Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Rufino González-Nuevo,
el primer compositor asturianista

El avilesino Rufino González-Nuevo fue uno de los más acertados intérpretes de la música popular asturiana con sus «Todo por Asturias» y «Viva Asturias» de 1885 y 1887

En el número correspondiente de este año de la excelente revista «El Bollo», editada por la cofradía El Bollo con motivo de la Pascua de Resurrección, nos encontramos con el músico avilesino Rufino González-Nuevo y Miranda, a quien César García Santiago dedica un recuerdo que va precedido por el siguiente y muy justo preámbulo: «En esta sociedad en la que vivimos es necesario ser agradecidos con aquellas personas que se portan bien y nos ayudan; es por ello que desde aquí queremos agradecer al estudioso e investigador don José Manuel Feito (párroco de Miranda) y a la comisión de festejos El Bollo esta oportunidad que nos brindan para tratar de dar a conocer a todos los avilesinos una semblanza de este desconocido compositor musical». Al cura Feito, Asturias entera debe estarle agradecida. Y agradezco a César García Santiago que me haya recordado a Rufino García Santiago. Vamos, pues, a visitar a don Rufino González-Nuevo, con el oportuno acompañamiento de don Constantino Suárez, «Españolito». El veterano músico acaba de cumplir los 90 años de edad.

—Dice don Constantino Suárez que usted «fue de los primeros y más acertados intérpretes de la música popular asturiana, y, en este aspecto, dejó algunas muy celebradas composiciones».

—Constantino Suárez, siempre tan benevolente con las gentes de Avilés– comenta Rufino González-Nuevo con cierta melancolía.

—Y, según tengo entendido, usted es avilesino no sólo de nacimiento, sino de vocación y residencia.

—Es posible. Nací en Avilés hace muchísimos años, el 12 de junio de 1831. Mis padres fueron Francisco González-Nuevo y mi madre, Manuela Miranda.

—¿Alguno de ellos era músico?

—No. Pero yo tuve inclinaciones musicales desde chico. No obstante, mis padres me enviaron a Oviedo para que cursara los estudios de Magisterio, que terminé, pero que no ejercí. Posteriormente, completé los estudios de Bachillerato y cursé los de leyes en la Universidad de Oviedo.

—¿Y no siguió estudios musicales?

—Sí, claro que los seguí, y más prácticos que teóricos. Siendo niño todavía, en 1839, ingresé en el coro de la catedral de Oviedo, y llegué a ser tenor de capilla. Sin embargo, al cabo del tiempo me planteé abandonar este camino por el de la carrera de leyes, y me hice notario. Pero al ser destinado a Ribadeo, renuncié a este destino, puesto que no quería vivir fuera de la región, y fue a partir de entonces que me dediqué profesionalmente a la música.

—¡Pero, hombre! ¡Si Ribadeo está al lado de Asturias! ¡Si sólo tiene la ría por el medio! Seguro que desde la ventana de su cuarto se veían Castropol y Figueras, al otro lado de la ría.

—Pero me dio igual. Yo no quería vivir fuera de Asturias aunque la tuviera frente a mí, al alcance de la mano.

—¡Pues si le llegan a haber enviado a Cataluña o a África!

—Puede estar usted seguro de ello: no hubiera ido.

—Dice Constantino Suárez que su empeño por no salir de Asturias «le privó de brillar todo lo que por su talento y saber habría podido conseguir».

—Me dio igual. No sólo de pan come el hombre.

—¿De qué comió usted?

—¡De música!

—¿Dónde empezó a trabajar como músico?

—En Luarca, como profesor de su banda de música. Después fui nombrado director de la banda de la Fábrica de Armas de Trubia, y más tarde de la Banda de Música de Villaviciosa. De allí pasé a Oviedo como profesor de Solfeo y Piano de la Academia de Bellas Artes de San Salvador, de Oviedo, en la que trabajé durante más de cuarenta años, alternando la enseñanza con el canto como tenor de la Catedral.

—¿Y también componía?

