Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Timoteo García del Real,
escritor ocasional

Nacido en Puerto de Vega en 1827 y perteneciente a una familia ilustrada, funcionario de Fomento, colaborador en periódicos y revistas, emigró a Madrid para desarrollar su vocación literaria

Don Timoteo García del Real pertenece a una familia ilustrada y literaria. A su hermano, el novelista Luciano García del Real, ya lo hemos entrevistado en esta sección no ha mucho. Dos hijas de don Timoteo, Elena y Matilde, también se dedican a la literatura, siendo Matilde la más distinguida, escritora de tendencia didáctica. Don Timoteo, a la par que funcionario importante en el Ministerio de Fomento, colabora en los periódicos y revistas, tanto de ámbito nacional como asturiano, y ha publicado obras sobre los asuntos más diversos: poesías de una parte y trabajos de tema jurídico o erudito. Jubilado del Ministerio de Fomento, reside en Madrid, y aunque a veces le entra la añoranza de Asturias, sólo pensar en levantar la casa de Madrid y volver a instalarse en Oviedo, le desanima y disuade. Vive desde hace cuarenta y siete años en Madrid, y en cuarenta y siete años son muchas las cosas que se acumulan en una casa.

—Imagínese: aquí está toda mi vida, prácticamente. Mis parientes y amigos asturianos me dicen qué se me perdió en Madrid, ahora que estoy jubilado. Para ellos, irse a vivir a otra parte, después de medio siglo de vivir en la misma localidad, debe resultarles facilísimo. Pero no: llevo cuarenta y siete años respirando el aire de Madrid. No digo que a veces no sale de mí la morriña y entonces me entran las ganas de abandonar la villa y corte para siempre y regresar para pasar los últimos días en Puerto de Vega o incluso en Oviedo. Pero en Madrid tengo mi ambiente, los pocos amigos que todavía no se me han muerto viven en Madrid, y en Madrid trabajan mis dos hijas: Matilde, que es inspectora de primera enseñanza de la escuela madrileña y, desde 1902, directora de las Cantinas Escolares, de la que fue fundadora, juntamente con Carmen Rojo, y Elena, que se ha casado, sin que ello sea inconveniente para que siga trabajando como traductora de lengua francesa y colaborando en revistas como «Los dos mundos», «La patria», «Crónica de la moda y de la música», «Correo de la moda» y otras.

—¿No resulta un poco raro que habiendo sido usted carlista en su juventud no tenga inconveniente en haberle dado buena educación a sus hijas y que le parezca bien, y hasta esté orgulloso de ello, que sus hijas trabajen fuera de casa? Esto sin contar la vinculación evidente de Matilde García del Real con institucionistas y krausistas, y otras gentes de condición progresista?

—¿Quién le ha dicho a usted que yo soy carlista, de una parte, y qué le permite suponer que por el hecho de ser o haber sido carlista recibe uno la condición de energúmeno?

—El haber sido uno de los fundadores de «La Tradición» y su amistad con José Indalecio de Caso, entre otros datos.

—Bien, de acuerdo. Yo tengo ideas en un determinado sentido, pero no se oponen en todo a la modernidad. Mi hija Matilde siempre estuvo alentada por sus padres, por mi esposa y por mí. Su vocación fue desde niña la enseñanza y cuando alcanzó la edad adecuada para ello, ingresó en la Asociación Española para la Enseñanza de la Mujer, fundada por don Fernando de Castro, y desde allí cursó los estudios de Magisterio, graduándose de maestra superior en 1875, con 19 años. Y debe tener en cuenta, Noriega, que por aquel entonces apenas había mujeres que estudiaran en España. Seguidamente obtuvo plaza de profesora en la Escuela Jardines de la Infancia, y siguió por ese camino pedagógico, con el que se siente plenamente identificada.

—¿Dónde nació Matilde García del Real?

—En Oviedo, pero vino a Madrid siendo muy niña. Su hermana Elena, que es dos años más pequeña, también nació en Oviedo.

—Se nota, pues, que sus hijas nacieron en hogar ilustrado.

—Desde luego. Porque todo el mundo habla de mis hijas, maestra una, periodista la otra, o de mi hermano Luciano, pero suelen olvidar injustamente a mi esposa, Emilia Mijares, que es también escritora de bien cortada pluma y muy amiga de Concepción Arenal. Por otra parte, he de recordar a mi padre, hombre de amplísima ilustración, que dirigió personalmente la educación mía y la de mi hermano Luciano desde nuestros primeros pasos.

