Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

El viaje de Santiago a Galicia

Los orígenes, entre la leyenda y la historia, de una vía marcada por la espiritualidad y hoy tomada por el turismo

El Camino de Santiago, la gran calzada europea sin fronteras, en la que no hay Pirineos y el gran mapa está en las estrellas, fue uno de los grandes impulsos de aquella Edad Media «delicada y enorme», en la que se creaban el culto a la Virgen y el «amor cortés», se difundían las leyendas artúricas y los versos de Dante, se abrían universidades y se elevaban catedrales, y la espiritualidad y la acción se expresaban en las peregrinaciones y las cruzadas. Todo ello ha llegado hasta nosotros y ha contribuido, junto con las grandes herencias de la religión hebrea, la filosofía griega y las leyes romanas, a que Europa haya sido ese «poderoso continente» que desde hace algunos años pretende dejar de ser. Antes de ponernos en camino conviene distinguir en él tres momentos fundamentales.

1) La llegada de los restos del Apóstol Santiago a Galicia (siglo I de JC).

2) El descubrimiento del sepulcro (siglo VIII).

3) El apogeo de las peregrinaciones (siglos XII-XIV).

Como puede comprobarse, hay grandes vacíos temporales entre unos y otros acontecimientos. La llegada de los restos del Apóstol presenta un carácter legendario; el descubrimiento de su sepultura, setecientos años más tarde, tiene un aspecto político inevitable y la «puesta en marcha» de las peregrinaciones, a partir del siglo XI, forma parte del vasto movimiento de Europa hacia sus confines, hacia Occidente y hacia Oriente. El movimiento hacia Oriente es guerrero, de conquista y apertura de nuevas rutas, y hacia Occidente, hasta uno de los finisterres atlánticos que más se adentran en el mar (pues la auténtica peregrinación termina en ese cabo de nieblas), piadoso y mágico. Los caminos de las peregrinaciones, no sólo a Santiago, serían inconcebibles si no se tiene en cuenta que en la Edad Media el reino de Dios se asentaba sobre la tierra, antes de desvanecerse paulatinamente conforme crecían las ciudades y surgía en ellas otro tipo de sociedad. Por este motivo, el camino deja de tener sentido cuando se producen los primeros brotes del Renacimiento. Al igual que el Carnaval, las peregrinaciones poseen un sentido profundamente religioso, que pierden fuera de contexto. Los carnavales promovidos por los ayuntamientos laicos se reducen a simples jolgorios con intenciones irreligiosas, y el resurgimiento del camino desde hace un cuarto de siglo no es otra cosa que promoción turística. No se recuperará el camino al margen de la espiritualidad. El turismo es otra cosa: la escala más baja del viajero, según Nietzsche.

Santiago el Mayor, llamado así por ser el mayor de los dos hijos de Zebedeo, llamados también Boanergues, Hijos del Trueno, era pescador del lago de Galilea, lo mismo que Simón y Andrés. Un día remendaba las redes al borde del camino, pasó Jesús y él le siguió. Fue de los primeros discípulos, por lo que aspiraba al «más alto honor»; enérgico y tradicionalista, era el único que podía competir con Pedro en la sucesión del maestro. Pero murió pronto, ejecutado por Herodes, según consta en los «Hechos de los Apóstoles», 12, 2: «Y mató a espada a Santiago, hermano de Juan». Los discípulos recogieron el cuerpo separado de la cabeza y envueltos cuerpo y cabeza en una piel de ciervo, lo embarcaron en el puerto de Jope en una lancha de piedra sin timón que navegó por el Mediterráneo hacia donde el sol se pone. De parecida manera llegó el Arca Santa, cuyas reliquias se veneran en la catedral de Oviedo, a las costas españolas. La lancha de piedra sin piloto ni timón figura en las imaginaciones célticas: así es la lancha de Tristán y la nave de Salomón, en la que el cuerpo de Dandrane, la hermana de Perceval, es conducido a la ciudad oriental de Sarraz, donde el cielo se junta con la tierra, y desde donde el Grial y Galaz ascienden al cielo. La fecha probable de la muerte de Santiago es entre el año 41 d. JC., en que Herodes Agripa I gobierna como asociado de Roma, y su muerte, en la primavera del año 44. La dinastía de los Herodes, abominados idumeos, constituye una de las «bestias negras» de los relatos evangélicos, junto con los escribas y fariseos: Herodes el Grande ordena la matanza de los niños de Belén; Herodes Antipas la decapitación de Juan el Bautista y su sobrinos Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande, la de Santiago. Este Herodes era un vividor, como sus parientes, absolutamente sumiso a los romanos: había tomado su sobrenombre de Marco Agripa, el hijo político de Augusto. Gracias a su buena disposición hacia el Imperio, el emperador Claudio le concedió facultades para que actuase sobre los judíos sin intervención de la ley romana; y una de sus víctimas fue Santiago.

