Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Alejandro P. de Salmeán,
funcionario y escritor

Hijo de León P. de Salmeán, que fue rector de la Universidad de Oviedo en varias ocasiones, participó en la fundación del Centro Asturiano de Madrid en 1881

Si preguntamos por don Alejandro Pérez Gotarredona, nadie le conocerá. Hace falta dar explicaciones. Hemos preguntado por él en diferentes lugares, academias a las que pertenece y oficinas públicas en las que trabajó, y en todas se dibuja la expresión de sorpresa al escuchar los conserjes el nombre de don Alejandro Pérez Gotarredona.

—¡Pues no me suena! –afirma, categórico, el secretario de la Academia de Bellas Artes de Oviedo.

—Su padre fue rector de la Universidad de Oviedo –digo, por darle una pista.

Y, entonces, el secretario de la Academia de Bellas Artes de Oviedo se da una palmada en la calva cabeza y exclama:

—Ya caigo. ¡Salmeán!

Debo a este perspicaz secretario la dirección de Alejandro Pérez Gotarredona, o Alejandro P. de Salmeán, como más habitualmente se le conoce; el cual vive en Madrid, jubilado, y casado desde no hace muchos años con la señorita Emerita Moreno Somoza.

—Sí, señor, me casé en 1913 en Madrid, con sesenta y tres años cumplidos. ¿Qué le parece a usted?

—Muy meritorio.

—Pero llega un momento en que conviene dejar de hacer méritos en beneficio de la utilidad. El gran novelista montañés don José María de Pereda escribió una novela que ilustra el refrán de «el buey suelto bien se lame», y titulada, precisamente, «El buey suelto». Pero el tiempo manda y llega el día en que tanto los toreros como los solterones deben cortarse la coleta. No queda otro remedio.

—¿Y con qué nombre se casó usted, don Alejandro, como Alejandro Pérez Gotarredona o como Alejandro P. de Salmeán?

—Como Alejandro Pérez Gotarredona. En los documentos serios hay que poner el nombre verdadero. En las demás actividades, vale el nombre por el que le conocen a uno.

—¿Por qué esa manía de eliminar el «Pérez»? Me recuerda a un político separatista catalán de mi tiempo, que se apellida Pérez, pero considerando ese Pérez como apellido poco serio para un separatista, emplea en su lugar el «alias» de Corod-Rovira.

—Pues yo no oculto el Pérez por separatista, que no lo soy, sino porque empezó a prescindir de él mi padre, que se llamaba León Pérez Salmeán y Mendayo, pero que prefería figurar como León P. de Salmeán. Mi madre se llamaba Luisa Gotarredona Mendayo.

—¿Su padre era asturiano?

—No, había nacido en Madrid el 20 de febrero de 1810. Pero en 1834 obtuvo la cátedra de Química General y Aplicada en la Universidad de Oviedo, ciudad en la que residió el resto de su vida, hasta su muerte, el 2 de septiembre de 1893.

—¿Y usted?

—Yo, en cambio, que vivo fuera de Asturias, soy asturiano de nacimiento. Nací en Oviedo el 26 de febrero de 1850.

—¿Y sus estudios los haría asimismo en Oviedo, supongo?

—Naturalmente. En 1861 ingresé en el Instituto de Segunda Enseñanza para cursar el Bachillerato, grado que obtuve el 16 de junio de 1866. Inmediatamente después pasé a la Universidad, para cursar los estudios de Derecho, licenciándome en Derecho Civil en febrero de 1871 y en Derecho Canónico en septiembre de ese año. También hice algunos estudios en la Facultad de Filosofía y Letras, pero sin alcanzar la licenciatura. Y siendo estudiante, empecé a escribir en los periódicos, aunque pocas veces con mi firma.

—¿Por qué?

—Porque mi padre prefería que estudiara a que escribiera. Como él era hombre de ciencias, veía con cierta suspicacia que yo hubiera seguido una carrera de letras como Derecho. Para evitar más disgustos, preferí utilizar seudónimos, siendo los más frecuentes Naenlas y N. Mesalán, que son combinaciones de mi apellido.

—¿Era su padre rector de la Universidad de Oviedo mientras usted estudió en ella?

