Ignacio Gracia Noriega
Bernardo Valdés Hevia y Argüelles,
soldado liberal
El lavianés, un patriota convencido que nació en 1777, fue guerrillero por cuenta propia antes de incorporarse al Ejército regular y sufrió las persecuciones de Fernando VII
A diferencia de otros soldados liberales de los que nos hemos ocupado anteriormente, Bernardo Valdés Hevia y Argüelles era de la estirpe del general Mina, esto es: fue guerrillero «por cuenta propia» antes de incorporarse al Ejército regular. Patriota antes que otra cosa, Valdés Hevia llegó al liberalismo por el camino del patriotismo y padeció persecuciones por parte del «deseado» e indeseable Fernando VII, por cuya reposición en el trono de España había luchado como tantos otros hombres de buena voluntad, entusiastas a la vez que ingenuos.
Corre el año 1840 y Bernardo Valdés Hevia ocupa un destino burocrático de no mucho relieve: el de jefe de redacción de las hojas de servicio de los jefes y oficiales de las provincias de Oviedo y León, con residencia en la ciudad de Oviedo. No está resentido por ello, pero sí algo cansado. El cansancio se le nota en los pliegues de su rostro, en las comisuras de los labios, en las grandes bolsas formadas bajo los ojos. Pero no parece concederle demasiada importancia a su fracaso. Se encoge de hombros y se limita a decir:
—Otros murieron de mala manera por lo mismo que yo luché. Como si estar vivo constituyera una gran suerte o un privilegio. Y haciendo un gesto con la mano, me anima a que inicie la «entrevista».
—A mí, ya lo sabe usted, me gusta empezar por el principio, y el principio de toda biografía es el nacimiento.
—Adelante, pues.
—¿Dónde nació, don Bernardo?
—En Lorío, en tierras de Laviana, el 7 de enero de 1777. Como puede observar, esa fecha está llena de sietes, que según tengo entendido, es número mágico; aunque a mí, de poco me sirvió su magia. Mi familia pertenecía a la pequeña nobleza rural, lo que me permitió recibir alguna educación. No demasiado esmerada, pero educación a fin de cuentas.
—¿Vivió en Lorío sus primeros años?
—Sí. En realidad, durante esos años primeros no hice nada notable, hasta que tuve conocimiento del levantamiento de Asturias contra la invasión napoleónica el 25 de mayo de 1808, que se proclamó en la sala capitular de la catedral de Oviedo. Enardecido por aquellos hechos, me puse sin vacilación del lado de los patriotas, y para luchar más eficazmente contra los invasores, levanté una partida que recluté a mis expensas.
—¿Cuántos hombres componían esa partida?
—Llegaron a militar en ella trescientos quince. No es que estuvieran bien armados, pero a esa empresa sacrifiqué mi patrimonio. El 28 de mayo salimos de Laviana, figurando yo como capitán «por gracia» de la partida. Mas como no había manera de sustentar aquella tropa, inmediatamente nos integramos en el Regimiento de Covadonga, en el que se me reconoció el grado de capitán y se me encomendó la misión de actuar en las montañas, para «revolucionar» la provincia limítrofe de León por la zona del puerto de Tarna. Sin embargo, pronto descubrimos que los leoneses se habían unido al levantamiento por su cuenta, por lo que atravesamos la Cordillera con la intención de dirigirnos a Valladolid, para ponernos a las órdenes del general don Gregorio de la Cueva, a quien encontramos en Benavente. Entonces se me encomendaron varias misiones secundarias, y posteriormente se me envió al puerto de Pajares, donde permanecí hasta noviembre de 1808, en que el comandante general de Asturias, don José Cienfuegos, me ordenó una misión importante y difícil: la de reunir a las tropas que habían quedado dispersas después de los descalabros de Balmaseda, Espinosa de los Monteros y San Vicente de la Barquera. Después de ejecutar esta orden, regresé al puerto de Pajares, donde continuaba acantonado mi regimiento, y donde permanecí hasta el 19 de mayo de 1809, que fui reclamado para partir hacia el frente.
—¿Hasta entonces no había intervenido en ningún combate?
—No. Ya ve usted: a veces es posible estar en la guerra sin necesidad de disparar un solo tiro. Aunque en los años siguientes tuve que disparar bastantes, en los frentes de Asturias y Santander, a las órdenes de los generales Ballesteros y Federico Castañón. En 1811 tomé parte en la acción de Torrelavega, a las órdenes de Porlier, a cuyo lado permanecí parte del año de 1812, guerreando, sobre todo, en la provincia de Burgos. Luego se me encomendó el mando del regimiento de Laredo, con el que participé en la acción de Villamuriel. Pero en noviembre, al ser hecho prisionero el general Miguel de Córdova, hube de sustituirle en el cargo de subinspector del Ejército al mando de don Francisco Javier Castaños, el vencedor de Bailén, hasta 1812, en que abandoné ese empleo para regresar a mi regimiento, que se encontraba en Pola de Siero.
