Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Juan Antonio López Vázquez, trotamundos

Este escritor y etnólogo políglota, mierense de Valdecuna, recorrió la Rusia zarista, de la que dejó un detallado retrato, así como otros países de Europa y África

El curioso libro «Viajeros españoles en Rusia», de Pablo Sanz Guitián, nos ofrece un amplio catálogo de españoles que por los más variados motivos visitaron Rusia: desde los viajeros medievales Benjamín de Tudela, Ruy González de Clavijo y Pero Tafur, hasta viajeros de bien entrado el siglo XX, hubo muchos más españoles vinculados a Rusia de lo que pudiera suponerse. Unos eran diplomáticos, como Adolfo de Rivadeneyra, Ángel Ganivet y Juan Valera, que escribió «desde Rusia» una serie de cartas informativas y deliciosas; otros, militares, como Juan van Halen, a quien Pío Baroja dedicó una magnífica biografía titulada «El oficial aventurero»; otros, científicos, escritores y periodistas, poetas, como Jacinto Verdaguer; exiliados, turistas y curiosos y, en fin, divisionarios azules. Entre éstos se encontraba el escritor asturiano José Manuel Castañón, que dedicó a su estancia en Rusia uno de sus libros mejores. Pero el señor Sanz Guitián no tiene en cuenta a los asturianos, ya que no cita a Castañón, pero tampoco a José Antonio López Vázquez ni a José Loredo Aparicio, de Sama de Langreo, muy vinculado a Isidoro Acevedo y que cuando menos viajó a Rusia en 1923, como delegado, al Congreso de la Internacional Comunista celebrado en Moscú ese año, según Constantino Suárez. Espero que el amigo Laso me lo presente para poder hacerle una «entrevista» en condiciones.

Juan Antonio López Vázquez, también conocido por el seudónimo de Juan Ibero, fue, según José W. Alonso, «el primer asturiano conocido que haya ido a aquel país (Rusia) exclusivamente a estudiar la cultura rusa, y al cabo de una estancia de tres años en Petrogrado (de 1909 a 1912), dio a la publicidad su interesante libro «Cuentos de la tierra que fue de los zares», en el que narra, en forma amena y sugestiva, sus impresiones literarias, científicas, artísticas y costumbristas de aquella tierra incógnita, que dejó de serlo después de que hubimos leído ese libro». Hoy ese libro, «Cuentos de la tierra que fue de los zares», publicado en Valencia en 1920, con prólogo de Enrique Rodríguez Loisel, figura entre los inencontrables. Y don Juan Antonio López Vázquez, que vive en Oviedo totalmente al margen de la literatura, nos dice cuando le visitamos para entrevistarle, y él mismo nos abre la puerta:

—Estoy retirado de la literatura.

—¿Lo que se dice completamente retirado? –preguntamos.

—Completamente retirado –confirma–. Es decir: estoy apartado del todo de la literatura.

—Sin embargo, no tendrá inconveniente en responder a algunas preguntas para el periódico.

—No, a eso no. Pase usted.

—Muchas gracias.

—No hay de qué. Si acepto contestar a sus preguntas es porque no sólo soy escritor, sino que en mis años jóvenes fui viajero por casi toda Europa y norte de África: lo que se puede decir un trotamundos.

—Habrá adquirido experiencia con sus viajes.

—Mucha experiencia.

—¿Y qué me dice de Asturias?

—También conozco muy bien Asturias. Asturias y Europa. Ya sabrá usted lo que afirma don Salvador de Madariaga: que los asturianos somos los más europeos entre los españoles. Mucho más que los catalanes.

—¿Dónde nació usted, don Juan Antonio?

—En la aldea de El Valleto, de la parroquia de Valdecuna, en Mieres, el año 1886. Mi padre, Jesús López Gómez, procedía de Lugo, y desempeñó diversos cargos públicos en Asturias. A finales del siglo XIX marchó a Madrid, donde sentó plaza como escritor. Por la parte materna desciendo de doña Pilar Vázquez de Prada.

—¿Marchó usted a Madrid, con su padre?

—No, gracias a Dios. Primero hube de hacer los primeros estudios en la Escuela Pública de Valdecuna, y después de aprender las primeras letras, pasé a estudiar latín con un dómine de Murias de Aller. El año 1900 ingreso en el Colegio de Valdediós, en Villaviciosa, para continuar los estudios de Bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo. Finalmente, una vez terminado el Bachillerato, marché a Madrid, donde mi padre me matriculó en una academia de idiomas.

—¿Le atraía el estudio de idiomas?

