Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

Camus y la invasión de la peste

El escritor, de cuyo nacimiento se celebra el primer centenario, era un hombre de posiciones morales definidas que en estos tiempos de confusión tienen nueva validez

¿Tendrá el centenario del nacimiento de Albert Camus, ocurrido en Modivil, Argel, el 7 de noviembre de 1913, alguna repercusión en este mundo extraño e inhumano (claramente llevamos camino de que la tecnología se imponga a lo humano) en el que nos están sumergiendo?

Camus fue un escritor muy importante en su época. en la que con rigor y valor, por encima de otras consideraciones oportunistas o de carácter político, reconocía unos valores permanentes. esto es, se puso del lado de lo humano cuando la mayoría de los intelectuales europeos del momento preferían la utopía, el colaboracionismo o el silencio cómplice.

En este aspecto, se alinea al lado de muy pocos: de Georges Bernanos, quien a pesar de ser católico y monárquico denunció los crímenes del bando nacional en Mallorca al comienzo de la Guerra Civil española: de Saint-Exupéry, volando a pesar de todo porque sabía que había llegado el momento de la acción y que, como dijo Edmundo Burke, si los hombres buenos no se oponen al mal, el mal se enseñoreará del mundo, y de René Char, poeta y resistente, y siempre su amigo, en la gloria y en la adversidad.

En la actualidad no hay valores, lo que les otorga a autores como Camus un valor muy especial. Tal parece que se aspira, en muchos casos con angustiosa urgencia, a un derrumbamiento general de la civilización, que convertirá en insignificante el del Imperio romano, al que siguieron siglos de oscuridad y barbarie, sólo superados por el cristianismo y la vuelta al mundo antiguo, a la vieja cultura, y para esta magna obra valen desde el marxismo (pese a su evidente fracaso) a la informática.

Un ejemplo de esta asfixiante decadencia es la política, en la que se han diluido los límites entre derecha e izquierda: la derecha ha renunciado al sentido nacional y la izquierda admite la propiedad privada hasta sus extremos más delirantes, como cuando defiende que la mujer es dueña de su cuerpo; y como escribió Malraux, «si la izquierda fue durante tanto tiempo algo diferente de una comedia era porque se oponía a la derecha. que es ante todo el dinero». Por lo que no es de extrañar que en estos momentos, en España la derecha sea socialdemócrata; el socialismo, una caricatura, y los separatistas, los únicos que cumplen su programa.

Camus no creía en esta confusión ni en su tiempo parecía posible. Para él, las posiciones morales (y en consecuencia políticas) estaban definidas. No distinguía entre los campos de concentración de Hitler y los de Stalin, como hacía Sartre para justificar estos, sino que ambos eran igualmente criminales y por parecidos motivos. A partir de la Revolución Francesa. de Robespierre y Saint-Just, las utopías fueron oficiadas por redentores terribles que, con el objeto de conseguir la felicidad del hombre, liberándole de «la carga de la libertad», cometieron crímenes atroces de manera impasible, con la aprobación de la «inteligentsia» más fina y más cínica, pues tal intelectualidad pudo desarrollarse libremente en los pocos países que estuvieron libres del totalitarismo.

Camus opuso a esta tergiversación algo que vagamente podemos denominar «humanismo». Era hombre de pocas ideas (no consideraba que fueran necesarias muchas), pero firmes, con una posición moral laica muy definida, como si pretendiera rectificar a Kierkegaard, que creía que no era posible una moral fuera de la religión. Como dice el doctor Rieux, ya que no podemos ser santos, seamos médicos. Que cada cual esté a su altura. a una altura humana No es una gran altura, sino una altura más bien modesta, pero al menos nos salva de la tentación del superhombre y del nihilismo, de los redentores y de los falsos profetas. Ya que no se cree en Dios, al menos es conveniente buscar motivos para creer un poco en la condición humana. No en el hombre como una colectividad sin forma ni rostro, sino en un hombre cualquiera que lo mismo puede cometer un crimen gratuito, como Meursault, que ejercer heroicamente su profesión, como Rieux, aunque él, como médico y hombre, nunca aceptaría mientras combate la peste que está haciendo algo extraordinario.

En Camus encontramos la defensa del hombre como individuo. del «hombre rebelde» o, mejor dicho, como precisa Octavio Paz a propósito de la palabra «revolté», del «insumiso», de «aquel que se levanta espontáneamente contra la injusticia». Décadas más tarde, un escritor que tiene poquísimo que ver con Camus. Ernts Jünger, definiría el «anarca, que presenta rasgos del «insumiso». El humanismo camusiano es un camino y un refugio, ya que, como escribe Paz, «el hombre no tiene porvenir en el colectivismo de los estados burocráticos ni en la sociedad de masas creada por el capitalismo».

Camus recibió el premio Nobel de Literatura en 1957: tan sólo Kipling lo obtuvo siendo más joven que él. A sus 44 años. Camus era una figura de resonancia universal. Entonces los escritores todavía significaban mucho y eran grandes: acababa de morir Thomas Mann y estaban en activo Heidegger, Croce, Faulkner, Sartre, Montale, Jünger... Aquella época de gigantes desapareció sin dejar descendencia y uno de los primeros en irse, inesperadamente, fue Camus, muerto en accidente de automóvil en una carretera bordada de plátanos. ¿Será la misma carretera hacia el Sur en la que Monique Langre se un accidente en su novela «Los plátanos»?

La novela más famosa de Camus es «La peste». En una ciudad imaginaria de nombre real se produce una invasión de ratas que causa una epidemia de peste. Una rata muerta en una escalen es el primer aviso que nadie quiere admitir. Así triunfan las invasiones. La invasión de ratas es la invasión nacionalsocialista, y un médico, un sacerdote católico y un empleado municipal constituyen uno de los primeros núcleos de resistencia. La resistencia, viene a decir Camus, es una actitud moral. En los años cuarenta del pasado siglo esas palabras tenían sentido. Camus sabe que el hombre vive en un «horizonte cerrado», pero se puede combatir a las ratas o a Calígula. Como escritor era bastante limitado si lo compramos con la brillantez de Malraux o la profundidad de Char, pero sus pocas ideas son tan válidas como cuando fueron planteadas.

La Nueva España · 10 noviembre 2013