Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Walter J. Buck,
un inglés en las montañas asturianas

Walter J. Buck analizó en sus libros «España salvaje» y «España inexplorada» sus viajes para cazar y pescar por la Asturias de finales del siglo XIX

Walter J. Buck, que viajó a Asturias en varias ocasiones en excursiones cinegéticas en compañía de Abel Chapman, distinguido cazador y escritor, no suele ser recordado entre los ingleses que viajaron por Asturias. Sin embargo, no sólo cazó y pescó en Asturias, y recorrió buena parte de su territorio, sino que se refirió a ella con cierta amplitud en dos de sus libros, «España salvaje» (1899) y «España inexplorada» (1910), escritos ambos en colaboración con Chapman. Buck es un inglés fuerte de cabeza poderosa (y bastante calva) y bigote rubio, sin guías, agente consular de Su Majestad británica en Jerez y vinatero establecido en Andalucía. Es también hombre de opiniones expeditivas y contundentes. Le conozco en una fiesta en Jerez, a la que me lleva, para presentármelo, su nieto, el marqués de Tamarón. Entre los asistentes a la fiesta se distinguen tres muchachas muy jóvenes y bonitas, haciéndose notar; la mamá de una de ellas pretende disculparla, diciendo con una sonrisa de circunstancias:

—Disimulen ustedes, porque están un poco bebidas.

A lo que mister Buck contesta de manera inequívoca:

—Lo que están es p…

Y pronuncia la palabra de las cuatro letras como si fuera un castizo. Yo me río y Buck se ríe, pero la mamá, seguramente porque no captó el chiste, suelta un gruñido, se recoge las faldas y se marcha como si estuviera ofendida, con la cabeza muy alta, como suelen ir los idiotas cuando acaban de recibir un desplante.

Buck enciende un cigarro, lanza una bocanada de humo, me ofrece un whisky y luego me dice:

—Así que es usted asturiano.

—Sí, mister Buck.

—Yo soy grande amigo del marqués de Villaviciosa de Asturias. Por cierto, que me extrañó mucho que este año no se haya celebrado como se merece el aniversario de la primera escalada al Naranjo de Bulnes.

—Pues ya ve usted. No sé si habrá sido por culpa del Principado de Asturias o del Ayuntamiento de Cabrales, pero lo cierto es que quedó todo a medias, si es que se hizo algo, y la casa sin barrer.

—¿Usted conoce el Naranjo de Bulnes?

—Sí, desde luego, lo he visto desde diferentes puntos de Asturias, ya que es tan peculiar que presenta un perfil inconfundible, y destaca en la distancia, solitario y orgulloso, entre los otros montes de su alrededor.

—¿Y llegó a escalarlo?

—¿Yo? No, no, no. Dios me libre. Yo soy cazador, no escalador. Yo no estoy tan bien dotado, y no estoy tan loco como Perico Pidal, que lo mismo caza una docena de rebecos en una tarde que escala un monte tenido por inaccesible. Yo soy sólo cazador. Soy más limitado.

Y se lleva la mano derecha a la altura del rostro, alarga la izquierda hacia adelante, y mueve el dedo índice de la derecha, como si apretara el gatillo.

—¿Usted vino a España para cazar o por negocios?

—Para cazar y por negocios. España es de los pocos países europeos en los que todavía son compatibles los negocios y la diversión.

—¿De qué parte de Inglaterra es usted?

—De Suffolk. Nací en Mendham el 19 de julio de 1843, pero vivo en España desde mi juventud. En 1868 me establecí en Jerez como exportador de vinos, y once años más tarde, en 1879, después de asociarme con Sandeman, compramos la firma francesa Laborde-Pemartin, establecida en 1818, y en funcionamiento desde entonces. Esta ampliación del negocio me arraigó definitivamente en Jerez, donde, por otra parte, no me sentía lejos de Inglaterra, ya que Jerez es uno de los vértices del conocido triángulo victoriano en Andalucía; los otros dos son Riotinto y Gibraltar, aunque a ustedes, los españoles, les ofenda Gibraltar.

