Ignacio Gracia Noriega
Antonio María Pruneda,
de profesión, impresor
Miembro de una saga de ilustres arquitectos, este ovetense de nacimiento y avilesino de adopción fue uno de los impulsores de la prensa y del periodismo en el siglo XIX
«De profesión, impresor»: así quiso Benjamín Franklin que constase en su tumba. No pretendía ser recordado como patriota, ni como padre de la patria, ni como embajador, ni como inventor del pararrayos, ni como escritor, ni como hombre de sentido común: le bastaba con haber sido impresor. Pues vivía en un país en el que, aunque ahora Zapatero pretenda darle lecciones de moralidad y democracia, basta con que la prensa sea libre y el ciudadano sepa leer para que la libertad esté asegurada, según el entender de uno de sus grandes presidentes, Thomas Jefferson. Por eso tiene tan gran importancia la letra impresa y la profesión de quien la imprime, lo mismo da que sea en Norteamérica o en Avilés. A Avilés, la imprenta llega de la mano de Antonio María Pruneda González y el acontecimiento tuvo tanta resonancia en la villa que Armando Palacio Valdés se erigió en el narrador de su aparición.
Desde que en 1454 Johanes Gensfleish Gutenberg imprime en Maguncia las bulas de indulgencias encargadas por el Papa Nicolás V para sufragar una nueva cruzada contra los infieles y al año siguiente la Biblia, «sin ayuda de cálamo, estilete ni pluma, sino por el admirable concierto, proporción y armonía de los punzones y tipos», en prensas de madera, infinitud de textos se imprimieron en el mundo, de todo tipo y pelaje, algunos verdaderamente fundamentales para el desarrollo del espíritu humano, y perfectamente prescindibles buena parte de los demás. La imprenta era una muestra de cultura y progreso. Según afirma José Manuel Feito en su conferencia «Los Pruneda. La primera imprenta en Avilés»: «No cabe duda de que la llegada de la imprenta a cualquier villa o ciudad, lo mismo que la llegada del ferrocarril o de la luz eléctrica, tenía que ser todo un espectáculo popular y un acontecimiento digno de ser cantado por poetas y novelistas, dado el romanticismo que este tipo de empresas llevaban consigo al ser vehículo de cultura y medio desusado de divulgación del pensamiento hasta entonces».
Espero que el vigilante concejal de Cultura de Avilés no tenga inconveniente en que Antonio Pruneda haya sido el primer impresor avilesino y no me llame la atención por medio de cierta empresa privada. En cualquier caso, tanto Feito como mi amiga Carmen Mourenza, autora de la «Historia de la imprenta en Asturias», me autorizan a considerar a Pruneda como tal y a que le haga una entrevista. En ella, Pruneda, que luce larga barba patriarcal, un poco a la manera de la de don Alejandro Pidal y Mon, afirma:
—Aunque desarrollé lo más importante de mi profesión en Avilés, nací en Oviedo, el 10 de febrero de 1835. Mis padres fueron el arquitecto don Manuel Pruneda y mi madre doña Teresa González. La familia procedía de Siero, y a ella perteneció Francisco Pruneda, que fue el arquitecto de la plaza del Fontán, de Oviedo, inaugurada en 1792.
—¿Pero usted rompió la tradición familiar de dedicarse a la arquitectura?
—Sí, es cierto. En 1859 fundé en Oviedo una imprenta con el librero Laureano Mántaras, pero la sociedad se deshizo antes de cumplirse el año.
—¿Existían imprentas e impresores en Asturias desde hacía mucho tiempo?
—Pues verá usted: la imprenta penetra en España a finales del siglo XV, y ciudades como Segovia, Barcelona, Valencia, Zaragoza y Burgos dispusieron de imprentas. En Asturias se imprimen muy tempranamente, en 1493, unas hojas sobre las reliquias de la catedral de Oviedo, y se sabe de impresores asturianos de esa época, aunque trabajaron fuera de Asturias. Por lo que se puede considerar como el primer impresor en Asturias a Agustín de Paz, que comienza a trabajar en el año 1555, por cuenta del cabildo, para imprimir misales y breviarios. Imprime también las «Constituciones Sinodales» del Obispado de Oviedo, en 1556. Mas después de su quiebra, que le lleva a la cárcel, desaparece la actividad impresora de Oviedo, hasta que en 1860 se establece otro impresor, Francisco Plaza.
—¿Dónde se encontraba la imprenta que tuvo con Mántaras?
