Ignacio Gracia Noriega
Pola de Allande, posada mayor
Sobre el monasterio de Obona, templo de severidad cisterciense del siglo XIII, hay un monte tupido del que surgen peregrinos en hilera, todos jóvenes, todos con bordón
Tineo, a media ladera de una colina, se asoma, como en un anfiteatro, al vasto balcón de un valle amplio y abierto que tiene como fondo, al Sur, los perfiles de la Cordillera. Laureano, grande, con gafas, serio, servicial, tranquilo, habla desde detrás de uno de los mostradores de buena madera de Casa Nicanor, un hermoso comercio como ya quedan pocos, con las estanterías hasta el techo llenas de cajas, el suelo de madera, el ambiente en agradable penumbra. Se respira comercio y tradición: la vieja tradición comercial de Tineo. A su lado, Manuel Otero Menéndez, delgado y curtido por el sol, asiente. Hizo dieciocho peregrinaciones a Santiago a pie, y si el Apóstol se lo permite, aún le quedan unas cuantas por hacer. Ambos afirman que el verdadero camino pasaba por Obona y seguía por Borres y La Mortera, adentrándose en la sierra de Fonfaraón y de Los Hospitales. Desde el alto de La Marta, de 1.120 metros, se divisa el puerto del Palo. El nombre de Fonfaraón es extraño. Julio Concepción Suárez nada dice en su «Diccionario Etimológico de Toponimia». En cambio, dilucida Los Hospitales, que es más fácil: «Nombre evidente al paso de una de las ramas del "camín francés" por los altos allandeses: restos de edificaciones derruidas». Tampoco repara en ellos Roso de Luna, aunque anduvo cerca y los menciona como «montes de Fan-Faraón», y, sin duda, hubieran hecho las delicias del fantasioso Juan García Atienza, que defendía la peregrina teoría de la semejanza de los ríos Nilo y Nalón, porque ambos llevan dirección Norte y sus nombres empiezan por «ene». Había un hospital en La Paradiella, aunque el más grande era el de Fonfaraón, ya en el concejo de Allande. En dirección al alto de La Marta estaba el Hospital de Valparaíso, del que quedan pocas piedras. Cerca está la laguna Grande o de La Marta. Por esta tierra anduvieron los romanos removiendo la tierra en busca de oro. El camino, que se hace a pie, sale a Montefurado, al otro lado del puerto del Palo y cuyo nombre («monte agujereado») remite a la antigua minería aurífera: no hace falta consultar ningún diccionario para constatarlo.
Saliendo de Tineo hacia el ocaso, en Piedrafita la rotonda distribuye los caminos hacia Bárcena del Monasterio y Navelgas a la derecha y hacia Pola de Allande por Gera, recorrido que ya hicimos en el capítulo anterior. Siguiendo hacia Bárcena encontramos primero Obona, el pueblo arriba, en la carretera, y el monasterio abajo, entre maizales y vacas. Sobre el monasterio hay un monte tupido del que surgen unos peregrinos en hilera, todos jóvenes, todos de calzón corto, todos con bordones, y entre ellos, una muchacha silenciosa. Son sevillanos y han recibido el sol de toda España; ahora les queda por recibir algunas lluvias. El guía del grupo tiene un nombre impresionante: Fernando Afán de Ribera. Les digo que es posible que, si continúan a pie, esta noche no duerman en Fonsagrada: parecen decepcionarse, pero son animosos, se hacen una fotografía a la entrada del monasterio (que está cerrado) y vuelven a internarse en el monte tupido, a buen paso.
Obona es caso raro: tenemos el monasterio, pero no hay documentación. Todo lo contrario que Gozón, del que hay documentación, pero no se encontró el castillo. Según la leyenda, es fundación de Adelgaster, misterioso hijo del rey Silo (ya que las crónicas aseguran que no dejó descendencia). El templo, de comienzos del siglo XIII, es de severidad cisterciense. Aquí, lo mismo que en Valdediós, se respira un aire a Edad Media.
Como no vamos campo a través, sino en vehículo automóvil, retrocedemos hasta el alto de Piedratecha, de 796 metros, a partir del cual se desciende entre arbolado, luego aparecen maizales. Se suceden aldeas y topónimos: La Fayona, Villaluz e, inmediato, Vega del Rey, Las Tiendas y Campiello, parada y fonda importante, ya antes de que se hubiera vuelto a poner de moda el camino. En Casa Herminia se inventó una variante del «menú largo y estrecho», mucho más sustanciosa y nutritiva. No sé cuántos platos lo componían, todos sólidos. Los «menús largos y estrechos» suelen ser puras cursiladas urbanas, pero en el ámbito rural son cosa seria.
