Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

La llanura de los maragatos

León es la última ciudad importante antes de alcanzar Santiago y el camino discurre por una gran planicie que se extiende sin límites aunque al Norte es bien visible la cordillera Cantábrica

León es la última gran ciudad importante del Camino anterior a Santiago, que, a partir de aquí, empieza a atraer como un imán. «Conviene tener en cuenta que León era lugar de concentración de romeros, y a los que venían por la vía principal debemos añadir los procedentes de otros territorios del Mediodía que subían hacia el Norte por la vía de Valladolid-Mayorga, y también algunos que, habiendo hecho el viaje a Compostela por la vía de la costa, pasaban antes por Oviedo, concentrándose todos en León», señala Juan Uría Ríu.

Los peregrinos salían de León por el puente de San Marcos, dejando atrás «sus hospitales, sus monasterios, sus iglesias y sus milagros», que justificaban, según Uría, el elogio que le dedica Aymeric Picaud (tan parco en elogios que puede considerársele como un precursor de las excesivas críticas y reproches de los viajeros románticos, con Dumas Sr. a la cabeza): «Inde Legio, urbs regalis et curialis, cunctis felicitatibus plena». Apunta Uría que quienes preferían no entrar en León cruzaban el río Bernesga por el puente de Rodrigo Jústez, que los conducía directamente a Trobajo del Camino, localidad por la que pasaban también los que salían por el puente de San Marcos. La vía sigue hasta la Virgen del Camino, santuario que recuerda la aparición de la Virgen a un pastor llamado Alvar Simón, en el siglo XVI, y sobre la primitiva fábrica barroca se ha construido un templo moderno, «testimonio de la renovación del arte religioso en la actualidad», según Torroba. Recuerdo un invierno, hacia febrero, con todo el campo nevado alrededor: aquello parecía la estepa siberiana, y el viento de las noches cortaba como un cuchillo de hielo. Los Dominicos de Oviedo organizaban ejercicios espirituales en aquel lugar, y a los que un año, ya en Preuniversitario, no me quedó más remedio que asistir. Me acompañaron en aquellas soledades la Biblia de Nácar&Colunga y los «Rubbaiyat» de Omar Kheyyam, que acababan de publicarse por aquellas fechas: «Créeme, bebe vino, / el vino es vida eterna, / fuente sagrada de juventud. / Con vino y alegres compañías, / la estación de las rosas vuelve».

A la Virgen del Camino se le debe otro milagro, más portentoso que el primero, según lo relata Walter Starkie. Un caballero de esta localidad llamado Alonso de Rivera se encontraba cautivo del moro en África el año 1522. Acercándose la festividad de la Virgen del Camino, pidió permiso al moro para acudir a la romería prometiéndole el regreso a Argel para el año siguiente, mas el moro se rió en sus barbas, le encerró en un arcón que selló con fuertes cadenas para que no escapara, y, para mayor seguridad, se sentó encima. Y he aquí que el día de la fiesta de la Virgen, el arcón emprendió vuelo hacia León con moro y todo, como si estuviera a bordo de la alfombra mágica de las 1001 Noches. Mas la realidad fue más dura para el desconfiado moro: puesto a escoger entre la contumacia mahometana y la conversión, el islámico optó por lo segundo: comió jalufo, bebió vino, fue bautizado y, al cabo de los años, murió como un santo, aunque con el hígado considerablemente alterado. Las cadenas que sujetaban el arcón fueron fijadas a la pared del templo como constatación del magnífico milagro.

Valverde del Camino es, según Uría, «aldea insignificante», pero ya existía en el siglo X. Muy próximo se encuentra San Miguel del Camino, en una hondonada, donde hubo un hospital de peregrinos en el siglo XII, y casi a mitad de camino entre León y Astorga encontramos Villadangos del Páramo, antigua villa donada por doña Urraca a la Iglesia de León en 1122. Son éstas, por tanto, poblaciones muy antiguas: en Villadangos hubo hospital para peregrinos en el siglo XVII y en la iglesia, dedicada al apóstol, hay un relieve en la madera de la hoja izquierda de la puerta que representa a Santiago cabalgando al frente de un grupo de caballeros y al pie del caballo, un moro descabezado, y en la de la derecha el rey don Ramiro cabalga al frente de caballeros con lanzas e infantes con picas. Se trata, evidentemente, de la batalla de Clavijo. En Villadangos tuvo lugar el encuentro en octubre de 1111, año magnífico, entre las huestes de don Alfonso el Batallador y las de su esposa doña Urraca: por desavenencias matrimoniales, supongo.

Doblemente jacobeo es el pueblo siguiente, San Martín del Camino, con templo de una sola nave y cruz latina, dedicado, como es lógico, al obispo turonense que, siendo soldado, partió su capa con la espada.

