Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Entrevistas en la Historia

Ignacio Gracia Noriega

Marcelo Presno,
un artista cosmopolita

Nacido en México en una adinerada familia con raíces en Castropol, vivió su niñez en Oviedo, se interesó desde pequeño por el dibujo y pasó momentos difíciles en Madrid, donde llegó a dormir en la calle

El número 2 de la excelente revista «Campo del Tablado», publicada por la Sociedad Asturgalaica de Amigos del País en Castropol, nos pone sobre la pista de un artista asturiano olvidado, Marcelo Presno, a quien Luis López Suárez dedica un artículo muy informativo titulado «El artista Marcelo Presno en Oviedo: su colaboración con la tertulia "La Claraboya"». En él leemos: «Marcelo Presno apenas existe para la historia reciente del arte asturiano y, sin embargo, tuvo, en la segunda mitad del siglo pasado, una relevancia que debe serle restituida. No es ésta tarea fácil, pues de Presno quedan pocas y dispersas huellas a causa de la extrema brevedad del período productivo de su vida, que puede circunscribirse en los cinco años que median entre 1914 y 1919, y de la bohemia a la que se dejó llevar, y en la que pronto se pierde su rastro».

Pero siguiendo su rastro, hemos dado al fin con él. Su obra artística es breve, pero refinada y perfeccionista; según Antonio Gamoneda (citado por Constantino Suárez, «Escritores y artistas asturianos», tomo VI): «Toda la obra de Marcelo Presno se puede decir que es un sueño de poeta, una aventura por lugares de fantasía, una embriaguez de intensos perfumes exóticos»; y este poeta del dibujo y la escultura tenía una preocupación suprema, por encima de cualquier otra: «No hay nada que le preocupe tanto como una bella actitud, un perfume, un color y la perfecta conservación de unas manos quiméricas, que a veces decora con púrpura y amianto, siempre enjoyadas con una sortija fabulosa, un escarabajo que perteneció a Seb, la divinidad favorita de los dioses de Tebas». Y aunque las cosas no le fueron bien en la vida y, por motivos ajenos a su voluntad, hubo de trabajar para vivir más de lo que hubiera deseado, el arte sigue cuidando sus manos y conserva en ellas el legendario anillo. Yo le pregunto:

—¿Es cierto que ese anillo perteneció a una divinidad tebana?

—Sí.

Ante esto, no cabe otra solución que iniciar la entrevista de una manera rutinaria, si se quiere. Pero yo no sé cómo se le pueden hacer preguntas a alguien que lleva en uno de sus dedos una pertenencia de una divinidad egipcia si no es haciéndole parecidas preguntas a las que se le hacen a todo el mundo; por ejemplo:

—¿Usted es de Castropol?

—Sí y no. Sí porque en Castropol tengo mis raíces y de Castropol eran mis padres. Mi padre, Marcelino García Presno, había nacido en Iramola, pero muy joven emigró a México, donde forjó una gran fortuna. Tenía extensas haciendas en los estados de México, Hidalgo, Tlaxcala y Puebla, por algunas de las cuales circulaban ferrocarriles propios. En ellas tenía explotaciones agrícolas, ganaderas y forestales, además de fábricas de loza, hilados, muebles y harinas. Era, en fin, un hombre muy rico, que se había hecho a sí mismo, como suele decirse.

Escuchando esto se me ocurre pensar que tenía que haberle hecho una entrevista al padre, antes que al hijo, aunque nada se opone a que se la haga a los dos, cuando consiga localizar a don Marcelino García Presno; tal vez el amigo Luis López me ayude. Y volviendo a lo nuestro, a su hijo Marcelo, artista exquisito y singular, le pregunto:

—De lo que deduzco que usted nació en México.

—Sí, señor, en Puebla de los Ángeles, en el año 1894. Pero siendo muy joven mi padre nos envío a mis hermanos y a mí a Asturias, para que la conociéramos. Para que estuviéramos cómodos, alquiló para nosotros un piso entero en el mejor hotel de Oviedo y, según escribió un cronista de la época, llevábamos un tren de vida verdaderamente fastuoso. Podíamos permitírnoslo, porque, a fin de cuentas, nuestro padre era uno de los hombres más ricos de México. No obstante, yo pronto me interesé por el arte del dibujo y, después de recibir las primeras lecciones en Oviedo, viajé por toda Europa y visité los pueblos orientales del Mediterráneo para completar mi educación. En Italia, ¿cómo no?, me dediqué a perfeccionar y ampliar mis conocimientos artísticos.

