Ignacio Gracia Noriega
Fermín Álvarez,
un asturiano en Buenos Aires
Nacido en Siero en 1883, desempeñó múltiples oficios antes de emigrar a Argentina, donde estudió Ingeniería Mecánica, fue periodista, novelista y autor teatral
Miguel Ángel Fuente Calleja me pone en contacto con Fermín Álvarez, campechano, amable y buen asturiano, hombre humilde y con boina y, según escribió sobre él Abelardo Álvarez Riestra, «un ilustre noreñense que fue minero, periodista, escritor teatral, ajustador mecánico y subdirector de una empresa». También escribió novelas, y Fuente Calleja me proporcionó la oportunidad de leer un ejemplar mecanografiado de «La Xana», novela inédita de ambiente y costumbres asturianas, escrita con nostalgia en su emigración bonaerense. No vamos a insinuar que se trata de una excelente novela cuya aparición revolucione el género narrativo, ni mucho menos; pero es un relato cuya lectura ha de resultar grata y del mayor interés a numerosos asturianos, especialmente en los concejos de Siero y Noreña, por lo que es comprensible el interés de Fuente Calleja por publicarla. Otra novela ha publicado don Fermín Álvarez (cuyo nombre completo es Fermín Álvarez García Roces), sin que se conceda ninguna importancia especial. Más bien prefiere que se le considere como un hombre que ha trabajado lo suyo y que tantos trabajos le han proporcionado una gran experiencia de la vida y, al cabo, una buena posición económica. En la actualidad reside en Banfield (Buenos Aires), y allá vamos a entrevistarle en compañía de Fuente Calleja, quien, llamándole «Fermín», le da una palmada en la espalda que casi le desarma. Mas Fermín Álvarez no se queja, más bien parece muy satisfecho por esa muestra de afecto. Yo, como no tengo tanta familiaridad con él, me limito a tenderle la mano, que él estrecha, afectuosamente.
—Don Fermín: ¿usted es de Noreña o de Siero?
—De las dos partes. Mi familia era natural de Noreña, pero yo nací en Los Campones de Hevia, en Siero, cuando mi madre visitaba a unos familiares, el 16 de octubre de 1883.
—¿Pero dónde fue a la escuela?
—A la escuela más bien fui poco, porque la situación económica de la familia era mala, y había que trabajar. Mi formación, por tanto, es la del autodidacta típico. Aprendí a leer, más que de las lecciones del maestro, leyendo los periódicos, dado que, siendo «chavalín», fui el primero en distribuir por Noreña la prensa regional: «La Región» y «El Carbayón» de Oviedo, y «El Comercio» y «El Noroeste» de Gijón.
—Y de tanto leer periódicos, ¿decidió dedicarse al periodismo?
—Sí, pero eso más adelante. En 1892 marché a Oviedo para trabajar como dependiente de comercio y también fui criado en casa de unos hidalgos de Pola de Siero, antes de entrar a trabajar en la mina María Luisa, de Ciaño Santa Ana.
—¿Qué trabajos desempeñaba en la mina?
—Principalmente trabajé en las vías. Fui guardafrenos y fogonero en las «maquinillas», y más tarde se me confió el manejo de una locomotora pequeña, con la que provoqué un accidente, al caer once vagonetas que conducía desde el cargadero sobre los vagones del ferrocarril del Norte, resultando un herido grave. Más tarde fui ayudante de ajustador en los talleres de la Compañía de Asturias en La Felguera, y aprovechaba el tiempo libre para estudiar Aritmética y Geometría, asistir por las noches a las sesiones de la Academia de Música y leer periódicos libertarios.
—¿Le interesaba la política, por tanto?
—Sí, claro. Incluso llegué a afiliarme a la agrupación socialista de Sama, y no perdía ningún mitin, porque escuchando siempre se aprende algo, aunque sea poco. Pero no se crea usted que yo era un «rojo perdido», porque, si bien asistía a los mítines, no por ello dejaba de oír misa todos los domingos y fiestas de guardar.
—¿Cuándo se le ocurrió emigrar a América?
—Cuando me di cuenta de que la vida en la mina presentaba escasos horizontes y más bien oscuros. De todos modos, puede decirse que soy un emigrante atípico, porque la mayoría de los que vienen a las Indias lo hacen a edades muy tempranas, antes de casarse y de hacer el servicio militar. Yo, por el contrario, ya me había casado y había hecho el servicio militar cuando me dio por cruzar el charco. Y no sólo me había casado en Noreña con Regina Montero, sino que teníamos ya a nuestra primera hija, Luz Divina, que había cumplido los 2 años cuando decidimos cambiar de aires, de ambiente y hasta de continente. Yo dudaba entre si ir a Cuba o a Montevideo, pero resolvió el dilema don Costales, el gestor de la Pola, que me dijo: «Mira, la semana que viene sale de Gijón el barco "Patricio Satrústegui", que va para Buenos Aires». Y a Buenos Aires marché, por no tener que pensarlo dos veces.
