Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Los grandes clásicos

Ignacio Gracia Noriega

Cicerón:
La oratoria

Escritor y político, sus cartas son testimonios completos de la vida romana

"Artista de nacimiento, que sólo por error abandonó el mundo de los libros para entrar en el quebradizo mundo de la política", escribe Stefan Zweig sobre Cicerón, magnificando al escritor en deterioro del político. Se trata de una versión idealizada del gran escritor latino, que no dejó de actuar corno político en el Senado ni como abogado en el Foro. “Catilinarias”, esa pieza nuestra de la elocuencia forense, es una obra política en la que denuncia la conjura de Catilina, un miembro de la antigua aristocracia mientras en las "Filípicas" tiene el valor de enfrentarse a Antonio después de la muerte de César. Vivió desde una posición, si no de primera fila, desde una fila muy adelantada, los momentos convulsos en los que Roma se dispone a cambiar sus viejas formas políticas por otras nuevas e impredecibles. Cicerón no se decide por unas ni por otras, manifestándose contrario tanto a Catilina como a Antonio.

Su influencia, muy grande como político desde que fue cónsul por primera y única vez, decae tras ser enviado al destierro (por poco tiempo) por obra de su viejo enemigo Clodio, pero su prestigio como escritor, orador y abogado se mantuvo en su época y en las épocas futuras. Al final de su vida, cuando, derrotados Casio y Bruto, los asesinos de César, en Filipos, y la pelota todavía estaba en el tejado de Octaviano o de Antonio, Cicerón regresa a la actividad política con redoblada energía, tomando partido por uno de los candidatos a la herencia de César, aunque sus intereses personales (la restauración de la República) no coincidieran con los de quien habla de levantar el Imperio. Cicerón encabezó la parte del Senado que aceptó a Octaviano para alejar del poder, en la medida de lo posible, al Ejército y al pueblo, que apoyaban a Antonio.

No contó con que Octaviano (el futuro Augusto) pactaría con Antonio y con el veterano general partidario de César, Lépido, para formar un triunvirato que echara a la cuneta las maniobras senatoriales. Ciento treinta senadores y muchos caballeros fueron declarados proscritos, sus propiedades confiscadas y ellos marcharon al exilio. Cicerón fue asesinado, en parte porque había quedado solo y, en parte porque no quiso huir según Ronald Syme, “fue una persona humana y culta una influencia persistente (que) pereció víctima de la violencia y del despotismo”. No obstante, no todos los datos actúan a su favor: "La posteridad, generosa a la hora del olvidar contempla indulgente tanto al orador político que fomentó la guerra civil para salvar a la república como al aventurero militar que traicionó y proscribió a su cómplice. La razón de tan excepcional favor se atribuye en gran parte a la influencia de la literatura cuando se estudia independientemente de la historia" (el orador, obviamente, es Cicerón, el aventurero, el futuro Augusto).

Cicerón es modelo de oradores y sus "cartas" figuran entre los testimonios personales sobre la vida cotidiana en Roma más completos. Adaptó la prosa filosófica griega al latín, ocupándose de cuestiones de filosofía moral, religiosa, etcétera: también de cuestiones políticas y legales en sus libros “Sobre la República” y “Sobre las leyes” y reflexionó sobre la oratoria la retórica en “Sobre el orador” mientras en “El orador” traza su imagen ideal. De su oratoria se conservan cincuenta y ocho discursos, cuya influencia fue constante, al menos mientras los hombres civilizados se preocuparon por hablar bien. A pesar de su vida política ajetreada, tenía un ideal de la vida en reposo, del “beatus ille” representado por una biblioteca con vistas a un jardín.

La Nueva España · 12 abril 2015