Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


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Ignacio Gracia Noriega

La leyenda de los Magos de Oriente

El trabajo de José Gómez Fernández sobre «El origen de la Navidad y sus tradiciones», publicado en el número 23 de El Basilisco, me anima a reunir una serie de notas sobre uno de sus aspectos parciales, la leyenda de los Magos de Oriente, a la que el señor Gómez Fernández dedica el correspondiente espacio. No nos detendremos en otros aspectos navideños con parecido sentido, como son el Árbol de Navidad y la figura de San Nicolás, ya que nuestra pesquisa es de carácter literario, y se centra en la presencia de los Magos, o Reyes Magos, en autores de diferentes épocas y nacionalidades, aunque todas ellas pertenecientes, claro es, al mundo occidental.

La Navidad es época de maravillas. William Shakespeare en Hamlet (ac.I, e.I) escribe:

Dicen que cada vez que se aproxima el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Salvador, el ave del alba pasa cantando la noche entera, y entonces, según aseguran, ningún espíritu se atreve a salir de su morada. Ningún planeta ejerce entonces maleficio, ni ningún hada hechicera tiene poder para encantar. ¡Tan sagrado y lleno de gracia es aquel tiempo!

De estas maravillas, una de ellas presenta un aspecto insólito, casi parece fuera de contexto. Es la aparición de unos Magos que, Puestos en camino, en seguimiento de una estrella, llegan al portal de Belén donde acaba de producirse el nacimiento de Jesús. No son estos Magos los personajes cotidianos con que nos encontramos en los Evangelios. De su prestigio social dan idea no sólo los presentes que traen, sino el hecho de que Herodes los reciba en su palacio. Pero, si son extraños, desde luego no son únicos. Tal vez se produzca una confusión cuando, en los viajes de Marco Polo (XXXI) leemos:

En Persia se halla la ciudad de Saya, de donde partieron los tres Reyes Magos cuando vinieron a adorar a Jesucristo.

Evidentemente, quien partió de otra Saba fue otro Personaje, no menos rodeado de maravillas y de dones:

Oyendo la reina de Saha la fatna.de Salomón, vino a Jerusalén con un séquito muy grande, con camellos cargados de especies aromáticas, oro en abundancia y piedras preciosas, para probar a Salomón con preguntas difíciles (2 Crónicas, 9, 1 ).

De lo que puede deducirse que, al oír hablar de Saba, Marco Polo se acordó de los Magos. Merece la pena que reproduzcamos todo lo referido a éstos, según Marco Polo:

En esta ciudad (Sava) están enterrados en tres grandes magníficos sepulcros. Encima de los cenotafios hay un templete cuadrado, muy labrado. Estos sepulcros se hallan en uno junto al otro. Los cuerpos de los Reyes están intactos, con sus barbas y sus cabellos. El uno se llamaba Baltasar, el otro Melchor y el tercero Gaspar. Micer Marcos interrogó a varias personas con respecto a estos tres Reyes Magos, y nadie supo dar razón de ellos, exceptuando que eran Reyes y que fueron sepultados en la antigüedad. Pero os voy a referir lo que averiguó más tarde sobre el particular:

Un poco más lejos y a tres días de viaje se halla un alcázar llamado Cala Atapereistan, lo que significa "castillo de los adoradores del fuego". Y esto es la verdad, pues estos hombres adoran al fuego. Os diré por qué lo adoran: las gentes de este castillo cuentan que en la antigüedad los tres Reyes de esta región fueron a adorar a un Profeta que acababa de nacer y a llevarle tres presentes: el oro, el incienso y la mirra, para saber si este profeta era Dios, rey terrestre o médico. Pues dijeron que si tomaba el oro era rey terrenal; si el incienso, era un Dios; si la mirra, entonces era un médico. Cuando llegaron al sitio en donde había nacido el niño, el más joven de los Reyes se destacó de la caravana y fue sólo a ver al niño, y vio que era semejante a él, pues tenía su edad y estaba hecho como él, y esto le asombró. Luego fue el segundo de los Reyes, que era de la misma edad, y contestó lo mismo. Y creció al punto su sorpresa. Por fin fue el tercero, que era el más anciano, y le sucedió lo que a los otros dos. Y quedáronse pensativos... Cuando se reunieron se contaron unos a otros lo que habían visto, y se maravillaron de ello.

