Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

A 50 años de Ernest Hemingway

La bibliografía del autor de dos o tres libros bellísimos y algunos de los mejores cuentos jamás escritos

Hace cincuenta años que Ernest Hemingway se disparó un tiro en la boca en Ketchum, en el Valle del Sol («mientras limpiaba una escopeta de caza», según la pudorosa versión dada por sus familiares), después de haber cazado y pescado en el mar y en los ríos, de haber recibido el premio Nobel de Literatura, después de haber escrito algunas de las novelas y, sobre todo, de los cuentos mejores del pasado siglo, después de haberse emborrachado en casi todos los bares del planeta (los preferidos eran Harry's, en Venecia, y Chicote, en Madrid, como él, desaparecidos) y de haber participado con diferentes grados de intensidad y ejerciendo ocupaciones distintas, desde conductor de ambulancias a corresponsal periodístico, en varias guerras locales y dos mundiales, pocos días antes de que comenzaran en Pamplona las fiestas de San Fermín, a las que él elevó a la categoría de acontecimiento universal gracias a una novela de título inicial bíblico, «También el sol se levanta», más conocida por el título taurino de «Fiesta». Fue aquella una magnífica segunda novela que conserva la frescura y el ímpetu que tuvo en los días de su publicación.

Antes había publicado un breve volumen, «Tres cuentos y diez poemas», y «Aguas primaverales», calificada como «novela romántica», que apenas se consideran; mientras los cuentos pasaron a otras colecciones que le convertirían en el mejor cuentista del siglo XX (en afirmar esto no dudo), heredero de la gran herencia de Chejov, Maupassant y (no los olvidamos) Stephen Crane y O'Henry. Los títulos de sus colecciones de cuentos describen muy bien su mundo literario: «Hombres sin mujeres», «En este mundo» y «Ganancias de nada». Todos sus libros respiran en el amplio mundo: Michigan, París, Pamplona, el Caribe, África, la sierra de Guadarrama, Venecia, otra vez África. Todos sus personajes viven, mueren y, al cabo, no ganan nada: acaso «Cincuenta de los grandes». Son «Hombres sin mujeres», a no ser que sean enfermeras, como Catherine en «Adiós a las armas» o mujeres animadas como lady Brett, que previamente había sido enfermera. María, en «Por quién doblan las campanas», era un tipo tópico de adolescente tierna y que se repetiría en «Al otro lado del río, entre los árboles», y Pilar, una lady Macbeth serrana. En la lancha de «El viejo y el mar» no caben mujeres (apenas cabía el viejo Santiago) y en sus últimas novelas («El jardín del Edén») se preocupaba por el corte de pelo de sus personajes femeninos. Después de «El viejo y el mar» pareció agotarse; repitió «Muerte en la tarde» en «El verano sangriento», con mucha menos fortuna, y después de su muerte apareció, entre el abundante material inédito que legaba un libro que repite el esplendor de «Fiesta»: «París era una fiesta». El viejo Hemingway continuaba siendo grande después de muerto.

A los 25 años de su muerte seguían apareciendo novelas inéditas: «Islas en el golfo», «El jardín del Edén», «Al romper el alba», cuentos, apuntes, algún capítulo suelto de una novela inconclusa, en evidente declive. Nada se hubiera perdido de no haberse publicado la mayor parte de este material. La obra de Hemingway no tiene por qué ser muy extensa. Escritor de inmenso talento y enormes dotes de síntesis y observación, tuvo y no tuvo: cuando tuvo, lo aprovechó al máximo, cuando no tuvo lo dilapidó. Quedan de él dos o tres libros bellísimos y algunos de los mejores cuentos jamás escritos.

La Nueva España · 2 julio 2011