—A mí no me ofende Gibraltar, sino que pienso que está en buenas manos. En peores estaría si se lo entregan a un Gobierno que incumple los compromisos internacionales de España.

—¿Cómo ve usted la política española?

—No me interesa hablar acerca de la política española. Lo lamento, pero no me parece un asunto serio. En su día me inquietó que no hubiera manera de terminar con las guerras carlistas en las provincias del Norte, o la absoluta indiferencia con que el pueblo de Jerez acogió la proclamación de la República. Acaso tal indiferencia explique que la República no haya durado un año. Yo pienso que los políticos españoles viven fuera de la realidad y de espaldas al pueblo y, en consecuencia, lo que hagan los políticos le resulta indiferente al pueblo. Y creo, sobre todo, que un inglés no debe interferir en los asuntos políticos de un país que le acoge con tanta hospitalidad como España a mí.

—¿Debe entenderse por esto que sus actividades en España se reducen a la caza y a la crianza de vinos?

—No, de ninguna manera. En 1869 fundé la primera sociedad de tiro al pichón, modalidad que gracias a ella se difundió por todo el reino, y de la que llegué a ser campeón de España en 1882, 1883 y 1884. Y desde abril de 1872 hasta 1912 formé parte de la comisión que ejerció el control de la caza en el coto de Doñana.

—Pasemos de Doñana a las regiones del Norte. ¿Por qué se le ocurrió ir a cazar a Asturias?

—Porque había oído hablar de esa región al marqués de Villaviciosa de Asturias, gran cazador y entusiasta asturiano. Mi buen amigo Abel Chapman solía venir a España para organizar expediciones venatorias, alojándose, durante sus estancias en Andalucía, en mi residencia, en el palacio de las Cadenas. Yo le acompañé en las mayor parte de esas excursiones por el interior de España y el norte de África, de manera que era inevitable que acabáramos, tarde o temprano, recorriendo las montañas de Asturias. Yo estaba dispuesto a descolgar la escopeta y a sacar la caña de pescar siempre que me lo permitieran mis negocios y mis ocupaciones como vicecónsul británico en Jerez.

—¿Recuerda su primer viaje a Asturias?

—Sí, aunque no recuerdo el año. Fuimos invitados por el conde de la Vega del Sella a su palacio en la localidad asturiana de Nuevos, muy cerca de los Picos de Europa.

—¿Nuevos? ¿No se tratará de Nueva?

—Puede ser. A lo mejor, Chapman y yo entendimos mal la palabra que da nombre a esa localidad, en cuyo caso figura como errata en nuestro libro «Unexplored Spain». Habíamos conocido al conde de la Vega del Sella el año anterior en Noruega, donde se encontraba acompañado de su amigo el marqués de Villaviciosa de Asturias. Tanto el conde como el marqués nos hicieron tan desmesurados elogios de las bellezas de Asturias y de la variedad y riqueza de las especies que pueblan sus montañas y ríos que decidimos conocerlas por nosotros mismos; y acogiéndonos a la hospitalidad del conde, fuimos a Nueva, tomando el palacio de Nueva como base de nuestras cacerías. Dos cosas me llamaron la atención de aquel magnífico palacio: la primera, un criado indio mexicano del conde, arisco y armado de revólver, y la segunda, un lobo domesticado que no sólo recorría el parque a su gusto, sino que entraba en el palacio cuando le apetecía. Yo encontraba una expresión siniestra en los ojos de aquel lobo y en sus inmensas quijadas.

—Y en las cacerías, ¿qué tal les fue?

—Muy bien. Los Picos de Europa son un escenario imponente, y aunque no se cace, merecen ser visitados. Para admirar su grandeza. Mención especial merecen sus ríos, en los que se pescan las truchas mejores de Europa, superiores a las de Austria, y salmones mejores que los de Noruega. Le voy a dar mi tarjeta, Noriega, para que se ponga en contacto con Chapman: él podrá ampliarle muchos aspectos sobre la caza en Asturias.

La Nueva España · 6 de septiembre de 2004