Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

José María Malgor,
escritor de buen humor

Nacido en Avilés en 1905, compaginó su profesión como juez municipal con las comedias teatrales, la publicación de cuentos y las colaboraciones periodísticas

Vuelvo a dirigirme al concejal de Cultura del Ayuntamiento de Avilés, respetuosamente. Ya sé que se trata de hombre avisado y dado a dar consejos a través de una empresa privada, pero, y pese a que debe ser individuo vigilante (no le conozco en persona), me permito ponerle sobre aviso sobre José María Malgor, escritor nacido en Avilés el 19 de diciembre de 1905. Esto es: estamos en el año del centenario de su nacimiento. Y como el pasado año fue el tercer centenario de la muerte de un escritor avilesino ilustre, Francisco Bances Candamo, que me parece que pasó sin pena ni gloria, o si algo se hizo con ese motivo no trascendió fuera de un ámbito que imagino reducidísimo, esperemos que éste no se repita lo de siempre. Insisto, pues, en que este año se cumplen los cien años del nacimiento de Malgor.

Y dado este aviso, vamos a entrevistar a José María Malgor, en su despacho de la Sociedad Amigos del Arte. Tiene muy buen aspecto, y aspecto campechano. Malgor es simpático, y caso excepcional en la literatura universal, o por lo menos, en la española: pues se trata de un juez que escribe obras de humor.

—No exagere, Noriega. Aparte que soy juez municipal, que no es lo mismo que ser juez de primera instancia, pongo por caso, conozco a colegas que disfrutan de buen humor, aunque no hayan recibido la visita de las Musas. No tenga usted tan mal opinión de los jueces.

—No la tengo, en general. Tan sólo tengo mala opinión de uno, que según un amigo mío, tiene mirada de policía político social del anterior régimen.

—¡Qué cosas dice usted, Noriega! ¡Un juez policía! –dice Malgor, riéndose.

—Cosas peores habrán de verse: que el ministro de los jueces sea a la vez el ministro de los guardias.

—¡Con ese tema hacía yo una comedia! –exclama Malgor; pero añade, prudente– Si no fuera juez...

—¿Le dio su ocupación de juez asunto para alguna de sus obras?

—Sí, claro. «Interdictu» o «Pleitín de aldea», que fue estrenada en el teatro Principado de Oviedo el 2 de febrero de 1944, interpretada y dirigida por José Manuel Rodríguez. Aunque el verdadero protagonista de la obra es un castaño, que simboliza la contumacia pleitística del labriego asturiano. Gracias a mi condición de abogado y de juez conozco casos verdaderamente formidables. La afición a pleitear y a ir al abogado da lugar a casos divertidos por lo grotesco, y yo creo que el teatro costumbrista asturiano no le ha sacado suficiente jugo a esa obcecación, aunque sí hay obras notables, como «Abogáu de caleyes», de Antón de la Braña, estrenada un año después de mi «Pleitín de aldea» en el Teatro Casino de Arnao, por la «Compañía Asturiana». El aldeano sabiondo en leyes es de temer. Conocí a uno que amenazaba a su vecino diciéndole: «Como empiecen a funcionar las máquinas de escribir, no hay quien las pare». Pero aún sabiendo que una vez que el Juzgado empieza a llenar papeles no hay manera de frenarlo, este bien hombre pleiteaba con todo el mundo.

—Bueno, pero si no fuese así, ¿de qué iban a poder vivir los abogados?

—También es verdad. ¿Sabe usted lo que dice el gitano cuando echa una maldición?: «Que tengas muchos pleitos y que los ganes». Da casi igual ganar que perder, porque lo que realmente se pierden son las perras. Conozco muchos casos de personas que gastaron más dinero en pleitos que lo que podía valer el motivo del litigio.

—¿Fue «Pleitín de aldea» su mayor éxito?

—No, yo creo que mi mayor éxito fue «¡Capitán... yo!», comedia estrenada en Avilés en 1943 por la compañía de Felipe Villa.

—¿Usted nació en Avilés?

—Sí señor, el 19 de diciembre de 1905. Y en Avilés comencé a estudiar el Bachillerato en el Colegio de la Merced, aunque había que ir a hacer los exámenes al Instituto Jovellanos de Gijón, terminándolo en 1920.

—Terminó muy pronto. ¿Buen estudiante?