—Sí, ya que fue elegido rector en 1866, el año en que yo ingresé en la Universidad, y permaneció en ese cargo, con algunas interrupciones, hasta el año 1888. Las interrupciones se debieron, sobre todo, a sus opiniones liberales. De 1867 a 1868 fue vicerrector, bajo el rectorado de don Domingo Álvarez Arenas. De manera que me tocó como rector y como vicerrector. En el año 1868, al producirse la caída de Isabel II, fue nombrado rector nuevamente, y depuesto en 1876, con motivo de la restauración borbónica. Y todavía fue nombrado rector otras dos veces, hasta que en 1888 renunció al cargo definitivamente. Mi padre era de esos catedráticos para quienes la Universidad es el segundo hogar.

—¿Por qué no se quedó usted en Oviedo?

—Porque decidí emprender una carrera administrativa que me sirviera de sostén hasta que pudiera abrirme camino como escritor. Y para triunfar en las letras, ya se sabe: o se va uno a Madrid, o renuncia a ello. Así que marché a Madrid, desempeñando modestos destinos, primero en el ministerio de Gracia y Justicia y después en el de Fomento. De paso continuaba escribiendo en los periódicos, pero fíjese usted en lo que son las cosas: me había ido a Madrid a triunfar como escritor, pero escribía en la prensa de Asturias, en «El Carbayón» y en la «Revista de Asturias» en su segunda época. Y como en el Ministerio de Fomento iba ascendiendo poco a poco, y el camino hacia la fama literaria avanzaba muy lentamente, decidí prestarle mayor atención a mis tareas como funcionario de Fomento, aunque sin renunciar por ello del todo a la literatura. Durante algún tiempo residí fuera de Madrid para prestar servicio en las llamadas Secciones de Fomento, distribuidas por diferentes provincias, hasta que en 1886 fui nombrado provisionalmente secretario particular del director general de Obras Públicas. Seguidamente pasé al Negociado de Bellas Artes de la Subsecretaría de Instrucción Pública, que, por aquel entonces, dependía del Ministerio de Fomento, y que era cargo que iba más de acuerdo con mis intereses intelectuales. Aunque estuve muy poco tiempo en ese negociado, porque en agosto de ese mismo año de 1886 se me confió el cargo de delegado del Gobierno ante la Compañía del Canal de Urgel, lo que me obligó a trasladarme a Barcelona y a residir allí durante una temporada.

—¿Y qué tal su estancia en Barcelona?

—Pues bien. Estaba allí desempeñando un cometido de cierta importancia. Pero en lo demás, como si me hubieran enviado a Cuenca.

—¿Pero prefería estar en Madrid?

—Sí, claro: prefería estar en el Ministerio.

—¿Qué cargos pasa a ocupar al regresar a Madrid?

—El de secretario de la Dirección General de Obras Públicas, y posteriormente el de secretario de Sección en el Consejo Superior de Agricultura, Industria y Comercio, cargo en el que me jubilé. Pero mi deseo de volver a Madrid no sólo estaba relacionado con los ascensos en la Administración, sino que obedecía a tener una mayor participación en la vida cultural madrileña.

—¿Participó activamente en esa vida cultural?

—Creo que sí. Fui socio fundador del Centro de Asturiano en 1881 y fundador de su Boletín en 1885; secretario de una de las secciones de la Sociedad Económica Matritense y presidente de otra sección de la Academia de Legislación y Jurisprudencia. Al abandonar Bernardo Acevedo la dirección del Boletín del Centro de Asturianos en 1890, yo pasé a dirigirlo, transformándolo en la revista ilustrada «Asturias», que dirigí hasta 1904, y nuevamente en 1909. Todo esto sin desatender mis colaboraciones como crítico de arte en «La Gaceta Musical». En 1914 fui nombrado miembro de la Academia de Bellas Artes de Oviedo.

—Se dice que cierta vez que sus amigos ovetenses le prepararon un banquete de homenaje usted se fue a la estación y escapó en el tren.

—Es verdad. ¡Pero se come tan mal en los banquetes de homenaje!

La Nueva España · 27 de septiembre de 2004