Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Pedro Antonio de Peón Heredia,
ilustrado polifacético

Gobernador de Villaviciosa al inicio de la guerra contra Napoleón, fue hombre de múltiples inquietudes, que tanto fomentó el aprendizaje del francés como plantó olivares y diseñó riego

Entre los ilustrados asturianos del siglo XVIII debiera destacar más de lo que destaca don Pedro Antonio de Peón Heredia, quien, pese a los muchos años que ahora cuenta, no por ello desatendió sus obligaciones como patriota en los primeros días de la guerra de la Independencia contra los franceses, ocupando el cargo de gobernador político y militar de Villaviciosa, con el grado de coronel. Aunque en este punto puede haberse producido una confusión que el propio don Pedro Antonio de Peón Heredia se apresura a aclarar.

—Algunos me confunden con mi sobrino don Antonio Peón y Heredia, que es militar de profesión y fue ayudante mayor del Real Cuerpo de Guardias Españolas, ascendido a mariscal de Campo en 1808, y como tal participó en diferentes acciones de guerra durante la que el pueblo español mantuvo contra los invasores napoleónicos. Yo no hice tanto como él en esa guerra, limitándome a ser el gobernador político y militar de Villaviciosa en el momento de producirse la ruptura de hostilidades contra el invasor Napoleón Bonaparte.

—Pero, ¿y el grado de coronel que usted ostentaba?

—Se me reconoció, habida cuenta que había sido militar en mi remota juventud.

Pero no es por militar por lo que se recordará a don Pedro Antonio de Peón Heredia. Según escribe sobre él Fermín Canella en la monografía dedicada a Villaviciosa en la obra «Asturias», de Bellmunt y Canella, citado por Constantino Suárez: «Él instruyó, legó e introdujo el gusto de saber la lengua francesa en su país; lo llenó de libros necesarios para la navegación, comercio y agricultura. En este último ramo hizo grandes progresos con señaladas ventajas del terreno patrio, en plantíos de pomares y olivares, haciendo ver que el suelo asturiano era capaz de todas las semillas y plantas. Crió gusanos de seda (que nunca allí se habían conocido) y halló mármoles primorosos. Dispuso riegos, inventó máquinas, juntó monetario y fomentó la aplicación e industria por todos lados».

—Por lo que se ve, fue usted un hombre muy activo.

—Sí, entonces, cuando era joven. Ahora, de viejo, ya sirve uno para poca cosa. Pero en mis buenos tiempos, decía de mí el canónigo Carlos González de Posada que «antes que se pensase en Sociedades del País, fue una entera sociedad».

—¿Y cómo adquirió la cultura que en la actualidad se le reconoce?

—Le diré: poco a poco. Mis primeros años fueron de militar, pero en la milicia cansé pronto, dado que mi carácter tiende a la vida sedentaria y pacífica. No obstante, he de reconocerque en materia científica, las academias militares estaban más adelantadas que las universidades, en las que tan sólo se enseñaban saberes rancios, expuestos en pésimo latín. De todos modos, abandoné el Ejército con pocos años, y me fui a Oviedo para seguir estudios de Leyes, aunque interesándome sobre todo en el estudio de la Economía y de las Ciencias Naturales. Saliendo al campo aprendía mucho más que asistiendo a la Universidad, y gracias a mis observaciones personales, confirmadas luego con la lectura de libros y publicaciones extranjeras, puede decirse que me hice un discreto zoólogo, y un minerólogo y en botánica bastante bueno.

—¿Viajó a Francia?

—Sí, en una ocasión, en el período de mi juventud al que me estoy refiriendo. El motivo de este viaje era para ponerme al día en cuestiones de Ciencia y Filosofía y, sobre todo, para iniciar el aprendizaje de la lengua francesa, que para mí fue fundamental, porque me permitió leer numerosísimas publicaciones que me interesaban y que no existían en la lengua española.

—¿Estuvo usted suscrito a la Enciclopedia de los señores D’Alembert y Diderot?