—Verá usted: sí, me atraía. Por aquel entonces, me interesaban por igual los estudios de letras que los de ciencias, pero puede que lo que mejor se me daban fueran los idiomas. Mas yo notaba que los profesores de la academia de idiomas sabían poco. Por lo que decidí que la mejor manera de aprender un idioma era vivir algunos años en el país en el que se habla ese idioma. En consecuencia, puede usted anotar que el estudio de los idiomas me convirtieron en viajero.

—Supongo que el primer país que habrá visitado habrá sido Francia.

—Sí, claro. Por algo es el que queda más cerca.

—También tenemos frontera con Portugal.

—Ya, pero yo prefiero no echar la vista atrás. Aunque esto no fue inconveniente para que visitara Portugal más adelante.

—¿Y qué impresión le causó?

—Buena. Aunque observé que los portugueses son tan afrancesados como los madrileños.

—¿Qué otros países visitó?

—Le voy a decir: además de Francia y Portugal, Bélgica, Inglaterra, Italia, Alemania, Suecia y el norte de África.

—¿Y de Suecia marchó a Rusia?

—Así es. Pasé allí tres años, de 1909 a 1912.

—¿En qué partes de Rusia vivió?

—Principalmente en Petrogrado, pero desde esta ciudad hice viajes a otras ciudades y regiones de ese inmenso país.

—¿Había indicios, durante su estancia en Rusia de la revolución sovietista que se avecinaba?

—Yo no los advertí demasiado evidentes. Calculo que la intervención de Rusia en la guerra de 1914 precipitó los acontecimientos. Con los malos resultados militares, en 1917 el poder andaba en Rusia por los suelos, de manera que Lenin y los bolcheviques se apresuraron a hacerse cargo de él. Y no parecen dispuestos a soltarlo.

—¿Por qué tituló su libro «Cuentos de la tierra que fue de los zares»?

—En parte, por imposición editorial. El libro se publicó en Valencia en 1920, cuando la Revolución Bolchevique era ya irreversible. Y aunque mi libro se refiere a la Rusia que yo conocí, en la que todavía reinaba el zar Nicolás II, el editor prefirió que constara en el título que aquellas historias se desarrollaban en una Rusia que ya había desaparecido, en la Rusia que fue de los zares.

—¿El problema ruso le continúa interesando?

—Sí, claro. En 1923, Isidoro Acevedo me pidió que le escribiera un prólogo a su libro «Impresiones de un viaje a Rusia», que escribí encantado, aunque haciendo constar que la Rusia que vio Acevedo no era la misma, ni parecida, que la vista por mí.

—¿Y cuál le parece mejor?

—Acevedo afirma que la sovietista. Yo, como no conozco la Rusia de ahora, no puedo opinar.

—¿Cuándo deja de viajar?

—En 1914, que entro a trabajar en la Academia Politécnica de Oviedo como profesor de idiomas. Después fui profesor también de idiomas en el Liceo Asturiano, y por fin en un Colegio de Segunda Enseñanza de Mieres. Entonces establecí mi residencia en Valdecuna, en 1921 me casé con María Fernández, y así terminó el trotamundos.

—Y nació el escritor.

—Por hacer algo. Comencé a investigar sobre la prehistoria asturiana y a colaborar en revistas como «La Politécnica Asturiana», y posteriormente en «Alma Astur» y «El Reformista» y en el semanario proletario «La Aurora Social». En estas colaboraciones empiezo a utilizar el seudónimo Juan Ibero. En 1916 publiqué mi primer libro, «Cuentos y recuerdos de Asturias».

—Sin embargo, no toda su actividad es de carácter asturianista.

—No, claro. Escribí el libro sobre Rusia y hasta un artículo sobre «Einstein y la antigua ciencia del cosmos», publicado en «El Noroeste de Gijón», en 1926. También escribí sobre cuestiones políticas, como «Consideraciones acerca del movimiento político actual» y «Ahora, a servir a la República», en 1931, y colaboré en la revista «Asturias Gráfica», y en los periódicos «El Noroeste» de Gijón, «La Voz de Asturias» y «Avance» de Oviedo, y «Nueva España» de Madrid. También pronuncié diversas conferencias, teniendo gran eco una que dí en el Ateneo de Oviedo sobre cuestiones etnológicas. En 1935 publico mi tercer y último libro, «Problemas de historia antigua de Asturias», en el que pretendo situar sobre el mapa actual ciudades, ríos y monumentos milenarios mencionados por los escritores clásicos, como Noega, Laberris, Lucus Asturum, Lancia...

—¿Y después de la guerra civil?

—Pues aquí me tiene viviendo en Oviedo desde hace años y retirado de la literatura.

—Pero algo habrá escrito...

—Poca cosa: «El secreto de la xana», en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares de Madrid, en 1945, y «Cuadros y escenas demosóficas de Asturias. Los últimos calzones», en 1953. Y pare de contar.

La Nueva España · 24 de enero de 2005