Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Miguel Vereterra y Carreño,
el marqués que trajo la luz moderna

Miguel Vereterra fue jefe de los partidos moderado y conservador e impulsó la sustitución en 1860 del alumbrado público con velas de sebo por otro moderno de gas

Miguel Vereterra y Carreño, sexto marqués de Gastañaga, es «hombre muy popular, muy bien dotado de personalidad y simpatía», según escribe Juan Santana en su libro «Asturias, una historia del Gas de Alumbrado», editado por Hidroeléctrica del Cantábrico en 1989. Entre otras muchas cosas, Gastañaga se preocupó por el alumbrado público, y siendo presidente de la Academia Asturiana de Bellas Artes consiguió que en 1860 se sustituyera «el pésimo alumbrado de velas de sebo por el de gas». Pero vayamos por partes. El marqués de Gastañaga es tal como le presenta Tolivar Faes en su libro sobre «Nombres y cosas de las calles de Oviedo»: «Hombre de culto y afable trato, de franco y caballeroso proceder». Pese a su significación política muy precisa, «supo captarse la admiración y simpatía de todos los ovetenses de su tiempo», según añade Tolivar.

—Eso se debe a que no hago cuestión de gabinete a nimiedades.

—¿Luego es usted un posibilista, como lo demuestra al haber sido sucesivamente jefe de los partidos moderado y conservador?

—Sí, es cierto. El partido moderado jugó un gran papel durante algo tiempo, pero es forzoso reconocer que paulatinamente fue quedándose un poco atrás.

—Dígame algo sobre sus títulos.

—Ostento dos, el de marqués de Gastañaga y el marqués de Deleitosa. Ambos fueron creados por Carlos II, el de Gastañaga el 25 de febrero de 1686, y el de Deleitosa el 22 de febrero de 1693.

—¿Dónde nació?

—En Oviedo, en 1806. Todavía no se había producido la invasión napoleónica. También en la Universidad de Oviedo cursé los estudios de Derecho, hasta terminarlos.

—¿Y ejerció seguidamente la abogacía?

—No, hasta ahí podíamos llegar. Derivé muy pronto hacia la ocupación política, aunque tomando siempre Asturias como base de operaciones. Fui elegido diputado a Cortes por primera vez en 1836, durando aquella legislatura hasta 1837. Posteriormente volví a ser diputado en las legislaturas de 1844 a 1845, y de 1845 a 1846. Ese año fui nombrado senador, conforme a la Constitución de 1845, hasta 1868, que, a consecuencia de la revolución que derrocó el régimen monárquico, me retiré temporalmente de la política.

—Cuando se retiró en 1868, ¿pensaba que se retiraba transitoriamente?

—Sí. Aquel régimen de anarquía no podía durar mucho. Su momento más bajo fue a partir de la proclamación de la República: con cuatro jefes del Gobierno provisional, era claro que aquel sistema no funcionaba. Así que la República cayó tal como era inevitable que cayera, sin que apenas nadie la empujara.

—¿Y regresó entonces a la política?

—Sí, aunque ya contaba bastantes años para ir pensando en otras cosas. Pero resulté elegido senador vitalicio, de acuerdo con la Constitución de 1876, y después de jurar esta representación el 18 de junio de 1877, aquí me tiene, defendiendo, como de costumbre, los intereses de Asturias.

—¿Puede decirse que su actuación política tuvo Asturias como preocupación principal?

—Puede decirse, desde luego. Aunque por mi condición de diputado y de senador hube de utilizar la tribuna de Madrid, que es indispensable para cualquier político que pretenda ser escuchado con amplia resonancia, mi pensamiento siempre estuvo puesto en Asturias. Y en alguna ocasión pude desarrollar sobre Asturias funciones de gobierno.

—¿Se refiere a la época en la que fue jefe del partido moderado, y después jefe del partido conservador?

—No. Me refiero a la temporada que fui gobernador civil de la provincia, desde el 16 de abril de 1851 al 25 de diciembre de 1852.

—¿Ya había crisis de subsistencias en Asturias bajo su mandato?

