Ignacio Gracia Noriega
Juan Miguel de la Guardia
Considerado el padre urbanístico del Oviedo burgués nacido a finales del siglo XIX, este arquitecto cántabro dejó huella en todo el Principado con sus edificios públicos y privados
A Juan Miguel de la Guardia le gusta que se le diga que es ovetense por derecho propio, aunque haya nacido en Santander. Y es no sólo ovetense por derecho propio, sino, además, un poco «padre de Oviedo», ya que Oviedo no sería tal como lo conocemos de no haber trabajado Juan Miguel de la Guardia en nuestra ciudad. Tolivar Faes le sitúa en una tradición ilustre, como «digno continuador de los excelentes alarifes montañeses que en siglos pasados dejaron en esta ciudad espléndidas muestras de su buen hacer». Y sin más, pasamos a hacerle preguntas a don Juan Miguel de la Guardia, quien, desde hace veintiocho años, ocupa el cargo de arquitecto municipal del Ayuntamiento de Oviedo. Hombre de complexión fuerte y buen temperamento, me recibe en su despacho de arquitecto municipal, que él considera ya como si fuera su segunda casa.
—¿Y no piensa en jubilarse?
—¿En jubilarme, dice? ¡Con lo que me queda por hacer!
—Usted nació en Santander, ¿no es cierto?
—En Ontaneda, provincia de Santander, el año 1859.
—¿De dónde le vino la afición a la arquitectura?
—Pues supongo que de ver las casas de las villas y aldeas montañesas. En Santander hubo siempre muy buenos constructores y canteros. No sólo constructores de casas: también de muros. Para construir muros como los que se levantaron en mi tierra hay que saber trabajar la piedra muy bien.
—Se dice que canteros montañeses trabajaron en la obra de El Escorial.
—¡Naturalmente! Refiere fray José de Sigüenza, cronista de la Orden de San Jerónimo, una de cuyas partes es la dedicada a la fundación del monasterio de El Escorial, que trabajaban conjuntamente el trazador, el aparejador, el obrero y los estajeros y sobrestantes, y que la mayor y mejor parte de los oficiales de esta obra eran los canteros, los cuales se preciaban de hidalgos y montañeses, y en cierta ocasión se amotinaron, porque el prior quiso castigar a unos trabajadores vizcaínos que habían cometido algún desafuero. Qué quiere usted que le diga de la fama de los canteros cántabros. Si viajo por la provincia, siempre encontraré todavía a algún cantero que se diga descendiente de los constructores de El Escorial; y en los puertos de la costa, cuando yo era niño, era difícil toparse con algún veterano de la batalla de Trafalgar.
—Así que El Escorial y Trafalgar...
—Sí, señor. Dos timbres de gloria. Por no hablar de los que fueron a América, primero como conquistadores, después como administradores y, finalmente, como indianos.
—Una pregunta: ¿por qué muchas veces, en la Montaña, la tapia que cierra la finca es más imponente que la casa que hay en ella, y el escudo tan grande casi como la fachada?
—Son manifestaciones del carácter de gente hidalga, que tiene buena estimación de sí misma. A mí me parece bien.
—Y a mí también. Así que se aficionó a la arquitectura contemplando las buenas muestras arquitectónicas de su entorno.
—En parte sí. Es difícil encontrar una aldea en la Montaña que no cuenta con al menos una o dos casas de piedra bien trabajada. Sin embargo, he de aclararle que yo no empecé como arquitecto, sino como topógrafo. Concluidos los estudios de Topografía en Santander, en 1896, con tan sólo diecisiete años de edad, obtuve una plaza de oficial de tercera clase del cuerpo de topógrafos en Madrid. Como disponía de mucho tiempo libre, ello me permitió seguir los estudios de arquitectura como alumno libre, hasta obtener la licenciatura el 1 de septiembre de 1881. El título de arquitecto me fue expedido el 5 de mayo de 1882, lo que me permitió concurrir al concurso convocado por el Ayuntamiento de Oviedo presidido por don José Longoria Carvajal el 6 de julio de ese mismo año para cubrir la plaza de arquitecto municipal, vacante por fallecimiento del titular, don Patricio de Belumburu, y obtenerla por unanimidad de votos. Tomé posesión de la plaza el 13 de septiembre de 1882.
