Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Gregorio Menéndez Valdés,
historiador poco prestigioso

Nacido en Gijón, estudió Leyes en Oviedo y Valladolid, fue señor de San Andrés de Cornellana y autor, entre otras obras, de «Historia antigua de Gijón» y «Gixa Moderna»

Goza de mala fama como historiador don Gregorio Menéndez Valdés, lo cual, en rigor, no es gozar, sino sufrir. Todo el mundo está de acuerdo, no obstante, de que se trata de una bonísima persona e, incluso, hay quien atribuye a su bondad personal su fracaso como historiador. Jovellanos ha escrito sobre él que fue «caballero distinguido, de más ingenio que juicio, y menos instrucción que manía de aparentarla». No obstante, sus obras históricas, pese a las críticas que han recibido, están llenas de curiosas noticias que se leen con agrado; otra cuestión es que esas noticias expuestas de manera más imaginativa que rigurosa, hasta el extremo que algunas pueden ser consideradas como fantásticas y otras son de lleno inverosímiles. Aunque una cosa es hablar de oídas y otra haber leído los dos tomos de la «Historia antigua de Gijón» y «Gixa moderna» (este volumen de menor interés que los anteriores), para no mantener sobre nuestro historiador juicios ajenos. Luis Adaro Ruiz-Falcó, prologuista de «Gixa moderna» y de los dos tomos de la «Historia antigua de Gijón», señala que «Don Gregorio Menéndez Valdés, señor de San Andrés de Cornellana, es la grata figura de un recto caballero, enamorado de su pueblo, dispuesto siempre a salir en su defensa y que siente ternuras y arrebatos incomparables por la villa que le vio nacer», añadiendo que, pese a su fama de historiador extravagante, «en conjunto, podemos afirmar que, del siglo XVIII y después del eminentísimo don Gaspar de Jovellanos, es don Gregorio el único gijonés que se ocupó de aportar documentos y datos sobre su querida villa, pues si algún otro llegó a escribir algo, desapareció en el transcurso del tiempo y no llegó a nuestros días».

Por su parte, Julio Somoza afirma que «don Gregorio, hombre bueno y candoroso, como toda alma bien nacida, pecaba por crédulo en demasía, cuya debilidad explotaba con ruin fruición su falso amigo el canónigo Reyero, que sin duda creía poner una pica en Flandes vendiéndose por íntimo suyo, para a sus espaldas hacerle blanco de las burlas de sus amigos, cosa tan indecorosa al hábito que vestía como indigna de la verdadera amistad, y sólo explicable en gente de condición villana».

José Antonio de Lavandera Reyero nació en Somió y, después de hacerse fraile de la Merced y de residir en Castilla y Cuba, marchó a Roma, donde abandonó la orden y se hizo médico, ejerciendo en Sevilla, Lisboa y Mancorbo.

Autor de varias obras como una «Descripción historial de la entrada de Nuestro Señor Jesucristo en el cielo», regresó durante algunos años a Gijón, haciéndose pasar por canónigo y vinculado al Hospital de los Remedios. Por este tiempo, conoció a don Gregorio Menéndez Valdés, que andaba empeñado en sus empresas de historiador, en la confección de sus obras, le vendió numerosas noticias como si fueran datos históricos contrastados, con el solo ánimo de reírse de él. Pese a que don Gregorio es un bendito, no le perdona al mal amigo sus tomaduras de pelo y los escarnios que hizo de él a sus espaldas.

—No me hable usted de Lavandera Reyero, porque no le puedo perdonar el mucho daño que me hizo. Y todo ello, haciéndose pasar por amigo mío, abusando de mi benevolencia.

—Lavandera Reyero se disculpó diciendo que es usted un hombre con deficiente cultura general y mediana inteligencia, razón por la que le ayudó en lo que pudo en la composición de sus «Avisos históricos y políticos».

—Ya, ya. Me contaba patrañas para ayudarme, ¿verdad?

—Eso dice él.

—Me contaba patrañas para reírse de mí, y encima me las cobraba, porque yo le correspondía a su supuesta amabilidad dándole algún dinero. Yo confiaba en él plenamente, porque le tengo por muy culto escritor. Pero cuando los «Avisos» se publicaron en Madrid el año 1774, me di cuenta, por las críticas desaforadas a mi obra, del engaño de que había sido víctima.

