Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Philip Roth, escribiendo ficción americana

Un autor representativo de una literatura urbana y realista

Rompiendo la extraña norma de los premios «Príncipe de Asturias» (copiada de los Nobel, como todo lo demás) de galardonar a los escritores más exóticos que sólo conocen lectores exquisitos, el nombre de Philip Roth resulta una cierta novedad: al menos es conocido por un número de lectores más amplio. Número de lectores que, por lo demás, no aumentó con la concesión del premio, como era de esperar, y quienes con este motivo intentaron releerle se habrán decepcionado, seguramente. Roth es un escritor udío, si es que algo valen este tipo de identificaciones, a no ser que el escritor lo pregone a cada página o salpique su texto de tacos en yidish, como en la novela «El talento de Portnoy». Se trata de uno de los flecos más jóvenes de una generación cuyos miembros de más edad fueron Bellow, Carson McCullers y Truman Capote, y a la que pertenecerían Malamud, Purdy, Heller y Updike. Nacido en Newark, New Jersey, en 1933, es un escritor urbano, como suelen serlo los miembros de las generaciones que no tuvieron motivos para la épica (porlo que, sin duda, tenía razón Henri de Montherlant cuando afirmaba que pobres de aquellas generaciones que no habían ido de la guerra). Roth, no obstante, no excluye el tema militar en algún cuento como «Defensor de la fe», sobre las vicisitudes de un judío, cómo no, en el Ejército, y bastante más entretenido que sus novelas más largas y ambiciosas.

La grandiosa épica de Faulkner, Hemingway, Dos Passos, Steinbeck, Caldwell fue sustituida por otra literatura urbana, más gris y triste, más intelectual y menos episódica. También se abandona el camino poético de Scott Fitzgerald, que sólo continúan Truman Capote, McCullers y Salinger. Roth es muy representativo de una literatura urbana y realista, que escribió en 1961: «La realidad está superando continuamente nuestros talentos», con personajes comunes, sin grandes aspiraciones y con una situación económica aceptable, y con una obsesión sexual muy pronunciada. A diferencia de Updike, capaz de reírse del escritor norteamericano creando a Henry Bech, que acaba recibiendo el premio Nobel, Roth tiene del escritor Lonoff en «La visita al maestro» una opinión bastante solemne.

Tuvo ambición cuando escribió «The great american novel», titulada en español «La caída de los ídolos», en la que pone como pórtico una frase de Frank Norris que asegura que la gran novela americana es mítica como el hipogrifo. Pero un escritor tan urbano como Roth no es el más a propósito para crear mitos. Son mejores sus novelas más ligeras, como «La ambición de Zuckermann».

Su primer libro, «Good bye, Columbus», una colección de cuentos de 1959, fue un gran éxito. A España llegó pronto, pero de manera disparatada: su extensa novela «Letingo go» fue traducida en dos volúmenes como si se tratara de dos novelas distintas tituladas «El declive» y «Niños y hombres». Desde entonces, se ha publicado entre nosotros de manera regular. Con la vejez fue a peor, porque le dio por escribir sobre la enfermedad y otras cosas deprimentes. No obstante, es uno de los pocos escritores del pasado que quedan en pie.

La Nueva España · 27 octubre 2012