Ignacio Gracia NoriegaIgnacio Gracia Noriega


Gracia Noriega, Mirador de sombras

Ignacio Gracia Noriega

Tierras de amarillo pálido

Viaje desde el puerto del Pontón a Villasirga, campos de personajes legendarios y «corazón» del camino de peregrinos a Compostela

Salimos de Asturias por el puerto del Pontón, después de recoger en Cangas de Onís a Raquel y Abelardo, Julita y Antón, y hacer parada en Vegacerneja, en el bar de Carlos, de excelente chorizo mañanero. En Riaño nos dirigimos hacia el Este. El embalse acusa las escasas lluvias de este septiembre seco (como en el cuento de Faulkner, aunque con menos violencia) dejando al descubierto carreteras y un puente. En Boca de Huérgano continuamos hacia el Sureste, por el sur de las Tierras de la Reina, y a la otra vertiente del puerto de Las Portillas, de 1.275 metros, queda atrás la cuenca del río Esla y entramos en la del Carrión. Un gran bosque se extiende a nuestra izquierda encima de una vaguada y, al frente, un monte pelado salpicado acá y allá de árboles solitarios recuerda un paisaje onírico de Magritte. Pasamos por Velilla del Río Carrión antes de entrar en Guardo; luego, Valcabadillo y Saldaña, donde están de mercado. Los campos están sembrados de maíz y, al fondo, los bosques llenan la línea del horizonte. «Entre Saldaña y Carrión», afirma Víctor de la Serna, «además de historia, pasa una vega de una fertilidad increíble y pasa un río lento, solemne y vital, que riega unas huertas de las que viven los veinticinco pueblos del Campo de la Villa y de La Loma».

El río no en todas las ocasiones es lento y solemne: nos apeamos en un molino a la salida y allí se muestra rumoroso y vital. En el molino, en la actualidad, hay un restaurante, pero lo encontramos cerrado. Tan sólo nos recibe una perra recién parida, que nos trata muy bien y nos permite acariciar a sus crías: dos cachorros magníficos.

Por estos campos anduvieron personajes legendarios: de Saldaña era el conde de ese nombre, padre de Bernardo del Carpio, después de haber tenido amores con la hermana de Alfonso II. Como el rey era casto, al conde le sacó los ojos y lo encerró en un castillo y a su hermana, en un convento. Más afortunados fueron los infantes de Carrión después de vejar a las hijas del Cid en el robledal de Corpes, porque tuvieron la precaución de enfrentarse a la ira de su suegro por medio de personas interpuestas.

En Revenga de la Vega, una desviación conduce al campamento romano de La Olmeda, y los imponentes muros del monasterio de San Zoilo anuncian que entramos en la famosa villa de Carrión de los Condes. Entre Carrión y Frómista, en una corta distancia de menos de veinte kilómetros, nos encontramos en una de las más prodigiosas etapas del Camino de Santiago. Carrión y Frómista son plazas fundamentales, ineludibles, del camino «francés». A medio camino de las dos ilustres poblaciones se encuentra Villalcázar de Sirga o Villasirga, como le dicen para abreviar, una de las más hermosas joyas jacobeas de ese camino rematado por joyas.

