Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

Hacia Fonsagrada

El último tramo de la ruta jacobea en Asturias nos lleva por una subida abrupta hasta coronar un terreno en el que los molinos eólicos sustituyen a los árboles

Don Pascual Madoz, autor de una de las obras monumentales y verdaderamente útiles del siglo XIX, el «Diccionario geográfico, estadístico, histórico», anota respecto a la iglesia del Salvador de Grandas de Salime: «Se dice con algún fundamento que perteneció a los Templarios y que tal vez habría en esta villa hospedería para los peregrinos que concurrían a visitar el sepulcro de Santiago, patrón de las Españas, pues así lo induce a creer las conchas o pechinas que se observan insculpidas en la piedra de la fachada».

El paisaje que rodea Grandas es apacible. Lo parece más después de haber dejado atrás los vertiginosos abismos del río Navia, que fluye hacia el Norte aprisionado entre precipicios rocosos. Refiriéndose a un puente situado a gran altura sobre el río, Uría comenta: «No es dudoso que a los peregrinos haya causado impresión este paso, y tal vez con más razón que el "Pont qui tremble " de la "chanson"». La carretera asciende en seguida hasta el alto del Acebo por La Farrapa (donde se encuentra el restaurante La Parrilla; Manuel Otero afirma: «Hay buena gente»), Castro y Padraira. El paisaje es llano, de colinas y árboles. En Padraira hay una ermita de San Lázaro con pórtico sostenido por columnas de piedra, dependiente de la colegiata de Grandas de Salime. Fue capilla de un hospital de leprosos en el siglo XVI. En aquel tiempo, el término «leproso» acogía toda clase de enfermedades de la piel, algunas sin la menor relación con la lepra, según Barthe Aza, historiador de malaterías. El visitador del obispo de Mondoñedo dictó unas reglas para su buen funcionamiento, pero un siglo más tarde había cesado toda actividad. Sólo queda la ermita.

Más arriba, Peñafuente hace honor a su nombre: hay una fuente en el centro de la aldea, de agua muy buena, según Otero, y una iglesia parroquial de 1605, bajo la advocación de Santa María Magdalena. Cerca se encuentra la alberguería de Cuiña, fundación del conde de Altamira.

Se inicia el último tramo del camino en Asturias. A partir de aquí, la subida se hace más brusca, entre molinos eólicos en lugar de árboles. «Tienes eólicos a derecha e izquierda», lamenta Otero. Queda abajo un valle que se estrecha y la carretera asciende hasta el puerto del Acebo.

El último pueblo indicado, en desviación a la derecha, es Bustelo del Camino: su sobrenombre certifica su estirpe jacobea. Por aquí limitan las antiguas provincias de Oviedo y Lugo, según la terminología que yo estudié en el Bachillerato (entonces, en lugar de Asturias, se decía provincia de Oviedo). Las terminologías políticas y las divisiones administrativas cambian, los lugares permanecen y permanecerán cuando se haya disuelto en polvo y olvido el actual tinglado político o resulte más remoto que el de los tiempos de los visigodos.

Coronando el puerto se fatiga un peregrino de rostro enrojecido por el sol, con calzón corto, mochila, bordón y sombrero de cazador de safari (sólo le falta la tira de piel de leopardo de Stewart Granger en «Las minas del rey Salomón»). Me detengo para charlar un rato, pero me dice:

—No hablo español.

—Bueno -concedo, y él añade: Las únicas palabras de español que sé, son: no sé español.

Se trata, sin duda, de un humorista que tiene pocas ganas de hablar. La carretera desciende hacia una gran llanura con montañas en los bordes, difuminadas al Norte y más próximas al Sur. Una desviación a la izquierda anuncia Negreira, donde hacen un vino rosado, ligero, pero agradable al paladar. El primer pueblo en la carretera es O Acebo, que no presenta, al menos de paso, ninguna característica especial.

Uría escribe que no lejos del hospital de Cuiña, el último de los establecimientos hospitalarios asturianos, «hay una sierra denominada de Piedras Apañadas, tal vez porque, como en la Cruz de Ferro, próxima a Foncebadón, entre Molinaseca y Manjarín, en la provincia de León, habría en otro tiempo algún montón de piedras depositadas en aquel límite por los caminantes». Formar montones de piedras, arrojadas por los que van de camino, tiene un sentido mágico, relacionado con el culto a los muertos. Este rito existió en la Francia atlántica; don Constantino Cabal lo encuentra también en Asturias. Según Elías Canetti, «se erigen montones de piedra porque es muy difícil volver a desmontarlos. Se los erige para mucho tiempo, para una especie de eternidad».

