Ignacio Gracia Noriega
Adolfo Álvarez-Buylla,
del «Grupo de Oviedo»
Gracias a los componentes del llamado «Grupo de Oviedo», la Universidad ovetense vivió los momentos estelares de su historia. Pero no fueron los únicos, como muy bien recordaba, el otro día en La Granda, Teodoro López-Cuesta presentando a José María Martínez Cachero, rompiendo una lanza en favor de la Universidad de los años sesenta. Aunque la inmediatez en el tiempo para quienes la vivimos por aquellos años nos impidiera juzgar lo que en ella había, es un hecho sintomático que en una pequeña, y escasamente conocida en el resto de España, Universidad de provincias figuraran en su claustro dos académicos de la Lengua: Emilio Alarcos y Carlos Clavería. Era también por entonces la Universidad de Oviedo considerada modelo de Universidad pacífica, cosa que explicó muy bien Gustavo Bueno en el artículo «La excepción de Oviedo», publicado en «Cuadernos para el Diálogo» y que causó auténtica sensación; no obstante, fuimos los estudiantes de Oviedo los primeros que nos separamos del SEU, sindicato obligatorio, negándonos a pagar la cuota, que se cobraba con cualquier ingreso que uno tiene, y cosa que parece ignorar la tesorera del Ayuntamiento de Oviedo. Mucho se podría escribir sobre la Universidad de Oviedo de los años sesenta, aunque ahora debamos hacerlo sobre la Universidad finisecular que alcanza hasta los años diez del pasado siglo. Aquella Universidad fue estudiada de modo esmerado y definitivo por el profesor Santiago Melón en un libro breve, pero magnífico: «Un capítulo en la historia de la Universidad de Oviedo (1883-1910)», recientemente reeditado en su «Obra completa», publicada por KRK Ediciones. Según Juan Vázquez, en la presentación de «El Grupo de Oviedo. Discursos de apertura de curso», recopilación en dos tomos del profesor Santos Coronas, ese grupo se desenvuelve en «una época, la de las décadas finales del siglo XIX y comienzos del XX, en la que la coincidencia de un grupo de profesores y hombres excepcionales contribuyó decisivamente a desperezar y renovar la Universidad de Oviedo y a renovarla externamente.
Un espíritu, el del denominado «Grupo de Oviedo» de los Alas, Sela, Buylla, Posada, Altamira, Aramburu, Canella, entre otros, que eran intelectuales y pretendían reformas, que tenían sentido universitario y preocupación pedagógica, que combinaban altura científica e inquietud social, que practicaban el antidogmatismo, la curiosidad intelectual, la honradez y la autoexigencia personal, que oficiaban de provincianos universales, con proyección americanista y con un precoz acento europeo, que sembraron un legado de libertad en un claustro contaminado, en palabras de Pérez de Ayala, por tres grandes pasiones: la pasión por la verdad, la pasión por la justicia y la pasión por la libertad.
Entre los componentes de este grupo destaca Adolfo Álvarez-Buylla y González-Alegre, «ante todo, un economista y un hacendista», según Rafael Altamira, que, como apunta Santos Coronas, «encarnó en la Universidad de Oviedo el espíritu racional y armónico del krausismo».
—Nací en Oviedo el 18 de diciembre de 1850 –nos dice don Adolfo Álvarez-Buylla y González-Alegre.
—Y supongo que haría sus estudios en Oviedo.
—En efecto: en Oviedo hice los estudios de Bachiller y los de Derecho Civil y Canónico, licenciándome en 1870. Estoy muy vinculado a Oviedo, pese a que, por asomarme desde mi cátedra y colaboraciones periodísticas a los problemas sociales vigentes desde una perspectiva progresista y republicana, tuve que soportar muchas incomprensiones y la enemistad de la prensa conservadora. Los estudios de doctorado los hice en Madrid.
—¿Tenía previsto mientras estudiaba dedicarse a la enseñanza?
—Desde luego. Y tuve la gran suerte de poder establecerme en Oviedo muy pronto, ya que en 1877 obtuve por oposición la cátedra de Economía Política y Estadística en la Universidad de Valladolid, pero conseguí el traslado a la de Oviedo antes de tomar posesión.
—¡Ciertamente, la tuvo, porque en Valladolid multan a todo bicho viviente.
—¡No me diga!
—Sí, señor, así es. ¿Qué asignatura explicó en Oviedo?
—Economía Política y Hacienda Pública. También abrí un bufete de abogado, en el que atendía, preferentemente, a los trabajadores y a las organizaciones obreras que, por entonces, empezaban a funcionar. Y como extensión de mi cátedra, fundé un seminario de Sociología, que se reunía los martes en la biblioteca de la Facultad de Derecho y al que acudían algunos obreros, que serían la base de la Universidad Popular que empezaría a funcionar más tarde.
—Por aquel tiempo, ¿limitaba usted su actividad a Oviedo?
