Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

El maestro a los 90 años

Gustavo Bueno cumple 90 años en plena forma y en plena juventud. No deja de sorprenderle la importancia que se le concede a este cumpleaños y que, según barrunta, obedece al atractivo de los números redondos, pues de no ser así, lo mismo daría cumplir ochenta y nueve que noventa y uno. La semana pasada vino a comer a mi casa, como todos los veranos, con Gustavo Jr. y Francisco Rodríguez, y una vez más hizo gala de excelente humor, de excelente apetito y de una agudeza y rapidez mentales excepcionales. "¡Qué envidia llegar como usted a esa edad!", dice Paco Rodríguez, y don Gustavo contesta a vuelta de correo: "Para llegar, lo fundamental es no pensar que se está llegando", Y no tenerle miedo a los números. Para una persona 90 años es un número considerable; en una catedral gótica o en las pirámides 90 años causan menos impresión.

Lo que causa impresión, nonagenario o no, es Gustavo Bueno, su persona, su obra, su valor personal e intelectual y su ejemplo. Tal vez porque no salió de Asturias no se le reconoce en su verdadera dimensión. Es el filosofo más ambicioso de esta época, que puso en marcha un sistema filosófico amplio, complejo y coherente. Podría decirse que es el filósofo español después de Ortega si no fuera porque es muy diferente de Ortega y en determinados aspectos técnicos y académicos más "filósofo" que Ortega, parte de cuya labor era periodística. Durante muchos años don Gustavo fue un filósofo académico riguroso (de ahí la polémica con Sacristán), hasta que consideró necesario salir a la calle, escribir y hacer declaraciones a los periódicos y asomarse a las pantallas de la TV. Siempre dijo que vino a Oviedo porque aquí había enseñado Feijoo, que en el siglo XVIII denunció las supersticiones y los mitos oscurantistas. En pleno siglo XXI, secularizado e informatizado, las supersticiones no son menos oscurantistas y son más nocivas porque tienen tina difusión automática. La misión que se ha impuesto, desde la cátedra, desde los libros, desde los periódicos, es devolver al hombre al uso de la razón.

Llegó a la Universidad de Oviedo hace poco más de medio siglo: era un catedrático riojano procedente de Salamanca que inmediatamente se puso a decir desde su cátedra, sin quitarse el abrigo loden gris y el cigarrillo de los labios, cosas nuevas en una Universidad vieja. Y al poco tiempo, sus alumnos nos dimos cuenta (los que se la dieron) de que aquellas "cosas nuevas" eran las de siempre. Por eso, para empezar la historia de la Filosofía, empezaba por donde se debe: por los presocráticos. En clase hablaba de lo suyo; en la calle se dirigía a los demás, y en pleno "régimen interior" marchaba a las cuencas mineras a pronunciar conferencias en aquellos "clubs culturales" en los que silenciosos y dignos mineros escuchaban su palabra, tal vez no la entendían. Fue el único catedrático de Universidad de aquella época que se comprometió de manera decidida contra el franquismo, desde una postura independiente que le permitió criticar más tarde al otro bando, sobre todo por su rechazo "frívolo y suicida" de la identidad nacional.

La Nueva España · 1 septiembre 2014