Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

Iglesias y montañas

De Villaviciosa, la Villa por antonomasia, a Oviedo, pasando por Sariego, Siero y Noreña, todo dominado por Peña Mayor, el espinazo del centro de Asturias

Villaviciosa es una de las villas monumentales de Asturias, y, en cierto modo, la Villa por antonomasia. En las aldeas de alrededor de una villa de cierta entidad, a ésta se la llama «la Villa». Pero en Villaviciosa lo pronuncian de manera distinta, con más convencimiento y empaque. La Villa es final de etapa de un camino señalado por viejos templos de la Monarquía asturiana: Santiago de Gobiendes, San Salvador de Priesca, la tardía San Salvador de Fuentes y San Andrés de Bedriñana, al norte de la Villa y, por tanto, fuera del Camino. Y en la propia villa, la preciosa iglesia de Santa María, en la que los elementos góticos inundan la estructura románica llenándola de luz a través del rosetón encima de la imagen de la Virgen sentada.

No lejos de esta iglesia, en Puente Huetes, desembarcó Carlos de Gante, el futuro Carlos I, durante el primer viaje a España, pues como en un cuento de hadas, el joven rey había vivido hasta entonces lejos de su reino. El cronista de aquel viaje, Laurent Vital, anota que «el rey fue allí a fuerza de remos, conducido por una ría de agua salada que penetraba en el interior del país entre dos montañas tan altas que se perdía la vista». Se explica que Vital viera altas montañas en villaviciosa porque procedía de los Países Bajos. Durante el trayecto, aprecia altas montañas por todas partes, aun antes de llegar a la comarca dominada por las impresionantes alturas de los Picos de Europa.

El camino salía por Amandi, con su magnífico templo románico de San Juan en un alto al que se llega por una gastada escalinata. Samaniego Burgos lee en esta iglesia como en un libro abierto, como Ruskin leyó la Biblia en la Catedral de Amiens, y encuentra que «como montaña simboliza el ascenso espiritual, con las dificultades del camino iniciático, hasta llegar al cielo de la luz, de la revelación». Interpretación perfectamente válida, pese a su tono esotérico, para los peregrinos santiaguistas.

En Amandi hay también un puente de piedra de un ojo que nos pone en camino de Valdediós, valle en el que todavía se respira Edad Media, a pesar de que el día que lo visitamos se celebraba una boda y aquello estaba lleno de chicas monísimas que enseñaban lo de abajo hasta muy arriba y lo de arriba hasta muy abajo, y chicos incómodos dentro de sus trajes oscuros y con las corbatas al desgaire. Tanta ordinariez no impidió apreciar la magia del lugar, al que se retiró un rey y donde levantó un gran monasterio del Císter. Nada queda del palacio de Alfonso III el Magno, pero la iglesia, llamada el Conventín (por diferenciarla del monasterio de al lado), sigue en pie, vegetal y palaciega, con el recuerdo de los siete obispos que la consagraron en el año 893.

La carretera asciende sobrepasando el valle. Más arriba está Arbazal, con iglesia del siglo XVII que conserva algún resto del siglo IX y dependiente de Valdediós, por lo que recibía el nombre de Mesón de los Cistercienses: seguramente algo tendría que ver con el albergue de peregrinos. Desde la carretera, mirando hacia atrás, vemos la Villa apiñada en su verde valle, y más allá El Puntal, y el mar como telón de fondo.

Por el Alto de la Campa, de 400 metros, se pasa a un paisaje distinto. El descenso hacia el valle de Sariego es suave, en contraste con la elevación de La Campa desde Villaviciosa, que en San Pedro de Ambás me recuerda, tal vez por asociación de nombres, la subida al puerto de Pajares. El valle está recorrido por caminos vecinales, por praderías y setos y cierra el horizonte, a lo lejos, una línea ininterrumpida de montañas. Pasados Figueres y La Cárcaba, la carretera recta sigue hasta La Secada, donde se entra en la carretera de Pola de Siero, pero conviene desviarse en Vega de Sariego para visitar la iglesia de Narzana, señalada en uno de los itinerarios propuestos por Uría y uno de los templos mejor situados y más hermosos de la comarca. Románica del siglo XII, es alta y de una sola nave, con un grandioso arco triunfal a cuyos lados dos imágenes modernas del Salvador y de Santa María sugieren cierto encanto gótico. El cura, don Antón, es culto y cordial. Se queja porque los autores de la rehabilitación le dejaron la sacristía tan diminuta que no cabe el monaguillo, y el piso de piedra del atrio es peligroso, porque ya cayeron dos feligreses. En la hermosa portada que mira a Poniente se aprecian la cacería de un jabalí y un grifo. El templo está rodeado de árboles: el viento inclinó un ciprés y fuera del muro hay un tejo venerable. Y al Sur, las montañas: a la izquierda, la majestad catedralicia de Peña Santa, al frente Peña Mayor, y al Oeste, el monte Naranco.

