Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Balnearios, escenarios de buena literatura

Es razonable que los balnearios sean escenario de buena literatura, porque las circunstancias y condiciones que concurren en ellos son variadas y favorables, y van desde. un ambiente sedentario y más o menos fino, hasta el hecho -la «circunstancia», casi más orteguiana que nunca- de que quienes los frecuentan disponen de mucho tiempo libre: de casi todo el día, salvo el que dedican a comer -comidas sanas y abundantes- y a dormir.

Por las puertas grandes de los balnearios, el agua entra en los anales de la alta gastronomía, y puede tener tantas variantes y tanto decorado como cualquier otro elemento de la alta cocina de Occidente: tantos, si no fuera tan conocida y habitual, que a poco pasa inadvertida, como el vino, los licores y las infusiones, y si no fuera, además, porque es tan barata que a punto está de resultar gratis si se bebe en un manantial de alta montaña, que en lugares más bajos ahora es desaconsejable, a causa de los plásticos, del expansionismo industrial incontrolado y de los «touristes» Pero no es cierto que el agua de los manantiales sea inodora e insípida, aunque siempre debe de ser clara. Hay equivalentes a grandes «gourmets» especializados en aguas, que las toman tan en serio como si fueran vinos de Borgoña; Juan Sánchez Ocaña, tan conocedor de aguas como de tantas otras materias sólidas, líquidas y gaseosas, dice que prefiere las de Mondarla. En el curso de una comida, debe estudiarse el agua que va a acompañarla con tanta seriedad y dedicación como se busca el vino más adecuado, aunque, ciertamente, en los altos manteles, el agua es el paje del vino. Tan sólo en las bodas de Caná el agua dio lugar a cántaras de vino que produjeron la admiración del maestresala; porque lo habitual es que, entre vinateros poco escrupulosos, el agua pervierta al vino. Pero, en cualquier caso, siempre resulta más ortodoxo comer una buena chuleta con agua, aunque no sea aconsejable, que hacerlo con coca-cola. En el terreno puramente literario, los balnearios se prestan a la especulación, a la fantasía y a la nostalgia; un gastrónomo reconocido, Juan Perucho, escribió un magnífico libro de ficción, «Historias secretas de balnearios», en el que incluso sale Buffalo Bill tomando las aguas (que no se dice si le recordaban las del río en el que mató a Mano Amarilla, en singular duelo).

«Varia Balnearia» -Ediciones Museo Universal, Madrid 1985- es una de estas ediciones beneméritas, que aunque el agua sea insípida, según se dice, nos trae el sabor del siglo XIX: Un aroma que como la Magdalena de Marcel Proust, viene también con gestos y decorados; grandes salones soleados, con ventanales abiertos al campo; lámparas, cortinajes, mecheros de gas, caballeros quitándose la chistera en presencia de una dama que siempre está sentada mientras el caballero permanece de pie, y criadas vestidas con ropa blanca, amplia y almidonada. Pues, a fin de cuentas, los balnearios no sólo representan una etiqueta antigua, sino también una sabiduría más antigua aún: Hipocrates; Dracón, Polibio y Praxágoras conocían y proclamaban las virtudes curativas de las termas y el propio Esculapio, dios de la Salud, tenía sus templos junto a manantiales de aguas minerales y termales.

Esta «Varia Balnearia», de impresión clara y pulcra, tan blanca como las ropas almidonadas de otro tiempo, y evocadores grabados y viñetas de época, es el «texto extraído de la "Reseña de los principales balnearios de España, por los médicos directores de baños. Libra dedicado a los miembros del XIV Congreso Internacional de Medicina", imprenta de Ricardo Rojas, Madrid, 1903. Complementada con una selección de textos extraída de la "Guía oficial de los establecimientos balnearios y aguas medicinales de España", Madrid, 1927, y del "Tratado de aguas minerales", de D. R. Tomé, Alcalá, 1791. Con apéndices que incluyen otros textos, no menos interesantes, concernientes a aguas medicinales y sus efectos salutíferos, desde un punto de vista tanto histórico como estrictamente médico».

La edición estuvo a cargo de Mercedes Roig. Entre los «otros textos» se incluye el curioso «De los baños de Arnedillo», de Juan Martínez de Zalduendo, (a) Aguirre (que empleaba el alias, según la breve nota introductoria, porque, habiéndose introducido en los misterios del cosmos con el pretexto de estas aguas, «él mismo era consciente de haberse metido en "camisa de once varas"», y la «Clasificación de las fuentes termales españolas atendiendo a su origen», del doctor Rubio, Madrid, 1853, donde constan balnearios en uso durante la dominación romana, durante la sarracena, en tiempos posteriores, y en el «presente siglo» (naturalmente, hasta 1853, fecha de la publicación del tratado), y la nómina de establecimientos cuyos baños y hostelería forman población. Es lástima que libro como éste resulte algo anárquico por la ausencia de verdaderos índices, y que en el índice geográfico figuren términos tan anacrónicos como «Cantabria», «Castilla-León», «Castilla-La Mancha» o «Euzkadi», que habrían de sumir en la más absoluta confusión y perplejidad al ciudadano de finales del pasado siglo o de comienzos de éste que hubiera de consultarlo. Un libro de época tiene que ser fiel a la terminología geográfica del tiempo en que fue concebido y no ceder a frivolidades administrativas circunstanciales.

En lo que a Asturias se refiere, se catalogan tres balnearios: el de Borines;: el de Buyeres de Nava y el de Caldas de Oviedo, a «una legua de la Ciudad de Oviedo en el Principado de Asturias, en el lugar llamado Casíelles, que pertenece al concejo de Ribera de abaxo». De aquí son aguas nitrogenadas y bicarbonatadas, se fundó en el año 1776, y «hállase situado en la pintoresca aldea de Casielles, parroquia de Priorio», a 75 metros sobre el nivel de mar: «Tiene la localidad en que radica -según precisa anotación- excelentes aguas potables, paseos cómodos, cercanías deliciosas, hoteles, casas de huéspedes al alcance de todas las fortunas, cafés, correo diario, estaciones telegráfica y telefónica y alumbrado eléctrico»; y «el establecimiento (está) compuesto de grandes y hermosos edificios, con moderna y completa instalación balneoterápica y provisto de toda clase de elementos». Se anota: «Actualmente abierto al público».

Las otras aguas de Asturías reseñadas son las de Borines, bicarbonatado sódicas y bicarbonatadas ferruginosas, pero sin instalaciones balnearias, aunque con hotel «elegante y confortable», con amplias y bien amuebladas habitaciones, luz y timbres eléctricos, «water-closed», billares, correo, mesa admirablemente servida y «cocina a cargo de acreditados jefes de Madrid», y las de Suyeres de Nava, «en un frondoso valle al pie de la sierra de Peñamayor y a orillas del río Prada», sulfurado cálcicas arsenicales, pero también sin instalaciones balnearias aunque con fonda, y «hay otra casa inmediata para los que quieran comer por su cuenta».

Ha pasado el tiempo de los balnearios, como también pasó el de los transatlánticos y el de los expresos: pero un libro como «Varia Balnearia» nos recuerda, una vez más, que si tal vez todo tiempo pasado fue mejor, era debido a que los antepasados inmediatos procuraban vivir sensata y apaciblemente,. sin sobresaltos pero con luz eléctrica.

La Nueva España · 2 marzo 1986