—No, de ningún modo. Aunque la propia Universidad me daba bastante trabajo, ya que fui secretario de ella de 1879 a 1881, en 1886 realicé un viaje de estudios con Giner de los Ríos, Manuel Bartolomé Cossío y mi compañero Adolfo González Posada por Inglaterra, Bélgica y Francia del que traje la idea de la Escuela Práctica de Estudios Jurídicos, que conseguí fundar en 1895. Y conforme a estas inquietudes, en 1898 fundamos, con Aniceto Sela, Rafael Altamira, Adolfo Posada, Clarín y otros, la Extensión Universitaria, que tanto prestigio otorgó a la Universidad ovetense por aquellos años. Todas estas obras las llevé a cabo sin descuidar mi cartera, ejerciendo como decano de la Facultad de Derecho a 1889 a 1903, también como decano del Colegio de Abogados, dando clases en la Escuela de Artes y Oficios, de la que fui vicesecretario de 1885 a 1887, y secretario hasta 1903, y presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País. Y no menciono mis publicaciones y las colaboraciones en los periódicos diarios.
—¿En qué periódicos colaboró, don Adolfo?
—Empecé colaborando en «El Eco de Asturias», en 1868, cuando todavía era estudiante. A partir de este momento, siempre colaboré en periódicos liberales: en la «Revista de Asturias», en «El Carbayón», en la «Unión Republicana», en «La República», en el «Boletín-Revista Universitaria» y en los «Anales de la Universidad de Oviedo». Y contribuí a la fundación del diario «El Progreso de Asturias», en 1901. En lo que a mis libros se refiere, el primero de ellos fue «El socialismo de cátedra», publicado en 1879. Casi todos se ocupan de cuestiones sociales y económicas. Entre otros, publiqué varios trabajos sobre Flórez Estrada, un «Manual de economía política», «Las instituciones obreras en la economía contemporánea», «La economía y su importancia para los obreros», «El obrero y las leyes», «Socialismo y socialismos», «La protección del obrero», «La política financiera de Lloyd George», «¿Saint-Simon socialista?», «La obra social en España», y otros muchos de igual temática. El último fue «La reforma social en España», en 1917.
—¿Por qué abandona Oviedo?
—Por atender a una invitación de don José Canalejas, quien, al conocer el funcionamiento del seminario que yo dirigía, dedicado al estudio crítico del Katheder Socialismus alemán, me propuso que marchara a Madrid para organizar el Instituto de Trabajo. Llevé conmigo a mi compañero de Universidad Adolfo González Posada y en 1902 publicamos entre ambos y el periodista Morote el libro «El Instituto del Trabajo»; aunque el proyecto que exponía fue rechazado por el Congreso, yo fui nombrado vocal del Consejo de Instrucción Pública. Dos años más tarde, de todos modos, pudimos poner en funcionamiento el proyecto de Instituto del Trabajo con el nombre de Instituto de Reformas Sociales. Todo esto, sin perjuicio de ser uno de los directivos de la Institución Libre de Enseñanza, de la que era también profesor, y profesor también de la Universidad Popular y director de estudios del Centro Asturiano en 1913.
—Con estas inquietudes, ¿no tuvo la tentación de dedicarse a la política activa?
—No: preferí desarrollar mi actividad en un plano teórico. Aunque actividades políticas activas sí realicé. Siendo presidente del Ateneo de Madrid, preparé una campaña y organicé una manifestación para pedir responsabilidades por el desastre de Annual. Y cuando, hace poco, el dictador Primo de Rivera me propuso formar parte de la Asamblea Legislativa, lo rechacé, a pesar de la actitud colaboracionista con la dictadura del PSOE.
—¿Sus trabajos tuvieron repercusión internacional?
—De ello me honro. Fui presidente de la Sección Española de la Liga de los Derechos del Hombre y, en 1912, vicepresidente de la Sociedad Internacional de Sociología de Francia e Italia. Dentro del ámbito nacional también obtuve algunos reconocimientos, como ser elegido académico de número de la Academia de Ciencias Morales y Políticas en 1917.
—Una última cuestión. En 1901 le corresponde pronunciar el discurso de apertura del curso en la Universidad y usted lo dedica a su compañero de claustro Leopoldo Alas, que acababa de fallecer. Sin embargo, es curioso que no le conceda ninguna atención a su obra de novelista, cuentista y crítico literario.
—Leopoldo Alas fue para mí un amigo del alma, un compañero de la niñez, de la juventud, de la edad provecta, un coincidente de pensamientos, sentimientos y voluntades, un cooperador a la obra moralizadora de nuestra patria, un sabio, un corazón de oro, un pedagogo ilustre. Mas yo, demasiado enfrascado en severos estudios, no tengo tiempo para ocuparme de las bellas letras. Perdóneme si con ello le defraudo.
—No me defrauda, don Adolfo. Cada uno es como es.
La Nueva España · 5 de septiembre de 2005