Estamos en medio de una gran llanura que se extiende sin límites. Bajo la luz del invierno, el paisaje es hosco como hábito de monje o capa de pastor. En otro tiempo el paisaje estaba recorrido por rebaños horizontales sobre los que sobresalía la verticalidad del pastor. A lo lejos, hacia el Oeste, se divisan los montes de Teleno, y al Norte el murallón de la cordillera Cantábrica, destacándose Peña Ubiña sobre la sucesión de cumbres azules, con «su cumbre casi siempre nevada y cuya imagen es tan característica que ni aún a tantos kilómetros de distancia se desdibuja», según Uría Ríu. Jovellanos la distinguía muy bien y no se le desdibujaba ni a distancias aún mayores.

Hospital de Órbigo, a cinco kilómetros de San Martín, no puede ser más jacobeo. Es una población levantada en torno a un puente; su nombre procede de un hospital de peregrinos erigido por los caballeros de la Orden de San Juan, del que no quedan vestigios. En cambio, el puente es de los más hermosos del Camino, acaso el más representativo junto con el Puente de la Reina, y, desde luego, el más famoso. Ha sufrido diversas transformaciones, reformas y aumentos a lo largo de los siglos. La parte más antigua son los cuatro grandes arcos ojivales y el arranque de otro, pasada su mitad hacia el Oeste, y en algunos de sus sillares se observan marcas de canteros del siglo XIII. Llegó a tener veinte ojos en sus días de esplendor. Su momento de mayor gloria fue del 10 de julio al 9 de agosto de 1434, en que el caballero leonés Suero de Quiñones estableció unas justas o «passo honroso», en las que imponía la ruptura de trescientas lanzas por el asta como rescate a la prisión de amor a la que le había sometido cierta dama esquiva, por lo que se imponía colgar los jueves «un fierro al cuello». Los combates se efectuaban entre los caballeros mantenedores, que se alineaban en torno a don Suero, y los caballeros aventureros que pretendían atravesar el puente sin mentar el nombre de la dama que le aprisionaba. A la espectacularidad de los torneos se añadía que el puente era lugar de paso del Camino en año jubilar.

Las justas se realizaron conforme a la más estricta etiqueta, con «cartel de desafío» y la presencia del meticuloso cronista Pedro Rodríguez de Lena, que anotó que el puente «era camino romero de Santiago, por donde las más gentes suelen passar para la cibdad donde su sancta sepultura está». Como el Camino, el «Passo Honroso» se internacionalizó: acudieron alemanes, italianos, portugueses, bretones, y numerosos españoles, muchos de ellos del reino de Aragón hasta completar el número de sesenta y ocho aventureros, que se enfrentaron a los diez caballeros mantenedores; se rompieron ciento setenta y siete lanzas y murió uno de los aventureros, Asbert de Claramunt, de un lanzazo en un ojo (lo mismo que Enrique II de Francia, un siglo después). Don Suero, por cierto, solo rompió diez lanzas, y estuvo la mayor parte del «passo» sin salir de su tienda.

En Hospital hay un establecimiento hostelero de hermoso nombre santiaguista: El Caminero, que tanto se refiere al que está en el Camino como al que arregla los caminos, como Santo Domingo de la Calzada y San Juan de Ortega; y visitamos a Adelaida y Marcelo, que tienen aquí chalet. Pronto nos ponemos en camino porque pronto se hace de noche.

Astorga, la antigua ciudad romana y sueva, se eleva en una meseta en medio de la llanura: en la lejanía sobresalen las agujas de la catedral. Es la capital de la Maragatería, que se extiende entre los montes Teleno, Varduerma y Foncebadón. Sobre los maragatos, primos de pasiegos y vaqueiros, se ha especulado en exceso: si son moriscos, si siervos huidos de Mauregato, si «pueblo maldito»: según George Borrow, el vendedor de Biblias, «con dificultad se encontrarán en las montañas de Noruega tipos y rostros más esencialmente godos que los maragatos». La ciudad está rodeada de muralla, dicen que romana, y los peregrinos entraban por la puerta del Sol: tenían cinco puertas de arco y había sido confluencia de ocho vías militares, siendo la más importante la de Aquitania. La catedral es gótica, de piedras doradas, con añadidos platerescos: a su lado, el Hospital de San Juan. Contrasta con el palacio episcopal de cuento de hadas y granito gris, con torreones cónicos, obra de Gaudí, el cual, nostálgico de la Edad Media, lo construyó sin calefacción, considerando que los obispos modernos son de la recia estirpe de Santo Toribio. Es abundante en confiterías y produce la sensación, en todo momento, de que nos encontramos en una ciudad amurallada.

La Nueva España · 2 enero 2011