Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

El novelista Rafael Suárez Solís

Nacido en Avilés en 1881, emigró con 26 años a Cuba, donde fue director del «Diario de la Marina» y desarrolló su carrera literaria, dominada por las obras de teatro

Hace algún tiempo me preguntó Santos Sanz Villanueva qué conocía de Rafael Suárez Solís, y tuve que contestarle que nada. No figura en obras tan documentadas como las de Constantino Suárez, José María Martínez Cachero y tampoco en la de Ignacio Soldevila. El apellido Suárez Solís es conocido literariamente gracias a la novelista Sara Suárez Solís, la autora de «Camino con retorno», «Blanca y radiante» y otras novelas notables. No creo que fuera pariente de Rafael Suárez Solís o, al menos, nunca la oí comentar nada en ese sentido. Respecto a Rafael Suárez Solís, escribe José Manuel Feito, sin temor de incurrir en las iras del concejal de Cultura del Ayuntamiento de Avilés: «No deja de sorprender el hecho de que algunos autores avilesinos de cierto empaque sean desconocidos no sólo por aquellas instituciones que tienen la obligación de conservar, rescatar y divulgar la obra de nuestros escritores, sino, incluso, por aquellos que siendo sus paisanos deberíamos velar para que sus nombres perduraran y su obra se conociera y divulgara».

Esta labor de rescate y divulgación del novelista Rafael Suárez Solís la ha emprendido ya el propio José Manuel Feito con un artículo amplio e informativo aparecido en el número correspondiente a este año de la revista «El Bollo», publicada en Avilés con motivo de la Pascua de 2004. No sólo es novelista Rafael Suárez Solís, sino también, y sobre todo, articulista y dramaturgo. De la mano de Feito vamos a hacerle una «entrevista» con la esperanza de dar a conocer su nombre entre un público más amplio que el de la meritoria revista avilesina. Rafael Suárez Solís reside en La Habana, sin que la llegada de Castro haya supuesto un problema para él, como lo supuso para Antonio Ortega, que hubo de abandonar Cuba, en un segundo exilio sin retorno. Y aunque no lo hicieron embajador, como a Luis Amado Blanco, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba lo nombró socio de honor en 1966.

—¿Y eso representa un gran honor?

—Representa un honor y una seguridad personal, para mí y para los míos, porque la Unión de Escritores Cubanos funciona a imitación de lo que le hizo la vida imposible a Pasternak en la Unión Soviética y ahora se la está haciendo a Soljenitzin. Aunque yo, a mis 85 años, comprenderá usted que estoy para pocas músicas, y menos para músicas políticas.

—¿Nació en Avilés?

—En Sabugo, el 29 de agosto de 1881. Pero como la víspera había sido la festividad de San Agustín, fui bautizado con los nombres de Rafael Benito Agustín. Agustín, por San Agustín; Benito por mi padrino, Benito González, y Rafael por mi padre. Me bautizaron el 9 de septiembre. Mi padre se llamaba Rafael Suárez Estrada y era de Oviedo y mi madre, Adolfina Suárez Solís, de San Nicolás de La Habana, en Cuba. Mi abuelo materno, José Suárez Solís, era de Avilés y había emigrado a Cuba, donde se casó con mi abuela, Mercedes Vázquez, que era cubana, de San Nicolás. Mis abuelos paternos eran de Las Regueras.

—De manera que usted en Cuba se siente un poco cubano.

—Me siento muy cubano. Son muchos años de vivir acá.

—Si embargo, ¿su infancia transcurrió en Avilés?

—Sí, claro: naturalmente. En Avilés hice el Bachillerato, donde tuve, entre mis profesores, al poeta Marcos del Torniello. Luego marché a hacer los estudios de ingeniero a la Universidad de Oviedo, forzado por mi padre, porque yo quería ser escritor ya entonces. Estuve tres años estudiando ingeniería, y ya ve usted. Intenté ser ingeniero y acabé en periodista... y no está de más afirmar, para satisfacción de mi orgullo, haber pertenecido a la primera promoción de estudiantes españoles que en la Universidad de Oviedo se enfrentó con la teoría de la relatividad: la geometría de las dimensiones. Mi padre era médico y hombre tan elegante que encargaba sus corbatas a Londres y visitaba a los enfermos en un landó tirado por caballos andaluces. Y no llevaba con paciencia mi pretensión de abandonar la ingeniería por el periodismo, razón por la cual, cumplidos los 26 años, en 1907, marché a Cuba y al poco tiempo de estar allá ingresé en el «Diario de la Marina» como corrector de pruebas. Sucesivamente, fui redactor, jefe de redacción, subdirector y, finalmente, director de ese importante diario. En 1911 me hice ciudadano cubano.