—Sí, señor.

—¿Y cómo le llegaba?

—Por mar, bien en barcos que fondeaban en el puerto de Gijón o que lo hacían en la ría de Villaviciosa.

—¿Y le acarreó algún problema estar suscrito a la Enciclopedia?

—No, ninguno. Bien es verdad que yo hacía mis lecturas con discreción, sin dar cuenta de ellas a nadie, salvo a personas interesadas y de mi más entera confianza. Por otra parte, en Villaviciosa a nadie le interesaba lo que yo leía o dejaba de leer.

—¿Qué trajo de París, además de libros?

—Traje muchas cosas, y algunas bien curiosas. Por ejemplo, traje gusanos de seda. No voy a colgarme medallas, porque no viene a cuento. Pero estoy por afirmar que fui el introductor de los gusanos de seda al menos en Asturias. No sé si en España.

—¿Gusanos de seda? ¿Y cómo el dio por los gusanos de seda?

—En París pululan gentes de todos los lugares y de todas las razas. Yo conocí a un portugués que había estado en Macao, y este portugués me presentó a un chino, hombre educado e ilustrado, que me hizo saber que pertenecía a ilustre familia de rango literario. En la residencia de este chino vi por primera vez los gusanos de seda.

—¿Y cómo le dio por traerlos a Asturias?

—Porque son gusanos que se desarrollan en climas húmedos. Y para humedad, la de Asturias no tiene que envidiar a la de ninguna parte.

—¿Y qué opinaron los lugareños asturianos cuando le vieron actuar con los gusanos de seda?

—Algunos pensarían que yo estaba loco y otros lo considerarían una experiencia interesante.

—¿Realizó otros experimentos?

—Pues sí. Durante toda mi vida me dediqué a plantar pomaradas, pero, como tengo el convencimiento de que el suelo de Asturias es apto para plantar todo tipo de semillas y plantas, planté también olivares, aquí, en Villaviciosa, que es concejo que dispone de zonas de temperaturas benignas y muy soleadas.

—¿Y qué decían los lugareños al verle plantar olivares?

—Pues lo mismo que los que me veían criar gusanos de seda: unos pensarían que estaba loco y otros que aquellos experimentos podían tener algún sentido.

—¿También buscó canteras de mármol?

—Las busqué y encontré mármoles primorosos. También me di cuenta de las grandes necesidades del campo asturiano, inventando, para aliviarlas, algunas maquinarias agrícolas. Procuré fomentar la aplicación y el estudio de mis paisanos y promover asimismo la industria donde me fue posible, y dispuse regadíos, porque, aunque por fortuna, en Asturias no escasea el agua, a veces conviene encauzarla para su mejor aprovechamiento. Y, en fin, estudié la historia natural, la economía y las instituciones políticas.

—¿Es por todo esto por lo que don Carlos González de Posada asegura que usted es una entera sociedad en sí mismo, antes que se pensase en Sociedades del País?

—Si le digo la verdad, yo no fundé sociedades. Desarrollé mi trabajo por mi cuenta, con tanta intensidad como pude. Y creo que mis esfuerzos dieron frutos. Los gobernantes me consultaron en ocasiones sobre asuntos concretos, y así, el 23 de diciembre de 1747, le envié un informe al marqués de la Ensenada, relativo la pregunta que él me había hecho sobre la conveniencia de construir un puerto en Tazones.

—Por cierto, esta carta figura entre lo poco que escribió.

—Es verdad. También escribí una «Disertación sobre el árbol abedul o betula de los antiguos». Pero prefiero plantar árboles a escribir sobre ellos.

—Con tantas inquietudes científicas y filosóficas, debió usted sentirse muy solo en Asturias.

—No lo crea. Mientras vivió el P. Feijoo y estuvieron en Oviedo el doctor Casal y el P. Sarmiento, tuve a quien dirigirme y con quien entenderme. Me siento más solo y aislado ahora.

La Nueva España · 14 de febrero de 2005