Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Hemeroteca

Ignacio Gracia Noriega

La pitada

Las consecuencias de las declaraciones de Esperanza Aguirre

En las habituales tertulias de la primera y segunda cadena de la televisión del anterior Gobierno, en las que se mantiene la proporción de ocho elementos progresistas de variado pelaje contra dos amedrentados disconformes y Fernando Ónega, que nunca se sabe si sube o baja, llevan varios días comentando la anunciada pitada contra el Rey o el Príncipe heredero con motivo del partido de fútbol para la entrega de la Copa del Rey. Ya no se trata de que el Rey reine pero no gobierne, sino de tener la Copa del Rey sin el Rey. Evidentemente, es más vistosa una Copa del Rey que una copa del presidente de la República, porque un monarca, aunque no gobierne, siempre tiene más prestigio histórico y mitológico que un funcionario. Pero no es éste el caso. Tampoco la supuesta politización del fútbol con motivo de la anunciada pitada. Uno de los contertulios del estamento «progre» a los que me referí al comienzo lamentó la politización del fútbol por parte de Esperanza Aguirre, que amenazó con tomar medidas si la pitada se producía; en cambio, pitar al Rey no es politizar el fútbol porque también se pita al árbitro. La pitada es un aspecto más del espectáculo futbolístico. Lo que es antidemocrático es prohibirla. Con esta vara de medir vamos a llegar muy lejos. O, por mejor decir: ya hemos llegado muy lejos.

En lo que a mí se refiere, me da igual que piten o que no piten. No me interesa el fútbol. Pero es muy lamentable, mucho más que la amenaza de Esperanza Aguirre, que con la que esta cayendo todavía siga en su esplendor el cerrilismo separatista con el apoyo siempre disponible, siempre entusiasta de la mal llamada «izquierda nacional». La gran desgracia de España es que aquí no hay nación en primerísimo lugar porque no hay pueblo, sino taifas. Y esos españoles separatistas que se sienten tan orgullosos de ser «europeos» ignoran, como tantísimas otras cosas, que Europa no se hace restando, sino sumando; que la nación que es motor de Europa se reunificó mientras España, que va camino de ser el furgón de cola, solo aspira a disgregarse.

Por otra parte, los separatistas son poco coherentes. Si no quieren ser españoles, que jueguen al fútbol o «fúmbol» con el Granollers o el Manresa; si rechazan al Rey, que no participen en la Copa que lleva su nombre. No quieren ser españoles, pero quieren tener todas las ventajas de ser españoles, que los españoles les compren sus productos y disfrutar de las dispensas fiscales de las que siempre disfrutaron. Así cualquiera es separatista, como los vascos, que se marchan de fin de semana al país opresor. Esa sabia contradicción e incoherencia ya había sido advertida por Stendhal en 1837 durante su corto viaje a España; en el segundo volumen de las «Memorias de un turista» anota: «Los catalanes son liberales como el poeta Alfieri, que era conde y aborrecía a los reyes, pero miraba como sagrados los privilegios de los condes».

La Nueva España · 25 mayo 2012