—¿Y no se estableció también en París, como solía hacer en su tiempo cualquier hispanoamericano que se preciara?

—Sí, también viví en París. Pero París es mejor para descorchar champán, ¿no le parece?

—La verdad, no sé qué decirle. Yo nunca estuve en París.

—Pues le diré: París para vivir, Italia para sentir y aprender. A fin de cuentas ¿no es Italia la cuna del Arte con mayúscula?

—¡Hombre!, hay otras cunas. Sin ir más lejos, Grecia es anterior.

—Sin embargo: ¿hay algo más sublime que Miguel Ángel, que Leonardo? ¿Y qué me dice de Gabrielle d'Annunzio? Yo tuve el privilegio de estrechar su mano.

—Le daría la mano que lleva el anillo tebano.

—¡Naturalmente!

—En fin, dejémonos de rodeos y sigamos con la entrevista. Estábamos en que usted andaba por Italia y París, calculo que gastando a manos llenas.

—En lo relativo a gastar, hacía lo que podía. Podía permitírmelo. Pero también me preocupaba por el arte. En Roma conocí al escultor ovetense Víctor Hevia, de quien fui buen amigo, y que, de nuevo en Oviedo, me introdujo en la tertulia «La Claraboya», a la que acudían Señas Encinas, Eduardo Martínez Torner, José Antonio Cepeda, Eugenio Tomayo, Juan Uría, Fernando Vela, Valentín Andrés Álvarez, Ramón Pérez Bances, Armando de las Alas Pumarino, y otros a los que lamento no citar. Había muy buen ambiente en Oviedo, gracias a lo cual no echaba de menos París.

—Y con tan buen ambiente en Europa, ¿no se planteó regresar a México?

—Sí, claro que regresé, pero, al producirse la Revolución, mi familia se vino a España y nos establecimos en Oviedo. La Revolución fue fatal para nosotros, porque se incautaron de nuestras haciendas y por gusto de aquellos revolucionarios nos hubieran dejado con lo puesto. Cuando las cosas parecieron haber amainado un poco mi familia decidió regresar a México para salvar lo que se pudiera de nuestra fortuna, pero yo decidí quedarme en Europa. De México bien se veía lo que podíamos esperar. Allá, con la Revolución, no sólo nos expropiaron las tierras, sino que se desató verdadero odio contra la colonia española, que de ser respetada al máximo pasó a estar constituida por «chingados gachupines». En estas circunstancias preferí quedarme en la civilizada Europa, aunque para ello tuviera que trabajar.

—¿Y en qué se le ocurrió trabajar?

—En el arte, cuyo dominio había adquirido durante los años de aprendizaje. Se apreciaban mis dibujos por el detallismo, el preciosismo de la ejecución, la fastuosa fantasía de los motivos y el colorido esplendente. Conste que esto no lo digo yo, sino don Constantino Suárez.

—¿Y se marchó a París?

—No, porque acababa de estallar la guerra europea. Así que marché a Madrid, porque en Oviedo no veía manera de desarrollarme.

—Sin embargo, en Madrid lo pasó muy mal.

—Las pasé «canutas», como se dice. Y las sigo pasando «canutas», ¿para qué le voy a decir una cosa por otra? A mí, que lo había tenido todo, me resultaba repugnante hacer comercio de mi arte; pero no me quedó más remedio que pintar abanicos para las tiendas. Ahora bien, como artista recibí cierto reconocimiento al presentar en las exposiciones nacionales de Bellas Artes celebradas en Madrid en 1915 y 1917 las escayolas «Florinilla» y «Nocturno». Lo que no me evitó tener que dormir en la calle muchas veces y llegar casi a tener que pedir limosna.

—Se atribuye a su caída al abuso de estupefacientes.

—De algún modo tenía que escapar de la vida terrible a la que fui arrojado. Me refugié en los «paraísos artificiales», que decía Baudelaire, aunque dándome cuenta de que no son ningún refugio.

—¿Qué relaciones tuvo con la vida artística y literaria de Madrid?

—Muy buenas, pese a todo. A veces iba a la tertulia del Pombo. Cansinos Assens, Goy de Silva, Ricardo Baeza, Jacinto Grau, Julio Antonio, Concha Espina y César González Ruano, entre otros, son mis amigos.

La Nueva España · 5 de diciembre de 2005