—Naturalmente: también componía. Y por si fuera poco, en mi casa se organizaban conciertos y veladas musicales, en las que tomaban parte aficionados pertenecientes a la buena sociedad asturiana.

—Y algunos que no eran asturianos –insinúo.

—¿Se refiere usted al paso del gran Enrico Tamberlik por mi casa?

—Sí.

—Pues verá usted: en 1888, el gran tenor Enrico Tamberlik estuvo de visita en Oviedo, y habiendo averiguado que en mi casa se celebraban veladas musicales, mostró interés por asistir a una de ellas. Para mí, naturalmente, fue un honor recibirle en mi hogar. Durante la velada, Tamberlik se irguió como el protagonista, constituyendo aquella noche un relevante acontecimiento en la vida cultural y artística de Oviedo. Como puede observar usted, amigo Noriega, no por haberme empeñado en no salir de Asturias yo vivía aislado, y tuve entre mis visitantes a ni más ni menos que a Tamberlik. Porque si la montaña no va a Mahoma, Mahoma tiene que ir a la montaña, suele decirse. Pero, en este caso, una montaña tan elevada como Tamberlik vino a mí, humilde profesor de Solfeo.

—¿Es cierto que llegaron a cantar a dúo?

—Sí, pero eso no fue en la velada de mi casa, sino unos días más tarde, con motivo de una fiesta en la aldea de Boves. Ese día convinimos ambos cantar a dúo el «Crucifixus» de Faure, para lo cual yo improvisé un armonio con el roncón de una gaita, lo que a Tamberlik al principio le sonó un tanto extraño y luego le produjo tanta risa que estuvo a punto de no poder cantar.

—¿Por qué?

—Porque se atragantaba.

—Lo imagino. Pero, ¿qué es lo que le hacía gracia?

—El roncón de la gaita.

—¡Claro!

—A poco le pasa como aquel sabio que murió a consecuencia de las carcajadas que soltó al ver a un burro comiendo higos. ¡Mire usted que añadirle el roncón de una gaita a un armonio! Y es que yo, de joven, tenía cada cosa...

—¿Cuándo regresa a Avilés?

—Pues ya ve usted: después de cuarenta años de estar dando clases de Solfeo, creo que tuve bien merecido el regreso a la villa natal. Y aquí me tiene muy tranquilo y contento. A los 90 años de edad ya no hay posibilidad de irse a vivir a otra parte.

—¿Y qué podremos decir de su obra como compositor?

—Que se trata de una obra inspirada, en su parte más ambiciosa, en el folclore asturiano. En ese sentido se me puede considerar como un músico nacionalista, aunque también hice otro tipo de música coral o de cámara, a veces por encargo y otras por compromiso, como el coro humorístico titulado «Estornudar a compás», que compuse para que lo cantaran mis alumnos en una velada de la Academia de Bellas Artes de San Salvador. También compuse otras obras a dos voces y coros generales para diversas veladas de la Academia, y en 1884 compuse «Los solfeos», polca coreada, dedicada al ilustre músico don Anselmo González del Valle, que se interpretó en la apertura del curso de 1884-85 de la Academia de Música. Para esta academia compuse también un coro-himno, y los divertimentos corales que llevan por título «En la montaña y los examinados». Compuse, asimismo, las polcas «Consuelito» y «El progreso», interpretada por el sexteto de profesores de Oviedo en el Café Madrid, el vals «Allá voy», el pasodoble «Toreo Asturiano», arreglo para la banda de música militar de Oviedo en 1888, y bastante música religiosa: los «Gozos», una salve a ocho voces, el villancico «La Aurora», una misa para pequeña orquesta, el himno para el recibimiento de los restos de fray Melchor García Sampedro y la «Despedida a don Manuel Fernández Castro», que marchaba para ser obispo de Mondoñedo. Pero lo mejor son mis dos caprichos, «Todo por Asturias», sobre cantos populares asturianos, de 1885 y 1887, y «Viva Asturias», serie de cantos populares asturianos, de 1887. Estas obras tuvieron éxito notable y estoy satisfecho de haberlas compuesto.

La Nueva España · 21 de junio de 2004