El mar y los vientos condujeron la lancha de piedra hasta Iria Flavia, donde fue amarrada a una piedra que hoy se conserva en Padrón, bajo el ara del altar mayor de la iglesia de Santiago. El cuerpo fue trasladado a un carro tirado por bueyes que llegaron a un campo propiedad de una señora o reina pagana llamada Lupa, en el que había un ídolo: mas después de varios prodigios, entre los que los bueyes se volvieron toros bravos y una sierpe espantable fue destruida, la pagana se convierte y cede el campo para enterramiento del decapitado llegado de lejanas tierras. Se trata de un hermoso cuento de hadas, y ese aspecto maravilloso no abandonará a Santiago a lo largo de la Edad Media, siendo el Apóstol con más intervenciones milagrosas de las registradas en la «leyenda áurea» de Jacquez de la Voragine, y su santuario, el más visitado de la cristiandad, después de los de Roma y Jerusalén.

La aparición del sepulcro se produce en el reino de Asturias cuando se cae en la cuenta de que aquel reino cristianísimo no tenía santo patrón. El himno litúrgico «O Dei Verbum», escrito durante el reinado de Mauregato (cuyo nombre figura en acróstico) por Beato de Liébana, certifica esta necesidad. Beato, como todos aquellos que proponen cosas grandes, no preveía un culto local: no piensa en el reino de Mauregato, sino en «Ispania» y en Santiago como «áurea cabeza de España, nuestro protector y patrono nacional». Para confirmarlo era conveniente que el Apóstol hubiera venido a España en vida. En consecuencia, después de haber predicado en Judea y Samaria, Santiago lo hizo en Zaragoza, donde captó a nueve discípulos y se le apareció la Virgen sobre un pilar de jaspe.

El descubrimiento del sepulcro no es menos maravilloso que la llegada de sus restos. Un anacoreta, casualmente llamado Pelayo, veía por las noches luces misteriosas sobre un terreno olvidado. Excavando en él, apareció una tumba. Teodomiro, el obispo de Iria Flavia, adivinando el prodigio, acudió a la Corte de Oviedo para comunicarlo al rey Alfonso II.

El cual se apresuró a hacer un rápido viaje para contemplar el descubrimiento por sí mismo: lo que le convierte en el primer peregrino de esa vasta riada humana que recorrió los caminos de Europa durante siglos. Según Vicente J. González, el primer itinerario, «de acuerdo con la prisa», sería desde Oviedo pasando por Las Regueras, Grado, Salas, Tineo, Allande, Grandas, Lugo y, finalmente, Santiago. Allí hace el rey donación al Apóstol Santiago y al obispo Teodomiro, con fecha de 4 de septiembre de 829, de «tres millas de tierra al derredor del sepulcro de Santiago Apóstol» y ordena levantar un templo, muy modesto en comparación con los suntuosos monumentos de Oviedo, de lo que deduce Jacques Chocheyras que «no parece que el descubrimiento de la tumba de Santiago fuera un acontecimiento promovido con mucho entusiasmo por parte de la Corte de Oviedo».

Años después, Alfonso III mandó sustituir la pequeña iglesia de barro y piedras por «una hermosa y resplandeciente basílica de piedras cuadradas, columnas de marfil y joyas preciosas». En torno al templo creció la ciudad.

El año 997 Almanzor la arrasa, excepto el sepulcro, ante el que oraba un monje. No volvería a ser ocupado por los enemigos y sería bastión contra La Meca.

El prestigio del Apóstol crece a partir de su intervención en la legendaria batalla de Clavijo en apoyo de los estandartes de Ramiro II. El Apóstol apareció en el cielo, jinete en caballo blanco, la espada desenvainada y masacrando moros; y esta imagen llega hasta los días de la gran guerra, cuando el escritor Arthur Machen imaginó a los arqueros de Azincourt brotando de las nubes en ayuda de las tropas británicas atrincherados en Mons. Ambas leyendas son frutos de la fantasía. Mas el peligro islámico, en los tiempos de Ramiro II, era muy real, por lo que Santiago se presenta como un abanderado de la civilización y paladín de Europa.

Una intromisión volteriana pretende que quien está enterrado en Santiago es Prisciliano, un «progre» del siglo IV, gallego cosmopolita y herético de la tendencia de los maniqueos, decapitado en Tréveris. Aunque fuera así, ¿qué se pretende? Incluso ahora se peregrina a Santiago, no a Prisciliano. Lo que, en último término, demuestra la escasa capacidad de convocatoria del cosmopolita.

La Nueva España · 20 junio 2010