—¿Le molestaron esas críticas?

—¿Cómo no iba a molestarme? Sobre todo, la de mi admirado Jovellanos, que llegó a decir de mí que soy caballero de más ingenio que juicio.

—Sin embargo, le considera como caballero.

—Menos mal. Pero es que lo soy.

—Es usted señor de San Andrés de Cornellana. ¿Nació en esa localidad?

—No, señor, nací en Gijón. aunque pertenezco a la Casa de San Andrés de Cornellana, cuyo primer señor de esta casa fue don Pedro Munión, conde de Asturias y de Aranga y comendador de San Juan. Queriendo el Papa Alejandro III reconocer sus servicios, le concedió las villas e iglesias de Santa Eulalia y San Andrés de Cornellana, en el Obispado de Oviedo, según expongo en mis «Avisos históricos y políticos». Yo soy en la actualidad el señor de San Andrés de Cornellana, lo que no es inconveniente para que resida en Gijón y dedique todos mis esfuerzos a su mejora y engrandecimiento.

—Muchos de sus críticos le atribuyen una formación intelectual deficiente. ¿Es eso cierto?

—No lo es en modo alguno. Cursé los estudios de Leyes en la Universidad de Oviedo, concluyéndolos en la de Valladolid.

—Pero ya sabe usted el dicho de que Salamanca no da...

—Yo no he ido a Salamanca, sino a Valladolid, como le acabo de decir, y una vez terminados los estudios, volví a Gijón para ejercer la abogacía.

—Sin embargo, también tuvo otras ocupaciones.

—Sí, es cierto, las tuve. Fui capitán de Milicias y regidor perpetuo de la villa y concejo de Gijón.

—E historiador– añado.

—¿No lo dirá usted con retintín?

—De ningún modo. Me interesa lo que usted escribe, don Gregorio. En la actualidad estoy preparando un libro sobre don Pelayo y le encuentro como personaje principal del segundo tomo de su «Historia antigua de Gijón».

—Es que don Pelayo es personaje de grande importancia. Ni más ni menos que sacó a los moros de nuestra tierra y el verdadero fundador de la Monarquía española.

—¿Era Pelayo godo?

—Desde luego. Hijo de Favila, duque de Asturias y de Cantabria, y nieto del rey Chindasvinto.

—¿Es cierto que Noé fundó Gijón?

—No, no es cierto. No fundó Gijón, pero ello no es inconveniente para que haya estado en el norte de España, de edad avanzadísima, fundando en Galicia Noia y en Asturias Noega, que es la actual Navia.

—A usted le preocupan las comunicaciones en Asturias, lo mismo que a su paisano Jovellanos. ¿Se puede decir: su paisano y amigo?

—Le seré sincero: no somos amigos. El señor Jovellanos no me toma en serio y no puede haber amistad si no es en un plano de cierta igualdad. Sin embargo, hice estudios sobre el transporte de maderas por las aguas de los ríos, llegando a la conclusión de que los robles, las hayas y los castaños que constituyen el dilatadísimo monte de Valgrande, que rodea Pajares, podrían bajarse por el río Lena, y las hayas y los robles del monte de Soto podrían ir por el río hasta Ribadesella, si no lo estorbaran los precipicios, las vueltas, los riscos y las estrechuras que hace el río. Pero en ambos casos no harían falta carreteras, ya que la corriente del río podría suplantarlas. También las maderas de otros bosques muy frondosos podrían ser trasladadas fluvialmente. Con la riqueza forestal de Asturias podrían construirse cincuenta veces más navíos de línea que los que se construyen actualmente. También con las piedras de bellos colores sacadas de las canteras que hay a uno y otro lado de la carretera de Gijón a León se podría lograr un ramo muy interesante en el comercio, dentro y fuera del reino.

—¿No le imagina a usted interesado en estas cuestiones?

—¿Qué creía? ¿Qué son cuestiones que sólo interesan al famoso y sin par Jovellanos? Para escribir mi «Gixa moderna» hube de averiguar sobre muy diferentes fuentes de riqueza y, como al escribir esta obra no contaba con Reyero de asesor, puede tener la seguridad de que nada de lo que expongo es patraña.

La Nueva España · 20 de diciembre de 2004