Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, El primer Camino

Ignacio Gracia Noriega

El encuentro de los caminos

Después de dejar atrás la abadía de Samos, en Melide, villa con tradición de ferias y mercados, convergen las rutas hacia Santiago

Desde Cebrero se desciende dejando el valle a la derecha y pinares a la izquierda. Después de Linares, mencionado por Aymeric Picaud como Linar de Rege, está Hospital, que en los itinerarios franceses del siglo XVI figura como hospital de la «Contesse», y entre ambos, el puerto de San Roque, de 1.270 metros. Después de Padornelo, en el valle, se vuelve a subir al alto del Pojo, de más de 1.300 metros, donde hay varias casas blancas dispersas, y se vuelve a bajar hacia Fonfría, que toma su nombre, como es natural, de una fuente sobre la que se edificó un lavadero, de agua clara y evidentemente fría, dadas las condiciones meteorológicas de estas montañas. Fonfría conserva un trozo empedrado de la antigua calzada romana, pero nada queda, salvo la constatación documental, de su hospital de peregrinos, dependiente del de Sancti Spiritus de Melide.

Está quedando atrás el último gran obstáculo montañoso del Camino. Triacastela se encuentra en un valle atravesado por un río. Hay un puente de piedra, mucho verdor de humedad y musgo sobre las piedras grises. Las casas tienen cubiertas de pizarra y las puertas, en arco, y algunas, galería cubierta. Un poco apartado del caserío se alza un pazo en medio del verdor; más hacia el pueblo, campos de grelos. La iglesia está rodeada por el cementerio. En los buenos tiempos fue románica, pero la inscripción del pórtico nos advierte de que la reedificaron en 1790, un buen año para regresar a la piedad y a la fe, dados los sucesos revolucionarios que se estaban produciendo en Francia. En la torre campanario figuran los mediorrelieves de tres castillos y, sobre ellos, Santiago en una hornacina, ataviado con sombrero, adornado con una concha, capa, bordón y un libro en la mano izquierda: de igual modo aparece en la imagen del interior del templo.

El Camino pasaba por delante de la iglesia. Los peregrinos se detenían a recoger piedras que transportaban para alimentar los hornos de cal destinada a la edificación de la Catedral de Santiago. «Esta piadosa costumbre, mediante la cual el peregrino se convierte en partícipe de la fábrica de la iglesia destinada al Apóstol -escribe Uría-, tuvo un valor más que simbólico, pues si el número de los que pasaban a Santiago era ya importante en el siglo XII, podemos imaginar con fundamento la acumulación de materiales pétreos de alguna consideración con el transcurso de unos cuantos lustros». En este lugar el peregrino y poeta oral francés Germain Nouveau descubrió que el Camino tiene el don de lenguas.

La carretera continúa encajonada entre montes y cuando se abre un poco tenemos a la vista San Cristobo, con un fondo de chopos deshojados: el blanco humo sale de las chimeneas de casas oscuras, como en los tiempos de las verdaderas peregrinaciones. Seguimos por Renche, en cuya iglesia hay otra imagen de Santiago peregrino, y San Martiño, y al final de una pendiente aparece el enorme monasterio de Samos, en un valle entre montañas que Feijoo describió como hundido en la tierra: «Tan recogido, tan estrecho, tan sepultado está este monasterio, entre cuatro elevados montes, que por todas partes no sólo le cierran, mas le oprimen, que sólo es visto de las estrellas cuando las logra verticales».

La primera pregunta que nos hacemos ante el ciclópeo edificio es: ¿dónde termina? Su superficie actual es de cerca de una hectárea. Los peregrinos le encuentran por la parte de atrás y han de rodearle para encararse a la fachada principal. En la fachada que da a la calle han instalado una gasolinera. Y, al fin, rodeado el edificio, nos encaramos con una monumental portada barroca a la que se llega por una escalera de líneas rectas, aunque laberíntica, pues no conduce directamente a la puerta. En el interior hay dos claustros, uno grande, del siglo XVIII, y en el otro se encuentra la encantadora fuente de la Nereida. ¿Cómo pudo llegar la Nereida, desde los mares homéricos, a este severo edificio? Acaso acompañaría a Ulises, cuya última navegación, según Dante, fue por el Atlántico: y aunque se dirigía hacia el Sur, para las nereidas no hay Norte ni Sur: el mar es su casa y por él van a donde les place: también se supone que el nombre de Samos es griego, y lo es, efectivamente, si se tiene en cuenta la isla de Samos, una de las Espóradas, en el mar Egeo. Pudo haber llegado a Lugo acompañado de la Nereida.

