Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Juan Luis Suárez Granda y la novela

Filólogo y gastrónomo, renace ahora como escritor tras ganar el premio «Asturias»

Hace dos mil años y pico o más, cuando se podía fumar en los bares y no había internet, Vidal Peña y yo organizamos una antología de cuentistas asturianos de aquel momento con el concurso de Félix Guisasola, que aportaba la colaboración de pintores también asturianos, también contemporáneos, que ilustraran los relatos. Aquella antología sería generacional, según Juan Cueto, es decir, de autores nacidos en un período de quince años: el más viejo sería Gonzalo Suárez, que había cedido un cuento muy malo, publicado en «Asturias Diario», y el más joven don Bernardo Fernández, siempre atildado, siempre correcto, entonces borgesiano. Y entre los cuentos había uno de Juan Luis Suárez Granda titulado «La fabada» (que posteriormente sería el título de uno de sus libros de asunto gastronómico). Silverio Cañada, editor, se había ofrecido a publicar el libro, pero al ver el nombre de Carmen Gómez Ojea entre los autores, dijo: «Ésa, ni hablar». Y se cerró en banda, por más que Vidal y yo insistíamos: «Pero, hombre, ¿cómo un intelectual antifranquista como tú va a meterse ahora a censor?»; mas Silverio continuaba erre que erre: «No es censura -refunfuñaba-, pero Carmen me las montó muy gordas». Y de este modo y por este motivo, aquella antología se desvaneció en el limbo de los inéditos para siempre, y yo le perdí la pista a Suárez Granda como narrador, aunque no como filólogo (puntualmente me enviaba sus ediciones de «Tiempo de silencio», de Martín Santos, de «Figuras de la Pasión del Señor», de Miró) y sus libros gastronómicos, como «El ciclo de la boca», antología de la que están excluidos los gastrónomos asturianos. Ahora Suárez Granda reaparece como novelista ganando el premio «Asturias» de la Fundación Dolores Medio por «Historia de una mancha».

Suárez Granda fue compañero de carrera en la Universidad de Oviedo, un curso por delante del mío. Él, Eduardo Alonso, Luis Mateo Díaz y algún otro estaban en la órbita de Martínez Cachero y leían a Aldecoa, Ferlosio, Cela, Benet, etcétera, mientras mis amigos eran Cueto, Pepe Avello, Mariano Antolín, leíamos a Faulkner y estábamos próximos a Gustavo Bueno. Carmen Gómez Ojea me parece que formaba grupo aparte. Estas diferencias existían, evidentemente, y ahora me doy cuenta de ellas más que entonces. Al cabo de muchos años reemprendí la vieja amistad con Suárez Granda, quien según me dijo anduvo por el mundo y ahora está jubilado. Pero jubilado a su pesar y con muchas ganas de hacer cosas. Yo no veo a Suárez Granda como jubilado, ni mucho menos, y ahora nace o renace como novelista. Experiencia no le falta, ya que fue algo trotamundos. Para que no se pierda el recuerdo de sus aventuras escribió unas memorias, lo que me parece un error. Estamos en lo mejor de la edad, cuando todo ha madurado y la cosecha es natural y fácil. Las memorias quedan para la vejez. Ahora, querido Juan Luis, todavía es el tiempo de la novela.

La Nueva España · 18 noviembre 2011