Después de El Fresno y su capilla de La Magdalena está Borres, lugar de mucha raigambre jacobea, ya que perteneció a la diócesis de Santiago de Compostela. Según la guía de Manuel Otero Menéndez, el bar y la tienda han cerrado hace años. Pero en casa de Marcelino Garrido se come estupendamente. Si uno dice que es amigo de Marcelo Conrado, Hilda le prepara un pote de los que no se olvidan. Quede para mejor ocasión. Téngase en cuenta, no obstante, que, según José Pla, la única posibilidad de disfrutar de la cocina rural catalana era en casas particulares. En Asturias todavía no se ha llegado a ese extremo, pero se llegará, sin duda y sin que falte mucho.
En el alto de Porciles, de 770 metros, hay una ermita al lado de la carretera. Pasado el alto de Lavadoira, de 815 metros, se desciende hacia Pola de Allande, también en pendiente, como por la otra carretera, la que va por Valbona y Villafrontú. Esta carretera que hoy seguimos, más montaraz, está en condiciones bastante malas, pero la están arreglando. Los coches que nos adelantan levantan inmensas nubes de polvo.
Por Villafrontú se ve el palacio Peñalba Cienfuegos dominando el pueblo desde su elevación. La carretera de Lavadoira pasa debajo de sus muros: es la primera casa de Pola de Allande que encuentra el viajero que viene por esta ruta. El palacio, según Luis Antonio Alías, es un «enorme caserón entre torreones que domina la villa sobre el alto trono de una colina castreña. Desde él, los señores de Allande intentaron dominar, por la ley o la fuerza, sobre las vidas y las haciendas de una población poco dispuesta a dejarse oprimir». En su escudo se distinguen ángeles, la cruz y las llamas de los Cienfuegos. Por la fortaleza andaba suelto un Hernán Lobo, turbulento medieval de la estirpe de los Peláez de Coalla o Pardo de Cela, depredadores salvajes, aunque los separatistas los absuelvan por presuntos independentistas, que emparedaba a sus enemigos o los sometía al suplicio del agua». «El horno de pan, la piedra de lavar, el llar y algunos otros elementos de pretéritas vidas domésticas son un contrapunto casi sentimental a las anteriores reliquias de horrores y tiranías», concluye Alias.
Pola de Allande es una agradable expresión urbana en el fondo de un valle muy verde. La cruza el río Nisón y es un importante cruce de caminos: al Norte, hacia la marina de Luarca; al Este, hacia Cangas del Narcea y Tineo, y al Oeste, hacia Grandas de Salime por el puerto del Palo. Que ésta es zona indiana lo certifican las casas de galerías acristaladas y las buenas muestras de arquitectura modernista y montañesa. La iglesia es de finales del XVI, con añadidos posteriores. El parque es soleado y amplio, con bancos que invitan a sentarse y a contemplar el paso del tiempo y de algún peregrino. En el mesón restaurante El Casino sirven muy buena cocina casera. No lejos se encuentra el Café Vitoria, haciendo esquina a dos calles, con sus mesas de cubiertas de mármol, radios antiguas como elementos decorativos y una importante cafetera, que al primer vistazo recuerda el no menos importante aparato que tenían en Lhardy para hacer caldos. En otro lugar del establecimiento hay otra cafetera de dimensiones más reducidas, también como adorno o como constatación de pasadas grandezas, y en el interior, una mesa de billar. Se nota que en Pola de Allande corrió el dinero; lo certifica su hostelería.
El establecimiento más conocido, y uno de los más internacionales de Asturias, es La Nueva Allandesa, frente al Ayuntamiento. Probablemente en todo el camino no se encuentre otro de tan arraigado espíritu jacobeo. Ofrece dos entradas, a la derecha a la cafetería y a la izquierda al comedor. El comedor es grande, con ventanales al río y a las casas con galerías de la otra mano que cuelgan sobre él y al puente que constituye el cogollo urbano de la villa, y lo primero que se percibe, además de los excelentes olores que llegan desde la cocina, es la multitud de lenguas que hablan los comensales. En una mesa comen dos alemanes y un inglés; en otra, varios franceses con una tailandesa; en la de más allá, un peregrino francés pide Borgoña para acompañar la «sopa asturiana», la versión inventada por Antonín del pote. Y en una mesa ante los ventanales, la representación de Cangas del Narcea: Vespertino y sus hermanos. Antonín se desvive atendiendo a todo el mundo y nos sirve un menú, si no vegetariano, vegetal: pote de berzas, repollos rellenos, pudin de verdura con arbeyos, cuajada con miel y arroz con leche. Todo estupendo. El pote es de los superiores de Asturias. Y las raciones son esplendorosas, a la altura de caminantes que calzan las botas de siete leguas. Antonín los conoce nada más verlos. Mientras nos despide a la puerta, aparece una peregrina curtida por soles, vientos y lluvias.
—¿Usted es Trini? -le pregunta Antonín.
Es Trini. Viene de Roncesvalles, por el camino del Norte.
La Nueva España · 8 agosto 2010