Entonces decidieron ir los tres a un tiempo, encontrando al niño del tamaño y edad que le correspondía (pues no tenía ni trece días). Ante él se postraron, ofreciéndole oro, incienso y mirra. El niño cogió las tres cosas y, en cambio, les entregó un cofrecillo cerrado. Los Reyes Malos volvieron después de esto a sus respectivos países.

Tanto los Reyes Magos como al Reina de Saba parecen personajes de las 1001 Noches trasladados al mucho más austero escenario bíblico. Pero, además, la Reina de Saba va a proponerle enigmas a Salomón, lo que permite relacionarla con la historia de Edipo. Por su parte, Marco Polo presenta a los tres Reyes Magos claramente como adoradores del fuego. Veamos qué les ocurrió al llegar a sus respectivos reinos:

Cuando hubieron cabalgado algunas jornadas se dijeron que querían ver lo que el niño les había dado. Abriendo el cofrecillo, se encontraron con que contenía una piedra. Sorprendidos preguntáronse qué significaba aquello. Pues habiendo cogido el niño las tres ofrendas, comprendieron los Reyes que el niño era Dios, Rey terrestre y Médico, y debía de tener aquello un sentido oculto, y, en efecto, el niño dio a los tres Reyes la piedra, significándoles que fueran firmes y constantes en su fe. Los tres Reyes tomaron la piedra y la echaron a un pozo, ignorando aún su significado, y cuando la piedra cayó al pozo, un fuego ardiente bajó del cielo y penetró en el pozo. Cuando tal vieron los Reyes, quedaron estupefactos y se arrepintieron de haber tirado la piedra, pues era un talismán. Cogieron el fuego que salía del pozo para llevarlo a sus respectivos países y ponerlo en magníficos y ricos templos. Y desde entonces está ardiendo y le adoran como si fuera un dios. Y los sacrificios y holocaustos que hacen son con ese fuego sagrado. Jamás toman otro fuego que no sea este maravilloso, caminando leguas y leguas para conseguirlo cuando se les acaba, por la razón que ya os dije. Y son numerosos los que adoran el fuego en esta región. Todo esto le contaron a mis señor Marco Polo, y también que de los tres Reyes Magos el uno era de Sava, el otro de Aya, y el tercero de Casham.

¿Pretende Marco Polo insinuar una cristianización de los orígenes del culto al fuego, o simplemente está contando un cuento de magias? Lo cierto es que los magos de la antigua Persia estaban encargados del fuego. Los magos de Oriente presentan todo el aspecto de haber sido sacerdotes mazdeístas, que al ser cristianizados fueron convertidos en reyes. Las sugestiones que ofrece el texto de Marco Polo en relación con el fuego exceden, en cualquier caso, las pretensiones de este trabajo.

La hermosa leyenda de los Reyes Magos, que clausura el ciclo navideño, está muy presente en las literaturas del Occidente cristiano, y singularmente en la española, donde se presenta desde los orígenes hasta nuestros días. Asimismo, los Reyes aparecen en los comienzos del teatro medieval francés, donde, es curioso, Baltasar se sorprende al encontrar al niño «en un pesebre y sobre paja»:

¡Eh! Dios, ¿dónde está vuestra sala real?
¿Dónde vuestro lecho imperial?
¿Dónde caballeros y doncellas
aprestados para serviros?

Caso singular de persistencia, si se tiene en cuenta la gran diferencia de épocas y estilos entre los escritores que trataron este asunto. En todos, no obstante, se mantienen los rasgos principales de la leyenda de los tres visitantes maravillosos que componen una escena plástica y misteriosa, tal como la reproduce Azorín en un cuento: «¡Tres Reyes en el establo y un niño!» En ocasiones, la referencia no es a los Reyes propiamente, sino a la fiesta que da título, por ejemplo, a Noche de Epifanía, de Willian Shakespeare. Pues como dice sir Tobías Belch, un borrachín de parecido linaje al de sir John Falstaff, pero sin la grandeza de éste, en la obra de ese título: Oh!, the tweifth day of december, refiriéndose, como oportunamente anota Astrana Marín,

no al 12 de diciembre, como traducen algunos, sin tener en cuenta que en tiempos de Shakespeare, Inglaterra no había computado aún la corrección gregoriana. Alude al 6 de enero, festividad de la Epifanía, que es exactamente la traducción de "tweifth day", como "Tweifth Night" el título de la presente obra.