—En la calle de la Rúa, número 10, y se llamaba Imprenta de Pruneda y Mántaras. Pero al deshacerse la sociedad, la imprenta queda en manos de Mántaras y pasa a llamarse Imprenta y Litografía de Mántaras.
—¿Y es entonces cuando usted marcha a Avilés?
—No inmediatamente. Seguí trabajando como impresor en Oviedo hasta que la Sociedad Artística Avilesina me contrató en 1865 con objeto de lanzar un periódico, que sería «El Eco de Avilés», con la consabida pretensión de defender los intereses morales y materiales de la villa. Así que me establecí en Avilés, como tipógrafo, y el 10 de agosto de 1865 abrí una librería en la plazuela de San Nicolás, número 32. El 3 de junio de 1866 aparece el primer número de «El Eco de Avilés», lo que causó tal conmoción que Palacio Valdés escribió una novela sobre ello, «El cuarto poder», en la que yo figuro con el nombre de Folgueras. Más tarde, trasladé los talleres a la calle Rivero, número 41, anunciándome del siguiente modo: «Se hace toda clase de trabajos con prontitud, esmero y economía. Surtido en libros rayados, agendas de bufete, dietarios, almanaques, libros para 1.ª y 2.ª enseñanza, gramática francesa e inglesa. Papel de música y métodos de solfeo por Eslava. Comisión y suscripción a los periódicos nacionales y extranjeros». Justamente con la librería y la imprenta se puso en marcha un taller de encuadernación. También fui agente en Avilés de importantes librerías y casas editoriales de Madrid y otras capitales españolas.
—Es decir, que se dedicó al comercio.
—No creo, porque lo que a mí me jaleaba era el periodismo, y en mi imprenta fueron apareciendo diferentes publicaciones periódicas, no siempre en beneficio de mis intereses económicos, como «La Luz de Avilés», «Van Vete», «El Centinela», «Pim, Pam, Pum», «El Trébole», «El Avilesino», «El Vigía» y durante la República de 1873 «La Luz de Avilés» y «El Hijo del Pueblo». El 7 de enero de 1887 saqué «El Porvenir de Avilés», del que fui director y administrador, redactor jefe y redactor subordinado, repartidor y cuando hacía falta, por acumulación de papel en las papeleras, encargado de la limpieza y barrendero. ¡Ah! y no se olvide de poner que también era el conserje.
—Todo eso es muy meritorio.
—Pues todavía no se lo he contado todo, porque, por si fuera poco, todo lo que le he dicho que hacía y que todavía hago, aunque la situación ha mejorado un poco, no me quedaba otro remedio que escribir yo solito el periódico entero. ¿Sabe usted lo que es escribir un periódico entero, Noriega?
—No, a tanto no llego.
—Pues imagínese tener que escribir el editorial, el artículo de fondo, los demás artículos, los artículos necrológicos, las previsiones meteorológicas y los encabezamientos y las noticias... Hasta tenía que hacer el chiste, imagínese de qué humor lo haría. Y luego, a llevar las cuentas, a ocuparme de los anunciantes y, por si todo fuera poco, una vez compuesto el periódico, tenía que imprimirlo. Y lo malo no era esto, sino que al día siguiente tenía que volver a la misma rutina y así año tras año.
—Un esfuerzo titánico –comento.
—Y que lo diga. Y luego, la incomprensión de las gentes. Muchos me decían, maliciosamente, que el periódico no envolvería el turrón aquel año, o que no llegaría al año siguiente, y, como llegaba al año siguiente, que no alcanzaría a ver el nuevo siglo... Y aquí me tiene usted, en 1905, al frente del timón de «El Porvenir de Avilés», un periódico que sirvió para envolver los turrones diecisiete Navidades y lo que haga falta. Porque yo no sé si la calidad literaria será buena o sólo regular, pero de lo que no debe caberle duda es de que utilizo excelente papel.
—¿Y ahora, a sus años, continúa haciéndolo todo usted solo?
—No, por fortuna, ahora me ayuda mi hijo Isidro. Él será el director de «El Porvenir de Avilés». No es porque sea hijo mío, pero se trata de un excelente periodista que lleva tinta en las venas, en lugar de sangre.
—Y los demás periódicos que se publicaron en su imprenta, ¿también los dirigió usted?
—No, no todos.
—¿Qué ideología era la de «El Porvenir de Avilés»?
—La mía, esto es, democrática. Por tanto, de ideas republicanas.
La Nueva España · 26 de julio de 2004