—O sea, que vuelve a casa...
—Sí, a casa... No fue un regreso alegre, porque al poco de reincorporarme, caí enfermo de escorbuto, mal que venía incubando desde hacía tiempo. Estuve hospitalizado por breve tiempo, y en diciembre de 1813 volví al servicio, siendo destinado a Tolosa, a las órdenes de don Manuel Freyre, jefe del cuarto Ejército. Mas al poco tiempo se reprodujo el mal, y esta recaída me obligó a retirarme para reponerme de tanta fatiga, por lo que el final de la guerra de la Independencia me cogió en Laviana, haciendo vida de convaleciente.
—¿Qué hace un soldado cuando termina la guerra?
—Cada soldado hará lo que juzgue más apropiado a su caso. Yo, como no había hecho otra cosa que ser soldado, solicité el regreso al Ejército, siendo destinado al regimiento de Oviedo, en el que permanecí muy poco tiempo, porque en 1816 fui retirado con medio sueldo a mi casa de Laviana.
—¿Por qué motivos?
—Calculo que porque barruntaban mis ideas liberales. Y allí permanecí en situación de retiro hasta el 1 de marzo de 1820, ya en pleno movimiento revolucionario, razón por la que solicité la vuelta al Ejército, siendo agregado al Regimiento Provincial de Oviedo con el grado de teniente coronel. Como tal, contribuí a desbaratar la intentona realista que tuvo lugar en Pola de Lena en diciembre de 1820. Después de esta acción militar, pasé a la política, firmando conjuntamente con otros militares y civiles una representación al gobierno por la que se le exigía al jefe político de la provincia, Acevedo, que expulsara de ella al obispo de Oviedo, don Gregorio Ceruelo, a causa de sus continuas conspiraciones contra el régimen constitucional. A mí me constaba, sin lugar a dudas, que detrás del levantamiento de Pola de Lena estaban los frailes, y detrás de los frailes, el mismísimo obispo, quien, por lo demás, no se tomaba el trabajo de ocultarlo. Este obispo trataba de hacer infecundo el campo de la libertad, ya que era impotente para destruirlo y arruinarlo.
—¿Dónde pasó el resto del trienio liberal?
—En Oviedo, hasta que la llegada de los franceses encuadrados en lo que se dio en llamar los Cien Mil Hijos de San Luis me obligó a retirarme a el Ferrol, desde cuyo puerto pretendí pasar a Inglaterra; mas al no conseguirlo, regresé a Asturias, donde el nuevo comandante general del Principado, el realista don Judas Tadeo Rojo, no tuvo inconveniente en extenderme un pasaporte para volver a Laviana.
—¿Retirado del Ejército?
—En esa situación me encontraba. Me hubiera sido muy difícil volver al servicio en aquella época desgraciada, en la que se perseguía de manera furibunda cualquier atisbo de liberalismo. De todas maneras, yo me creía afortunado, por poder vivir pacíficamente en Pola de Laviana hasta que fui declarado impurificado por real orden del 21 de enero de 1827. Pensé entonces que el mundo se me caía encima, aunque tuve la suerte de que se me reconocieran mis dieciocho años de servicio, por los que obtuve la cantidad de 400 reales mensuales en concepto de pensión alimenticia.
—¿Qué hizo a partir de entonces?
—Vegetar en el más completo ostracismo hasta 1835, ya muerta la mala bestia de Fernando VII, que pasé a ser clasificado como excedente, y poco después se me asignó un empleo burocrático.
—De manera que, una vez más, «adiós a las armas».
—No, todavía no; porque, al llegar la noticia del avance del general carlista Gómez sobre Asturias, recibí el mando de una columna del Provincial de Pontevedra, que añadía elementos de la Milicia Nacional, para oponerme al general Gómez en el puerto de Tarna, e impedirle la entrada en el Principado. Mas Gómez no entró por Tarna, sino por Ventaniella, razón por la que me replegué apresuradamente a Oviedo, al frente de mi columna. Pero la ciudad no pudo resistir al empuje de Gómez, y los liberales fuimos vapuleados en el Puente de Soto el 7 de julio de 1836. Luego Gómez se marchó de Oviedo a dar su «vuelta a España» con tanta rapidez como había entrado, y yo fui nombrado miembro de la Junta de Armamento y Defensa.
—¿Y ahora?
—Ahora espero el retiro definitivo, dedicado poco menos que al arte de imprimir.
La Nueva España · 24 de octubre de 2005