La primera noticia de los Magos (entonces todavía no eran Reyes) se encuentra en el Evangelio de San Mateo, quien, extrañamente, es el único evangelista que los menciona. Cuando Jesús nació en Belén de Judea, en días del rey Herodes, vinieron de Oriente a Jerusalén unos magos, diciendo:

¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente y venimos a adorarle. Oyendo esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él. Y convocados todos los principales sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: "En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta":

Y tú Belén, de la tierra de Judá,
no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá;
porque de tí saldrá un guiador,
que apacentará a mi pueblo, Israel.

Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella, y enviándolos a Belén, dijo: “Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber para que yo también vaya y le adore”. Ellos, habiendo oído al Rey, se fueron; y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos hasta que llegando se detuvo donde estaba el niño. Y al ver la estrella se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron, y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Pero siendo avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino (Mateo, 2,1:12).

De este breve relato surgieron otros muchos a lo largo de los siglos; y es que se encuentra lleno de incentivos literarios: los visitantes que vienen de lejos; la estrella que los guía en un cielo imperturbablemente despejado; su condición de magos que interpretaban sueños; su paso por el palacio de un rey que consideraba, como los reyes de Shakespeare, que la corona nunca está segura sobre la real cabeza; el recelo y las segundas intenciones de este rey malvado; el conocimiento de las estrellas y de los cielos; el contraste entre la magnificencia de los visitantes y la pobreza del pesebre, y sobre todo, acaso, la escena acotada por Azorín: «¡Tres reyes en un establo y un niño!». Se quiso ver en los magos a extranjeros piadosos e ingenuos, a punto de ser engañados por Herodes. Por fortuna, estaban inspirados; pero al conocer Herodes que regresaron a sus reinos por otro camino, esquivando Jerusalén, trama la salvaje matanza de los inocentes; de donde puede deducirse que su acto de piedad da lugar a multiplicados actos de violencia. Lope de Vega, que en Pastores de Belén escribió prosa y verso de excepcional belleza, se refiere a la crueldad de Herodes, que es el personaje más complejo de este relato:

Yo llegaba, prosiguió Alphesiben, bien descuidado de lo que sabréis ahora, cuando oigo por las calles andarse dilatando el cruel pensamiento de nuestro rey Herodes, porque como esperaba la relación de aquellos santos Reyes, para saber quién era este divino Rey, que ya tan envidiosamente deseaba, y ellos no volvieron con la respuesta: conociendo que le habían burlado, ha intentado la cosa más bárbara que de tirano se lee: si bien hasta ahora yo no he visto que se ejecutase, resucitando la crueldad de Atalia, que intentó matar toda la estirpe de David para que nadie de su sangre tuviese el reino de Jerusalén.

Los Reyes Magos son personajes a medio camino entre la improbable realidad y la ensoñación. ¿Quiénes eran? Néstor Luján, que les dedicó un artículo que resume diversas erudiciones, señala que

todo parece coincidir en que eran de nacionalidad persa, y la palabra mago parece provenir del vocablo persa "mogú", que significa "astrólogo". La conversión de los Magos en reyes viene por primera vez en Tertuliano: Nam et Magos reges habuit fere Oriens. La palabra «malo» había adquirido ya en los primeros años del cristianismo un matiz peyorativo, como lo prueba la leyenda de Simón Mago, cuya personalidad se quiso incorporar al Anticristo, y se les cambió el gorro frigio de los astrólogos por la corona real.

San Mateo, que no dice que fueran reyes, tampoco declara su número. En los primeros tiempos del cristianismo, el número de magos era indeterminado. De acuerdo con las pinturas de las catacumbas romanas, unas veces eran dos. y otras cuatro. La Iglesia siria determinó que fueran doce, como anuncio de los doce Apóstoles, y la Iglesia copta eleva su número a la exagerada cifra de sesenta y dos, e incluso, acota Luján, «cita dos nombres de más de una docena de ellos». Pero ya en el siglo IV comienza a imponerse el número de tres, que es el que prevalece, revalidado por la autoridad de Orígenes. Concluye Luján:

A partir de entonces tres son los reyes y de tres reyes son las reliquias que, según la leyenda, están en la Catedral de Colonia.