—Demasiado bueno. Tan bueno que terminé el Bachillerato antes de la edad requerida para el ingreso en la Universidad, razón por la que comencé la carrera de perito mercantil en la Escuela Profesional de Comercio de Gijón, terminándola al cabo de dos años. Finalmente, en 1922 pude comenzar los estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo, licenciándome en 1926, después de haber hecho los dos últimos cursos en uno.

—Qué barbaridad.

—Ya ve usted.

—Y una vez licenciado, ¿qué hizo?

—Me trasladé a San Sebastián para trabajar como pasante en el bufete del abogado Machimbarrena, que era amigo de mi padre. Y allá estuve dos años, hasta 1928, en que abrí mi propio consultorio de abogado en Avilés. Esto, más mi matrimonio con Pía Olamendi en 1929, fueron las principales razones que me anclaron en Avilés, donde, por lo demás, estoy tan guapamente.

—¿Y sólo se dedicó a la abogacía y luego a la judicatura?

—No, hombre, también me dediqué al periodismo, colaborando en «La Voz de Avilés», «El Noroeste» y «La Prensa», y en los periódicos ovetenses «El Carbayón», «Región» y «La Voz de Asturias». Mi mayor éxito como periodista fueron una serie de artículos publicados en la revista anual «El Bollo», en los que, usando el seudónimo Jack, simulaba ser un extranjero que describía humorísticamente aspectos variados de la vida avilesina.

—Algo así como las «Cartas persas» de Montesquieu, o las «Cartas marruecas», de Cadalso.

—Mas o menos. También me dediqué ocasionalmente a la enseñanza y pronuncié conferencias sobre «Orientaciones del Derecho Penal y el Código Penal de 1928», en el Centro Obrero de Avilés y el Ateneo Obrero de Gijón, o sobre la Constitución de la República, conferencia pronunciada en Avilés en la Agrupación Republicana Radical Socialista en 1932.

—Sin embargo, usted colaboró con la dictadura de Primo de Rivera.

—No, de ninguna manera. Yo desempeñé el cargo de juez municipal de Avilés en 1929-1930. En la actualidad soy juez comarcal de Avilés, al tiempo que estoy implicado en diferentes actividades culturales, como presidente de la junta rectora de la biblioteca pública Bances Candamo y secretario de la Sociedad Amigos del Arte. También fui profesor de manera accidental del Instituto de Segunda Enseñanza de Avilés. Como no estaba completo el cuadro de profesores, me hice cargo de las clases de Historia, que di durante varios cursos gratuitamente.

—¿Y continúa colaborando en los periódicos?

—Sí, publico cuentos humorísticos breves en el diario ovetense «Región», y todos los años envío mi colaboración a la revista «El Bollo».

—Como comediógrafo, ¿no empieza un poco tarde?

—No. Además, antes de empezar a escribir teatro, ya había hecho muchas cosas. Mi primera obra, «¿Demasiado tarde?», comedia en tres actos, se estrenó en Avilés en 1941, y tuvo tal éxito que pasó al repertorio de la compañía de Vicente Soler y Asunción Montijano, y conoció los honores de ser publicada, con prólogo de don José Francés, escritor ilustre, interesado por las cosas de Asturias. El catedrático don Joaquín de Entrambasaguas le dedicó un notable artículo, en el que encuentra algo de ibseniano en el carácter de la protagonista.

—¿Y es, en efecto, un personaje que le debe algo a Ibsen?

—Yo pienso que no, pero como lo dice Entrambasaguas, que, a fin de cuentas, es catedrático...

—¿Sus otras comedias han sido publicadas?

—Tres de ellas, «Pleitín de aldea», «¡Capitán... yo!» y «Refranero y... una propina», están reunidas en el volumen «Tres comedias asturianas». También reuní mis cuentos en varios volúmenes: «25 cuentos de la calle», en 1946, «Coses de Xilembra» en 1949 y «Xilembra sigue contando» en 1951. Asimismo publiqué un trabajo sobre «Marcos del Torniello, poeta avilesino», que considero como el punto de partida para una biografía más amplia, que tal vez escriba algún día.

—De momento, su última comedia estrenada es «El Roñoso», en 1949. ¿Piensa retirarse del teatro?

—No, pero, la verdad: ¡la competencia del cine es tan dura!

La Nueva España · 10 de enero de 2005