—Esto es: que nada más terminar la carrera vino a Oviedo, y en Oviedo continúa.
—Así es.
—Su obra como arquitecto ¿se encuentra en Oviedo, en su totalidad?
—En su totalidad sería demasiado decir. Digamos en su mayor parte. También trabajé en otras localidades del Principado.
—¿Cuál fue su primer proyecto?
—El primer proyecto que tracé fue el del mercado cubierto de El Progreso, en el que me puse a trabajar nada más tomar posesión como arquitecto municipal y que fue presentado a la Corporación en 1883. Puestos manos a la obra, también dirigía las obras. Ese mercado, popularmente conocido por el nombre de La Placina, quedó inaugurado en 1887. En 1888 hice el templete de la música del Bombé y en 1889 la casa que lleva el número 12 de la calle del Rosal. En 1896 comencé los trabajos en la iglesia de Las Salesas, que fue consagrado e inaugurado en 1903, y simultáneamente trabajé en la reconstrucción de la capilla del Cristo de las Cadenas, en estilo ojival, terminando las obras el año 1900. En 1905 hice el teatro Celso, también conocido por Jovellanos, por encontrarse en la calle de ese nombre. Y, en fin, hubo otros proyectos que no llegaron a realizarse, como el teatro-circo, que data de 1902, y una pasarela que pasaría por encima del acueducto de los Pilares, que tan característicos son de la ciudad.
—Por lo que veo, no dejó de trabajar.
—Ya lo creo. También trabajé privadamente, realizando obras para particulares. Vivimos un buen momento de Oviedo como ciudad, hay dinero y propietarios con buen gusto, que contribuyen al ornamento de la ciudad con sus viviendas particulares. De este modo pude hacer la casa de Conde, en la plaza de la Escandalera, en 1904; las casas del Peaje y sus adyacentes de la calle Uría, hasta la calle Milicias, en 1894; la casa de Polo; la del marqués de Casa-Tremañes, en la calle Uría, esquina a la calle Portugalete, y la primera casa de la calle del Rosal y comienzo de Fruela, y la de la calle Mendizábal y San Francisco, que fue el hotel Covadonga y Banco Asturiano; la casa del deán don Benigno Rodríguez Pajares, más conocido por «Payarinos», que era todo un personaje y que fue construida en 1901; el suntuoso edificio de la calle de Toreno, construido por don Anselmo González del Valle, con marquesinas de hierro y cristal y un gran invernadero, todo ello cerrado con verja; el palacete de Figaredo en la salida a Galicia, rodeado de jardines, y otros edificios en las calles Gil de Jaz y Toreno. Y otro edificio en la calle Ramón y Cajal, esquina a Porlier. El año pasado (1909) terminé de construir el palacete del marqués de Aledo, en la plaza de San Miguel.
—¿Y fuera de Oviedo?
—Fuera de Oviedo son obras mías el mercado de estructura de hierro de Villaviciosa y el mercado cubierto de Mieres, construido entre 1904 y 1906; la Villa Guatemala o Tarsila de Luarca; cuyos planos me sirvieron posteriormente para desarrollar esa idea en el palacio de Aledo; la casa de Muñiz, de la calle La Cámara, de Avilés; la Villa Carmen, del Villar, en Luarca, y «El Capitolio», de Grado. En la actualidad se está construyendo, sobre planos míos, el casino de Castropol, edificado en el parque, frente al monumento dedicado al valiente Villamil.
—De manera que puede decirse que una parte de Asturias y gran parte de la ciudad de Oviedo son el gran museo que ofrece al aire libre la ilustre obra de Juan Miguel de la Guardia.
—En efecto. Y dado que en esta parte del mundo no se producen terremotos, espero que mi obra perdure por los siglos, marcando el perfil y el espíritu de la ciudad.
Postdata. No contaba el arquitecto Juan Miguel de la Guardia con las revoluciones y la guerra, que asolaron Oviedo en 1934 y 1936-37. Aunque más feroz y más destructiva que la guerra resultó ser la especulación inmobiliaria, la cual, en época más civilizada como 1910, no se consideraba peligro.
La Nueva España · 14 de junio de 2004