Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Los grandes clásicos

Ignacio Gracia Noriega

Hita:
La poesía medieval adivina al burgués

La piedad y la picardía están separadas por una línea muy delgada, se trata de salvar el alma y de ganar el mundo

Dante culmina la poesía de la Edad Media, pero no la agota. Hubo otros grandes autores en los que no nos detendremos por falta de espacio, aunque él fue el mayor. La Edad Media, "delicada y enorme", según Verlaine, es un período muy complejo y muy vivo que se inicia con la caída de Roma en Occidente y culmina, de manera espectacular, con la vuelta a las grandes formas de la cultura clásica, con el Renacimiento. Las profundidades teológicas, la majestad de los rituales, el esplendor del papado y del imperio alcanzan su cumbre más alta en el tiempo de Dante. A partir de entonces, no se inicia una decadencia, sino otro modo de ver las cosas, en el que todo compagina y cada moneda (empieza el tiempo del dinero) tiene su otra cara. Es la época del culto a la Virgen y del amor cortés, de las universidades y las tabernas, de las catedrales y de los mercados (tantas veces celebrados en las plazas catedralicias), del rey Anuro y del "maitre" Pathelin, de Blanca de Castilla y de Trotaconventos, de las cruzadas y las peregrinaciones. La piedad y la picardía están separados por una línea muy delgada: se trata de salvar el alma y de ganar el mundo, de hacer compatible lo de allá arriba y aquí abajo. De la piedad de los monasterios se pasa a la actividad de los mercados y ferias, en torno a los cuales crecen los burgos prósperos y mundanos, aunque en ninguno falta su iglesia en lugar eminente. Se pasó de una época en la que se ganaba el cielo con oraciones a otra mucho más activa, en la que todo se compra con dinero, lo que a los poetas de la época, como el Arcipreste de Hita, les parece muy bien: anuncian una sociedad sin trabas en la que predomina la movilidad. No había fronteras, la lengua universal era el latín, unas creencias comunes y una ciencia que se innovaba al ritmo del comercio, identificaban a los europeos. No había suspicacias nacionalistas: el obispo don Jerome del Cantar de Mío Cid era francés; Alcuino, consejero de Carlomagno, era inglés; Dante había acudido a la Sorbona y Gerberto, el futuro Silvestre II, estudió Matemáticas en Córdoba. Dante describe el Paraíso entre oleadas de luz; pero aquí abajo hay otros mundos, no tan esplendorosos y gloriosos, pero más variados y coloristas. El mundo cambia y los poetas lo perciben, y lo maravilloso es que algunos como Hita o Chaucer se sienten a gusto en el nuevo mundo, burgués y laico, que presienten.

Solo mencionaremos (un folio no da para más) a los tres grandes poetas europeos posteriores a Dante: el castellano Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (primera mitad del siglo XIV), el inglés Geoffrey Chaucer (1340-1400) y el francés François Villón (n. en 1431), que, en rigor, ya es un espíritu moderno.

Hita compone con el "Libro del buen amor una miscelánea que comienza con los Gozos de Santa María y termina con Cantares de ciego. En sus versos resuena la risa medieval como en pocos poetas. Rústico y cosmopolita (la divertida historia de don Pintas Payas, pintor de Bretaña, etcétera), evoca un mundo abigarrado, lleno de sonidos, colores y sabores, donde nada es irremediable: por imposición del argumento, doña Cuaresma vence a don Carnal, pero éste no tardará en volver. En Chaucer, los peregrinos a Santo Tomás de Canterbury pasan alegres jornadas contándose cuentos. En la posada de El Tabardo está todo el mundo: frailes, prioras, médicos, eruditos, magistrados, alguaciles, buleros, mercaderes, marinos... Su mundo, como el de Hita, es una taberna bien poblada. En cambio, Villón está solo, con un pasado melancólico (las nieves de antaño) y un futuro sombrío (la balada de los ahorcados) Pero no renuncia al humor. Su manera de mirar el mundo es la de un contemporáneo nuestro.

La Nueva España · 5 abril 2015