Como se recordará, también eran tres las tumbas de Marco Polo vio en Sava.

Los nombres secretos de los reyes se dan por primera vez en el Liber Pontificalis, de Rávena; son Bithisarea, Gathaspa y Melichior (hacia 845). También se precisan sus edades, cuestión a la que se le ha concedido desmesurada importancia, en un texto atribuido a Beda el Venerable:

El primero de los magos fue Melchor, un anciano de larga cabellera cana y luenga barba; fue él quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven imberbe de tez blanca y rosada, honró a Jesús ofreciéndole el incienso, símbolo de la divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de tez morena, testimonió ofreciéndole mirra, que significaba que el Hijo del hombre había de morir.

El Catalogus Sanctorum, de Petrus de Natatibus (siglo XV) es más exacto en la fijación de edades: a Melchor se le atribuyen sesenta años, a Gaspar cuarenta y a Baltasar, veinte. A este último se le acumula la raza negra entrado el siglo XIV, en parte por el calificativo fuscus que le aplicó Beda, que se interpretó «de tez morena», y también por la vocación ecuménica de la Iglesia, casi en vísperas de que empezaran a producirse los grandes descubrimientos geográficos. A raíz del descubrimiento de América se propuso un Rey Mago indio, aunque no prosperó.

Antes de que se consolidase la leyenda de los magos, ya aparecen éstos como personajes de obras literarias. La primera pieza del teatro castellano, el Auto de los Reyes Magos, ha llegado hasta nosotros en un fragmento de 147 versos, contenidos en un manuscrito del siglo XIII, por lo que cabe la posibilidad de que la obra haya sido escrita a finales del siglo XII. Tan sólo tres siglos antes habían comenzado a fijarse las características de los tres personajes de esta obra, y todavía no de manera definitiva.

Según Narciso Alonso Cortés, este Auto

procede tal vez de los «misterios» latinos representados en las catedrales francesas; pero es más perfecto y complicado, y desde luego uno de los más antiguos que en lengua vulgar existen.

En él aparecen sucesivamente Gaspar, Baltasar y Melchor, cada uno solo; los tres están desconcertados por la presencia en el cielo de una estrella desconocida. Gaspar exclama (y con esa exclamación se abre el Auto):

Dios criador qual marauila,
no se qual es aehesta strela!

Parecida es la extrañeza de Baltasar:

Esta streia no, se dond uinet,
quien la trae o quin la tine.

La perplejidad de Melchor es mayor, porque al ser experto astrónomo, tal novedad le deja desconcertado:

Tal strela non es in celo,
desto so io bono strelero.

En la escena II, los magos se reúnen; en la III, los tres dialogan con Herodes, y éste, después de un soliloquio, convoca a los sabios de su Corte para que le aclaren la extraña historia que acaba de escuchar de labios de los extranjeros. El fragmento se interrumpe con la discusión entre dos rabinos, aunque por tratarse de un argumento conocido, el desarrollo de la parte que falta es previsible. El crítico Enrique Díez-Canedo escribe:

De un libro, el más viejo de todos los de nuestra literatura, veremos salir a los señores Reyes Magos, que vendrán hasta nosotros, balbuciendo inseguras palabras, sonrientes e ingenuas, como las policromadas figurillas de barro que en el nacimiento infantil descienden por empinadas cuestas de corcho en que el talco pone su fragmentario relumbrón, a lomo de galopantes caballejos, con empenachado séquito de negros esclavos y camellos rojizos, hasta el portalete de pajas en que sobre la cuna del Niño se inclinan la Virgen y el Santo, el buey y la mula, alumbrados por velitas de cera rosa, verde y azul, puestas en relucientes candelabros de barro. Sobre el portal, cuelga de un hilo, rabilarga, una estrellita de papel de estaño.

Entran, pues, los Reyes Magos en la literatura casi al mismo tiempo que se está perfilando de modo definitivo su leyenda y cuyos rasgos procuraremos resumir antes de seguir adelante. Una vez más, la literatura contribuye a fijar una leyenda procedente de otro ámbito geográfico. Con los Reyes Magos nace, ingenuo y pleno de encanto, el teatro español. Los Reyes Magos no sólo serán aprovechados por la literatura. Su condición exótica, el lujo de sus mantos, los regalos, los camellos, el séquito, la estrella atravesando un azul cielo de noche, atrajeron a numerosos pintores. Los Reyes Magos, en fin, son figuras principales de los nacimientos, y como tales los describe Enrique Díez-Canedo en la cita arriba aportada.