La gran abadía a orillas del río Oribio, que vierte en el río Neira y éste en el Miño, parte el pueblo en dos mitades: el cual, sin el monasterio, según Amor Meilán, no existiría. En la actualidad pertenece al municipio de Sarria, a 12 kilómetros, pero en otro tiempo la comarca era conocida con el nombre de Jurisdicción de la Abadía de Samos. Su influencia religiosa y cultural fue incalculable en toda Galicia y más allá. La constatan las iglesias románicas de las aldeas de alrededor: San Cristóbal el Real, Santiago de Renche y San Martiño, desfiguradas por los cambios. La del monasterio está dedicada a San Julián, y aquí profesó durante varios años mi buen amigo Julián Herrojo, el erudito rector de la iglesia del Corazón de Jesús de Gijón.

Su antigüedad es contemporánea de Montecasino, el monasterio italiano fundado por San Benito, cuya regla aceptó Samos. En el siglo VI, Ermefredo, obispo de Lugo, hace votos para que la vida monástica perdure conforme a la regla de los Santos Padres. Pero la invasión islámica de Muza obligó a abandonarlo, regresando los monjes a comienzos de la segunda mitad del siglo VIII, bajo la protección de Fruela, rey de Asturias. Después del asesinato de éste en Cangas de Onís, su hijo Alfonso (el futuro Alfonso II el Casto, el iniciador de las peregrinaciones a Santiago de Compostela) encuentra en Samos la protección de los monjes. Ambos continúan en Samos. «En el trascoro -escribe Cunqueiro-, dos coronados desenfundan espada. Dos góticos reyes de Asturias. El uno es Fruela I. Cuando salió el moro de estas fraguas, le dio el monasterio al abad Argerico, quien lo restauró. Ya había casa antes, quizás antigua de doscientos o trescientos años. El otro de la valiente espada es Alfonso II el Casto. Niño, vivió aquí, instruido, alimentado, defendido por los fieles monjes».

El sucesor de Alfonso II, Ramiro I, hace al obispo Fatalis abad de Samos, entregando otros monasterios e iglesias a su protección. Así fue tejiéndose la historia del monasterio a lo largo de los siglos, de los que dan testimonio los sucesivos estilos arquitectónicos que le fueron dando forma: la portada románica, el claustro gótico de la Nereida, el gran claustro del siglo XVIII, la iglesia barroca... La fachada del monasterio es más sobria que la de la iglesia, a la que está pegada.

Pero la verdadera joya de Samos es su resto más antiguo, la diminuta capilla del ciprés, de mampostería de pizarra, del siglo IX, sobre un prado verde que da a la parte trasera de una fea calle sin personalidad. Contrasta el recogimiento de la ermita con la monumentalidad de la abadía.

Samos está unido al nombre del padre Feijoo, que profesó aquí a los 14 años de edad y permaneció en estos lugares hasta su traslado a Oviedo. Se conserva su celda con respeto y veneración, a diferencia de la celda del convento de San Vicente de Oviedo, que fue destruida por la barbarie institucional. Lo que no pudieron destruir con dinamita en 1934, lo destruyen ahora con proyectos disparatados y arquitectos ebrios de modernidad.

Si en Samos permanece el recuerdo de Feijoo, fray Luis de Granada era oriundo de Sarria (su verdadero nombre es Luis de Sarria): dos de los mayores escritores de nuestra lengua en doce kilómetros. Sarria es la típica cabeza de partido judicial rural, con buen comercio concentrado en la calle Mayor, larga y bien iluminada. Le pregunto a una chica abrazada a un montón de libros dónde está la iglesia y se encoge de hombros. Se conoce que le da igual. Y, sin embargo, hay dos iglesias: la de Santa Marina, del siglo XII, y la de San Salvador, un hospital de peregrinos frente a una torre, resto de un castillo que perteneció al conde de Lemos. Y por Paradela, pueblo grande, la carretera desciende hasta Potamorín, al que entramos por el puente sobre el río Miño. La iglesia románica de San Juan, vigorosa y almenada, con un enorme rosetón como principal elemento decorativo de la fachada, es una recia fortaleza en una plaza al lado de una calle porticada con comercios en los bajos. Cerca está Loyo, cuna de la Orden de los Caballeros de Santiago. Por Montecalvo salimos a Ferrada (muy cerca, la maravilla de Vilar de Donas). Desde el altozano de Rosario dicen que el peregrino avista por primera vez el monte Sacro, preámbulo de Santiago, y yo lo creo, aunque no lo he visto ninguna de las dos veces que pasé por este lugar (una con niebla, la otra anocheciendo). Y empiezan a reunirse los caminos: a Lestedo sale el que venía de Sanabria y en Palas de Rey se unen por primera vez el Camino del Norte y el francés; la segunda unión y definitiva es en Melide. Ya en el siglo XIV se consideraba a Palas de Rey dentro del Camino francés. La antigua villa de Melide tiene tradición de ferias y mercados, dos iglesias románicas y mucha animación. Cenamos pulpo y bacalao: el café negro, de pota, lo sirven en la misma taza en la que se bebió el vino ribeiro.

La Nueva España · 6 febrero 2011