Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

David Arias:
el gas que nos amenaza

Nacido el 20 de enero de 1890, estudió Derecho en Oviedo, fue alcalde de Avilés en tres ocasiones, y fue autor de varios libros, como las novelas «Llegará del mar» y «Después del gas»

Después de pedirle permiso al concejal de Cultura del Ayuntamiento de Avilés, vamos a hacerle una «entrevista» al abogado y escritor avilesino David Arias y Rodríguez del Valle, quien, desde hace años, reside en la ciudad de México. Por cierto, el Ayuntamiento avilesino patrocinó en el año 2003 la publicación de dos obras de David Arias, la novela «Llegará del mar», subtitulada «Novela americana», y un volumen de correspondencia con el también escritor asturiano Luis Amado Blanco, titulado «Cartas desde el exilio», que abarca el período de 1939 a 1969. Como ya nos hemos referido a ambas obras desde las páginas de este periódico, nos excusamos de dedicarles mayor espacio, por no resultar reiterativos. En cualquier caso, «Llegará del mar» es novela rarísima, cuya existencia como libro llegó incluso a ser puesta en duda. Cuando Juan José Plans le puso prólogo a la otra novela de Arias, «Después del gas», en 1986, se refiere a otros dos libros de Arias, «que yo sepa», siendo uno de ellos «Llegará del mar». De «Después del gas» escribe Plans que es «la novela más significativa» de Arias, pese a que «David Arias no es un gran escritor. Pero domina el oficio. De ahí que su obra se lea con interés, con curiosidad...».

Hay más a favor de la narrativa de Arias. «Después del gas» es una novela catastrofista, ambientada en una segunda guerra mundial imaginaria y publicada en Madrid en 1935, cuatro años antes de que la auténtica II Guerra Mundial estallase de verdad; pero, en el año 1935 no faltaban elementos de enrarecimiento e inquietud sobre la vieja Europa que la anunciaban con mucha verosimilitud. Aunque se nota en el libro de David Arias cierta intención de imitar el estilo profético de H. G. Wells en obras como «El día del cometa», los hechos le dieron la razón al escritor avilesino cuando intuyó en su novela que una segunda guerra de extensión mundial había de ser inevitablemente implacable y sus consecuencias afectarían a toda la población, especialmente a la población civil. De un lado, los avances científicos contribuirían a que la guerra fuera más terrible y sin concesiones; también el auge de los dos agrios totalitarismos que, por entonces, planeaban dominar el mundo: el nacionalsocialismo y el socialismo, tanto en su tendencia real, como en la democrática, que fue la que organizó la revolución de Asturias, sin ir más lejos. La toma del poder del partido nacionalsocialista en Alemania, después de haber ganado en las urnas unas elecciones democráticas y la guerra de Abisinia, tenían como equivalente por la parte del socialismo, no nacional, sino internacional, diferentes intentonas revolucionarias, de las que la más destacada y de peores efectos fue la de Asturias en octubre de 1934.

David Arias del Valle nos recibe en su casa de México D. F., en cuya puerta consta su nombre en una placa dorada y bajo el nombre la palabra «abogado».

—En efecto, aquí soy abogado –me dice, invitándome a pasar a su despacho, lleno de papeles y a sentarme–. Ni siquiera los más íntimos recuerdan que en otro tiempo fui escritor y hasta alcalde de Avilés.

—¿Y por qué motivo?

—Porque hay que vivir de algo, además de vivir del aire, que en México es fino como el cristal, según el gran escritor Alfonso Reyes. Yo tuve la gran suerte de que, al venir de México, las autoridades académicas mexicanas tuvieron en cuenta mi expediente como estudiante de Derecho en España, por lo que me reconocieron el título de abogado, y desde entonces, ejerzo como tal.

—¿Vino a México como exiliado político?

—Sí.

—¿Y no piensa volver?

—Puede que no.

—¿Nació en Avilés?

—Sí, claro, en Avilés, el 20 de enero de 1890. Mi padre, David Arias García, era como yo, o mejor dicho, yo como él, abogado y escritor. Era natural de Riberas de Pravia y licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo, pero residió en Avilés después de su matrimonio y ejerció como abogado, profesor de Historia y periodista de «La Voz de Avilés», en cuyas páginas firmaba con el seudónimo de Fra Angélico y las iniciales D. A. Escribió, además, una «Historia general de Avilés» y se dedicó a la política como liberal que era, ocupando los cargos de concejal del Ayuntamiento y juez municipal. Yo heredé de él la profesión del derecho, la afición a la literatura y la condición liberal.

—¿Con lo que me quiere decir que estudió Derecho porque su padre era abogado?