Casi podemos seguir paso a paso la creación de la leyenda, e incluso su primitiva intencionalidad. Comentando el Salmo 72, donde se lee:

Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes;
los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones.
Todos los reyes se postrarán delante de él;
todas las naciones le servirán (10:11).

André-Marie Girard anota en su Diccionario de la Biblia:

Estas palabras del Salmista, como las de Isaías antes citadas, y que la exégesis cristiana ha acercado necesariamente al relato evangélico sobre la visita de los Magos, esclarece el propósito del evangelista: evidentemente, se trata de subrayar la primera avanzadilla de representantes de las naciones extranjeras a Israel hacia el Salvador universal.

Aunque diferentes autores han procurado precisar la identidad de estos magos, su procedencia geográfica y hasta la fecha de su viaje, a los Reyes Magos se les han acumulado tantos elementos simbólicos que es difícil admitir que puedan tratarse de figuras reales. Mateo los sitúa en el centro de una ceremonia de adoración; en cambio, Lucas presenta a otro tipo de adoradores:

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños. (2,8)

De este modo, se completa un cuadro de proporciones bastante amplias, incluso en un aspecto que hoy pudiéramos llamar sociológico; porque al recién nacido le adoran las gentes del lugar y extranjeros llegados desde lejanas tierras, humildes pastores y hombres cultos y ricos. Por cierto. éstos deben descubrir su meta siguiendo el curso de una estrella, mientras que con los pastores, el ángel que se les aparece es más explícito:

Esto os servirá de señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre ( Lucas, 2,12).

Y si bien los magos son personajes maravillosos, aunque ejecutan actos normales (viajan, preguntan, son recibidos por un rey, hacen regalos, regresan a sus casas: tan sólo la estrella y el sueño dejan un resquicio extraño) en el Evangelio de Lucas, lo maravilloso se muestra plenamente:

Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestas celestiales, que alababan a Dios y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la Tierra paz, buena voluntad para los hombres!

No entraremos en la cuestión de si los magos eran secuaces de Zoroastro, o si procedían de Caldea, Persia o Arabia. Mejor los define la circunstancia de que parecen confirmar un texto de Isaías (60,6), que a su vez evoca el episodio de la Reina de Saba:

Multitud de camellos te cubrirán; dromedarios de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso, y publicarán alabanzas de Jehová.

El nombre de Sabá produjo cierta confusión, como la que hemos reseñado de Marco Polo, que encontró en Saya de Persia la tumba de los Reyes Magos, cuando el Reino de Sabá, de donde era la famosa Balkis, se encontraba en algún lugar del sur de Arabia, tal vez en el actual Yemen. Según otra leyenda. Santa Helena, la madre del emperador Constantino, a quien podemos considerar como la fundadora de la arqueología de intencionalidad religiosa, encontró los restos de los Magos en Saba, trasladándolos de allí a Constantinopla, y posteriormente fueron conducidos a Milán en una urna de oro y plata, en el siglo IV. Siendo ésta una tradición milanesa, no es improbable que la conociera Marco Polo, con lo que el nombre de Sava (aunque fuera la de Persia) le sugeriría los magos; y los magos, naturalmente, en Persia estaban implicados en el culto al fuego. Después de ser saqueada Milán por Federico Barbarroja, los restos de los Reyes Magos fueron transportados a Colonia en 1164, y desde el siglo XIII reposan en un famoso sarcófago de esa Catedral.

Dos cuestiones de carácter simbólico han sido inevitablemente señaladas con respecto a los Magos: su número y su edad. El número llegó a ser de doce individuos, por ser doce las Tribus de Israel y los Apóstoles; pero, al fin, y coincidiendo con el ecumenismo de la Iglesia, se impuso el de tres, por representar a las tres partes del mundo conocido: Asia, África y Europa (siguiendo, más o menos, los establecimientos de los tres hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, padre de los indoeuropeos). Asimismo, los tres Magos representan las edades de la vida del hombre: Baltasar tenía unos veinte años, Gaspar unos cuarenta. Melchor más de sesenta. Tal vez no sea casual la circunstancia de que Baltasar, el camita, sea al tiempo el más joven.

