Ignacio Gracia Noriega
Faustina Álvarez García:
la señora maestra
«Mi madre consideraba el estudio como ocupación poco digna de una mujer»
Esta leonesa, madre del dramaturgo asturiano Alejandro Casona, promovió numerosas obras de carácter social, cultural y asistencial en las zonas donde ejerció la enseñanza.
En un artículo reciente sobre el libro «Biografía y escritos de Faustina Álvarez García (madre de Alejandro Casona) durante su estancia en Miranda, 1910-1916», de José Manuel Feito, se perdieron o trastocaron un par de líneas, con lo que al lector no avisado le da la sensación de que se está hablando de la madre de Feito, cuando en realidad quien habla es el prologuista de la obra, el inolvidable Manuel Fernández Avello, a propósito de su madre, alumna de doña Faustina Álvarez García en la escuela de Barcia (Luarca), y posteriormente maestra ella misma en Luarca, Camoca (Villaviciosa), Sevares (Infiesto), Oviedo, La Corrada (Soto del Barco), Lorío (Laviana), Guimarán y, finalmente, en Illas. Tenía tal vocación doña Faustina hacia el magisterio que no sólo se casó con un maestro, sino que incitó a sus cuatro hijos a que siguieran los estudios de magisterio, y también a la muchacha de servicio. No es de extrañar, por tanto, que entre sus numerosas alumnas haya habido maestros como doña Jesusa Rodríguez Avello y Ochoa, madre de Manolo Avello, el cual confiesa en el mencionado prólogo que «mi propósito no es otro que el de recordar a una maestra excepcional de la cual he oído hablar laudatoriamente desde mi infancia. Se llamaba doña Faustina Álvarez García, y si el padre benedictino (se refiere Avello, claro es, al padre Feijoo) fue una figura señera en los siglos XVII y XVIII a la hora de enseñar porque fue maestro para todos y para siempre, doña Faustina, que sin duda leyó al benedictino, lo fue asimismo durante su vida fecunda para sus alumnos y para siempre. Y ese siempre, esa devoción por su trabajo, lo he percibido yo mismo oyendo a mi madre contar aquellos días de alumna suya en Barcia (Luarca)».
La figura de doña Faustina fue importante, no sólo por ser madre del dramaturgo Alejandro Casona, sino por su propia trayectoria profesional como maestra, con una actividad imparable e incansable, habitualmente relacionada con el mundo de la enseñanza, pero que ella no reducía al ámbito de la escuela y a los horarios de clases. De este modo, promovió obras de carácter social, cultural y asistencial en los diferentes pueblos en los que ejerció: que algunos de estos empeños fracasaran, a veces a causa de su forzada ausencia, no le resta el enorme valor cívico de haberlos intentado. No sé si podremos considerar a doña Faustina como una adelantada del feminismo en Asturias, y, como el asunto tiene algo de escabroso, me excuso de hacerle preguntas en ese sentido. Pero es claro que fue una mujer progresista, tal vez no en el sentido asociacionista y vocinglero, pero sí en el de quien entiende con honradez que el progreso es trabajar por mejorar el entorno.
Aquí vamos a ocuparnos de maestros dignos: de la dignidad del maestro, personificada por la figura clara y ejemplar de doña Faustina Álvarez García.
—Doña Faustina, ¿cuando usted pisó por primera vez Besullo intuyó que el nombre de ese pueblo se hiciera universal?
—No, ¿cómo iba a pensar yo que Alejandro cuando fuera mayor iba a dedicarse al teatro?
—¿Cómo era Besullo en 1903?
—Una aldea en la que perduraban todavía las costumbres de los abuelos, transmitidas de generación en generación. Los aldeanos cuidaban el ganado, cultivaban la tierra y una minoría eran artesanos, dedicados a la construcción de carros y a la manipulación del hierro. Éste era desbastado en el mazo y trabajado después en las fraguas individuales, en donde fabricaban toda clase de utensilios agrícolas y caseros. Las condiciones físicas del lugar les obligaban a vivir en gran aislamiento, por lo que para ellos constituía una verdadera fiesta bajar los sábados al mercado de Cangas del Narcea, para lo que se servían de estrechos y peligrosos senderos, transitables a pie o en caballería. La necesidad obligaba a hombres y a mujeres a ser buenos jinetes{1}
—¿De modo que usted también sabe montar a caballo?
