Ignacio Gracia Noriega
Antonio Osorio y Álvarez Ron,
alcalde de Vegadeo
Elegido regidor del Ayuntamiento vegadense en 1931, fue encarcelado a causa de la Revolución de Octubre, y con la guerra civil se exilió a Francia, hasta que en 1948 regresó para ejercer como farmacéutico
En la revista «Silvallana», editada en Vegadeo con motivo de su 42 Feria de Muestras, y que me hace llegar mi buen amigo Enrique Osorio Rodríguez Sampedro, encuentro dos artículos del máximo interés, ambos firmados por José Fernández Mesa: el primero de ellos, sobre el Mazo del Suarón, va referido a la antigua industria hidráulica que tanta importancia tuvo en las tierras occidentales de Asturias; y el segundo, sobre un político demócrata, don Antonio Osorio y Álvarez de Ron, de quien puede decirse, en su elogio, que no recuerda a ningún político de ahora.
Ahora, todos los políticos son demócratas. Pero en los tiempos de don Antonio Osorio, el certificado de demócrata había que ganárselo, y a él le costó disgustos y cárceles. En la actualidad ejerce como farmacéutico en Vegadeo, bastante desalentado, pero no vencido.
Entro en la farmacia y encuentro a un hombre envejecido, pero que conserva vivacidad en la mirada.
—¿Puedo hacerle algunas preguntas?
—Adelante. Haga las que guste. Pero no sé qué le podré responder. Ya sabe usted: la censura.
—Seremos prudentes, don Antonio.
—En ese caso, pregunte usted. ¿Le apetece tomar algo?
—Unas pastillas de menta. Digo yo que serán buenas para la sinusitis.
—Para la sinusitis, lo mejor es ir a Castilla a secar. Aquí en Asturias hay días que tenemos más humedad que en el Trópico.
Me pasa a la rebotica y tomamos asiento en unos sillones de mimbre, ante una mesa camilla. Yo siento nostalgia por las estaciones en que es necesario encender el braserillo de la mesa camilla; pero esta tarde calurosa de junio, el boticario entreabre una ventana para que corra la brisa.
—¿Usted nació aquí, en Vegadeo?
—Sí, el 19 de junio de 1896; sólo que cuando yo nací, Vegadeo era todavía la Vega de Ribadeo. Mis padres fueron César Osorio y Orosia Álvarez de Ron, y mis abuelos, por la línea paterna, Antonio Osorio Bermúdez y Francisca Zabala Pérez, y por la materna, Juan Álvarez de Ron, natural de Penzol, y María Álvarez de Ron, ambos de pueblos del concejo de Vegadeo.
—¿Es usted familia de don Amado Osorio y Zabala, el famoso explorador de África?
—Sí, claro, era hermano de mi padre y fue mi padrino de bautizo.
—¿Qué me puede decir de él?
—Poca cosa, porque tío Amado era un cosmopolita que viajaba continuamente. Había sido un aventurero en su juventud, pero creo que cuando nací yo había entrado ya en la fase de cosmopolita. Aunque sin dejar de ser aventurero, porque, al poco tiempo de nacer yo, en 1896, cuando el obispo de Oviedo fray Ramón Martínez Vigil patrocinó el Batallón de Voluntarios del Principado para intervenir en la guerra de Cuba, tío Amado se incorporó inmediatamente como médico, y marchó a Cuba, aunque no permaneció allí mucho tiempo. En la Vega de Ribadeo, donde había nacido en 1851, se había ganado fama de extravagante y, a causa de un alcalde intervencionista, a punto estuvo de tener que abandonar el ejercicio de la medicina. Por ello, recelaba de los pueblos pequeños. Y como después de sus andanzas por Guinea, primero con Iradier y luego en solitario, ganó fama y crédito internacionales, prefirió vivir su vida a su gusto. En 1906 contrajo matrimonio con doña Josefa Rodríguez Carballeira, señora viuda y madre de una auténtica celebridad de aquel tiempo: el pianista niño prodigio Pepito Arriola. Por lo que tío Amado lo pasaba muy bien acompañando a su hijastro en sus giras por Europa y América y, de paso, para entretenerse, hacía estudios sobre la lengua fang, del oeste de África. Lengua de la que sabía muchísimo, pero sobre la que escribió muy poco.
—¿Le hubiera gustado tener más trato con él?
—¡Hombre!, ¿y a quién no? ¿Qué niño, como yo, lector impenitente de Julio Verne, no se hubiera sentido feliz de mantener interminables conversaciones con un famoso explorador del África negra? Ese explorador era mi tío, pero, lo digo con cierta pena, paraba poco tiempo en la Vega de Ribadeo.
—¿Tuvo alguna vez la tentación de marchar a África como explorador?
—Seguramente, pero el viaje más largo que hice por aquellos años fue a Tapia de Casariego, para hacer el bachillerato en el colegio de los Padres Pasionistas Agustinos.