—Supongo que habrá simultaneado la carrera periodística con la literaria.

—La carrera literaria fue algo más lenta. Hasta 1918 no doy al escenario mi primera obra, la astracanada «Gargantúa», escrita en colaboración con Eduardo Álvarez de Quiñones y estrenada en el teatro Martí. Posteriormente, en 1924, el poeta José María Uncal incluye varios poemas míos en su antología «Los argonautas», compuesta con poema de escritores españoles residentes en Cuba. También por esta época colaboro en la «Revista de Avance», la más prestigiosa revista cultural cubana, en la que colaboraban Waldo Frank, Máximo Gorki, Alfonso Reyes, Ezra Pound, Jean Cocteau, Jorge Mañach, Juana de Ibarbourou y Alejo Carpentier, entre otros. Carpentier empezaba a publicar por aquel entonces y yo mantuve con él una buena amistad y una intensa correspondencia epistolar.

—¿Cuándo regresa a España?

—En 1927, como corresponsal del «Diario de la Marina». Pero en 1928 vuelvo a La Habana por haber sido nombrado director del «Diario». Diversos intelectuales, escritores y periodistas españoles me obsequiaron con un banquete de despedida. A poco de regresar a La Habana pronuncié una conferencia sobre «Reflexiones juveniles de estética».

—¿Qué tal le fue como director del «Diario de la Marina»?

—Con complicaciones. Estuve involucrado en la lucha clandestina contra la dictadura de Machado y condenado a varios meses en el presidio Modelo de la isla de Pinos por haberse descubierto en mi casa una reunión del directorio estudiantil, el 3 de enero de 1931. Con este motivo detuvieron también al poeta Pablo de la Torriente Brau, que más tarde moriría en la guerra civil española, a la que marchó como voluntario.

—Después de esto le resultaría difícil vivir en Cuba.

—Pues verá usted: seguí luchando, qué remedio. Fui redactor de «España Republicana» y uno de los fundadores de la Alianza Republicana Española de Cuba. Ahora bien: cuando me ofrecen trabajo en el diario republicano madrileño «Luz» regresé a España encantado. Al estallar la guerra civil fui corresponsal en el frente, siempre del lado de la República, hasta noviembre de 1936, que volví a Cuba.

—Luego a usted no se le puede considerar como a un exiliado de la guerra civil.

—No, porque por entonces era ciudadano cubano, lo mismo que mi entrañable amigo Luis Amado Blanco.

—De regreso a Cuba, ¿vuelve al periodismo?

—Sí, para vivir. Al formarse el «Archivo José Martí», en 1940, formé parte de su consejo de dirección y al año siguiente dirigí «Tiempo». Posteriormente, pasé al diario «Tiempo Nuevo», en el que volví a coincidir con Carpentier, y donde escribí sobre temas internacionales, deportivos y literarios. Fui miembro del jurado del prestigioso concurso de cuentos «Alfonso Hernández Catá» hasta 1946 y en 1944 director de la emisora CMZ, dependiente del Ministerio de Educación Nacional. También figuro entre los fundadores de Pen Club de Cuba, en 1945, y fui miembro de la junta de asesores del Instituto Nacional de Cultura y del Instituto Nacional de Teatro y tesorero de la Orquesta Filarmónica de La Habana. En las revistas «Bohemia» y «Carteles», en las que colaboré, tuve mucho trato con Antonio Ortega.

—¿Y qué me dice de su obra literaria?

—Pues que estrené, sobre todo, teatro: «Barrabás», «Las tocineras», «El loco del año», «Camino de cementerio», «El señor Milímetro», «El hombre es un adorno», «La rebelión de las canas»... Recopilé una selección de mis artículos en «La resonancia del silencio» y en 1962 publiqué la novela «Un pueblo donde no pasaba nada», desarrollada en Avilés, como «Mayita», «Marta y María» y «También se muere el mar». No escribí más novela que ésta y, sin embargo, todo el mundo me tiene por novelista. Pues muy bien.

—¿Qué fue lo que más escribió?

—Artículos de periódico: unos 17.000.

—¿Qué le parece?

—Que no está mal.

La Nueva España · 28 de junio de 2004