—Ya la había, en efecto. La crisis venía arrastrándose desde finales de la década anterior, y se agudizó con la llamada peste de la patata, que introdujo en Asturias el fantasma del hambre, lo mismo que en otros países de la Europa atlántica, siendo Irlanda, según mis noticias, el más afectado. Aquella peste fue causada por la «phytophtora infestans» que unida a la sarna ordinaria de la patata, produjo aterradoras situaciones que se creían relegadas a la Edad Media. A esta desgracia se sumó la epidemia de cólera. Y eso que la agricultura en Asturias estaba algo más diversificada que en Irlanda, por lo que, en cierta pequeñísima medida, podemos considerarnos afortunados.

—Con lo que no pudieron considerarse afortunados los asturianos fue con el gobernador civil que les cayó en desgracia en aquella época calamitosa.

—¿Se refiere usted al «Ferre»? Era inhumano aquel hombre. Los campesinos se morían de hambre, y él sólo pensaba en cobrar impuestos.

—¿Usted hubiera actuado de otro modo?

—¡Naturalmente! No hubiera podido dar comida donde no la había, porque no soy el Señor multiplicando los panes y los peces, pero no se me hubiera ocurrido pensar en los impuestos, porque las preocupaciones eran otras, y angustiosamente prioritarias.

—Por aquel tiempo, ¿usted residía en Asturias?

—Sí. Yo había sido nombrado por real orden de 17 de mayo de 1850 el primer presidente de la Academia Asturiana de Bellas Artes. Mi posterior nombramiento como gobernador civil de la provincia me impidió dedicar a la Academia tanto tiempo como quisiera, al menos hasta que cesé en el cargo. La Academia Asturiana de Bellas Artes inició sus actividades el 17 de octubre de 1853, en el local del Gimnasio de Teología del antiguo colegio de los Jesuitas, donde logramos acomodar las aulas de dibujo, en las que desarrollaban su actividad las cátedras de Figura, Lineal, Perspectiva y Cátedras superiores. Una vez puesta en marcha esta primera sección, mi preocupación principal fue poner en funcionamiento nuevas secciones, dotando a cada una de ellas del material necesario. El 19 de noviembre de 1854, se celebró una sesión pública de la Academia de Bellas Artes de San Salvador de Oviedo, en la que yo pronuncié un discurso en elogio de las Bellas Artes, que ha sido impreso.

—La Academia fue adelantada en Asturias en muchas cosas, ¿no es cierto?

—Sí, en muchas cosas. La más vistosa fue que introdujimos en ella en 1860 el alumbrado por gas, que era por aquel entonces una novedad. Así que un día mandé que las velas de sebo fueran guardadas en el sótano, y empezamos a alumbrarnos con gas, como en las ciudades progresistas y modernas de Europa y Norte América.

—¿Fue el de la Academia el primer gas que alumbró en Oviedo?

—En edificio oficial, sí, aunque antes que nosotros se empleó el gas para la iluminación del Café Casín, en el número 23 de la calle Cimadevilla de Oviedo. Y antes, la iluminación por gas había sido el objeto de diversos experimentos por parte del químico don José Ramón Fernández de Luanco y Riego, profesor de la Universidad de Oviedo, en la que era ayudante de los catedráticos de Física y Química, señores Salmeán y Magín Bonnet, y que firmaba sus artículos periodísticos con su nombre reducido: José Ramón de Luanco. Este inquieto profesor publicó en 1851 un trabajo titulado «Alumbrado de gas en Oviedo», que amplió en el folleto «Consideraciones acerca de las circunstancias en que debe fermentar el zumo de la manzana para la preparación de la sidra». Pues Luanco investigaba la posibilidad de obtener gas de los restos de la manzana y de su orujo, y sobre esa base se efectuó la iluminación del Café Casín, creo que en el año 1852. Otro de los impulsores de la iluminación por gas en Oviedo fue el doctor García Roel, hombre de una curiosidad verdaderamente universal.

—¿Y Luanco?

—José Ramón de Luanco es un asturiano importantísimo. Sería una injusticia que algún día Asturias se olvidara de él. En su pueblo le tienen por alquimista: siempre incomprendidos los hombres de mérito.

—¿Es ése su caso?

—No. Yo he sido recompensado en diferentes ocasiones. Poseo la Gran Cruz de Carlos III y la de Isabel la Católica, soy maestrante de Granada y gentilhombre de Cámara con ejercicio.

La Nueva España · 13 de septiembre de 2004