Esta zona recibe el nombre sorprendente de ruta de los topónimos sarenos. Sin duda es ocurrencia de algún licenciado en Filosofía y Letras. Estamos en el «territorio intelectual» de Florencio Friera, compañero de carrera y autor de un importante libro sobre Sariego, «Patrimonio histórico y cultural de concejo de Sariego (Asturias)», además de excelentes trabajos sobre Ramón Pérez de Ayala en su faceta de político.

Nos despedimos cordialmente de don Antón, que tiene el proyecto de hacer el Camino de Santiago cuando se jubile, pero ¡a pie! Caminos vecinales con indicaciones del paso de ganados hacia los abrevaderos (lo que nos devuelve a un ambiente rural, a unas actividades ganaderas por desgracia abandonadas o perdidas del todo) conducen hasta Vega de Poja, con su iglesia de San Martín de finales del siglo XII o comienzos del XIII, que ostenta dos cabezas de leones en el muro de la epístola. El león es animal heráldico y signo del evangelista San Marcos, pero en Vega de Poja tenía que resultar un animal fantástico, como el elefante que Haroun al-Raschid le regaló al emperador Carlomagno o la jirafa que Ruy González de Clavijo describe por primera vez en las letras españolas en el relato de su embajada al Gran Tamerlán. A veces lo exótico resulta fantástico, pero el león o el elefante (como el que aparece pintado en la cueva del Pindal) pertenece a otro orden que el dragón o el grifo. San Martín, el topónimo más repetido en Asturias, era el santo patrón de los peregrinos franceses. En Vega de Poja se inicia un itinerario de iglesias santiaguistas bajo la advocación de San Martín, continuado en San Martín de la Carrera, la iglesia perdida en El Berrón, y la muy reconstruida pero interesantísima de San Martín de Argüelles.

En Pola de Siero se juntaban los dos caminos de peregrinación a Oviedo: los que venían de la costa por Vega de Poja, y los que venían por el interior, desde Nava, por La Secada: éstos entraban en la villa por la calle de San Antonio hasta la iglesia parroquial. Apenas se conservan restos jacobeos, pero continúa siendo reunión de caminos.

La carretera, más bien «caleya», de Pola de Siero a Noreña, es impresentable: una auténtica vergüenza, un bache continuado. Sale a Ferrera, donde se encuentra el palacio de Miraflores, en el que transcurrieron los últimos días de don Álvaro Flórez Estrada, y desciende por La Campanica, donde hubo mercado en el que las monedas eran lavadas con vinagre si se sospechaba peste, y si la peste era efectiva, se cerraba el paso. Noreña es población situada entre la estación del ferrocarril y la iglesia. El centro está en un alto y allí, en la Playina, frente al restaurante El Sastre, hubo hospital con su capilla, desaparecidos hace tiempo. Nos consolamos entrando en El Sastre para tomar una de las invenciones de la casa, las berenjenas con boquerones, mezcla de sabores fresca, agradable y acertada. Y después de este aperitivo, se puede comer de todo, y todo muy bien.

Seguimos hasta Argüelles, pueblo solano, llano, abierto y extendido. La iglesia fue donada por Ordoño II en el año 921, pero la parte conservada se retrasa al siglo XII. Un buen tejo sombrea la fachada. La portada del Sur es románica y en la columna de la izquierda se aprecia una desgastada Última Cena y en la de la derecha a San Martín con sus ropajes episcopales (aquel santo jocundo que se sentaba a la mesa de los reyes y bebía alegremente con los caballerizos) y, debajo, la estampa del caballero despidiéndose de la dama (que hemos visto, en tallas más explícitas, en San Pedro de Villanueva y en Villamayor). El llano y verde paisaje está cerrado por montañas azules al Sur, entre las que destaca el fuerte espinazo de Peña Mayor, la gran peña que domina esta parte del centro de Asturias. Comemos en el Asador de Abel unos garbanzos muy pequeños y suaves con bacalao y una salsa de tomates de Cornellana que añaden un gusto muy especial a este guiso sencillo y sabroso; y después, una gran merluza, como merece ser preparada la merluza excelente: a la romana.

A partir de aquí, las carreteras, los caminos, las rotondas, las naves industriales, el poderoso imán de Oviedo, lo invaden todo y borran toda huella del antiguo camino, que iba por Meres y Granda, bajo castañares, y cruzaba el río Nora por el puente de piedra de Colloto. Los peregrinos llegaban a Oviedo por la Vega, subían por la puerta de la Noceda, pasaban ante los grandes monasterios de San Pelayo y de San Vicente y entraban en la Catedral por la puerta de la Corrada del Obispo. Se cierra así una etapa del gran camino a Santiago, que es, como se sabe, una suma de caminos. Sin duda el P. Feijoo vería pasar a los peregrinos bajo la ventana de su celda, que en su tiempo albergaba lo que Marañón llamó la «Atenas de España» y que ahora mandatarios inciviles han destruido. Los descendientes de quienes, años atrás, volaron la Cámara Santa y pretendieron destruir la Catedral. Y dentro de la Catedral, los peregrinos que venían por los caminos del Norte, se acercarían reverentes al Pantocrátor, y se postrarían, humildes y confiados, ante el Señor del Mundo.

La Nueva España · 7 noviembre 2010