Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Teo a los 90

Elogio al profesor y mantenedor de La Granda contra viento y marea

Cumple Teodoro López-Cuesta noventa años como noventa soles, y ahí le tenemos como si nada, saliendo todos los días de casa a buscar financiacio­nes para La Granda. «¡No dejes morir La Granda!», le pidió con un hilillo de voz al nuevo presi­dente del Principado en la clau­sura del pasado curso. La Granda es la gran obra de Teo: solo por ella deberían hacerle marqués, como Rafael Mes lleva diciendo desde hace mucho tiempo. Aun haciendo a Teo marqués de La Granda, no se pagaría la deuda contraída con este universitario que puso la Universidad (y la Universidad de Oviedo antes que cualquier otra) como estrella po­lar de su vida. Una vida larga, en la que tuvo tiempo de hacer mu­chas cosas. Pues Teo es uno y múltiple, y cuando ahora se hace recuento (provisional, naturalmente). tenemos ante nosotros al universitario y al profesor universitario (pues no se crea que todos los profesores universitarios son tan universitarios como debie­ran), al autor de un excelente li­bro sobre el mercado común, se­gún Juan Velarde; al economista capaz de emocionarse cuando en un examen oral le pregunta a un alumno: «¿Qué falla en la econo­mía?», y el alumno responde: «El hombre, don Teodoro, falla el hombre»; al sentimental al que le saltan las lágrimas escuchando un arranque de Capuccili, al afi­cionado a la ópera capaz de aplaudir con un zapato en la ma­no, al pescador de salmón, al es­quiador de piel curtida, al directi­vo del Real Oviedo, que redactó su tesis doctoral en la máquina de escribir de las oficinas del club (entonces no era habitual que hu­biera máquinas de escribir en las casas, como ahora hay internet hasta en las cuadras); al gran rec­tor de la Universidad de Oviedo, que bajo su regimiento dio el paso (más zancada que paso, o me­jor, salto con pértiga) del siglo XIX a la modernidad, y el hom­bre de La Granda, su mantenedor contra viento y marea al alimón con Juan Velarde, éste como jefe de estudios, Teo como organiza­dor de todos los aspectos de aquel complejo entramado, desde la financiación hasta los detalles más minúsculos: todos los asistentes deben estar sentados a la mesa de las nueve, para cenar. Frente al faraonismo de nuevo ri­co y la pedantería pseudocosmo­polita de alardes abusivos como el Oscar Mayer y la Laboral, la austeridad de La Granda es ejem­plar, y su supervivencia. un pro­digio y un milagro. Milagro de Teo en lugar primerísimo. No hay en La Granda cosmopolitis­mo ostentoso ni pedantería, porque la verdadera ciencia no los requiere, sino que los rechaza, ni «comisarios» importados con su séquito: con un par de funciona­rios se hace todo. Tampoco hace falta un comedor para doce co­mensales servido por cocineros estrella para comer estupendamente todos los días ni traer a un clarinetista aficionado desde Nueva York para escuchar buena música. Mientras hay derroche y grandonismo, en La Granda hay discreción y sobriedad. No se gasta ni una peseta más de las que se debe y puede, porque Teo sabe lo que cuesta conseguirla. En este tiempo de derroche (a pe­sar de las «vacas flacas»), Teo y su obra en La Granda son un ejemplo muy fructífero y conve­niente.

La Nueva España · 8 noviembre 2011