Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Hemeroteca

Ignacio Gracia Noriega

Normalidad constitucional

Un problema médico y no político

Cuando una institución como la Casa Real, que no acostumbra a convocar ruedas de prensa, convoca una, se producen expectativas e incluso se desatan las alarmas. El pasado día 20, poco después del mediodía, se daba casi por seguro que el Rey abdicaría. Estamos en año de abdicaciones: dos reyes europeos han renunciado al cetro y la corona y, lo que es más extraordinario, un papa ha corregido al Espíritu Santo, que es, como es sabido, quien en última instancia decide su elección. Sobre la abdicación de Juan Carlos I se está especulando desde hace muchos años, incluso en épocas en las que la Corona era la única institución seria e incontestable de España. Salpicada últimamente por la demagogia y el oportunismo (el Rey no acertó con los yernos) y por andanzas venatorias y galantes del propio monarca, y a los pocos días de que una desenvuelta demi-mondaine internacional le calificase de «viejo» como si se tratara de un señor de Murcia que le pone piso a una «cocotte», se ha extendido desde algunos sectores la conveniencia de la abdicación. Pero, por fortuna, la rueda de prensa no había sido convocada para informar sobre un problema político, sino médico. En consecuencia, la tan esperada rueda de prensa produjo la consiguiente decepción, acentuada por el hecho de que no se dijo en ella nada que revistiera especial interés político.

He escrito que «por fortuna» el problema planteado el día 20 no es político sino médico. No está el Reino para cambios de tanta trascendencia como el relevo en la jefatura del Estado, con las instituciones profundamente desprestigiadas y una provincia en proceso de secesión. Pues si algo significa la Monarquía en España es la unidad del Reino. Aprovechando el estado de la salud del Rey han vuelto a moverse las esperanzas republicanas. Mas una república no es posible en un proceso de disgregación como el actual: sería el caos. Por otra parte, la república es un sentimiento minoritario. No digo que la mayoría de los españoles sean monárquicos, pero sí que no cuestionan la forma de Estado. Si la Monarquía funcionó bien hasta ahora, ¿por qué cambiarla? Por otra parte, aquí la república tiene un matiz partidista muy definido; no se concibe si no es presidida por un krausista de barba y levita y con las calles llenas de entusiastas con el puño cerrado. Como le decía Isabel II al intrigante Montpensier en «El Ruedo Ibérico» de Valle-Inclán: «¿Qué pretendes, ser presidente de una república como si fueras catedrático de Universidad?».

En lo que a la Jefatura del Estado se refiere, la sucesión está garantizada en la persona del príncipe heredero, de la misma manera que en la república lo está por el vicepresidente, salvo en Asturias, donde al dimitir el presidente del Principado, impusieron para sucederle a uno que pasaba por allí, como anuncio del actual «vandeville» de Cudillero.

El Rey, nos han dicho, ha de someterse a una nueva operación, que le mantendrá en situación de convalecencia de ocho semanas a seis meses. Pero nada se opone a que continúe siendo rey con muletas, como hasta ahora, o en silla de ruedas.

La Nueva España · 22 septiembre 2013