—Más o menos.

—¿Dónde hizo los estudios de Derecho?

—En la Universidad de Oviedo, en la que me licencié en el año 1911, con 21 años. Después marché a Madrid para seguir los cursos de doctorado, alcanzando el grado de doctor en agosto de 1914. Y aunque gané por oposición una cátedra universitaria y más tarde gané oposiciones a judicatura, solicité la excedencia en el cuerpo para regresar a Avilés y dedicarme a la abogacía, la política y el periodismo, como había hecho mi padre, y que eran las ocupaciones que más me gustaban.

—Qué raro; pero, en fin. ¿Es entonces, a su regreso a Avilés, cuando empieza a escribir?

—No, ya había empezado a escribir siendo estudiante, colaborando en los «Anales» de la Universidad de Oviedo. También escribí en «El Progreso de Asturias», en «La Voz de Avilés» y en la revista «El Bollu». Posteriormente, colaboré en «España Nueva», de Madrid, y publiqué un volumen de poesías: «Sendero».

—¿Y cuándo empieza a dedicarse a la política?

—Ingresé muy tempranamente en el Partido Reformista, por el que fui elegido en 1920 alcalde de Avilés, cargo en el que permanecí hasta la dictadura de Primo de Rivera, en 1923. Volví a ser alcalde de Avilés en febrero de 1930, por lo que me tocó lidiar con una huelga que se tradujo en la declaración de estado de guerra, con lo que yo pasaba a ser jefe militar de la plaza. Conseguí, no obstante, que abriera el comercio y que funcionara parte del transporte. Pese a todo ello, el gobernador civil ordenó mi detención alegando que no había cumplido sus instrucciones y acusándome de ser el jefe de la revuelta de Jaca –la que le costó la vida a Fermín Galán– en Asturias. Estuve en la cárcel en Oviedo desde el 18 hasta el 30 de diciembre de 1930.

—¿Y aquello no le desanimó de la política?

—Por desdicha, no. Con la llegada de la República, volví a ser alcalde de Avilés, hasta las lecciones de noviembre de 1933. Por lo demás, mi partido de toda la vida, el Partido Reformista, transformado en 1932 en Partido Republicano Demócrata Liberal, giraba cada vez más hacia la derecha, por lo que, al aliarse a la Acción Popular de Gil-Robles, decidí abandonarlo. Al crearse en 1934 el partido Izquierda Republicana, que lideraba don Manuel Azaña, ingresé en ese partido, del que llegué a ser presidente de su última asamblea general.

—¿No le parece que si don Melquíades tenía malas amistades por la derecha, las de Azaña por la izquierda no eran mejores?

—Ya –dice; y se encoge de hombros.

—¿Cómo vivió la Revolución de Octubre de 1934?

—En Avilés hubo menos incidentes que en otras partes, pero fueron detenidos unos trescientos implicados, a muchos de los cuales defendí como abogado.

—¿En su actuación pública no salió de Avilés?

—No. Fui un político bastante localista. También fui secretario de la Junta de Obras del Puerto de Avilés, y como abogado pertenecí a los colegios de Oviedo y Gijón.

—Y luego estalló la guerra civil.

—Me sorprendió veraneando en Riberas de Pravia, con mi familia. Yo regresé a Avilés y al aproximarse los ejércitos de Franco al Nalón envié a mi familia a Santander. Permanecí en Avilés hasta casi su caída, en septiembre de 1937. Pude salir por mar hasta el puerto francés de Saint-Nazaire y desde allí marché por tren a París, para entregar en la Embajada de España los fondos de la Junta de Obras del Puerto de Avilés. Regresé a España para reunirme con mi familia, que se encontraba en Barcelona. Y en 1939 tomamos el camino del exilio nuevamente. Pasamos la frontera por Port Bou y yo fui internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Pasé grandes penalidades antes de poder salir en dirección a la República Dominicana, aunque mi propósito era establecerme en Cuba, donde contaba con el apoyo de Luis Amado Blanco. Pero las condiciones para ir a México eran más favorables, de manera que estuve en Puerto Plata, en la República Dominicana, hasta finales de 1941, y después de una breve estancia en La Habana, pisé por primera vez tierra mexicana, en el puerto de Veracruz, el 28 de enero de 1942. Y aquí me tiene.

—En México, al principio, ¿reemprende su carrera de escritor?

—Sí intenté escribir en los periódicos y publiqué la novela «Llegará del mar», en 1944, en la editorial Norte, de México. Pero el éxito fue escaso y como arreglé mis cosas como abogado, ahora vivo de la abogacía.

La Nueva España · 3 de enero de 2005