—Sabía; hube de aprender, si quería bajar a Cangas.
—¿Nació usted en Besullo?
—No, ni en Cangas. Yo no soy asturiana. Nací en Renueva, en León, el 15 de febrero de 1874. Algunos me dan por nacida en Canales, pero no, soy de León, bautizada en San Juan de Renueva, filial de la parroquia de San Marcelo. Eso sí: pasé la mayor parte de mi infancia en Canales, en la casa llamada de los Balcones, cerca de la iglesia parroquial.
—De modo que su vinculación con Asturias...
—Pues le diré: mi vinculación con Asturias se inicia cuando vine a Asturias como maestra, después de haberme casado con un asturiano
—¿Qué le impulsó a hacerse maestra?
—La afición a la lectura, en primer lugar. Cuando aprendí a leer, noté que se abría para mí un mundo nuevo. Sin embargo, me costó mucho esfuerzo poder estudiar, porque en aquel tiempo no era corriente que estudiaran las mujeres. La mayor oposición la recibí de mi madre, que consideraba el estudio como ocupación poco digna de una mujer. En cambio, mi tía Carmen García me ayudó en lo que pudo, y como residía en la ciudad de León, yo vivía en su casa, sobre todo en épocas de exámenes. Al fin, recibí el título de maestra en 1894, con 20 años de edad cumplidos.
—¿Y entonces tuvo dificultades para ejercer?
—No. Yo creo que mi madre, al ver que no podía con mi cabezonería, se resignó a verme de maestra. Mi primera escuela fue la de Olleros de Alba, en La Robla, aunque por poco tiempo. En seguida obtuve la de Llanos de Alba, en la que estuve por espacio de dos años, y de ella pasé a la de Besullo, en Cangas del Narcea.
—¿Qué impresión le causó Besullo?
—¿Qué impresión quería que me causara? Una maestra rural se acostumbra a todo. Además, Asturias no se diferencia tanto de León.
—Y a Besullo llegó el amor, como si se tratara de una obra de su hijo Alejandro.
—No a Besullo exactamente, sino a Llanos de Alba, donde yo estaba de maestra, como ya he dicho, y compartía vivienda con otras dos maestras de pueblos de los alrededores. Una tarde estábamos las tres asomadas al balcón cuando vimos pasar a un joven apuesto, a quien acompañaba un mozo del pueblo con un caballo cargado con una maleta y libros. Como nos fijamos en los libros, le llamamos y le invitamos a chocolate. De este modo empecé mi noviazgo con Gabino Rodríguez Álvarez, asturiano de Besullo, que se incorporaba como maestro a Riello y que acababa de llegar en tren a La Robla. Nos casamos el 6 de octubre de 1897 en la parroquia de San Adriano de Canales, que entonces pertenecía a la diócesis de Oviedo.
—Así que el maestro se casa con la maestra: como en una obra de Casona.
—Las obras de Alejandro no son tan simples. Pero sí, la familia de Gabino era de maestros: su hermana Jovita también lo era.
—¿Y comienza entonces su relación con Besullo?
—Sí. Además tuve la suerte de poder ir a Besullo como maestra.
—¿Allí nacieron sus hijos?
—No todos. Teresa y Matutina nacieron en Canales. Alejandro ya nació en Besullo, en 1903. Por aquel entonces, su padre estaba de maestro en Luarca. Yo permanecí en Besullo hasta 1908, y esos años marcaron a Alejandro para siempre. Después pasé a la escuela de Barcia, y finalmente, en 1910, a la de Miranda, que es donde desarrollé mis actividades con mayor amplitud. Podría hablarle largo y tendido de iniciativas, de la institución «El Delantal», de mil cosas. Pero como todo se acaba, se acabó también mi estancia en Miranda, en el año 1916.
—¿Por qué?
—Porque paso a ser inspectora. Fue un ascenso; pero los ascensos nos alejan del pie de la obra.
——
{1} Esta descripción de Besullo es obra de Adela Palacio.
La Nueva España · 23 de septiembre de 2002