Esta zona está muy poco poblada. Otero recomienda a los viajeros de a pie que hagan alto en El Acebo, para surtirse de lo necesario hasta Fonsagrada, en el bar de Pilar, donde hay buen trato y comida, previo pago de la consumición. «Desde aquí hasta Fonsagrada va a ser difícil que encuentres agua u otra bebida, por lo que te recomiendo que lo tengas en cuenta y llenes (la cantimplora o la barriga, digo yo). Inmediatamente de salir del bar -continúa Otero, con su estilo coloquial- deberás tomar a tu izquierda para subir una corta pendiente incorporándote al camino fuera de la carretera. Después de unos quinientos metros, nuevamente sales a la carretera, para caminar por ella otro corto tramo y meterte a tu derecha en un camino de campo. Si sigues por la carretera, atravesarás Fonfría y si te metes al camino señalizado a tu derecha (en Cabreira), también sales a Fonfría, pero a la salida del pueblo. El camino señalizado es bonito, pero yo creo que te hace caminar unos cuantos metros más, y si quieres tomar agua de la fuente, que es de primera calidad en Fonfría, tendrás que caminar hacia atrás por la carretera. Yo recomiendo la carretera, pero... cualquiera sirve».

Después de haber peregrinado a Santiago en dieciocho ocasiones, Manuel Otero se fía poco de las indicaciones y de los itinerarios demasiado puntualizados. La experiencia le ha enseñado a ser moderadamente escéptico. En su libro viene a decirnos, después de haber señalado puntualmente todo lo que conoce (y lo conoce muy bien, porque «lo llevo andado»), que a veces se presenta el dilema de varios caminos y otras veces no hay señalización, pero, de todas maneras, siempre hay camino aunque no haya letreros, y al fin y al cabo, todos los caminos conducen a Roma, o en este caso, a Santiago, meta de peregrinación tan importante como Roma y Jerusalén.

La carretera, más segura que los caminos, al menos porque sólo hay una, nos conduce atravesando Fonfría, donde el agua es fría y de primera calidad, como ya nos ha explicado Otero. Por lo general, en este tramo del camino los topónimos no mienten: en Peñafuente hay, en efecto, una fuente, y las aguas de Fonfría son frías, aunque no me detuve a comprobarlo. Una desviación al norte de la carretera propone dos entradas a Asturias: por Grandas de Salime hasta Navia siguiendo la estremecedora hoz del río, y por Santa Eulalia de Oscos a Vegadeo. Después de Paradanova está Fonsagrada, la población más considerable de esta extensa comarca, entre Grandas de Salime y Lugo. Hará unos treinta años, las gentes de la cuenca alta del río Navia tenían que repostar gasolina en Fonsagrada o Pola de Allande. Entonces Fonsagrada tenía un aspecto más rural que ahora.

Desde la carretera, recuerda a Tineo, con su fachada de casas nuevas de varios pisos, colgadas sobre un valle grande y abierto. A la entrada se encuentra un edificio de aspecto oficial ante el que ondea la bandera española sobre su mástil. No deja de causarme extrañeza, porque hoy la bandera bicolor está proscrita en muchos lugares, en tanto que se considera el colmo de la «corrección política» sacar banderas separatistas o al menos localistas. Pero me parece muy bien, como que en Fonsagrada se hable español en las calles y en todos los establecimientos en los que entramos. Al salir del coche, me aborda un paisano que no parece tener mucha prisa.

—¿De Asturias? -me pregunta. Le contesto que sí, y él enumera: Castro, Churruca, Quini, Ferrero. Me guiña un ojo y añade- ¿Qué le parece?

—El Sporting de Gijón.

El hombre tiene ganas de hablar. Una tía suya fue a Argentina y no volvió, otro pariente murió de cáncer de pulmón, y él estuvo trabajando en Suiza más de diez años.

—Allí hace más de ochocientos años que no tienen guerras entre ellos. ¿Qué le parece?

—Estupendo -digo.

—Deberíamos tomar ejemplo.

La iglesia tiene la torre de campanario de piedra, abierta a los cuatro vientos, altares dorados y hermosa capilla del baptisterio con bóveda: se bendice a los peregrinos a la caída de la tarde. En la misma calle, en descenso, el Ayuntamiento con torre, reloj y campana y un escudo fechado en 1926, y más abajo el Juzgado. Las casas son bajas y achatadas, con galerías blancas. Alguna, de piedra, tiene balcones y remates modernistas. Y lo de Fonsagrada debe ser verdad, porque sobre la fuente hay un santo en una hornacina. Se asegura que «a Fonsagrada nunca han bajado los lobos». Ventaja de haber edificado la población en un alto.

La Nueva España · 22 agosto 2010