Ignacio Gracia Noriega
Hawthorne: Bocetos del crepúsculo
Sobre el libro "Cuentos contados dos veces" de Nathaniel Hawthorne
Edgar Allan Poe, autor, según Edmond Wilson, del «conjunto crítico más importante jamás producido en Estados Unidos», señala en su célebre reseña de las dos colecciones de cuentos de Hawthorne, Twice-Told Tales y Mosses from an Old Manse, que «la invención, la creación, la imaginación y la originalidad» son los rasgos que en la literatura de ficción valen más que todo el resto, y añade que «Mr. Hawthorne es original en todos los sentidos», aunque otro elemento indispensable de su narrativa es la alegoría que, según Poe señala, resulta incompatible con el gusto popular. Y el propio Hawthorne, en el prólogo a Twice-Told Tales, parece resignarse a ello, ya que reconoce que «durante un buen número de años, fue el hombre de letras más oscuro de Norteamérica». Oscuro en un doble sentido: también en el de tenebroso.
Supongo que pocos autores de ficción en el ejercicio de la crítica estaban tan capacitados para entender a Hawthorne como Poe, salvo, naturalmente, el propio Hawthorne, quien, en el prefacio de Twice-Told Tales, describe sus cuentos, o como él escribe, «bocetos», como narraciones que «poseen el tinte pálido de las flores que prosperan en una sombra recóndita: la templanza de un hábito meditativo que embebe el sentimiento y la observación de cada boceto. En vez de pasión, aquí hay sentimiento; y, con todo y la intención de retratar la vida real, se trata al cabo de alegorías, no siempre tan cálidamente vestidas con ropaje de carne y hueso como para que la mente del lector las reciba sin un estremecimiento».
Misteriosamente, los tres grandes narradores de la Norteamérica del siglo xix, Hawthorne, Poe y Herman Melville, procedían de la misma región, la más europea del nuevo, extenso y todavía virgen territorio, y tenían una aguda percepción del Mal como el gran tema, como prácticamente el único tema, que domina casi la totalidad de sus obras grandiosas y sobrecogedoras. El Mal, que es metáfora en Poe y alegoría en Hawthorne y Melville, recreador portentoso y poderoso de la imagen primordial que identifica al espíritu maligno con la serpiente (Génesis, 3,1), que personifica el desorden y el mal, al igual que Leviatán, identificado a veces con la ballena. Ninguna ballena hubo en la literatura de los hombres, ni siquiera la que tragó a Jonás y comenta el padre Mapple desde el púlpito en forma de mascarón de proa, como Moby Dick. Hawthorne y Melville tuvieron siempre muy presente la Biblia, mientras Poe tendía más bien hacia un cientificismo amargo. Poe buscó sus imágenes en una Europa ensoñadora y sombría, de antiguos castillos y carnavales de delirio y, como Melville más tarde, acomodó su expresión al relato de aventuras. En cambio, los escenarios de Hawthorne no son Venecia ni los mares del Sur: son lugares que se encuentran en Nueva Inglaterra, pero no sobre la tierra verde, sino en el interior de algunas almas atormentadas.
Conviene conocer algunos aspectos de la biografía de Hawthorne, nacido en Salem, Massachusetts, en 1804, y muerto en Plymouth, New Hampshire, en 1864, después de haber vivido la mayor parte de su vida en la tierra natal, y ya en la madurez, en Liverpool (donde fue cónsul), Roma y Florencia. Uno de los antepasados del escritor había actuado como juez en el proceso contra las brujas de Salem, en el siglo xvii, y aquello perduró en el descendiente como un sentimiento de culpabilidad. Decía Sherwood Anderson que los primeros europeos que se adentraron en el gran bosque, detrás del cual se encontraban los grandes ríos, las grandes llanuras y las grandes montañas, escuchaban por las noches, al otro lado de las paredes de sus cabañas de troncos, el aullido de los lobos: por eso, desde entonces, todos los norteamericanos llevan un lobo en su interior. Nadie, de toda la poderosa y gran literatura norteamericana de los siglos XIX y XX, expresó mejor el aullido de ese lobo que Hawthorne. La culpa es el asunto de sus novelas: de Fanshawe, de La casa de las siete chimeneas, de La letra escarlata sobre todo. En los cuentos, ¿qué evidencia de pecado, y el consiguiente sentimiento de culpa, iguala al velo negro con el que reverendo Hooper cubre su rostro en «El velo negro del pastor», uno de sus cuentos más definitivos? Ya no se trata de una máscara fantasmagórica, como la de «La máscara de la Muerte Roja», de Poe, sino de un sencillo paño negro que oculta un rostro, ni de salir en busca de la gran ballena blanca, sino de ir directamente al aquelarre, como en «El joven Goodman Brown» (cuento que, lo mismo que «La muñeca de nieve», al que nos referiremos enseguida, no figura en esta colección). El pecado y la culpa se abaten sobre el hombre: a veces, es la propia naturaleza la que interviene como elemento destructivo; otras, el hombre que pretende alterar la naturaleza («La hija de Rappaccini») crea el horror. Al igual que para Poe y Melville, para Hawthorne no hay bondad en el ser humano ni posibilidad de progreso: sólo que este convencimiento, lúcido en su caso, está más interiorizado y, por otra parte, es más persistente.
Cuentos contados dos veces, en traducción de Marcelo Cohen, es, hasta donde se me alcanza, la primera versión completa en español de Twice-Told Tales. Algunos de los cuentos aquí incluidos son suficientemente conocidos por haber sido incluidos en antologías de cuentos de terror y misterio, o en ediciones populares y parciales de los cuentos de Hawthorne. Pocos tan perfectos como «Wakefield», tan inquietantes como «El velo negro del pastor», tan sombríos como «Las campanadas de boda». En «El experimento del doctor Heidegger» confluyen la alegoría con un posible antecedente de la ciencia-ficción que le debe mucho a Hoffmann (un autor que debería citarse más a propósito de Hawthorne). Aunque los que tal vez dan la medida de su mundo tenebroso son las historias del clérigo que cubre su rostro con un paño negro y del hombre que abandona su hogar y, viviendo en la calle de al lado, tarda años en regresar. Para Hawthorne, las buenas intenciones son tan perniciosas y destructivas como las malas. Unos niños ven desde su casa una muñeca de nieve y, suponiéndola aterida, la llevan a su caldeada casa, y puesta al lado de la chimenea, la muñeca se derrite. Por eso, Hawthorne advierte que «los hombres, y sobre todo los hombres bondadosos, deben estudiar con cuidado lo que tienen entre manos y antes de poner en ejecución sus intenciones filantrópicas, deben asegurarse de que comprenden las connotaciones y la naturaleza del asunto del que se trata». Y otro consejo del autor para posibles lectores de Cuentos contados dos veces: «El libro, si quieren ustedes ver algo en él, demanda ser leído en la clara, rojiza atmósfera del crepúsculo en que fue escrito; abierto a pleno sol, tenderá a parecer un conjunto de páginas en blanco.
Revista de Libros · número 142