Un elemento poderosísimo de esta leyenda es la estrella. Numerosos astrónomos, entre ellos Kepler, intentaron identificarla: incluso se señaló la posibilidad de que fuera el corneta Halley. El fenómeno astronómico de mayor relevancia en aquellos años fue la aproximación de Júpiter a Saturno en el año 7 antes de Cristo.

Algunos creen que pudiera tratarse de la aparición de una supernova, aunque Isaac Asimov apunta que «se habría observado, sin duda». Como señala Schiaparelli en su notable libro sobre La astronomía en el Antiguo Testamento, «al pueblo hebreo no le tocó en suerte el mérito de crear los principios de la ciencias», y mucho menos el de la Astronomía, de la que recelaban, por considerarla unida a los rituales mágicos caldeos. No obstante, añade Asimov,

en tiempos de Herodes la astronomía griega seguía existiendo, aunque ya había pasado sus días gloriosos, y una supernova se habría observado contada seguridad, tomándose nota de ello.

Las posibilidades mayores de identificación de esa estrella que guió a los magos son o bien un recuerdo del paso del cometa Halley o bien la más reciente aproximación de Júpiter a Saturno. Según Asimov,

sabemos de un cometa que apareció durante el reinado de Herodes. Se trataba del cometa Halley, que hizo uno de sus regresos de cada setenta y seis años al sistema solar en el año 11 a.C.

También puede tratarse de un elemento meteorológico simbólico o con simple función narrativa, como la columna de fuego que guió a Moisés y a los israelitas por el desierto.

Éste es el estado de la leyenda de los Reyes Magos tal corno va a ser aprovechada por la literatura cristiana posterior. Literatura profana en su mayor parte, debemos advertir. Es curiosa la evolución literaria de esta leyenda, que comienza como un cuento que se anticipa al mundo de las 1001 Noches incrustado en el Evangelio de Mateo, y, sin embargo, sin que se transforme ninguno de sus ingredientes básicos, va adquiriendo en la época moderna tonos sombríos, sin abandonar por ello su aspecto mágico.

Los Reyes Magos, además del Auto, proporcionan el título también de otro poema primitivo, versión de una leyenda: El Libro deis tres Reys d'Oriente. Aunque los tres reyes sólo aparecen al comienzo, se trata de un curioso poema en el que, siguiendo los relatos evangélicos, son aprovechados con eficacia algunos elementos novelescos. La mayor parte de la obra se centra en la huida de María y José, con el Niño, a Egipto. En el camino les salen al paso dos bandoleros: Uno se dispone a maltratar a los padres y despedazar al Niño, pero se lo impide su compinche, el cual da alojamiento a los fugitivos en su casa, donde la Virgen le cura a su hijo, enfermo de lepra. Ese hijo, con los años, sigue la profesión de su padre, por lo que es crucificado en el Calvario, a la derecha de Cristo; es Dimas, el «buen ladrón». El otro ladrón también tuvo otro hijo, Gestas, que ha salido a su padre. Muere igualmente en el Calvario, en la cruz de la izquierda. Contumaz a pesar de la desairada situación en que se encontraba, es conocido como «el mal ladrón».

Lo notable de este argumento es que personajes que aparecen para perderse de vista pronto, reaparecen mucho más tarde, como ejes de la mecánica argumental. En torno a la infancia y muerte de Jesús se urdieron muchas historias, más o menos felices; pero ésta es la primera que conozco en la que ambos episodios, infancia y muerte, se consideran formando parte de una unidad (aunque no olvidemos aquí la interpretación de que la mirra ofrecida por Baltasar es un presagio de muerte, ya que se empleaba para los ritos funerarios).

Demos un salto en el tiempo para encontrarnos con el inevitable Lope de Vega (inevitable en tantísimos aspectos literarios) y sus Pastores de Belén, sucesión de variantes sobre el nacimiento; y, entre otras, encontramos esta deliciosa coplilla:

La aldeana graciosa
recién parida,
visitándola Reyes
no les da silla.

Todo lo contrario ocurre según Boris Pasternak, quien incluye un hermoso poema sobre los Reyes Magos entre los poemas de Yuri Zhivago:

Y de toda la gente, solamente los Magos
dejó entrar en el hueco de la roca María.