—¿Sintió la nostalgia de África en Tapia de Casariego?
—No, porque durante mis años bachilleres descubrí el fútbol. En 1913 se fundó el equipo de fútbol de Ribadeo, en el que jugué de delantero. Por aquel entonces, yo estudiaba comercio en Ribadeo. En 1914 fundé el Foot-ball Club Vegadeo, del que fui capitán del equipo, delantero centro y presidente.
—No está mal.
—Claro que no estaba mal; y, además, ganábamos algunos partidos. Pero al terminar todos los cursos del bachillerato las cosas cambiaron, porque hube de trasladarme a la ciudad de Santiago de Compostela para cursar Farmacia, carrera que terminé en la Universidad de Barcelona.
—¿Por qué decidió estudiar Farmacia?
—Porque mi padre iba para farmacéutico, pero en tercer curso, murió su padre y hubo de abandonar los estudios para ponerse al frente del negocio familiar, la Fábrica de Curtidos de Vegadeo.
—¿Y qué hizo una vez terminados los estudios?
—Abandonar la universidad con mucha pena. En Barcelona había mucho ambiente. ¡Si le digo que hasta me hice una fotografía con Carlos Gardel!
—¿Cómo es posible?
—Pues fue posible porque aquel día Carlos Gardel estaba en Barcelona, y parte de mi familia vivió en Mendoza, Argentina, de manera que, hablando de cosas de Mendoza, y como Gardel no era argentino, y yo tampoco, nos hicimos amigos. También tengo fotografías con Largo Caballero, pero éstas, hoy por hoy, más vale no mencionarlas.
—¿Influyó Largo Caballero en su orientación política?
—Cuando yo le conocí, era un líder. Pero quien determinó mi vocación política fue Álvaro de Albornoz, gran amigo de mi padre, quien, siempre que se encontraba en Luarca, no dejaba de ir alguna vez a Vegadeo a comer a nuestra casa y a pasar el día entero con mi padre. En nuestra casa, todos sentíamos una gran admiración hacia él.
—¿Vivía usted por entonces en Vegadeo?
—Sí. Después de haber practicado en la farmacia de Merino, de León; en otra farmacia en Illescas, en la provincia de Toledo, y en la farmacia de Sánchez Covisa, de Madrid, pude abrir una oficina de farmacia en Vegadeo, atendida por un mancebo de botica y por mi propia madre, la cual había vivido algunos años en Mendoza, con su hermana Francisca, casada con el médico Domingo Villar, que dirigía un sanatorio, razón por la cual mi madre sabía más de medicina que los propios médicos. De farmacia, nada le digo.
—Y supongo que esta situación le dejó tiempo libre para dedicarse a la política.
—Exactamente. En 1931 salí elegido alcalde de Vegadeo, y no crea que sólo por hacer política, sino que me ocupé del encauzamiento de los ríos Suarón y Monjardín; de la pavimentación de varias calles, de la creación de un parque de desinfección en Las Huertas, de la aprobación del plan urbanístico de la villa, del arreglo y ampliación del puente romano del Piantón y de la municipalización del cementerio de la villa. En 1932 fundé y dirigí la revista «Horizontes» y en 1933 fui elegido diputado provincial por el occidente de Asturias. A mis gestiones se debe la iniciación de las obras de la carretera de Vegadeo a Taramundi.
—O sea, está satisfecho de su labor como alcalde.
—Aquello fue bueno mientras duró. Pero, a consecuencia de la Revolución de Octubre de 1934, fui encarcelado, y mi vida ya no volvió a ser lo que había sido. El ambiente político se degradaba irremediablemente. El 21 de febrero de 1936, todos los representantes municipales que habíamos sido elegidos por sufragio popular en abril de 1931, volvimos a ocupar los cargos de los que habíamos sido apartados, de manera que yo volví a ser alcalde de Vegadeo, aunque por breve tiempo. Al estallar la guerra civil en julio de 1936, marché a Avilés, y secretamente conseguí salir de Asturias por mar, desde Arnao hasta el puerto de L'Orient, en la Bretaña francesa. Durante algún tiempo sobrevivo regentando una farmacia en Pau. Terminada la guerra, y al no haber cometido delitos de dinero ni de sangre, regreso a España, después de haber permanecido internado algún tiempo en el «arenal» de Argelés-sur-Mer, al sur de Francia. En Vegadeo encuentro la farmacia cerrada, y, lo que es peor, la prohibición de abrir otra oficina de farmacia en cualquier otro lugar de España. Poco después fui detenido y conducido a la prisión de Oviedo, en la que permanecí un tiempo. Finalmente, en 1948 recibo la autorización para abrir esta farmacia, y aquí me tiene, cumpliendo la voluntad de Dios.
La Nueva España · 4 de julio de 2005