A partir de Carrión, el paisaje cambia. Desaparecen las vegas, los maizales (sí, maizales en Castilla) y los bosques, y el horizonte se abre a la llanura inmensa. Son tierras de color amarillo pálido, en las que se mezclan sobre suaves ondulaciones otros colores de la misma gama: arena, tierra, y de pronto, inesperadamente, un rectángulo verde esmeralda, brillante y tierno, que a la vista parece suave, acariciante y esponjoso, como césped inglés. Y otra vez el amarillo de los campos segados, el color marrón o negro de la tierra abierta, las lejanías de arena y el paisaje dilatándose hasta el horizonte a ambos lados del camino. Por la cuneta, en dirección contraria a la nuestra, avanzan hileras de peregrinos. No imagino a los medievales de calzón corto y con bastones de esquiadores. Será la moda de los tiempos nuevos, pero esos cueros tan morenos de los nuevos peregrinos les dan aspecto postizo. A pesar de los peregrinos, se percibe que estamos en el corazón del camino. Villalcázar de Sirga, que para los que van siguiendo el sol sería el esplendoroso pórtico de Carrión de los Condes, es el primer pueblo que encontramos en dirección a Frómista. Le suceden, en la carretera, Revenga de Campos y Población de Campos, con una iglesia románica bajo la advocación de San Miguel, y un poco al norte está Arconada, punto de reunión de los peregrinos que llegaban del norte de Palencia. Y al fin Frómista, con sus iglesias y hospitales, el de Santiago y el de los Palmeros. La iglesia es fundación de doña Mayor, viuda de Sancho el Mayor de Navarra, novedad románica en su día, que seguía la manera de construir iniciada en la catedral de Jaca. Es una iglesia muy perfilada, con sus dos torres gemelas y mucho aire alrededor; casi parece una bombonera. Frente a ella, en una terraza, unos ingleses beben cerveza y ginebra. A pesar del sol que recorre el cielo fuertemente azul, sopla un airecillo helado. Los ingleses no parecen advertirlo. Entre trago de cerveza y trago de ginebra, charlan apaciblemente y están contentos.

Hemos comido en Villalcázar de Sirga y visitado la iglesia de Santa María la Blanca o de las Cantigas, que Walter Starkie describe como «construcción majestuosa del siglo XIII». No le falta razón. Cuando Uría, Vázquez de Parga y Lacarra escribieron su gran obra sobre «Las peregrinaciones a Santiago de Compostela», en los años cuarenta del pasado siglo, la población debía tener otro aspecto, ya que señalan que «no responde hoy al resonar de su fama ni a la importancia de su templo de la Virgen. Es hoy un pueblo de corto vecindario, con unas casuchas pobres y un gran templo». En los últimos sesenta años es evidente que Villalcázar ha mejorado mucho. El pueblo es amplio, sobre todo alrededor de la maravillosa iglesia. Da impresión de limpieza.

La iglesia, con su hermoso arco ojival, que es lo que más resalta de ella al primer golpe de vista, es digna de ser la catedral de Camelot, en el reino mágico de Arturo. Perteneció a los templarios, que tuvieron en la villa una de sus encomiendas más importantes, su Virgen inspiró a Alfonso X y fue etapa del Camino de Santiago: templarios, un rey poeta y peregrinos, aquí está Europa. El pórtico recuerda al de Las Huelgas y el interior es de extraña, de sorprendente belleza y de solemnidad gótica. El retablo flamenco del altar mayor compensa los euros que cuesta encender la luz para contemplarlo. Don Jesús, el cura, es hombre recio y de principios, licenciado en Arte y amigo del obispo de Soria. Está feliz en su parroquia porque es consciente de que custodia una de las joyas arquitectónicas y artísticas del camino. Paso a paso nos va explicando la iglesia. La explica según el orden que él juzga conveniente y no admite interrupciones. Quedamos muy agradecidos a don Jesús.

Frente a la iglesia, la plaza por medio, está sentado Pablo Payo, mesonero mayor del Camino de Santiago, en bronce. A su espalda, el mesón Los Templarios, que ahora rigen sus hijos, como si él viviera. Se trata de un antiguo pósito de grano de planta rectangular, acondicionado como restaurante. Las mesas de madera corridas, las paredes cubiertas de escudos y fotografías, en un atril una edición facsimilar del «Codex Calixtinus». Y luego viene lo bueno, la comida: unas criadillas para abrir boca, la sopa del peregrino con cuchara de madera (nuestra sopa de ajo de toda la vida) para entonar el estómago y el lechazo, digno de la magnificencia del templo. Y de postre hojaldres, estupendos hojaldres, casi incorpóreos, que se deshacen gratamente en la boca. No pierde el tiempo, en lo espiritual y en lo estomacal, quien visita Villasirga.

La Nueva España ·25 septiembre 2009