Ignacio Gracia Noriega
Alfonso Marañón de Espinosa,
biógrafo de la Iglesia de Oviedo
Canónigo de la Catedral, arcediano de Tineo, arqueólogo, erudito historiador y canonista, escribió en el siglo XVI una historia eclesiástica de Asturias
El canónigo de la Iglesia de Oviedo, Alfonso Marañón de Espinosa, que ostenta la dignidad de Arcediano de Tineo, pasa la mayor parte del día en el Archivo Catedralicio, de manera que puede decirse que apenas sale de la Catedral. También arqueólogo, además de erudito historiador y canonista, Marañón de Espinosa ha investigado las antigüedades de la catedral ovetense, sobre las que escribió unos «Comentarios de la Santa Iglesia Catedral de Oviedo», que permanecen inéditos. Es, además de investigador concienzudo, escritor de amplia obra sobre asuntos históricos, arqueológicos y genealógicos, de una biografía del obispo Diego de Muros, y de escritos de asunto eclesiástico, sobre constituciones y ceremonial. En la actualidad acomete la vasta empresa de componer una «Historia eclesiásticas de Asturias», en beneficio de la cual desentiende sus habituales trabajos arqueológicos. Algunos de sus escritos aparecen firmados con su título de «Arcediano de Tineo».
—Algunos suponen que la firma Arcediano de Tineo es un seudónimo –le digo.
—Pues no, señor, es mi cargo eclesiástico. Del mismo modo que el clérigo Juan Ruiz firmaba sus poesías, un tanto mundanas y subidas de tono, como Arcipreste de Hita, y don Alfonso Martínez de Toledo como Arcipreste de Talavera, que era su dignidad eclesiástica. Por tanto, yo cuando no quiero firmar como Alfonso Marañón de Espinosa, lo hago como Arcediano de Tineo, sin por ello querer igualarme a los dos arciprestes que le ha mencionado.
—¿En qué consiste el cargo de arcediano?
—Es el administrador de cada una de las demarcaciones en que se divide una diócesis, desde el siglo XI. Cada arcedianato se compone a su vez de varios arciprestazgos. El Obispado de Oviedo está dividido en los arcedianatos de Benavente, Ribadeo, Tineo, Villaviciosa, Grado, Gordón y Babia. Pero la tendencia reciente es limitar el poder de los arcedianos para evitar que acumulen demasiado poder, reduciéndonos casi a la mera dignidad. Lo que a mí me viene muy bien, porque dispongo de mucho tiempo libre para investigar, estudiar y escribir. Otros arcedianos, compañeros de Cabildo, no se lo toman como yo, y están que botan.
—Digo yo que un arcedianato tendrá buenas rentas.
—¡Pingües!
—Su gran interés hacia las cosas de Asturias, ¿nos permiten suponerle asturiano?
—No, soy natural de Moya, en Cuenca. Mi interés por la historia y la arqueología de Asturias, y por las genealogías asturianas, proviene de que en esta catedral de Oviedo encontré material suficiente para realizar mis estudios. Por muchas vidas que tuviera, no creo que fuera capaz de agotar el mucho material que esta iglesia ofrece, en los archivos, entre sus piedras y en las genealogías de sus hombres ilustres.
—Pero antes de llegar a los estudios específicos que está realizando en la Iglesia de Oviedo, por su gusto, ¿dónde cursó sus estudios?
—En el Colegio Mayor de Cuenca y en la Universidad de Salamanca. Pero nada más concluidos estos estudios y ordenado sacerdote, el obispo Gonzalo de Solórzano, que era mi primo, me reclamó en Oviedo a su lado y me concedió una canonjía. A partir de entones, residí en Oviedo: con lo que digo que permanecí más tiempo al servicio de la Catedral de Oviedo que muchos otros eclesiásticos que son asturiano de nacimiento.
—¿Su primo el obispo era también de Moya?
—No, de la villa de Torralba, también en el obispado de Cuenca, y nacido de muy nobles y principales padres. Por la parte de padre era en línea recta de la casa de los Muelas, que son hidalgos muy antiguos en aquella tierra y de los primeros soldados que se hallaron en la toma de la ciudad de Cuenca; y por la materna era de apellido Solórzano, que es de las principales casas de la Montaña.
—¿La canonjía de Oviedo llevaba aparejado el arcedianato de Tineo?