—¿Qué opina de la obra de su hermano Luciano?

—¡Hombre!, no puedo compararla con la mía, porque él escribió mucho y yo muy poco, pero también es verdad que él se dedicó a la literatura y yo sólo secundariamente, ya que yo trabajaba en una oficina, que era de lo que obtenía el dinero para vivir y educar a los míos. Luciano fue un novelista caudaloso, y tuvo el gran acierto de reunir sus «Tradiciones y leyendas» en cinco bien nutridos tomos, antes de morir.

—¿Cómo se calificaría usted como escritor, don Timoteo?

—Como escritor ocasional. No obstante, Constantino Suárez escribe a propósito de mí: «Lo mejor de su espíritu, en Madrid como antes en Oviedo, lo dedicó a sus ejercicios de escritor, desparramando casi toda su labor en diarios y revistas madrileñas y asturianas, siempre sin afán de notoriedad y produciendo por el solo placer de producir. Se leían con deleite y aplauso sus trabajos periodísticos y literarios, pero sin que él apeteciera los reconocimientos públicos de sus méritos».

—¿A qué se debe tanta modestia, don Timoteo?

—A que yo no soy un escritor profesional, como lo fue mi hermano Luciano. Yo fui un funcionario que llegué a tener un alto rango en el Ministerio de Fomento. Siempre escribí para entretenerme. Si además entretenía a mis lectores, miel sobre hojuelas. Lo que sí puedo decirle es que si hay algo que me produzca verdadero placer es escribir.

—¿Dónde nació usted?

—En Puerto de Vega, el año 1827. Poco después nos trasladamos a vivir a Oviedo, donde nació mi hermano Luciano, que era ocho años más joven que yo. De todos modos, en 1842 fue enviado al Gijón para cursar los estudios de Náutica y Cálculos Mercantiles, graduándome en 1844. Por entonces yo tenía la intención de hacerme piloto y navegué algo, de cabotaje. Pero al cabo desistí de hacer carrera en la mar, y regresé a Oviedo, donde terminé los estudios de Bachillerato. Poco después comienzo a escribir en prosa y verso. Mis primeros trabajos literarios aparecieron en el periódico «El Álbum de la Juventud», en 1853. También colaboré por la misma época en «El Nalón», «El industrial» y «El independiente». Así que decidí dedicarme a la literatura. Entonces conocí a José Indalecio de Caso, con quien compuse un libro de poesías, y conocí también a Emilia Mijares, con quien me casé en 1855. Ambos colaboramos en la «Revista de Asturias», y en 1859 en «La Tradición», que no niego que tuviera cierto matiz político. Y así, escribiendo como forzados, intentábamos salir adelante Emilia y yo. Pero como en Oviedo no había grandes posibilidades de vivir de la pluma; en 1860 tomó una decisión en buen entendimiento con mi esposa: la de trasladarnos a Madrid.

—¿Por qué?

—Para tener más claros horizontes.

—¿Tenía el propósito, una vez en Madrid, de seguir dedicándose a la literatura?

—Sí, tenía ese propósito, pero como había que vivir de algo, entre que me daba o no me daba a conocer en los periódicos, fundé una academia preparatoria para diferentes carreras. A ella dediqué todos mis afanes, con escasa compensación económica. A ella sacrifiqué mis pretensiones literarias y periodísticas. Y como la academia fracasó, se lo digo lisa y llanamente, no me quedó otro remedio que ingresar como funcionario en el servicio del Estado, siendo destinado al Ministerio de Fomento, en el que, con el tiempo, desempeñé diversas comisiones de responsabilidad y alcancé un alto cargo de carácter técnico. De carácter técnico, ojo: no político.

—Y entonces, volvió a escribir...

—Ya sin agobios, volví a escribir, aunque mi único libro publicado es de carácter técnico: «Legislación de puertos», publicado en Madrid en 1880, en colaboración con Bentabol y Martínez Pardo, que recoge la legislación desde 1851 a 1880. Otro carácter tiene el trabajo erudito «Los manuscritos de don Tirso de Avilés», del que me siento bastante satisfecho.

La Nueva España · 11 de octubre de 2004