarpar contra Flandes, para aplastar el levantamiento del príncipe de Orange. Cuando se trasladaban sus restos a Avilés, una galerna obligó a la nave a buscar refugio en Llanes, en cuya iglesia permanecieron hasta que yo me ocupé de recogerlos, costeando el traslado de dichos restos de mi bolsillo
La Nueva España · 18 de junio de 2001