—El arcedianato me fue concedido una vez que tomé posesión como canónigo. No quería mi primo que yo pasase por lo que él pasó durante unas reñidas oposiciones para ser canónigo magistral de la Iglesia de Zamora. De manera que una vez establecido en Oviedo, con el arcedianato de Tineo, una ración y algunos beneficios simples, con los cuales y con la mucha salud que en esta Santa Iglesia y en esta tierra he tenido, y la mucha merced que toda la gente del Principado me ha hecho y hace, me he quedado en ella.
—¿Sin tener otras ambiciones?
—¿A cuáles se refiere usted?
—No sé. A llegar a obispo, como su primo.
—No. Jamás tuve ese tipo de ambiciones. Al poco tiempo de llegar a Oviedo, empecé a revolver papeles y descubrí que con lo que contenía el Archivo, más las piedras y enterramientos y reliquias y joyas de la Catedral, tenía material suficiente para llenar una vida. Los beneficios eclesiásticos de que disponía me permitieron encararme a la vida sin sobresaltos.
—¿A qué se refirieron sus primeros estudios?
—A cuestiones profesionales, por así decirlo. Mi primer trabajo fue sobre «Estatutos y constituciones de la Santa Iglesia de Oviedo», impreso en Valladolid en 1587; y a éste siguió el titulado «Oficios y ceremonial de la Iglesia de Oviedo», publicado en Salamanca en 1588. En 1588 escribí también un libro sobre la catedral de Oviedo, titulado «Comentarios de la Santa Iglesia catedral de Oviedo»; que no se publicó.
—¿Qué sucede cuando se primo deja de ser obispo?
—Mi primo don Gonzalo de Solórzano fallece en 1580, y en lo que se refiere a mi situación dentro de la Iglesia de Oviedo, no se produjo variación alguna. A partir de él conocí hasta a siete obispos de Oviedo, con los que mantuve relaciones diferentes, según el carácter de cada uno, claro es. Con su sucesor, el franciscano fray Francisco de Dorantes, mantuve buenas relaciones, ya que era amigo del Cabildo. A su muerte en 1584, le sucede en 1585, don Diego Aponte de Quiñones, del hábito de Santiago y confesor de Su Santidad, y de muy nobles padres, pero que mantuvo perpetuos pleitos con el Cabildo. Era hombre de mucho carácter, que no sabía perdonar ni disimular con nadie. Conmigo tuvo grandes pleitos y me hizo gastar mucha hacienda. Pero, en otro orden de cosas, me encomendó que compusiera el libro de los «Estatutos y Constituciones de la Santa Iglesia de Oviedo», obra en la que colaboró, como consejero, el canónigo don Tirso de Avilés, aunque la redacción es de mi pluma. Le sucede en 1599 don Gonzalo Gutiérrez Mantilla, a quien yo conocía desde antiguo, porque habíamos sido compañeros en los estudios de Salamanca. A mí me correspondió el honor de tomar posesión de la diócesis en su nombre, junto con el arcediano de Benavente. Y fue este obispo modelo de santidad, tanto es así que murió santamente. Le sucedió don Alonso Martínez de la Torre, que era del hábito de Santiago, y dejó poca memoria, porque murió al poco tiempo de tomar posesión. Después de él, vino a Oviedo don Juan Álvarez de Caldas, que permaneció aquí hasta ser nombrado obispo de Ávila, sucediéndole el actual obispo don Francisco de la Cueva, de la orden de Santo Domingo, e hijo del duque de Alburquerque; el cual tuvo a bien llamarme un día para animarme a que escribiera el libro sobre el que ahora estoy, sobre la historia de la Iglesia de Oviedo, ya que según me dijo, es menester libro nuevo y de mejor historiador para tan alta materia. Como había leído mi biografía, todavía sin publicar, del obispo Diego de Muros, y yo había conocido a tantos obispos, me consideró la persona más idónea para componer esta historia eclesiásticas de Asturias, que, según mi cálculo, es la primera que se escribe.
—¿Qué otras obras ha escrito?
—Unas «Memorias del Principado de Asturias» y «Los condes de Noreña y su obispado», de asunto histórico; «Linajes de Asturias», de asunto genealógico, y «Reliquias de la Cámara Santa de Oviedo», de asunto arqueológico y piadoso.
—¿No volvió a salir de Asturias desde su llegada aquí como canónigo?
—Lo hice en varias ocasiones, representando a la Iglesia de Oviedo en concilios en otras diócesis. Pero a estas alturas me considero asturiano, y pese a que se me ofrecieron cargos muy honrosos, preferí quedarme aquí, porque me sienta bien el clima y estimo la bondad de sus gentes.
La Nueva España · 30 de agosto de 2004