—¿Y qué tal le fue en Buenos Aires?
—Al principio, mal; luego, mejor. La vida en la emigración, sobre todo el comienzo, es muy dura, y mucho más para quien lleva detrás de sí a una familia. Entonces comprendí que la mayoría de los indianos no se casaran hasta haber resuelto su situación monetaria. Porque la familia era un peso, pero también un consuelo. Yo, una vez al otro lado del océano, empecé a relacionarme con la colonia asturiana, y tuve la suerte de encontrar a buenas personas, y también que el asturiano se siente más asturiano cuando está fuera de Asturias que en Asturias. Empecé trabajando en lo que caía, y pude cursar los estudios de mecánico en la Escuela Industrial, hasta obtener el correspondiente diploma. A partir de entonces cursé estudios de ingeniero mecánico en una escuela española por correspondencia, y por las noches daba clases de Aritmética en el Centro Asturiano de Cultura. También empecé a escribir, y entré a formar parte de la redacción de la revista «Pelayo», del mencionado centro.
—¿De ese modo empieza su carrera literaria, por así decirlo?
—Por así decirlo, sí, señor. Como en la niñez había alternado el trabajo con la escuela, en Buenos Aires no me quedó otro remedio que ir alternando el trabajo con la literatura, mientras crecía la familia.
—¿Cuántos hijos tuvo?
—En total, seis. Luz Divina fue la única nacida en España. Acá nacieron Ovidio, Luis, María Luisa (en recuerdo de la mina en la que había trabajado en la primera juventud), Regina y Zunilda. De todos, sólo vive la menor.
—Ya tendría que trabajar para sacar adelante a tantos hijos, porque con la literatura se gana poco.
—¡Y tan poco! Pero fui arreglándomelas como pude, y hasta gané lo suficiente para poder pagarme un viaje a la patria, desembarcando en Cádiz el 4 de septiembre de 1929 con el objeto de visitar la famosa Exposición de Sevilla. Después marché sin pérdida de tiempo a Asturias, recorriendo todos los pueblos y villas que pude, para llevar a sus familiares recuerdos de los que acá quedaban. No necesito decirle que en Noreña recorrí todas sus calles, hasta los rincones más perdidos. Todos aquellos rincones estaban vivos en mis recuerdos. A pesar de mis 46 años cumplidos, no perdí fiesta ni romería, y fui a todos los mercados, ferias de ganado y lagares que pude. Pero lo bueno acaba pronto, y el siguiente 13 de octubre hube de embarcar en el puerto de Gijón en el viaje de vuelta definitivo.
—¿No tiene previsto regresar?
—¿A mis 85 años? Ni lo sueño. Aunque me gustaría ser enterrado en el cementerio de Noreña, cuyos muros fueron construidos por mi abuelo, Francisco Roces, en 1814, utilizando las grandes piedras recuperadas de la demolición del castillo que estuvo levantado entre la iglesia y el puente de la carretera a Oviedo.
—Y en Buenos Aires, ¿otra vez al tajo?
—Quien no sirve para otra cosa, ya se sabe... Acabé mi vida laboral jubilándome como subdirector de la empresa Lutz Ferrando y Cía., especializada en ópticas especiales para sanatorios. Y ahora aquí me tiene, a mis 85 años, viviendo en esta tranquila ciudad de Banfield, que aunque queda muy cerca de Buenos Aires tiene otro modo de vivir.
—Háblenos de su obra literaria.
—Pues además de los numerosos artículos de periódico, escribí varias comedias de asunto asturiano, como «El llocu de la Peral», «La foguera de San Juan», «La mio vaca pinta» y «Fiestas del Ecce-Homo», que fueron representadas por la Compañía de Arte Asturiano, de la que eran primeros actores Balbina Campo y Aureliano Barredo; en los intermedios actuaba el cantor villaviciosino Cándido Pérez. También escribí una novela, «Carrocera, el sargento del Tabor».
—¿Y «La Xana»?
—«La Xana» es una novela inédita que presenté a un concurso convocado por la prestigiosa Editorial Losada. Pero no hubo suerte. Otro libro hacia el que guardo especial cariño es el «Diario de mi viaje a España», que relata, como su título indica, mi viaje a la patria, va a hacer pronto cuarenta años. ¡Cuántas veces lo he releído con lágrimas en los ojos!
La Nueva España · 10 de octubre de 2005