Es curioso: Un poeta del siglo XVII y otro del siglo XX reparan en la excepcionalidad de la visita de los Reyes Magos, pero ambos la presentan de forma bien distinta. Según Pasternak, porque son señores, María deja entrar a los Magos; según Lope de Vega, es la Madre de Dios, y está, por tanto, por encima de cualquier etiqueta.

La leyenda de los Magos ha sido aprovechada con las formas más inesperadas. El novelista austriaco Alexander Lernet-Holenia es autor de un cuento titulado Los Reyes Magos de Totenleben, ambientado al final de la Guerra de los Treinta Años. Los generales Wrangel, Melander y el vizconde de Turenne han de reunirse, en una noche oscura, en un bosque nevado; para no despertar sospechas no se les ocurre cosa más adecuada que disfrazarse de Reyes Magos. Inevitablemente encuentran una pareja joven con un niño recién nacido y aterido. Entonces, refiere Lernet-Holenia,

los tres generales guardaron silencio mientras contemplaban a la mujer y al Niño. Luego, Turenne desprendió de su cuello la cadena de oro que ocultaba su manto de Rey Mago y la depositó junto a la Niño. Melander, quitándose un guante, sacó de su dedo una sortija de rubíes y la colocó junto a la ofrenda de Turenne. Wrangel, por su lado, puso sobre el lecho una bolsa llena de monedas.

Más extraño, por lo sorprendente, es un bellísimo texto de Antonio Artaud, «El país de los Reyes Magos», incluido en su libro sobre Los tarahumara. Tuvo que ser en Méjico, asegura Artaud, donde los pintores anteriores al Renacimiento tomaron el azul de sus paisajes y la inmensa perspectiva de los fondos con que decoraban sus Navidades. Entre desvaríos de peyote y hermosa prosa, lírica y visual, Artaud integra a los Magos en una extraña visión (pues de alucinación se trata) de plenitud panteísta.

Más convencional es la imagen que de los Magos ofrecen escritores como Ramón del Valle-Inclán o Azorín. A primera vista, resulta extraña la inclusión de un cuento titulado «La Adoración de los Reyes» en un volumen como Jardín umbrío, donde todos los demás cuentos son de asuntos y escenarios gallegos. Pero esto se justifica en el breve texto que sirve de presentación, en el que se habla de una criada muy vieja de la abuela del autor, Micaela la Galana, que murió cuando él era todavía niño. Escribe Valle-Inclán:

Recuerdo que pasaba las horas hilando en el hueco de una ventana y que sabía muchas historias de santos, de ánimas en pena, de duendes y de ladrones. Ahora yo cuento las que ella me contaba, mientras sus dedos arrugados daban vueltas al uso. Aquellas historias de un misterio candoroso y trágico me asustaron de noche durante los años de mi infancia, y por eso no las he olvidado.

Entre estas historias figuraría la de los Reyes Magos, más candorosa que trágica, aunque en ella quede implícita la matanza de los inocentes. Micaela la Galana adapta la adoración de los Magos, tan conocida, a su propia visión del mundo. Esta visión se corresponde con la de la aldea gallega, por lo que el paisaje es gallego:

La campiña de Belén, verde y húmeda, sonreía en la paz de la mañana con el caserío de sus aldeas dispersas y los molinos lejanos desapareciendo bajo el emparrado de las puertas y las montañas azules y la nieve en las cumbres. Bajo aquel sol amable que lucía sobre los montes iba por los caminos la gente de las aldeas.

Y tan aldeana y tan gallega es la adaptación de un argumento recogido literalmente, que la advertencia a los Magos, al final, para que se desvíen del camino y eviten de ese modo las asechanzas de Herodes, se hace en lengua gallega:

Ajenos a todo temor se tornaban a sus tierras cuando fueron advertidos por el cántico lejano de una vieja y un niño que, sentados a la puerta de un molino, estaban desgranando espigas de maíz. Y era éste el cantar remoto de las dos voces:

Camiñade, Santos Reyes,
por camiños desviados,
que por os camiños reas
Herodes mandou soldados

El cuento de Azorín, que pertenece a Blanco en azul, es intemporal. No se precisan paisaje ni época, salvo ésta, en una brevísima anotación, fuera del texto: «En Belén, año primero de la Era Cristiana». La vida aldeana en la alquería de un labrador rico está descrita con precisión, con pocos trazos. El labrador rico es individuo avaro y sin misericordia. Se diría que este cuento pertenece a una época en la que Azorín tiene tendencia a ocuparse de avaros; en el mismo volumen nos topamos con otro, en el cuento titulado «Una conversación». Pero el avaro de «El primer milagro» se torna espléndido después de haber contemplado la escena mágica por excelencia: tres reyes en un establo, un niño.

Gabriel Miró, en sus inconclusas Figuras de Bethlem, presenta a los Magos bajo el título de «Los tres caminantes», con un orientalismo sobrecargado, que debe mucho a Flaubert:

Se les veía en los fríos azules de las bóvedas, en los escalones de sol de Sión y de Ofel, en las cestanas arrabaleras, en el trajín de los paradores... Otros vinieron con mitras de pieles, con mitras de lumbres, con mitras de lino y, en medio, el globo de los Sassanidas; mitras armenias, frigias, medas, persas... Se apartaban por las rutas de Ptolemaida y de Ascalón; y, después, las ciudades de Idumea, de Fenicia, de Libia, de Italia, se los llevaban para embeberse del poder de los maleficios, del secreto de su estrellería. Dominaban el Mundo; y el Mundo los devoraba. Ellos no. Balthásar. Gaspar y Melchor nos salían de Jerusalén, escudriñándolo todo; embelesándose y desconfiando de todo.

El lenguaje naturalista, arqueológico y ornamental, contribuye a arrebatar los elementos maravillosos que predominaron hasta entonces en la leyenda. Los Magos eran ingenuos, mas no pobres hombres: «Pero Melchor, Balthásar y Gaspar venían tan remendados que todos volvieron a la bulla». Si se les priva de majestad a los extranjeros, ¿qué sentido puede tener la escena descrita por Mateo en su Evangelio? De haber sido tres perdularios, no hubiera reparado en ellos.

Pero la impresión naturalista, sombría y pesimista, es la que predomina en los que se aproximan a los Magos en la literatura de este siglo, principalmente poetas. Pasternak, en el poema ya citado, «La estrella de Navidad», describe un paisaje de invierno, que no sería distinto del que le era familiar:

Era invierno y soplaba
el viento de la estepa.

T.S. Eliot destaca igualmente el paisaje invernal:

Fría la jornada,
el peor tiempo del año nada menos
para un viaje tan largo...

Y señala ese elemento que sin pertenecer a la leyenda, existe ya, a partir de las primeras adaptaciones literarias, la Muerte:

¿Fuimos llevados allá
para un nacimiento o una muerte?

William Butler Yeats les dedica un corto poema terrible, en el que la pregunta que los Magos hacen no tiene respuesta, o sólo tiene una respuesta:

Y sus ojos aún fijos, esperando encontrar una vez más
-de la turbulencia del Calvario insatisfechos-
el misterio indomable en la cueva bestial.

«La Adoración de los magos», poema de Luis Cernuda, perteneciente a Las nubes, refleja la desolación y desesperanza:

Como pastores nómadas, cuando hiere la espada del invierno, tras una estrella incierta vamos, atravesando de noche los desiertos.

Sin duda, será precipitado sacar conclusiones. Téngase en cuenta, no obstante, que hemos acudido a varios, de los poetas más representativos de este siglo. La ingenua leyenda con su decoración de estampa piadosa, se ha convertido en metáfora de la desolación y en anuncio de la muerte. Nacimiento y muerte se confunden sobre un fondo de invierno. En «El tapiz de los Reyes de Oriente», de Pablo Neruda, el poeta se muestra, si cabe, más explícito:

Así la cabalgada llegó con el invierno
hasta un tendal ruinoso en el helado páramo,
yacija de cansancio para el torpor de bestias.
Alta, la luz del astro quedó inmóvil y fría.
¿Quién traería el incienso, la mirra consagrante?
Sobre unos lienzos crudos encontramos la Víctima.

Perdidos los aromas de la infancia, una literatura adulta como la del siglo XX no mira hacia el nacimiento, sino hacia la muerte. Fernando de Ortiz (citémosla, para terminar) no se encara en el poema «Regalo de Reyes» con los aspectos iconográficos de la leyenda, sino con el otro aspecto de la festividad, la ilusión, el regalo, la nostalgia:

¿Qué darte, si me diste más que eso...?
Coge esta flor; acoge estas palabras.

El Basilisco · abril-diciembre 1999